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Las heroínas también lloran🫂

   Los acordes de una bella melodía me despertaron al rayar el alba.
Me quedé un rato como una calcomanía pegada al colchón, dedicándome a escuchar las agradables notas:

    “Todos nacimos ángeles
    Nada en el reloj de culpabilidad
    Todo en el reloj de la inocencia”

La canción era de mi grupo cubano de música favorito: Buena Fe. Nunca pensé que la escucharía en este campamento. Pero era esperanzador que al menos por una vez fuéramos fans de algo que había nacido en nuestra tierra.

Los recuerdos de la noche anterior me asaltaron y volvieron a sepultarme bajo un montículo de absoluta tristeza.

  Es una suerte que la naturaleza nos haya dotado de un mecanismo tan indispensable como las lágrimas. Gracias a ellas podíamos drenar nuestras emociones negativas.

  Eché un vistazo a la habitación. Anoche cuando llegué solo estaban Melisa y Caterin, sumidas en un profundo sueño. Ahora la cabaña estaba desierta. Respiré aliviada. No me gustaba que hubiese personas a mi alrededor cuando estaba deprimida.

  Unos golpes en la puerta desbarataron mis esperanzas de una mañana solitaria.

Dudé un instante. No quería dejar pasar a nadie, pero esta habitación no era solo mía.

  Hice un esfuerzo sobrenatural para levantarme. Me miré al espejo y me tañé los ojos en un intento infructuoso de difuminar la tristeza que había en ellos.

Respiré hondo y abrí la puerta para dejar pasar un tornado.

Nora entró en la habitación sin mirarme. Se sentó en la cama frente a la mía y apuntó con el dedo hacia mi colchón invitándome a hacer lo mismo. Lo extraño era que hubiese tocado la puerta para entrar.

—Nora, de verdad, no tengo ganas de…

—Por favor, solo… escúchame un segundo —me interrumpió.

  No sé si fue la falta de energía para oponer resistencia, o porque algo en su tono me parecía diferente, que no pude evitar hacer lo que me decía.

  Nora guardó silencio. Otra acción inusual en ella.
Se mordió el labio inferior mientras negaba con la cabeza, como respondiéndose una duda interna.

—Estoy cansada de que las personas no valoren lo afortunadas que son — sentenció.

La miré extrañada. ¿Se refería a mí?

—No entiendo a qué viene eso.

—Estoy hablando de ti —En sus ojos había reproche... y algo más.

—Bueno y según tú, ¿qué es lo que no valoro? —pregunté con un tono cortante, porque realmente no tenía ánimos para un sermón.

  En respuesta, ella sacó su teléfono del bolsillo, buscó algo en él mientras yo pensaba en mil posibilidades que pudiesen explicar su actitud y me mostró la pantalla.

—Dime, ¿qué ves en la foto?

   Era un momento captado en cámara de nuestra graduación. Nora y yo ocupábamos el centro de la imagen, sonriendo. A mi lado, mis padres lucían orgullosos, y a la derecha de Nora, su tía mostraba una expresión de regocijo por el éxito de su sobrina.

—Esa es de hace un mes. Es el día de nuestra graduación —respondí sin lograr ver a dónde quería llegar.

—¿Ves… ves a mi madre ahí? —preguntó con un inusual titubeo en la voz.
Comencé a entender.

—No.

  En los terribles meses de exámenes en la Universidad, adoraba pasarme las tardes de estudio en casa de Rosa, la tía de Nora, porque siempre teníamos garantizado un plato de timbitas de guayaba y queso. Ella decía que el latín se nos colaría más con un poco de azúcar. Es una señora muy amable y tan extrovertida como Nora. Suponía que era algo congénito, y que la madre de mi amiga debía de ser igual, pero era imposible saberlo porque Nora rara vez hablaba de ella. Y cuando yo le preguntaba al respecto, ella solo cambiaba de tema.

—Eso es porque a mi madre no le importaba ver a su hija graduarse —dijo ella con una expresión en apariencia inmutable, aunque pude percibir un ligero temblor en su labio—. Tampoco está en las fotos de la graduación del preuniversitario, ni en la de la secundaria… ni siquiera cuando me pusieron la pañoleta en la primaria. Ella nunca estuvo. Siempre fue un… fantasma.

  Bajó la vista a sus manos, probablemente en un intento de que sus párpados fueran la cortina que ocultara la tristeza que comenzaba a acumularse debajo.

—Tú das por hecho el cariño de tu madre, Claudia, pero yo, que nunca me he sentido querida por la mía, no sabes cuánto he deseado aunque sea un abrazo suyo. —Su voz ya no era la de mi amiga, la de esa heroína fuerte y segura de sí misma a la que siempre había admirado—. Créeme, si hay algo peor que tener una madre sobreprotectora, es tener una madre que ni siquiera se preocupe por saber... si comiste, si te sientes bien, qué te gusta, qué no te gusta...

Me quedé en blanco. No supe qué contestar.

—Tu madre podrá tener un montón de defectos —Respiró hondo. Se veía que estaba haciendo esfuerzos sobrehumanos por no desmoronarse—. Puede que te sobreproteja, y puede que esa sea la razón por la que te cuesta defenderte de los demás: Porque ella siempre ha sido como tu escudo. Y eso también es malo, lo sé. Pero al menos ella se preocupa por ti, y tú ni siquiera sabes lo afortunada que eres por eso.

Hablaba apresuradamente, como queriendo desprenderse de una enorme carga.

—Tú siempre me has dicho que soy fuerte y que me tienes envidia sana por eso. Eso es porque nunca nadie me defendió… y tuve que ser yo mi propio escudo. Pero… aunque por fuera nadie lo note… por dentro estoy llena de abolladuras.

   "Una sonrisa ácida". Había visto escrita esa expresión en los libros muchas veces pero nunca había entendido el verdadero estado del alma que había detrás. Mi amiga era muy fuerte. Mostraba una sonrisa allí donde fuera y engañaba a todos con una imagen de autoconfianza y perfección. Aún ahora me sonreía, mientras hablaba de una madre que no la quería.

    Fue uno de los momentos más impotentes de mi vida. Quería abrazarla  y darle los besos que le habían faltado, decirle que nunca más estaría sola; pero en su lugar me quedé petrificada, viendo como mi amiga, cuya seguridad siempre había envidiado, se desmoronaba frente a mí.

—Otros jóvenes quieren ser adultos para irse de casa y ser independientes —dijo con la sonrisa más falsa—. En cambio yo, sueño con el día en que pueda volver a ella… Y no hay un solo cumpleaños, en que no haya soplado las velitas deseando que mi madre me pida que vuelva.

  Deshice el hechizo que me mantenía inmóvil, me senté a su lado y la rodeé con mis brazos, formando un escudo en torno a ella. Me hubiese gustado conocer esta faceta de mi amiga antes. Hubiese querido protegerla, como ella había hecho conmigo todo este tiempo.

  Lo que las grandes historias no nos contaban es que las superheroínas también tenían malos días, también lloraban, y también sufrían el desamor de sus seres queridos.

—Por favor, arregla las cosas con tu madre —decía ella en mi hombro y pude notar agua en su voz—. Al menos ustedes tienen algo que reparar.

 
                               >>>

  Corrí. Corrí hasta la recepción a toda prisa, temiendo que fuera demasiado tarde.

Al atravesar el umbral, supe que mis temores se habían hecho realidad.
La recepcionista me dirigió un gesto de pena.

—Tus padres ya se fueron —dijo con voz cansada—. Pero ella dejó esto para ti.

Contuve la respiración y tomé el pequeño papel envuelto de su mesa. Reconocí al instante la caligrafía de mi madre.

—Gracias —le sonreí con alivio a la señora Rochester.

  Ella me devolvió una cariñosa expresión arrugada. Se sabía mi cara de memoria porque yo había venido aquí casi todas las noches para hablar con mi madre.

—Por cierto, cariño, ¿qué pasó esta semana que no...? —Hizo una insinuante señal a un punto de la recepción.

—Ah, es que estuve muy ocupada. Pero volveré a estar por aquí toda esta semana.

Me di media vuelta para salir y casi tropecé con la persona que había entrado a la recepción. Mi estómago se encogió cuando vi de quién se trataba.

  Vestida de rosa y con sus odiosos tacones a juego, Piedad, la líder de los antifandoms, me miraba como a un miserable insecto.

  Pensé que me diría algo pero no lo hizo, y yo no esperé a que se le ocurriera.

  Salí como un rayo de la recepción para ir a mi sitio favorito del campamento.

                              >>> 
    
  No hacía falta que me impulsara con los pies, porque el viento se encargaba de mecer el “columpio de Naruto”.
Mis manos retenían el papel. Era la cuarta vez que leía la nota.

    “Claudia,
  He estado dándole vueltas a nuestra conversación desde que te fuiste anoche. Perdóname. He cometido muchos errores. No reconocer que ya eres una adulta que puede valerse por sí misma ha sido uno de los peores. Quise protegerte de todo aquello que podía hacerte daño, sin darme cuenta de que el peor daño lo estabas recibiendo de mí. Ni siquiera me he tomado el tiempo de contemplar lo mucho que has crecido y madurado.

  No te mentiré. Será difícil para mí adaptarme a la idea de que ya no eres mi niña pequeña. Pero lo intentaré con todas mis fuerzas. Espero que puedas perdonarme.

  PD: Aliméntate bien y duerme bien”

  Sonreí al releer la posdata.

   Ser madre es algo… intimidante. Si yo fuera una, estoy segura de que intentaría defender a mis hijos de todos los peligros. Pero ¿cómo saber que ha llegado la hora de dejar que sean ellos quienes lo hagan por su cuenta? En la naturaleza, los animales lo tienen muy claro. Las aves abandonan a sus pichones justo después de enseñarlos a volar. Pero no es tan fácil para nosotros.

  Mi madre no era la villana de esta historia. Era un personaje complejo. No teníamos la relación perfecta, pero siendo realista, ¿quién la tenía?

   Volví a la recepción esa noche y marqué el número de mi casa.

   La voz de mi madre al otro lado me reconfortó. Hablamos durante dos horas y ella me pidió perdón tres veces más y yo le dije que la quería otras cuatro.

   De la vieja grabadora de la Señora Rochester salía la bella melodía de Let it be de The Beatles. Recordé los tiempos en que mi madre cantaba la canción a todo pulmón cuando limpiaba la casa, y recordé también la expresión de felicidad de mi padre a través del retrovisor cuando los acordes de esa melodía llenaban el carro. Cuando salí de la recepción, mis ojos se posaron en la bandera con el corazón negro latiendo en el centro de la tela blanca. Sonreí al percatarme de algo. Mis padres también habían sido fans en su juventud.

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