20 de Noviembre 2016, 2:45 a.m

Encogió los hombros y el pecho en un débil intento por dejar de pasar frío. La humedad de la noche envolvía su cuerpo e inundaba sus fosas nasales.

La calle estaba desierta a esas horas de la madrugada y; aparte del sonido de la lluvia al chocar contra el suelo de cemento, el repiqueteo de sus tacones era lo único audible. Violet hizo lo que pudo para incrementar la marcha, ni siquiera se detuvo a esperar bajo algún improvisado refugio a que amainara la tormenta. Sus manos: huesudas y delicadas, descansaban en los bolsillos de su empapado abrigo de terciopelo negro. Sí, había sido tan tonta como para no traer un paraguas consigo. Pensando en este inconveniente, se olvidó de lo que implicaba recorrer sola un lugar como aquél en esos momentos. No vio cómo una sombra se ocultaba detrás de un banco. No pensó que un viento helado azotando su cabello color berenjena significara un mal augurio. Tampoco se percató de que un cálido aliento -en contraste con el aire anterior- acariciaba su cuello, hasta que fue demasiado tarde. Violet Gryer cayó al suelo, inconsciente. No se la volvió a ver jamás.