Un suceso inesperado🤯
Tres días después del "incidente" con Travis, Nora pudo convencerme al fin de salir de la cama. Lo que sucedió me había desestabilizado más de lo que creí en un inicio.
Muchas veces me planteé abandonar el campamento, pero tampoco quería volver con mis padres. Estaba estancada en una especie de limbo emocional.
Esa mañana estábamos en el café literario. Las pequeñas mesitas formaban un círculo en torno al gran mapa del mundo dibujado en el suelo. No me atrevía a mirar a nadie a la cara por miedo a leer en sus rostros algo como "Sé lo que pasó con Travis".
Mi garganta se resintió por el café hirviendo, pero mis adormecidas neuronas lo agradecieron. Nora y yo habíamos retomado la costumbre de enlazar nuestras manos para dormir, porque de otro modo no hubiese podido conciliar el sueño. Me asaltaban pesadillas horribles. Escenas macabras en un baño como el de la película My lovely bones. Nora me había traído la comida a la habitación las pasadas noches, a pesar de que iba contra las normas. Aunque lo disimulaba muy bien, yo sabía que el suceso también la había afectado. Veía en sus ojos que se sentía –inmerecidamente– culpable por no haber podido defenderme, como ella siempre había hecho. Por eso ahora hacía hasta lo imposible por hablarme de otros temas para mantener mi mente ocupada.
Esta vez, ella tenía esparcidos por toda la mesa los artículos de Lady Whistledown y había activado el modo sabueso.
—Veamos... —Juntó las yemas de los dedos para meterse en el personaje—. Sabemos que la escritora podría ser una mujer, pero no es seguro; claramente le gusta el yaoi, y además estuvo el año pasado en el campamento.
Yo me dedicaba a escucharla con uno que otro asentimiento de cabeza.
—Resulta que ayer fui a sobornar un poquito a la señora Rochester, la recepcionista, y me hice con la lista de las personas que vinieron el año pasado —declaró orgullosa—, y de los que estábamos aquella vez en la charla de Constantin en Gremiio solo cuatro estaban en esa lista: Alex, el chico lindo que hablaba mucho; Lauren, la chica que parece tailandesa; Cristal, la muchacha con espejuelos, y por último, Vanesa.
<<Erik no estaba en la lista del año pasado porque es trabajador del campamento, y a Melisa tampoco podemos descartarla, porque a pesar de que no nos acompañó ese día al café, sí es fujoshi, ha venido años anteriores, y además le gusta mucho escribir. ¡Vualá! Esa es mi lista de sospechosos>>.
—No quiero desbaratar tu teoría, pero… —apoyé con mi "modesta interpretación de Watson"— ¿Y si hubiese dos Lady Whistledown?
—¡¿Dos?! —Nora me miró desorientada—. ¿Te refieres a que estos artículos pueden haber sido escritos por personas diferentes? No lo creo, Clau, su estilo es bastante similar en todos.
—Me refiero a que “la escritora” del año pasado puede no ser la misma de este año. Puede que a alguien le haya parecido una buena idea imitarla y escribir sus artículos bajo el mismo seudónimo para colgarse de su popularidad.
—Puede ser… —concedió Nora masajeándose la barbilla—. No había pensado en esa posibilidad. —Y luego agregó con una esperanza renovada—: Entonces el próximo paso será conseguir los artículos de Lady Whistledown del año pasado para hacer comparaciones. Confía en mí, Clau. Descubriremos la identidad de esa escritora, “aunque sea lo último que haga”. —Solo le faltó la carcajada de la malvada madrastra.
Una llegada inesperada al café y después a nuestra mesa, hizo que Nora escondiera a toda prisa los artículos y que yo retuviera el aire como un globo.
—¡Hola! —saludó Erik. Unas ojeras oscuras eclipsaban la perfección de su rostro, pero no le impedían lucir lindo—. ¿Puedo sentarme?
Nora me miró como esperando mi aprobación y yo asentí con la cabeza.
Rezaba por no haber adquirido la coloración de un tomate. La última vez que había estado a solas con Erik, mi rostro había estado a solo unos milímetros del suyo y mis labios…
Él también lucía un poco nervioso. Creo que ambos teníamos muy fresco en nuestras mentes el recuerdo de lo que sucedió en el embarcadero.
Tomé otro sorbo de café para tragarme la incomodidad.
Él escogió una silla de otra mesa y la colocó al revés para sentarse a horcajadas sobre ella.
—¿Estás bien? Hace rato que no salías del cuarto y tus amigas no me dejaban entrar. —Miró a Nora por el rabillo del ojo.
—Sí.
De repente la imagen de un baño y una sensación de encogimiento en el estómago volvieron a atenazarme.
No sabía si me lo preguntaba por cortesía o por la situación del otro día. Erik no conocía ni la mitad de la historia. Para él, Travis solo me había gritado un par de insultos. Él había estado en el despacho de la directora cuando Nora y Vanesa fueron a buscarla. Según ellas, Erik se había lanzado hecho una furia a sacar a Travis de la habitación.
Ahora, sentado a mi lado, parecía como si quisiera decir un comentario al respecto, pero se contuvo mordiéndose el labio inferior.
—Lo siento, guapo —dijo de pronto Nora—. Pero esta vez no podré dejarte solo con mi amiga.
—¡Nora! —la reprendí. Ella era toda una experta en el arte de decir comentarios inapropiados y ahora además se comportaba como una madre sobreprotectora.
—Está bien —aceptó él y dirigió la vista hacia mí—. Solo quería saber cómo estabas... y preguntarte algo.
—¿Qué?
Me sentía nerviosa y él se veía un poco incómodo. Miró a mi amiga como dudando de si formular la pregunta delante de ella, pero finalmente se decidió:
—Quería saber... si Travis se... atrevió a algo más contigo.
Una piedra cayó en mi estómago y comencé a negar con la cabeza. Nora intercedió justo antes de que me desmoronara.
—Oye pero, ¿no te parece suficiente con que la haya insultado? —exclamó indignada.
—Sí, sí claro. Eso también es malo —rectificó él—. Solo lo pregunté porque sé cómo son esos... esa clase de tipo. Lo siento, Claudia, olvida que te pregunté eso.
Sonreí tratando de parecer sincera.
—¿Y no se supone que deberías estar supervisando la sala de videojuegos? —le llamó la atención mi amiga.
—Debería, sí, pero David me hizo el favor de cubrirme un rato.
Al escuchar el nombre de su “compañero de juegos”, Nora sonrió:
—¿Y confías en él? Te apuesto que cuando regreses lo encontrarás todo hecho un desastre.
—Sí, confío en él. Es "cuidadoso, honesto, de buenas costumbres y un excelente partido" —dijo Erik en modo serio.
Mi amiga lo miró con los ojos como rejillas hasta que comprendió:
—¿Él te dijo que me dijeras eso?
—La verdad es que sí —confesó él riendo. Era agradable verlo recuperar su estado natural—. Nah, pero en serio, y esto sí es de mi parte, David es un buen chico, un poco inmaduro a veces, pero agradable, y está loco por ti.
—Eso lo sé —dijo Nora sin siquiera pestañear—. Pero ya le dije que no quiero ningún compromiso por ahora.
Erik puso las palmas en alto dándose por vencido.
Yo los miraba como quien contempla una pecera. Nora acostumbraba a sonsacarme información sobre mis idilios amorosos; sin embargo, ella nunca había sido muy abierta al contarme sobre los suyos. Tendía a escucharme y a aconsejarme, más de lo que ella estaba dispuesta a revelarme de sí misma. Había salido con varios chicos en el pasado pero, según ella, nunca se había enamorado.
Mi amiga, con la mayor indiscreción del mundo, nos miró a uno y a otro y después le preguntó al chico a mi lado.
—Oye y tú… ¿Dé dónde eres? ¿En qué trabajas? ¿Tienes antecedentes penales?
—¡Nora! —salté— ¿Qué es esto, CSI Miami?
Erik sonrió en respuesta y, para mi sorpresa, la complació.
—No soy de la capital, vivo en Cienfuegos, en la parte de la ciudad.
—¡¿En serio?! —Se notó demasiado mi emoción—. Era muy chiquita cuando la visité, pero tengo muy buenos recuerdos de esa ciudad.
—Si te animas a ir de nuevo, puedo darte un tour por los mejores lugares —me propuso él tomando una papita del plato del centro.
—Y yo también iría —dijo Nora haciendo el típico gesto de apuntar dos dedos a sus ojos y luego a Erik como queriendo decir “Te estoy vigilando”.
Puse los ojos en blanco por su comportamiento inmaduro.
Sopesé por un momento la información que había descubierto y la decepción me cayó encima como una piedra. Erik vivía en Cienfuegos y yo en la capital. Nos separaban más de dos horas de viaje.
Hasta ahora no había pensado en lo que pasaría una vez que regresáramos a nuestras vidas normales. Solo había tenido en mente el aquí y ahora, y ni siquiera se me había ocurrido hacerle una pregunta tan elemental. ¿Sobre qué narices hablábamos Erik y yo cuando nos encontrábamos? Libros, mangas, series, y puros hobbies.
—Pero La Habana también es una bonita ciudad —dijo casualmente y tras observar mi expresión de “¿cómo sabías dónde vivo?”, explicó—: El autobús en el que llegaron al campamento venía de allá.
¿Así que me recordaba del primer día? O tal vez fue porque Nora le había preguntado su nombre aquella vez.
—De hecho —dijo él sin darme mucho tiempo para pensar—, en unos meses tengo que viajar a la capital, porque la empresa de videojuegos para la que trabajo va a hacer la adaptación de una saga literaria que se publicó en una editorial de allá.
—¡Una empresa de videojuegos! ¡Genial! —exclamó Nora como la gamer en potencia que era.
—¿Qué saga de libros van a adaptar? —pregunté curiosa.
—“La liga de las damas extraordinarias”. ¿Te suena?
—¡Por supuesto! ¡Claro que sí! —contestamos Nora y yo casi al unísono.
"La liga de las damas extraordinarias" era una de las pocas sagas de fantasía juvenil que se habían editado en nuestro país, porque al parecer nuestras editoriales padecían de unos males llamados juventofobia y fantasifobia.
La historia era sobre cinco chicas que resolvían misterios y vencían a las fuerzas del mal, o casi siempre. Tuve la oportunidad de conocer a la escritora en una feria del libro. Recuerdo que me acerqué a ella con el primer tomo en mis manos para que me lo firmara y le confesé con la voz más segura que pude: “Cuando sea editora, quiero ayudar a crear libros como estos”. Claro está, eso había sido hacía mucho tiempo, y mi vida había tomado un camino un poco distinto. Sería editora, sí, pero no precisamente de literatura juvenil.
—Y en cuanto a los antecedentes penales —Erik se sacudió el cabello pensativo— ¿Hacer trampa en el Mario Kart cuenta?
Un rato después, Nora y yo abandonamos el café. Erik había tenido que marcharse antes por un pequeño desastre que David había causado en la sala de videojuegos.
Mi sobreprotectora compañera no nos había dejado solos ni un solo momento. Aunque pensándolo bien, creo que fue lo mejor.
A pesar de me apetecía hablar con él, mi cabeza no estaba lista. Lo de Javier primero y lo de “el que no debería ser nombrado” después, hicieron un caos en mi mente. Pasaría un tiempo antes de que pudiese reponerme de esos dos golpes.
Caminábamos cerca de la fogata cuando llamó nuestra atención una aglomeración de personas, y Nora no pudo evitar arrastrarme hasta ella.
El grupo se organizaba en torno a una tarima improvisada con una enorme pantalla que parecía estar transmitiendo escenas de películas.
—¿Qué están haciendo? —preguntó Nora a nadie en específico.
—Están imitando escenas de pelis—dijo emocionada una chica con el cabello violeta sosteniendo su teléfono en alto para captar el momento—. Aquella chica de allá es francesa y no habla bien el español. Pero lo que no sabe es que su novio aprovechará para pedirle matrimonio como en la película Love Actually.
Nora y yo nos contagiamos con la emoción del momento. Love Actually tenía una de las declaraciones de amor más bonitas. En ella, el personaje interpretado por Colin Firth aprende portugués solo para pedirle a su amada extranjera que sea su esposa.
En el escenario había un chico de cabello rubio rizado, visiblemente nervioso. La pantalla a sus espaldas evocaba la ambientación de la escena original. La chica francesa, con expresión confusa, y ajena a las intenciones de su novio, se reunió con él en el escenario.
El chico comenzó su tembloroso pero al parecer muy romántico discurso en la lengua del amor que la chica reconocía muy bien, para terminar doblando la rodilla y pronunciando con voz entrecortada:
—Epuse muá.
Aunque nadie entendía francés, la multitud estalló en aplausos.
La chica, a todas luces emocionada, se cubrió el rostro con las manos para luego declarar:
—Ui! Ui! Ye ve tepusé.
Y terminaron dándose un intenso beso entre los aplausos de la multitud conmovida.
Pero al parecer él no era el único con esa idea. Una chica tomó la iniciativa regalándole a su novia una pequeña cajita que contenía, no un anillo, sino un hilo rojo como el de la película Quédate a mi lado. Frente a las miradas expectantes de la multitud, ella unió los dedos corazón de ambas por medio del hilo, lo que significaba que ellas estarían juntas para siempre, en los buenos y los malos momentos.
Otras parejas aprovecharon para demostrar que no necesitaban de un compromiso para quererse. Con la escena de un día lluvioso reflejado en la pantalla, un chico hizo honor a la película Cuatro bodas y un funeral, preguntándole a su novia si quería “no casarse” con él, a lo que ella inmediatamente aceptó; lo que provocó las risas del público.
Otra pareja protagonizó una tierna escena de “A todos los chicos de los que me enamoré”; dos muchachos recrearon la bella imagen del póster de la película “Llámame por tu nombre”; y por supuesto, no faltó la épica escena en la proa del Titanic.
Nora me convenció para que al menos nos tomáramos una foto como el legendario dúo de Sherlock Holmes y Watson en la versión protagonizada por Robert Downey Jr. y Jude Law. Carla, equipada con dos cajas de ropa y accesorios para la ocasión, nos prestó la indumentaria. Nora se llevó la clásica pipa del detective a la boca y yo me aferré al bastón de Watson.
Con la imagen de la Londres victoriana de fondo, Nora le tendió su teléfono a una chica del público para que nos retratara en una divertida pose. No había una amistad en la ficción que nos identificara más. Mi amiga era ingeniosa, avispada, y le encantaba resolver misterios; en cuanto a mí, me hubiese encantado acompañarla hasta el fin del mundo relatando sus aventuras. Así éramos nosotras, codo con codo, en las buenas y en las malas, hasta el final.
Por unas horas, Nora había conseguido que los pensamientos negativos abandonaran mi mente, y que solo pensara en divertirme y en aprovechar al máximo esta experiencia.
—¡Hoy es noche de Star Wars! —gritó alguien a todo pulmón en pleno salón comedor, lo que fue acogido con entusiasmo por los fanáticos de la legendaria saga intergaláctica.
Durante toda la mañana, las pantallas del estadio habían estado transmitiendo las películas de El señor de los Anillos, y ahora era el turno para el maratón cinematográfico de Star Wars. No había una mejor manera para despedir la semana de las películas.
Frente a mí, Caterin guardaba la comida intacta en un termo. Como Melisa también había decidido no salir de su habitación, su amiga se aseguraba de que al menos no volara turno.
Caterin tenía el rostro desencajado y sus ojos marchitos eran el testimonio de que había estado llorando. Ella había confesado que solo los libros o las situaciones extremadamente dolorosas eran capaces de sacar esa faceta de ella. Ver a su amiga sufrir había sido una de esas situaciones.
A veces me invadía una sensación de culpa, pero mis compañeras me consolaban diciéndome que había hecho lo correcto al contárselo todo a Melisa. En el fondo, yo también lo sabía, solo que era difícil verla completamente decaída.
Vanesa trató de distraernos haciéndonos una pregunta:
—Oigan, ¿Sus padres son fan de algo?
Caterin fue la primera en responder animándose un poco:
—¡Já! Mi padre vendería la casa para comprar el boleto de avión y la entrada a un partido de futbol de su equipo favorito, y mi madre puede pasar días pegada como chicle al sofá viendo realities shows como Gran Hermano, La isla de las tentaciones y cualquier otra cosa que implique mirar embobada a un grupo de gente haciendo tonterías.
Vanesa la secundó:
—Pues mi madre es fan de las telenovelas turcas. Y en su momento, fue de las que enloqueció con Cincuenta Sombras de Grey.
—¡Uf! Esa debió de ser una etapa difícil para tu padre —bromeó Caterin—. Tener que ser comparado con Christian Gray...
—Supongo —dijo Vanesa riendo.
Nora no habló. No tenía nada que decir. Su padre se había ido de su vida mucho antes de que ella fuera consciente de su abandono, y con su madre tenía una relación muy distante. Aunque mi amiga no era dada a expresar sus emociones negativas, siempre tenía el ceño fruncido y una mirada extraña cuando surgía el tema de sus padres.
Traté de desviar la atención hacia mí.
—Mi padre es fan de los deportes y mi madre se vuelve loca con Sebastián Yatra, pero fan fan no es.
Nora tomó la palabra, pero no para hablar de sí misma.
—La madre de Clau no tiene fanatismos porque es fan de su hija —me pinchó ella, pero en contraste con su sonrisa, en sus ojos se reflejaba una emoción diferente.
Sabía que le dolía el desapego de sus padres, aunque ella nunca me había dejado entrever cuánto. Pero eso también estaba a punto de cambiar.
Vanesa, Nora y yo habíamos decidido ir al estadio. Caterin se había quedado en la habitación con Melisa, pero nosotras sabíamos que, más que compañía, era un poco de privacidad lo que necesitaba nuestra compañera.
El estadio estaba plagado de gente. Los fans balanceaban en el aire sus brillantes espadas láseres, haciendo del amplio terreno un mágico universo de luces y colores. La emoción y la ansiedad reinaban en el ambiente.
Ver la película en el estadio, rodeada de otros fans, era incluso mejor que disfrutarla en soledad.
Me quedé un rato en silencio contemplando el espectáculo a mi alrededor. Incluso alguien que no fuera fan de La guerra de las galaxias se enamoraría de esta imagen: Decenas de corazones palpitando por una causa común, carcajadas compartidas ante una escena divertida y un coro de gritos de euforia por una épica batalla.
¿Cómo le diría adiós a todo esto? ¿Cómo sería mi vida sin fanatismos? ¿Quién sería yo cuando diera la espalda a mi hermoso mundo de fantasía? La verdad es no quería dejarlo ir. Quería quedarme aquí el tiempo que pudiese. Quería detener el tiempo y ser joven y fangirl para siempre.
Era más de medianoche cuando Nora comenzó a cabecear en mi hombro. Vanesa y yo nos miramos y llegamos al acuerdo tácito de marcharnos. La noche todavía era joven para los fans de La guerra de las galaxias pero el sueño nos había ganado la batalla a nosotras.
No contábamos con que un giro de los acontecimientos iba a impedir que tuviéramos un sueño apacible.
Al salir del estadio, con Nora dando tumbos a mi lado, sentí que alguien pronunciaba mi nombre a mis espaldas. Las tres volteamos a ver a un muchacho que corría hacia nosotras. Era Alex, el chico hermoso que se había lanzado al lago conmigo.
Llegó agitado hasta nosotras.
—Espero que seas tú, porque no conozco a otra Claudia en el campamento.
—¿Qué pasa? —pregunté alarmada.
—Tus padres te buscan en la recepción.
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