Mister Darcy🎩
El resplandor del sol me irritaba los ojos. Mi mente rebobinó el casete hacia los sucesos del día anterior.
Después de la discusión con mi amiga, no había querido volver al salón comedor. Caminé un poco sin rumbo hasta que llegué a la habitación.
Ahora, acostada en mi cama, todo parecía un sueño.
Eché un vistazo a mi alrededor. Las chicas debían de estar en el comedor tomando el desayuno y Nora… no tenía idea de dónde estaba.
Unos toques sonaron en la puerta, por la que justo después entró Vanesa ayudada por Melisa, y Caterin sosteniendo una bandeja.
—Hola, hola, dormilona —canturreó esta última, colocando la bandeja con comida sobre mis piernas—. Te trajimos el desayuno.
—Ah, gracias —murmuré sin entender el porqué de semejante trato.
—Suponíamos que no querías enfrentarte a la fama hoy —explicó Melisa—. Todo el mundo nos preguntaba por ti.
—Gracias, de verdad —dije después de un suspiro—. Ustedes me conocen bien.
—Y puedes comer con confianza —dijo Caterin—. Nora no la tocó, así que no tiene ningún veneno.
—¡¡Caterin!! —reaccionaron Melisa y Vanesa al unísono.
—¿Qué? —se defendió ella encogiéndose de hombros—. Ella se veía bastante molesta esta mañana y creo que es por lo de Lady Whistledown.
—Sí, pero no hace falta que le pongas tu humor negro a todo —la regaño Melisa.
El estómago se me revolvió.
—Chicas… lo siento —declaré al fin—. Lo siento por no haber sido sincera con ustedes.
—No nos debes ninguna disculpa —dijo Melisa—. No tenías por qué contarnos eso. Si hubiese sido yo, creo que tampoco se lo hubiese dicho a nadie.
—¡¿Eh?! ¿Ni siquiera a mí? —se ofendió su amiga.
—Por favor, tú eres la que menos puede guardar secretos.
—Además, Clau… —dijo Vanesa con un brillo en sus expresivos ojos verdes—, la Lady Whistledown de este campamento era mi ídolo, y ahora estoy feliz de descubrir que en realidad siempre fuiste tú.
Una sensación de calidez me llenó el pecho al escucharla.
—Anjá —reforzó Melisa—. A mí me gustaron un montón tus artículos... y también tu discurso.
—Y si me permites un consejo, aunque creo que una vez te lo dije —añadió Caterin—: Deberías decir más lo que piensas en voz alta. Tienes buenas ideas que a la gente le gustaría escuchar. Podrías hasta abrirte un canal de Booktube.
Le agradecí con una sonrisa.
—Ay, antes de que se me olvide, Clau —pareció recordar Vanesa—. Erik regresó. Me dijo que te dijera que iba a estar en la sala de videojuegos.
—Ah, okey —aparté la vista para no enfrentarme a los jueguitos de miradas de mis compañeras.
Varios campistas me saludaron de camino a la sala de videojuegos. Había pasado de ser la chica invisible a la chica que todos conocían. La sensación no era nada placentera. Quería mi anonimato de vuelta.
Al fin llegué a las puertas de la sala y me escabullí dentro como una ratita escurridiza.
Extrañamente, el lugar estaba casi vacío a esa hora, salvo por dos chicos que hacían una competencia de carros y por…
—¡¿Usted aquí?! —preclamé al ver al excombatiente Alberto sentado frente a uno de los ordenadores.
—¡Eh, qué hay! —pareció contento al reconocerme—. Quise probal una de esta’ cosa’ —dijo señalando el ordenador que reflejaba un videojuego de guerra—. ¡Y la verdá ej que me gusta! ¡Me gusta cantidá! —admitió con el rostro iluminado de felicidad.
—Me alegro —dije con honestidad—. Y qué bueno verlo por aquí.
—Ahora es imposible despegarlo de ese asiento —dijo una voz reconocible a mis espaldas.
Me giré para ver a Erik y mi cuerpo se tensó en respuesta.
—Bah, una horita máj y ya —le pidió Alberto.
—Sí, sí, eso dijo hace dos horas —bromeó Erik.
—¿Ah sí? —El exsoldado pestañeó confundido—. Bueno pero de verdá que esta ej la última.
Erik le dedicó una mirada incrédula, para luego girarse hacia mí.
—Eh… supe que estuviste estupenda ayer.
—Ah, no fue para tanto —me coloqué nerviosa un mechón rebelde de cabello detrás de la oreja.
—Me hubiese gustado verlo —dijo haciendo una mueca que le resaltaba uno de sus hoyuelos.
—Gracias... por lo del dibujo de Divergente… Me ayudó mucho.
—¡Ah, eso! Me preocupaba que al final no lo hubieses podido ver. Le pedí a David que cerrara las puertas para que pudieses verlo, pero sabes lo despistado que es.
—Sí, sí, lo vi —contesté con una sonrisa cómplice.
Un silencio cayó entre nosotros, pero esta vez fue él quien lo interrumpió.
—Oye, ¿no hay nada que quieras contarme? No sé... ¿Algo sobre cierta escritora…?
Un pesado bloque volvió a caer sobre mí.
—Sí, lo siento —ya lo decía mecánicamente.
—¿Por qué te disculpas? A ver, sí me hubiese gustado que me dijeras lo de Lady Whistledown, pero tampoco pasa nada si no quisiste hacerlo.
¿Por qué de pronto la gente era tan comprensiva?
—Además, me gustó comprobar que yo tenía razón —dijo con orgullo.
—¡¿Qué?!
—¿No te acuerdas de aquella vez en el bosque? Te pregunté si eras Lady Whistledown y tú me respondiste textualmente “Si lo fuera no te lo diría” —dijo imitando mi voz y haciendo un ademán como de apartarse un largo cabello de los hombros con gesto altanero.
—¡Oye, yo no hice eso! —Me crucé de brazos pero sin poder reprimir la risa.
—Ah por cierto… —dijo cambiando el tono—, no sé si ya lo sabes… pero la campaña que hicimos en las redes sociales fue brutal. Sabía que sería un boom pero no me imaginaba que tanto...
—¡¿En serio?!
—Yeap, en serio.
La felicidad fue tanta que no medité antes de lanzarme a sus brazos. Él me rodeó la cintura y me elevó del suelo para darme una vuelta en el aire y dejarme en el mismo lugar. Un poco avergonzada, me separé de él.
—¡Qué bien! —dije para disimular mi nerviosismo.
—Oye tú, chamaco —El exsoldado miraba a Erik—. ¿Po’ qué tú no le dice’ a ella que te gusta y ya?
Erik soltó una carcajada y yo no sabía para dónde mirar. Los viejos eran igual que los niños. No tenían filtros.
—Porque los tiempos han cambiado, coronel —explicó el chico de las converse—. Los jóvenes de ahora no se declaran como los de antes.
—Bueno, ustede’ sabrán —dijo antes de volver a su videojuego.
—Ven, quiero mostrarte algo —me susurró Erik para que los oídos curiosos no lo escucharan y me llevó a otra sección de la sala de videojuegos desconocida para mí hasta ahora.
Era una habitación pequeña, con solo dos pantallas en la pared del fondo, y justo frente a ellas, en el suelo, dos plataformas de metal.
—¿Haces gimnasia aquí o...? —pregunté en broma.
Él soltó una risotada que me hizo sentir orgullosa de ser yo quien la provocara.
—No exactamente… Es una realidad virtual con bastante inmersión —reveló emocionado, como si se tratara del Santo Grial.
—¿De verdad? Me gusta la realidad virtual. —Aunque no era mi cosa favorita en el mundo, disfrutaba ver la expresión de Erik mientras me hablaba de ella.
—¿Quieres probar esta? —me tentó.
—Ehm... no sé… —Estaba recelosa—. Cuando dijiste que tiene bastante inmersión, no te refieres a que si mi avatar se electrocuta yo también lo haga, ¿no?
—No, no, tranquila. Aunque sí podrías quedarte atrapada en él para siempre —dijo con expresión seria, pero después la relajó— Es bonche. Pon tus pies sobre eso.
Hice lo que me indicó y en cuanto todo mi peso estuvo sobre la plataforma metálica, un haz de luz roja me recorrió el cuerpo.
Casi al instante, una figurita en formato anime japonés se reflejó en la pantalla de la derecha. Pensé que era un avatar cualquiera, pero luego me percaté de las similitudes en cuerpo, cabello y ojos.
—¡No puedo creerlo! ¡¿Esa soy yo?! ¿En mi versión anime?
—Sí. Todo gracias a las IA.
Erik observó con expresión satisfecha el resultado en la pantalla. Pero yo, como siempre, tenía que romper el encanto.
—La IA fue buena conmigo —murmuré —. Creó una versión más bonita de mí.
Él despegó sus ojos de la pantalla y volvió a centrarlos en los míos. Parada sobre esta plataforma, casi lo igualaba en estatura.
—¿Quieres saber un dato curioso sobre las IA? —preguntó de repente sin dejar de mirarme.
Asentí con la cabeza.
—Ellas no crean nada nuevo. Imitan la realidad.
Tardé unos segundos en procesar el posible cumplido.
—... Ah... ya... ¡Qué cool! —dije haciéndome la "chiva con tonteras".
Erik sonrió de medio lado por mi clara evasiva y se agachó para tomar unos parches de una pequeña maleta. Dudé.
—Eh... esto no implicará sustancias químicas, ¿verdad?
—¿Por quién me tomas, Claudia? —dijo con fingido gesto de dolor—. Son sensores de movimiento.
Relajé un poco los brazos y él fue colocando los parches en los puntos principales, para después repetir el proceso sobre él mismo.
Me giré hacia la pantalla y agité las manos solo para comprobar que la animación repetía mis movimientos. Había visto muchas aplicaciones de móviles que convertían tu rostro en el de un manga, pero nunca una con este nivel de precisión en imitar los gestos de la cara y el cuerpo.
—Lo que vez en la pantalla es una aproximación. La verdadera magia está en estos bebés. —Me mostró dos enormes gafas de realidad virtual.
Dejé que me colocara el dispositivo en la cabeza con esmerado cuidado. Tuve una última y placentera visión de su rostro antes de que mi mundo pasara de ser colorido a ser un asfixiante abismo negro. La sensación de estar ahí sola no era nada agradable. Miré mis manos y me sobrecogí al descubrir que ya no eran las mías y que mi cabello flotaba de una forma muy antinatural.
—¿A dónde vamos? —Escuché mi propia voz.
No recibí respuesta. En medio de la insondable oscuridad se produjo una cegadora luz blanca, seguida por la aparición de Erik en una versión muy chula de personaje manga. La IA había copiado el cabello castaño ondulado que le caía en la frente, las cejas pobladas, la sonrisa sincera, y los ojos marrones con las largas pestañas.
—¿Lista?
—Sssupungo —Era muy extraño y a la vez divertido estarle hablando a una caricatura.
La oscuridad a mi alrededor fue disipada un poco por unos haces de colores y unos focos que llegaban de algún lugar delante de nosotros. Ya no éramos solo Erik y yo. Éramos yo, Erik y un montón de jóvenes también bajo la apariencia de caricaturas.
Por un momento pensé que estábamos en algún lugar del campamento, pero no creía recordar ningún sitio así. Parecía más bien un bar. La música grabada resonaba por todo el local y la fuente de donde provenían las luces resultó ser un escenario.
Me puse de puntillas y logré distinguir una batería, unas guitarras eléctricas y un micrófono con soporte. Era muy raro que mis pies me obedecieran como si fuera lo más natural del mundo. Erik tenía razón. Esta realidad virtual era muy inmersiva.
—¿A dónde me trajiste, Erik? —me acerqué a su oído para hacerme escuchar por encima de la música.
—A un bar —dijo inclinándose un poco hacia mí—. Pero tranquila, mis intenciones son buenas.
No estaba segura de que mi personaje hubiese podido imitar bien mi gesto de entornar los ojos. Al parecer sí, porque él sonrió y de repente una graciosa gota gigante de color azul se dibujó en su frente.
Me tapé la boca para reír.
—¿Qué? —preguntó él visiblemente desconcertado.
—Es que tenías una gota azul en la cabeza como las de los animes. Y eso significa que estás tramando algo. —Lo apunté acusadoramente con el dedo.
—Ok, me atrapaste. —Su personaje imitó demasiado bien su manera de alzar los brazos en señal de rendición.
Este mundo ya me estaba gustando. No tenías que hacer mucho esfuerzo para leer las emociones de los demás. Aunque pensándolo bien, eso también se aplicaba para mí. Y es probable que si Erik se me acercara demasiado o me hablara al oído, mi nariz comenzara a sangrar como en el anime de Naruto, cuando los personajes experimentaban una emoción muy placentera.
—Ven —Me tomó la mano para conducirme entre el gentío hasta cerca del escenario donde ya se preparaba una banda para tocar.
Choqué con varias personas por el camino pero, extrañamente, no sentía el empuje de sus cuerpos. Era como si fueran reales pero al mismo tiempo inmateriales. Me aferré a la mano cálida de Erik, que sí se sentía muy real.
—En serio, Erik, deja el misterio. ¿Por qué estamos aquí?
—¿No te gusta?
—Sí, pero... tú no haces nada sin ningún motivo y dudo mucho que de todos los lugares del mundo eligieras un bar, solo porque sí.
—No es un bar cualquiera. Es un bar de Japón. Espera y verás.
—¡¿Japón?! —Me emocioné al instante.
La banda tocó dos canciones más y yo seguía sin descubrir qué tramaba Erik, aunque la música era muy buena y varias veces me ganó la emoción y comencé a moverme al ritmo de las canciones.
De pronto empecé a notar algo familiar en el bar. Un personaje de cabello negro recogido en un moño que se me hacía conocido, se plantó en el escenario para anunciar a la próxima banda. Me quedé petrificada al escuchar el nombre.
Me cubrí la boca con la mano para disimular la emoción cuando la puerta levadiza subió para volver a mostrar la tarima, pero esta vez con cuatro chicos: Un rubio fornido de cabello corto ocupaba el asiento de la batería; otro de expresión más jovial con el cabello recogido en una coleta sostenía un bajo eléctrico; un trigueño se aferraba a una guitarra; y en el centro, de pie frente al micrófono, se alistaba un chico tímido de cabello rojo.
—¡No puedo creerlo! ¡Estoy soñando! ¡Esto es...!
Me giré para ver a Erik y me sorprendió comprobar que él no miraba a la banda, sino a mí.
—¿Te... gusta? —preguntó revolviéndose el cabello.
—¡¿Qué si me gusta?! ¡¡Me encanta y me quedo corta!!
Los acordes de Fuyu No Hanashi comenzaron a sonar y cuando el chico pelirrojo dejó salir su melodiosa voz sentí un estremecimiento en todo el cuerpo.
Cómo no me iba a gustar. Given fue uno de los primeros mangas que leí y la escena en la que Mafuyu cantaba su canción me había hecho fangirlear como loca.
Verla ahora de esta forma, yo aquí, a solo unos pasos de ellos, hacía que las emociones revivieran con más intensidad.
Tarareaba la canción en japonés pero tenía la letra en español en un lugar privilegiado de mi memoria:
Heladas lágrimas de amor
El cielo fue quien las heló
De a poco empiezan a caer
Y junto a mí las puedo ver
Había alguien junto a mí
Y simplemente lo perdí
No hay nada más, la historia es así.
Balanceé un brazo en el aire y con la mano libre busqué la de Erik para entrelazar nuestros dedos.
Estaba siendo arrastrada por un torbellino de emociones que me hacían olvidar todo lo demás. Me sentía plena, alegre, triste, nostálgica, extasiada, y todo al mismo tiempo.
La música llegó a un clímax y las exclamaciones del público se sintonizaron con las mías. Era como si lo estuviera viendo todo por primera vez y estuve a punto de volver a llorar.
Sonreí al recordar que este había sido el manga que le había recomendado a Erik aquel día en la sala de videojuegos. No pude evitar mirarlo y dedicarle una sonrisa de agradecimiento.
La voz del pelirrojo murió al final de la canción y el sonido de los instrumentos resistió un poco más hasta la última vibración de la cuerda de la guitarra.
Hubo un silencio absoluto que enseguida fue sustituido por una ovación de aplausos, a la que yo me uní encantada y dando saltos de euforia.
El chico pelirrojo abandonó el escenario y el trigueño fue tras él. Suspiré. Sabía muy bien lo que sucedería allí detrás.
—¿Quieres ir a un lugar más tranquilo? —me propuso Erik susurrándome al oído y yo me llevé la mano a la nariz solo por precaución.
—Sí, vamos.
Los chicos de Given comenzaban a tocar un solo instrumental cuando las sombras cubrieron el local.
Todo se volvió negro, como si de pronto alguien hubiese apagado la luz. Mi corazón todavía estaba frenético cuando el mundo se pintó de colores más realistas. Mis ojos demoraron en adaptarse a la claridad. Comprobé mis manos, y en efecto, volvían a ser las mías. Pero aún no habíamos regresado.
Giré sobre mis pies para no perderme ni un solo detalle de este nuevo lugar. Estaba en el interior de un templo circular con enormes columnas. A lo lejos había un lago revuelto por la lluvia y el pasto mojado lucía aún más verde. El corazón me latió con más fuerza.
—¿Reconoces esto?
Erik también había vuelto a ser él, aunque su piel lucía mucho más tersa y no había rastro de los hoyuelos, ni de un lunar en la mejilla derecha. Sí, la IA reproducía la realidad, pero también se perdía de muchas cosas.
—Creo que sí —dije en voz baja—. Pero no voy a ser yo quien lo diga.
Erik parecía un poco nervioso, o tal vez era mi imaginación.
—Aquí es donde Darcy le confesó lo que sentía a Elizabeth Bennet, al menos en la película porque no me he leído el libro —confirmó lo que yo ya sabía.
Un cosquilleo me recorrió el estómago al imaginarme a Erik declarándose como el Darcy de la película de Orgullo y prejuicio; en este templo monóptero, con un romántico paisaje gris lluvioso a nuestro alrededor. La escena era mi favorita de la película. El sonido de la lluvia me calmaba un poco.
Lo vi respirar hondo antes de decir más para sí mismo que para mí:
—Okey, aquí voy... —carraspeó—. Claudia...
Lo miré con los ojos desorbitados.
—Espera, ¿qué vas a hacer?
—Algo muy cursi.
Una sensación cálida disipó un poco el nerviosismo.
—Me gustan las cosas cursis —confesé mirándolo a los ojos.
—Lo sé. Así que... —Tomó aire para volver a empezar en un tono más serio—: Claudia... —Pero se detuvo a mitad y miró hacia otro lado sin poder reprimir una sonrisa—. Dios, no sé por qué de pronto me agarró la timidez.
Se me escapó una carcajada.
—No pasa nada, Erik —imité un tono consolador, de pronto sintiéndome más en dominio de mí misma. Estaba disfrutando de esta inversión de la balanza a mi favor—. Solo... no intentes pronunciar el Riddikulus e imaginarme en un retrete.
—Te imagino de muchas formas, Claudia, pero no precisamente en un retrete —jugueteó él y la balanza volvió a favorecerlo.
Me crucé de brazos. No iba a dejar que ganara con tanta facilidad. Había pronunciado un discurso frente a decenas de personas. Esto no podría echarme atrás.
—¿Así que esta es la "romántica" declaración de "Mister Darcy"? —Arqueé una ceja para provocarlo.
—No, no, disculpa, olvida eso. Vuelvo a empezar, una última vez.
Él movió los hombros y la cabeza para relajarse, con la típica manía de los gamers cuando se enfrentan a un nivel de mayor complejidad. La idea me hizo gracia pero apreté los labios para mantenerme seria cuando él habló, esta vez, sin interrupciones.
—Claudia, una vez te dije que me gustabas, pero no te dije cuándo empezaste a gustarme... —Ya no despegaba los ojos de mí—. Me gustaste desde ese día en el VIP de Gremiio... Tú no me miraste ni una vez, porque creo que estabas más pendiente de cuando Constantin te mandara a responder...
Aproveché que él rio para yo también hacerlo, aunque en mi caso era por la vergüenza que sentía.
—Pero yo sí te miré. —Su sonrisa se acortó un poco, aunque no desapareció del todo—. Te miré primero porque, aunque no lo creas, eras la persona más intranquila... porque tenías un tic nervioso en la pierna, porque subías y bajabas los hombros cada vez que alguien más respondía, porque mirabas con los ojos super abiertos a todo el mundo... Y me quedé mirándote por lo linda que te veías con tu pulóver rosado de fangirl... y por la manera en que engurruñabas toda la frente para pensar en algo que decir. Si te hubieras visto a ti misma como te vi yo ese día, no hubieses tenido ningún miedo en responderle a Constantin.
El corazón me latía demasiado fuerte. Sabía de los sentimientos de Erik hacía mí, pero escuchar que los manifestara de esa forma...
—Podría decir todas las cosas que fui descubriendo sobre ti por el camino y que me hacían engancharme más —continuó—. Pero la lista es larga y la batería de las gafas virtuales no dura mucho...
Su último comentario me hizo reír y consiguió que el ambiente se alivianara.
—No sé lo que vaya a pasar cuando salgamos del campamento, pero sí puedo decirte que fue un privilegio haberte conocido.
Una sensación como de levitar me recorrió el cuerpo. No sabía muy bien qué decir. Tal vez, lo primero que me viniera a la mente.
—Es la declaración más bonita que he escuchado en mi vida —la frase salió sin más, sin filtros.
—¿En serio? —Me miró asombrado.
—¿Por qué te extraña tanto?
—No sé, porque... eres una lectora. Quería hacer algo bonito para ti, como las cosas que estás acostumbrada a leer, pero es un poco difícil llegar a ese nivel.
—Pues sí, sí llegaste —dije con sinceridad, ignorando el ligero temblor de mis piernas—. Y... yo... sí te miré aquel día en Gremiio, y también el primer día cuando llegué al campamento. De hecho, te bauticé como "el chico de las converse negras".
Él me miraba como si no diera crédito a lo que escuchaba.
—Y listo, ya está —sentencié llevándome las manos detrás de la espalda—. Ya agoté todas las reservas de valentía que tenía. Podemos irnos. Necesito procesar todo esto.
Él apretó los labios para que su sonrisa no fuera tan evidente.
—O-key.
Pero antes de irnos, pasó sus dedos por mi brazo en una caricia que me hizo deshacer el nudo de mis manos detrás de la espalda, y él aprovechó para tomar una de ellas entre las suyas y llevársela a los labios para depositar en ella un casto beso.
Congelé esa imagen en mi memoria cuando las sombras volvieron a rodearnos para devolvernos a la realidad.
Una realidad que era igual de bonita que la ficción.
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