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La verdad sobre Erik🎮


—Holaaa, ¿cómo te fue en la cita?

—¿Avanzaron mucho en la lectura?

—¿Te hizo alguna “propuesta indecente”?

—No, no, a lo importante: ¿Besa bien?

Fue el bombardeo de preguntas que recibí nada más llegar al gran comedor después de que se me quedaran pegadas las sábanas. Curiosamente, pensé que al entrar a la cabaña tan tarde anoche, las chicas estarían aún despiertas, listas para sonsacarme toda la información, pero no. El sueño las había vencido antes, incluso a Nora.

—Solo… leímos. —Les desbaraté los castillos en el aire.

—¿Y ya? —inquirió Nora elevando una ceja.

—Ey, Nora —Caterin se giró hacia ella—, estás desvalorizando el noble acto de la lectura.

—Caty tiene razón —aprobó Melisa dejando reposar su cara en la palma de la mano con un ligero desánimo—. Leer en pareja debe de ser una de las cosas más románticas que existen.

—¡Oye, par de aguafiestas, que yo lo único que quería era saber detalles jugosos sobre la cita, nada más! —Nora se cruzó de brazos.

  Por suerte las preguntas indiscretas cesaron tras la llegada del chico rollizo y asustadizo de nuestro autobús, el cual supe por Nora que se llamaba Otto.

Hubiese pasado desapercibido de no ser por la enorme montaña de papeles que apenas lograba sostener con sus manos. Cuando llegó al centro del salón anunció con voz temblorosa:

—¡Re...reporte de media semana de Lady Whistledown!

La mitad de los comensales se puso en pie para tomar un ejemplar. Algunos solo se limitaron a esperar con paciencia para recibir el suyo. Nora pertenecía al primer grupo, de los que casi arrebató tres folletos de las manos de Otto.

—¡Qué raro! —notó Melisa—. Los artículos de Lady Whistledown siempre se publican a principios de semana, en El Taciturno.

—A lo mejor nos da una explicación en este —supuso Vanesa recibiendo uno de las manos de Nora.

En efecto, “la escritora” revelaba sus razones en esta nueva publicación.

—¡La generación encontrada! —exclamó Melisa sin despegar los ojos del papel—. Me gusta como suena.

—A ver, no me funen, ¿ok? —advirtió Caterin—. Pero yo sí creo que esta generación es “un poco bastante” sensible y que se molesta por la más mínima cosita.

—Es verdad, pero… también creo que somos más que eso —repuso Vanesa—. Y mucha gente solo quiere señalar nuestros defectos.

—Igual yo no estoy de acuerdo con que nos traten como si fuéramos una piña, o una masa compacta y uniforme, en la que todo el mundo piensa y actúa de la misma manera. —dijo Nora—. Yo creo que es a eso a lo que se refería la escritora con "generación encontrada".  A que hemos aprendido a reconocer que todos somos diferentes y que no nos ajustamos a ningún molde... como el que nos quieren imponer esos podridos antifandoms, por ejemplo.

  Mi comentario al respecto quedó en el aire porque alguien intentó llamar mi atención con unos toquecitos en mi hombro. Me giré para encontrarme con los ojos de cervatillo asustadizo de Otto.

—Disculpa, ¿eres tú Claudia... Ramírez?

Mi estómago se contrajo. Un déjà vu me hizo evocar el recuerdo de la visita de mis padres al campamento.

—Sssí —dije conteniendo la respiración.

—La directora quiere hablar contigo.

                                                 
  Mi mente era asediada por cientos de posibilidades: ¿Se habrá enterado del desafío de Piedad? ¿Sabrá de mi cita con su hijo? ¿Querrá tener una incómoda conversación entre supuesta suegra y no confirmada nuera?

  Cuando estuve a solo unos pasos de la entrada de su despacho me percaté de que la puerta estaba entreabierta y del interior salían unas voces femeninas. Reconocí el horrible sonido que había aparecido en mis pesadillas en los últimos días.

—¡¿… consciente de lo que estás haciendo?! —decía Piedad en un tono exaltado—. Estás frustrando el futuro de miles de jóvenes, incluyendo el de tu propio hijo…

—Mi hijo, como el resto de esos jóvenes, tiene todo el derecho a decidir sobre su futuro. —La voz de la directora sonaba más contenida—. Nadie los obliga a venir a este campamento; sin embargo, es usted quien trata de imponerles su voluntad.  

Hubo un silencio.

Me sentía como la chismosa ama de llaves de las telenovelas mexicanas.

—Veo que no estás dispuesta... —No pude entender el resto porque el gato de Cheshire habló más bajo, pero podía imaginarme cómo seguía la oración.

—Veo que usted tampoco —replicó la directora.

Supe que la conversación había concluido porque unos zapatos de tacón repiquetearon hasta la entrada.
Me alejé lo que más pude de la puerta y simulé que recién acababa de llegar.

—Ah, buen día... ¿Claudia, no? —Piedad me dedicó un falso saludo—. ¿Preparada para dar tu discurso?

No respondí. Me limité a mirarla fijamente a los ojos, ignorando el latido acelerado de mi corazón y por un momento, la artificial sonrisa se borró de su rostro surcado de arrugas.

—Te deseo la mayor de las suertes —dijo de la manera más hipócrita posible—. No todos tienen la valentía de pararse frente a tantas personas y pronunciar un discurso. Porque... si fallas, quedará plasmado en la memoria de todos los campistas. —La sonrisa sádica volvió a su rostro—. Nos vemos en cuatro días, entonces.

  Más que intimidarme, el hecho de que Piedad estuviera tan segura de su victoria ya me producía una extraña sensación de rabia e impotencia.
Estaba cansada de ser tan predecible; de que todos supieran exactamente lo que yo haría mucho antes de hacerlo.

  Ella hizo un ademán de marcharse pero se detuvo cuando reparó en algo pegado a la fachada del despacho de la directora.

—Lady Whistledown —dijo como si estuviese hablando para ella—. Un poco pretencioso el artículo de esta semana, ¿no crees?

Me quedé helada. ¿Por qué me estaba preguntando eso?

—No lo he leído todavía —mentí.

Me arrojó una última sonrisa de gato de Cheshire y se alejó, dejándome aún más confundida.

  ¿Fue un comentario soltado al azar o...? No. Me quité la idea paranoica de la cabeza. No podía ser.

  Di unos golpecitos en la puerta y la voz de la directora me incitó a seguir adelante.

Retuve el aire en mis pulmones como si me fuera a sumergir en una piscina y me interné en la cabaña.

  Además de esta, solo había estado una vez en el despacho de la directora. La noche de la expulsión de "el innombrable". Aparté el recuerdo de mi mente.

  La habitación era pequeña y pulcramente organizada. Unos estantes saturados de libros y un escritorio ocupaban gran parte del espacio. El póster de Dragon Ball adornaba una de las paredes.

—¡Claudia! ¿Cómo estás?

  Para mi desconcierto, ella sacó su silla de detrás del buró y la puso a un costado de la mesa, incitándome a hacer lo mismo con la otra, frente a ella. De ese modo no había nada que se interpusiera entre nosotras.

  Hice lo que me pedía pero ni siquiera me atreví a recostar la espalda al asiento. Ella lo notó y me dedicó una tranquilizadora sonrisa.

—¿Y esa rigidez? Esto no es un interrogatorio.

  Al menos eso fue suficiente para que mis hombros se relajaran, solo un poco.

  Miré la hermosa figurita que había en la mesa a nuestro lado. La primera vez que estuve aquí también me llamó la atención. Era una diminuta niña leyendo un libro rodeada de mariposas. Aunque creía recordar que la muñequita estaba dentro de una esfera de cristal, de esas que cuando las removías se dispersaba la purpurina asentada en el fondo.

La directora siguió la dirección de mi mirada porque agregó:

—¿Bonita, cierto? Es una pena. Hace como unas noches se me cayó y se rompió la bola de cristal. Pero decidí dejarla ahí porque se ve igual de bonita.

Ella respiró hondo y asumió la actitud de un cambio de tema.

—Supe que... Piedad te propuso hacer un discurso.

Así que era eso.

—Sí, así es —confirmé un poco aliviada.

—No tienes que hacerlo —Su modo de hablar era serio pero dulce—. No creo que ni todos los discursos del mundo puedan siquiera hacer dudar a Piedad. Ella no descansará hasta que las puertas de este campamento estén cerradas para siempre. 
 
Guardé silencio. Me entristecía que, fuese cual fuese mi decisión, nada cambiaría. Pero al mismo tiempo, la presión sobre mis hombros desapareció un poco. Cuando peleabas con todas las apuestas en tu contra, la idea de la derrota no asustaba tanto.

—No obstante… —añadió—, si aún quisieras dar ese discurso, yo te voy a apoyar en lo que necesites. No te voy a dejar sola. —Un fugaz destello cruzó sus ojos y me hizo pensar que, pese a todo, aún no había perdido las esperanzas.

—Gracias.

  Ni siquiera me había exigido una respuesta ahora. Por el contrario, cambió de tema.

—Pero… no es de eso de lo que quiero hablarte.

Tragué en seco. Lo peor no había pasado.

—Sé que es una falta de tacto de mi parte tocar este tema ahora, pero no había tenido ocasión de hacerlo.

Me removí incómoda en mi asiento y ella prosiguió.

—Es sobre Travis —Solo escuchar el nombre me provocó un escalofrío—. No había podido pedirte disculpas, hasta ahora.

¿Disculpas? ¿Por qué? La directora ni siquiera sabía lo que en verdad había tratado de hacerme Travis. Aquella noche yo le había mentido.

—Pero… usted de no es responsable de eso. —Aún se me hacía difícil abordar el tema.

—Tal vez no de manera directa, pero sí cometí un error. —Había una sombra en su rostro mientras hablaba—. Nunca debí haber aceptado a ese muchacho en este campamento... sabiendo todo lo que le hizo a mi hijo Erik.

  ¿Erik? ¿Qué relación tenía él con Travis? Melisa me había dicho que ambos habían tenido sus desacuerdos, pero no me había contado los detalles.

—Verás… yo… pequé de ingenua al creer que la presencia de Travis en el campamento haría que mi hijo acabara reconciliándose con su pasado… pero solo conseguí provocarle más dolor, y provocártelo a ti también.

¿Más... dolor?

   Una chica. Fue la primera razón que vino a mi mente para explicar lo que había sucedido entre ambos.

—Ya has tenido la oportunidad de conocer a mi hijo, Claudia, y sabrás que es un muchacho sin ninguna malicia...

No sabía ni qué cara ponerle. Mi mente no dejaba de completar ese "conocer a mi hijo" con "y otras cosas".

—Cuando pequeño también era así —continuó su relato—. Pero hubo un período en el que él comenzó a hacerle rechazo a la escuela. Prefería quedarse en casa jugando videojuegos o viendo series anime. Decía que le gustaban más los personajes que la gente real. Al principio pensé que era un mero acto de rebeldía de un niño, pero después supe que no era así.

<<Él nunca me comentó nada, pero yo me dediqué a indagar sin que él lo supiera. Y lo averigüé. —Hizo una pausa y después continuó—. Había tres muchachos, de menos edad, que se dedicaban a hacerle bromas horribles. Erik era mayor que ellos, pero era tan noble y tranquilo en aquel tiempo que apenas podía defenderse. Y tampoco tenía amigos, nadie de su edad en quien encontrar apoyo, ni nadie con quien hablar de las cosas que le gustaban. Estaba solo.

  El pecho se me encogió. Me costaba creer que detrás de esa cálida sonrisa que tanto yo adoraba, hubiese una infancia solitaria y triste.

—Mi hijo... fue la razón por la que creé este campamento —declaró la directora—. Para que él, y otras personas que estaban en la misma situación, no se sintieran tan solos.

  Suspiré. En efecto, el campamento había logrado su cometido.
Pero, aún no sabía cuál era la relación con Travis.
Ya sabía de quién había heredado Erik sus habilidades para leer las mentes, porque la directora no tardó en agregar:

  —Uno de esos tres chicos era Travis —Hizo un mohín con los labios y fijó la vista en sus manos—. Pensé que Erik podría perdonarlo y sanar las viejas heridas. Y pensé que ese muchacho había madurado, o que su relación con una joven tan buena como Melisa lo había convertido en una mejor persona. Pero me equivoqué.

   Extendió su brazo con la palma hacia arriba, invitándome a colocar sobre ella la mía. Cuando lo hice, experimenté una reconfortante calidez.

—No sé con certeza lo que sucedió aquel día, pero no te voy a presionar para que me lo cuentes, Claudia. Lo que sí quiero... es que sepas que puedes contar conmigo, como una aliada, para lo que quieras.

Suspiré. Tenía razón. No quería hablar de eso. No todavía. Y agradecí que ella no me intentara hacer hablar.

—Se lo agradezco, directora.

Se hizo un prolongado silencio que ella rompió:

—¿Hay… algo más que te preocupe?

  La verdad es que sí lo había. Y no conocía a nadie mejor para comentarle mis inseguridades sobre el tema.

—Es que… no tiene nada que ver con lo anterior.

—Está bien, puedes contarme y preguntarme lo que quieras.

—Es que tengo miedo... no es exactamente miedo, pero es como una pequeña angustia... por despertarme una mañana... y comenzar a pensar como los antifandoms.

Ella sonrió y reconocí en ese gesto a su hijo:

—Créeme, tú nunca pensarás como ellos. Para hacerlo tendrías que empezar a hacer una dieta de limones rancios todas las mañanas.

  El comentario me hizo reír. Ella tomó nuevamente la palabra:

—¿Sabes por qué siempre dejo hablar a los antifandoms?

Negué con la cabeza.

—Soy la directora del campamento. Bien podría negarles la palabra e incluso impedirles la entrada. Pero no lo hago, porque quiero que los jóvenes aprendan a escuchar una opinión distinta. Porque el respeto hacia los demás no tiene nada que ver con cuán fan eres de algo; tiene que ver con educación, con empatía, con saber dónde están los límites y comprender cuándo puedes herir los sentimientos de otra persona.

<<Los antifandoms están apuntando a una causa errada —continuó—. No es el fanatismo lo que hace que los jóvenes se insulten unos a otros en las redes sociales, sino la falta de una buena educación desde sus hogares, que les impide entender que detrás de una foto de perfil hay una persona que siente y padece. El fanatismo, al igual que la política, la religión, la ciencia, es un mero concepto. Son las personas las que pueden usarlo para mal, o para bien.>>

  Escuchar esas palabras de alguien tan sabio como la directora hizo que recobrara una esperanza perdida.
Había escuchado que la directora del campamento era una mujer muy inteligente. Que no solo había logrado crear este campamento sola, sino que había conseguido ser además una importante mujer de negocios de entretenimiento.

—¿Cómo lo consigue? —me animé a preguntar—. ¿Cómo logra ser empresaria y directora, y al mismo tiempo ser…?

—¿… una fangirl? —completó.

Asentí.

—Es eso lo que te preocupa entonces: ¿Dejar de ser una fangirl cuando comiences a tener responsabilidades laborales? —Ella sopesó por unos segundos antes de continuar—. Eso me recuerda a mi madre. Ella renunció a hacer todo lo que le gustaba para volcarse completamente en un trabajo que odiaba, porque creía que de esa manera tendría el dinero suficiente para poder, pasado el tiempo, comenzar a invertirlo en su felicidad. Cuando ese momento llegó, ya no tenía las energías para hacer nada.

  <<Creo que deberíamos pensar en la vida como en una balanza. —Sus ojos hicieron un breve repaso por sus estanterías para después centrarse en mí—. Las cosas materiales son importantes, pero también lo son las espirituales. Y temo que muchas personas le resten importancia a estas últimas.>>    

  <<Y si una chica tan inteligente como tú, lograra, además, convertir lo que ama en su trabajo —agregó con un guiño—, habrá descubierto la eterna fuente de la felicidad.>>

   Reflexioné sobre lo que había dicho. Recordé cómo Caterin había logrado obtener ganancias de su canal de Booktube hablando de sus libros favoritos, y cómo Erik había conseguido dedicarse a la creación de videojuegos. E incluso Melisa, que tenía un trabajo distinto, había encontrado el tiempo para escribir sus historias. ¿Por qué trabajar tendría que ser sinónimo de renunciar a lo que más amas?

—Tú eres una fangirl, Claudia —dijo con una familiar sonrisa—. Y pase lo que pase, dudo que dejes de serlo alguna vez. La joven que tengo ahora frente a mí es el resultado de todas las experiencias que ha vivido, incluso aquellas que ha vivido en los libros. Eres todos los mangas que has leído, los animes que has visto, las canciones que has escuchado, los personajes que has amado y todos los fandoms a los que has pertenecido. Renunciar a eso, sería renunciar a una parte de ti misma.

  Suspiré. Uno de esos suspiros que se llevan todo lo que llevas dentro.

—Gracias, directora, de verdad.

Esperé un segundo para decir la respuesta que tenía muy clara desde hace unas noches:

—Y en cuanto al discurso que me propuso Piedad...sí. Lo voy a hacer.

Ella hizo un asentimiento.

—Me alegra escuchar eso.

  Le eché un último vistazo a la muñequita con el libro abierto sobre la mesa. La directora tenía razón. También se veía bonita fuera de su burbuja de cristal.

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