La mejor cita literaria💘
Me gustaba bailar desde que era niña. Cuando era pequeña, mi madre ponía su casete favorito en la vieja grabadora y nos movíamos al ritmo de los éxitos de los 70's y los 80's. Sola en mi cuarto, también me encantaba ponerme los audífonos e inventar mis propias coreografías. Cuando mi padre entraba para preguntarme qué tal mi día y me veía haciendo aquellos extraños movimientos sin ningún contexto, salía con la conclusión de que "su hija se había vuelto loca".
Esta vez las suaves notas de Perfect de Ed Sheeran salían del móvil de Erik.
Él extendía su mano hacia mí.
—¿Me aceptas, Miss Bennet?
"¿Qué podía haber de malo en ello?" Había perdido la cuenta de las veces que me había hecho la misma pregunta y todo había acabado siendo, en efecto, un caos.
Pero esta noche, me sentía con un instinto irrefrenable de tentar al caos.
Reposé mi mano sobre la de él y me dejé llevar hasta el centro del café literario.
Una vez allí, rodeé su cuello con mis brazos como tantas veces había visto hacer en las películas y él hizo lo propio con mi cintura.
El espacio entre ambos era mínimo. Nos mecíamos al compás de la lenta melodía, primero torpemente y luego con más soltura. Al principio traté de evitar el contacto visual simulando que prestaba atención al movimiento de nuestros pies, pero después de un largo recorrido, mis ojos terminaron encontrándose con los suyos. Erik me dedicaba su arrebatadora sonrisa, muy consciente del efecto que tenía en mí. Y yo también sonreí para él.
Acercó sus labios a mi oído, y una pequeña descarga eléctrica se propagó por todo mi cuerpo cuando me susurró:
—¿Te acuerdas de que me habías dicho que solo te fijarías en mí si fuera el último hombre del planeta?
Asentí con extrañeza. Él despejó mi duda.
—Bueno, ahora solo estamos tú y yo, bailando sobre este planeta.
Al decirlo bajó la vista hasta nuestros pies incitándome a imitarlo y entonces entendí.
Bailábamos sobre la grandiosa pintura del mapa del mundo dibujada en el suelo.
Abrí mi boca para decir algo, pero me quedé en blanco por unos segundos.
—¡Eso es trampa! —dije pretendiendo sentirme ofendida—. No se valen las metáforas.
Él no paraba de reír.
Apreté los labios para no sonreír yo también, pero el esfuerzo fue en vano.
La canción había acabado y seguíamos moviéndonos por inercia.
Erik suspiró profundamente, con sus manos todavía asiendo mi cintura.
—Te juro que… —dijo con dificultad—, para mí es una tortura fingir que solo te quiero como una amiga.
Su declaración me tomó desprevenida. Y no sé qué fuerza del universo me motivó a declarar.
—Para mí… también.
Creo que mis frases más sinceras son las que he dicho sin pensar.
Por primera vez, retuve mis ojos fijos en los de él. Había mudado su expresión risueña por una más seria. ¡Oh no! Esto se estaba saliendo de control. Me obligué a pensar en cosas amistosas: en “los ositos cariñositos”, en “mi pequeño Pony”, en “Barny el dinosaurio amigable”; ¡en los sexis labios que estaban cada vez más cerca de los míos, y que yo no sería capaz de rechazar!
Pero la diosa del fanigirleo Cath “afortunadamente” movió sus cartas en el último segundo.
“I like big butts and cannot lie” —comenzó a salir el rap nada romántico de Sir MRix Alot desde el móvil de Erik.
Yo estallé en una sonora carcajada mientras él me miraba apenado.
—No se suponía que debía pasar eso —dijo en tono de disculpa revolviéndose el cabello, lo que hizo que luciera más adorable.
Se dispuso a cambiar la canción, pero yo lo detuve.
—Está bien —dije sonriendo—. La letra es obscena pero el ritmo es pegadizo.
Esta vez sonrió ampliamente y, tomándome la palabra, comenzó a hacer graciosos pasos de baile al ritmo de la canción.
Yo no podía controlar la risa mientras hacía mis aportes a la coreografía.
Las mejillas me dolían de tanto reír pero no quería parar. Quería quedarme en esta habitación, rodeada de miles de libros, bailando y paseándome junto a Erik por todo “el planeta”.
Era más de medianoche. La luna exhibía una sonrisa blanca, pero más brillante.
Estábamos acostados sobre las tablas del embarcadero, y nos dedicábamos a crear nuestras propias historias sobre las estrellas y las constelaciones que lográbamos conectar de manera muy random en la bóveda celeste.
—Siempre he tenido una obsesión con la luna. Siento como si… no sé… hubiese algo mágico en ella —confesé.
—¿Ahora me vas a revelar que eres una mujer lobo que se alimenta de los chicos inocentes como yo?
—¡Claro que no! —negué dándole un juguetón empujoncito en el brazo—. Ni yo soy una mujer lobo ni tú eres un chico inocente.
Él rio en respuesta.
—¿Te sabes la leyenda del Sol y la Luna sobre esta isla? —preguntó.
—Nop. Pero creo que me suena.
Él giró la cabeza para mirarme con una sonrisa burlona.
—No puede sonarte porque realmente me la inventé.
—Ah ya —murmuré—. ¿Entonces por qué me preguntaste si me la sé?
Él negó con la cabeza y volteó a ver el cielo.
—Para bonchear contigo.
—Sí, ya veo que ese se ha convertido en tu hobby. —Me crucé de brazos, pero tuve que volver a bajarlos para sostener la falda del vestido que se levantaba con la brisa nocturna—. Y bien, ¿cuál es esa leyenda que te inven...? ¿Qué haces?
Reaccioné cuando su brazo pasó por encima de mi cabeza.
—Es para que estés más cómoda. Ven. Recuesta la cabeza en mi brazo.
Lo miré entornando los ojos pero cedí, porque la verdad es que las tablas eran super incómodas, aunque no dejaba de ser bastante íntimo el contacto.
—Es una leyenda genial —emprendió el relato cuando nos hubimos acomodado mejor—. Resulta que mucho tiempo antes de que llegaran los españoles y ya sabes... se lo cogieran todo para ellos, esto era una isla donde solo había sol, y los nativos no sabían lo que era la noche. Vivían en paz y armonía en su eterno día hasta el día en que...
Hizo una pausa dramática más larga de lo normal y lo miré para presionarlo.
—¿Hasta qué...?
Sonrió satisfecho y continuó:
—Cuenta la leyenda que no fue Cristóbal Colón el primero en llegar aquí, sino una mujer… y que esa mujer era una hechicera que se encargó de traer la luna, y con ello la oscuridad absoluta.
<<La fajazón entre el líder de los nativos y la hechicera del otro continente duró una pila de años, y hubo muchas bajas en los ejércitos del sol y la luna…Pero la hechicera acabó ganando>>.
<<Y esto no acaba ahí, porque en honor a la valentía que habían demostrado los vasallos del Sol en el campo de batalla, la hechicera decidió que el día se dividiera en dos…Así los isleños se calentarían con el sol y bailarían a la luz de la luna>>.
La conclusión de su relato trajo un prolongado silencio.
—No estoy segura de querer vivir en un lugar donde no existiera la noche —reflexioné en alta voz.
—La leyenda también dice...
—Tú dices —corregí.
—Okey, yo digo... que la causa de la decisión de la hechicera fue que se enamoró de un nativo del sol… Los hijos de esa unión heredaron el don del sol y la luna... —Hizo una pausa y sentenció—: Puede que tú seas una de esas descendientes.
—Uy sí, claro —me mostré escéptica—. De todas las personas, has escogido a la que menos probabilidades tendría de serlo.
—¿Y eso por qué?
—Porque... no tengo nada de especial. Soy una chica muy normal, la verdad.
—¿Y qué? Todos los héroes lo son al principio.
—Bueno, si lo vemos desde ese punto de vista, sí, pero creo que todavía estoy a años luz de ser una heroína —lo dije con tal desaliento que no pasó desapercibido para Erik.
Él deslizó suavemente el brazo aprisionado y se incorporó sobre su costado para observarme con más detalle.
—¿Y por qué justo ahora estás tan interesada en ser una "heroína"? —quiso saber él.
Dudé de si contarle o no, pero Erik parecía sincero y sin dobles juegos. Le relaté el suceso de esta semana: nuestra conversación con Piedad y el desafío que me había impuesto.
Erik escuchó el relato hasta el final frunciendo el ceño.
—Qué raro que esa mujer te haya propuesto eso. Ella no arriesga nada a menos que esté muy segura de ganar algo.
—¡Y lo está! —Me impulsé para quedar sentada sobre las tablas, mirando a Erik desde arriba—. Es una mujer odiosamente inteligente. Solo le bastó un rápido escaneo para saber que yo no sería capaz de pronunciar un discurso delante de tanta gente… Y lo siento, pero es imposible que pueda imaginármelos a todos en retretes esta vez.
Erik sonrió.
—Oye, no te sientas presionada por eso, ¿bien? —Él imitó mi postura mirándome ahora desde la misma altura—. El mundo no se va a acabar porque decidas rechazar ese desafío.
—Lo sé, pero en el fondo... quiero hacerlo. —Di un largo suspiro—. Ya no quiero salir corriendo.
Su sonrisa se ensanchó.
—En ese caso el Riddikulus ya no servirá... —sopesó con la mano en su barbilla— ¿Y qué tal… el expecto patronum?
—¿El expecto patronum?
—Sipi, solo tienes que pensar en tu recuerdo más feliz, y eso te va a ayudar a afrontarlo. Imagínate que esa vieja de Piedad es un dementor que va a venir a succionarte el alma.
Me dio risa el comentario, pero la realidad me volvió a sacudir el estómago.
—Es que… no creo que en ese justo momento consiga recordar algo feliz.
—Entonces piensa en algo que te dé fuerzas.
Al instante recordé algo. Algo que me había ayudado durante toda mi Universidad.
—En el techo de mi cuarto, mis padres me pintaron las facciones de Divergente. Mi madre y yo habíamos visto la película y nos encantaba la facción de Osadía. Entonces… justo cuando estaba pasando por mi peor momento en la Universidad, hasta el punto en el que pensé en abandonar mi carrera… llegué una tarde a la casa y ahí estaba el dibujo de las facciones, en el techo de mi cuarto, con el fuego de Osadía en el centro, para que me diera fuerzas todas las mañanas al despertarme.
Ni siquiera miraba a Erik. Tenía mi vista fija en el lago. Pero sí lo escuché decir:
—Pues piensa en la facción de Osadía entonces. Piensa en esto como una prueba, o como un desafío.
Respiré hondo y dejé caer mi cabeza sobre el hombro de Erik. Su pecho también subió y descendió en un largo suspiro para luego apoyar su cabeza sobre la mía.
Ojalá todo fuera tan fácil como lanzar un hechizo.
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