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Call of duty🪖

—¿¿De qué ejélcito son?? —vociferó el hombre apuntando una escopeta hacia nosotras.

Estábamos tan paralizadas por el miedo que no atinábamos a articular palabra.

—¿Son sorda’ o qué? Dije ¿de qué ejélcito son? —repitió aún más alto. 

—¡No… sssomos de ningún ejército! —logró decir Nora tartamudeando por primera vez en su vida—. Somos… del campamento de fans… que está a unos kilómetros de aquí.

  El hombre pareció relajarse y hasta bajó su escopeta.

—¡Ah ya! ¡Son de ese campamento! —Su tono de voz había descendido—. Sí, sí, me debí d’ haber imigina’o que no eran de ningún ejélcito, ya que toda’ son mujere’.

—¡¿Perdona?! —saltó Nora, que al parecer ya se sentía más valiente—. ¿Qué tiene que ver que seamos muje…?

—¡Nora! —la interrumpí apretando los dientes y elevando las cejas. Ese no era el momento para feminismos.

Por suerte, acató mi velada orden.

—¿Y entonce’ qué fueron eso’ dijparo’ que ejcuché?

—Es que estamos recreando un videojuego de guerra —explicó Caterin todavía visiblemente nerviosa.

El hombre pareció satisfecho con la respuesta y nos invitó a sentarnos.
                            

  Un segundo estábamos siendo apuntadas con una escopeta y al siguiente estábamos tomando café amarguísimo, de la manera más civilizada.

  El líquido oscuro se removía dentro de mi taza, probablemente por mis manos que no paraban de temblar.

Había un silencio de ultratumba. El individuo, que debía de tener más de 70 años, saltaba de un rostro a otro, evaluándonos. Nora fue la primera en romper el silencio.

—Entonces, ¿la casa no está embrujada?

—¿Embrujá? —Miró con incredulidad a mi amiga antes de soltar una risa estrambótica—. ¡Qué embrujá ni embrujá! Eso ej un cuento, niña.

—Ya veo —asintió Nora—. Y ¿cómo consigue el café? Vi que los terrenos de por aquí son bastante infértiles.

Vanesa y yo nos miramos. Su cara de perplejidad debía de ser un reflejo de la mía. Cómo podía Nora tener una conversación tan casual con un hombre que había estado a punto de enviarnos a la otra vida para después enterrar nuestros cuerpos bajo los “terrenos infértiles”.

—La directora del campamento —respondió con calma el sujeto sorbiendo la última gota de café—. Ella ej la que me manda pa’cá los suministro’.

Dimos un respingo al oír la mención a la directora.

—¿La directora lo provee a usted? ¿Por qué? —se atrevió a preguntar Melisa.

—Por la in…inde… —Fruncía el ceño tratando de recordar la palabra, hasta que se rindió dando un golpe en la mesa que nos hizo dar un saltito—. ¡Chico! ¿Cómo se dice cuando alguien le da algo a alguien por algo que le quitó?

—¿Indemnización? —sugirió Nora.

—¡Eso mismo ej! —Golpeó otra vez la mesa—. ¡In-de-ni-zación!

—¿Y por qué la directora lo indemnizaría a usted? —preguntó Caterin.

—¡¿Cómo que po’qué?! —bufó—. Por el campamento del diablo ese. —Y al notar nuestras caras de desconcierto explicó—: Ante’,  mucho ante’ de que ustede’ nacieran, ahí lo que había era una unidámilital. Y esto que ustede’ ven que no tiene ni yerba ni árbole’ era donde se peleaba, con to’ lo que hubiera, con machete, con ejcopeta, con rifle. ¡Qué bueno’ tiempo’ aquello’. —En sus ojos opacos aparecía un destello cuando hablaba del pasado.— No como ahora. Lo’ jóvene’ de ahora son uno’ vago’. No le’ interesa pelear, na’má que quieren estar en el aparatico ese: el celular. La generación de ahora está perdí’a.

—Nuestra generación no está perdida —le rebatió Nora—. Solo que hemos elegido la paz en lugar de la guerra. Y las batallas y las peleas, como usted dice, las hemos dejado para los videojuegos, donde no puedan hacer daño real a ninguna persona, ni a la naturaleza.

—¡Baj! —resopló él—. Ustede lo’ jóvene’ son muy blando’.

—Bueno todo este debate reflexivo sobre las generaciones es muy bonito —atajó Caterin—. Pero todavía no nos dice el porqué de la supuesta indemnización.

Po’que cuando se acabó la guerra —relató—, a los escombatiente’, a los que luchamo’ por la libertá’ de este país, nos mandaron pa’ la capital a viví’. Pero a mí no me gustó aquello. Yo no tengo na’ que ver con ese mundo. Así que, despuéd’un tiempo, vine pa’cá de nuevo. Pero ya no había aquí una unidá’ milital. Había un campamento de “fan no sé qué cosa”. Entonce’ la directora me dejó viví’ en esta casa, y me da to’ lo que me hace falta pa’ viví’.

—A ver si entendí, ¿la directora te dejó vivir en esta casa como pago por haber demolido la unidad militar y haber construido el campamento de fans en su lugar? —quiso confirmar Nora.

—¡Así mijmo ej! —corroboró moviendo el índice—. ¡Tú erej muy inteligente! ¡A pesá’ de que seas mujé’!

Nora quiso rebatirle el comentario misógino pero yo le propiné un puntapié con disimulo.

—¿Y por qué no visita alguna vez nuestro campamento?

Todas miramos asombradas a Melisa, que había hecho la invitación.
El hombre también la miró sorprendido.

—Hay una sala de videojuegos en la que puede revivir la guerra a través de una simulación.

—¿Simula qué…? —Entrecerró los ojos—. No’mbre no. Yo no sé usá’ esa’ cosa’ rara que usan ustede’.  Óiganme, ustede’ viven como en otro planeta, fuera de la realidá’. Así ¿cómo van a cuidá a sus hijo’ cuando los tengan?

—Mis hijos estarán felices de tener una madre tan divertida como yo —contrastó Nora—. Y en cuanto a lo de vivir fuera de la realidad… Creo que todas las personas, cual sea su edad, deberían tener un poco de fantasía en sus vidas. De lo contrario, se convertirían en seres amargados… como este café —dijo con malicia señalando su taza vacía.

     De pronto, unas detonaciones afuera hicieron que a Melisa se le cayera la taza de las manos.

—Si quieren yo le doy un sujto a esos d' allá fuera —nos propuso él señalando su escopeta.

—No, tranquilo —rechazó Nora—. Vamos a resolver esto a nuestro modo.

—¿Tienes algún plan? —preguntó Caterin con rostro de preocupación.

—Shh, silencio, estoy pensando —Nora se masajeaba la sien.

—A mí... se me ocurre algo.

Todas miramos a Vanesa.

—Pero cuéntalo, mujer —la animó Nora.

—Bueno… —Vanesa se mordió el labio—. Ellos no saben que esta casa no está embrujada. Podemos usarlo a nuestro favor.
                            

  Siguiendo el plan de Vanesa, observábamos los movimientos del otro pelotón a través de una pequeña rendija de una de las ventanas.

  Se estaban acercando con extrema cautela a la casa. Era obvio que estaban tan aterrorizados como nosotras al principio. Solo cuando estuvieron a unos pocos pasos de la entrada, comenzamos a golpear las ventanas con las palmas de las manos. Nora, procurando mantenerse oculta, abría y cerraba la puerta. Vista desde fuera, y desconociendo lo que sucedía dentro, daba la impresión de que la casa estaba poseída. La reacción de los muchachos fue la esperada.

—¡¡¡Ay Dio!!!

—¡¡¡Ping...tura, te dije que esto estaba turbio!!!

—¡¡¡Vámonos!!!

—¡Vamos a morir!

—¡Yo no puedo morir antes de ver el final de One Piece!

Los cinco miembros del pelotón comenzaron a correr despavoridos en la dirección contraria y Nora aprovechó la inversión de la balanza a nuestro favor para salir fuera, apuntar con su arma a la espalda de uno de los que corrían y crispar el dedo sobre el gatillo. Todo en un solo segundo. 
    
  El sonido de la “supuesta detonación” sorprendió incluso al excombatiente. Rápidamente, Nora volvió a refugiarse dentro de los muros. Se dejó caer en el piso, tratando de recuperar el ritmo normal de su respiración.

  Unos pitidos, provenientes del reloj de pulsera que le habían confiado a cada uno de los jefes de pelotón, nos sobresaltaron. En la pequeña pantalla sobre la muñeca de Nora ya no se reflejaba ningún número, sino una sola palabra:

   “WINNERS”

  Hubo unos segundos de asimilación en el que nos miramos unas a otras, como buscando en las demás un gesto de confirmación de que habíamos ganado.

Caterin fue la que le puso voz a nuestros pensamientos:

—¡GANAMOS, caramba! —gritó eufórica.

  No necesitábamos más confirmación. El éxtasis se desbordó de esas cuatro paredes.

¡HURRAAAA! Gritamos y celebramos como locas la tan inesperada victoria, excepto Nora, que aún le costaba creer que de verdad hubiésemos sido el equipo vencedor:

—¿El nuestro y el de ellos eran los últimos pelotones? —preguntó con las cejas levantadas.

—¡Pues al parecer sí! —Caterin la tomó del brazo eufórica—. ¡Así que levántate y disfruta con nosotras el dulce néctar de la victoria.

   Nunca he estado en una guerra. Y jamás quisiera estarlo. Pero asumo que la sensación de triunfo que experimentamos en esa ocasión no podía ser tan distinta a la de los soldados tras un día de victoria en el campo de batalla.

  El exmilitar, quien luego nos revelaría que su nombre era Alberto, negaba con la cabeza mientras nos observaba, y repetía una y otra vez la gastada frase de “esta generación está perdida”;  sin embargo, en su rostro se dibujaba una sonrisa sincera, y en sus ojos se reflejaba un brillo de respeto.

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