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Merida x Jack | ¿Destino?

Jack estaba sentado, deprimido, solo observando el paisaje del Polo Norte a través de la ventana. Nicholas había sido amable con él y había dejado que se quedara en su hogar. Estaría mejor rodeado de amigos.

- Los duendes hicieron galletas. –

- No gracias. –

- Los yetis preguntan por ti. –

- Estoy bien. –

Norte dejó las galletas y se sentó frente a él.

- No puedes continuar así, muchacho. Hay que avanzar, seguir adelante.-

- Norte... –

- Me preocupa que estés así por siempre... o que lo estés considerando. –

- La verdad... no tengo idea. –

El gran hombre le sonrió y colocó su mano en el hombro de Jack. Quería reconfortarlo. Que estuviera bien. 

- Un corazón roto no es el fin de tu vida, aunque duela como la muerte. –

- No me ayudes. –

- Solo quiero... -

- ¡Norte! ¡Jack! ¡Ayúdenme! –

Escucharon los gritos de Thoot por todo el Polo. De inmediato se levantaron y siguieron la voz de Hada hasta llegar al salón del globo a lado de la chimenea. Estaba con una persona encapuchado, le daba un té caliente y una manta.

- ¿Thoot? –

Volteó a verlos y sonrió un poco. No sabía como manejar la situación.

- La encontré camino al Polo Norte. La saqué de la nieve... me sorprende que haya sobrevivido al frio. –

Los dos guardianes la vieron algo confundidos y cuando la persona volteó la confusión pasó a ser sorpresa.

- Mer... ¿Merida? –

- ¡Jack! –

La pelirroja prácticamente saltó del sillón y corrió a abrazarlo.

- Dioses... te encontré. Te encontré. –

- ¿Pero qué... que pasó? ¿Cómo llegaste hasta acá? –

- Larga historia... -

Se vieron a los ojos. Jack no creyó que de nuevo tendría en frente a Merida, creyó que no volvería a verla ni esos ojos azules celeste. Norte y Hada intercambiaron miradas, habría una explicación después.

- Hada, lleva a la Princesa a un cuarto. Que se dé un baño caliente y hay algo de ropa extra en uno de los armarios. No queremos que se enferme. –

Dieron unos pasos para empezar a salir, Merida se aferró a la manta, aun así volteó y vio al gran guardián rojo.

- Mi caballo está abajo. Perdón, es que... -

- Yo le dije que lo dejara con los renos. –

Norte asintió.

- Haré que lo revisen. Seguro también tiene frio. –

- Gracias. –

Se retiraron, no sin antes Merida y Jack intercambiaran una mirada. La puerta se cerró y Jack se sentó en el suelo. Fue cuestión de un segundo; estaba tan triste por haberla perdido y de pronto estaba ahí en el Polo Norte con él.

- Esto... qué... pero qué... -

- Jack, tranquilízate. No quiero dos personas enfermas. –

Respiró profundo y trató de asimilar la situación.

- Es solo... no... ¿Qué está pasando? –

- No lo sé, Jack. –

Jack se había sentado en el suelo recargado en la pared. Su cabeza era un caos, pero sabía que quería estar con Merida. Norte se acercó y se hincó frente a él.

- El destino... funciona de maneras muy raras que jamás entenderemos. A veces solo hay que dejar de cuestionarlo y aceptar lo que te da. –

Jack no pudo evitar ver hacia la puerta donde Merida había salido.

- Destino... -

-----

Después de una larga noche, las luces del polo se apagaron y la Princesa Merida despertaba en la habitación que le habían dado.

No creía lo que había hecho, estaba demasiado sorprendida de lo que había logrado. Decidió escapar de casa en la noche de su matrimonio forzado; lo primero que pensó y que jamás salió de su mente fue buscar a Jack, aun cuando la ultima vez que se vieron lo había herido que sabía que estaría lejos y realmente lo estaba. Iba a dejarlo pasar, solo huir, pero las luces la guiaron hasta el norte. Ya estaba a salvo, lejos de su matrimonio y con suerte, estaría con Jack.

Alguien tocó la puerta y justo el peliblanco entró.

- Hola, Mer... traje algo de té y galletas. –

- Gracias. –

- ¿Cómo te sientes? –

- Bien. Solo espero no enfermarme. –

- El Polo Norte es frio, pero no es dañino, créeme. –

Sonrieron y Jack dejó la charola. No iban a mentir, se sentían incomodos; no tenían idea de que decir o como empezar. Merida fue quien tomó la iniciativa. Respiró profundamente y decidió hablar.

- Jack. Yo... yo lamento mucho lo que te hice, como te herí. Creí... que era lo mejor para mi pueblo, mi familia... incluso lo mejor para ti. Solo... solo quería cumplir con mi deber. –

Lo mas hermoso entre ellos es que podían verse por horas directamente a los ojos y jamás cansarse o sentirse incomodos, pero Jack se sintió mal al ver esos hermosos orbes azules llenos de lágrimas.

- Perdóname. Jamás debí hacer que te alejaras. Yo te dejé... te herí y soy horrible por eso. –

Estaba desahogándose, pidiendo perdón y descontrolando sus sentimientos.

- Debes... yo sé... ¡Ah, dioses!... sé que estás enojado y me odias, pero solo quería... -

- ¡Hey! No, no, no... -

Jack se acercó a ella y la sujetó del rostro. Limpió sus lagrimas con los pulgares y la acercó tanto para juntar sus frentes y sentir su respiración.

- ... yo no te odio. Jamás lo haría. Lo... lo que odiaba y lo que me molestaba era saber que estabas atrapada, que... te alejaron de mí. Pero sabía que te habías ido porque creíste que era lo mejor. –

- Si lo era... pero no pude. Y ahora mi reino tal vez caiga. –

Eso fue una sorpresa para Jack. Merida es tan valiente, una mujer fuerte y decidida. Era increíble pensar que había decidido sacrificar su vida para mantener su reino a salvo ¿Por qué ya no?

- ¿Qué cambió, Mer? ¿Por qué huiste? –

- Yo... -

- No me digas que solo fue por nosotros. No te creeré. –

Se quedó callada unos momentos, no sabía que decirle; no quería preocuparlo o alterarlo. Para ella lo único importante es que ya estaba a salvo y con Jack.

- Solo... no lo soporte ¿Sí? No quería hacerlo y no lo hice. Es todo. –

- Merida... -

Movió sus manos mas abajo, una linda caricia que bajaba al cuello y hombros de la pelirroja, pero ella dio un respingo de dolor. Jack empujó su cabello para observar que pasaba. No contaba con la furia que sentiría. Había unas marcas moradas por todo su cuello hasta la clavícula; ellos ya tenían una confianza bastante grande y personal, así que Jack bajó la blusa de la joven hasta el codo y vio aun mas moretones.

- ¿Qué... pero qué te pasó? –

- Nada, solo... -

- ¡¿Nada?! ¿Cómo que nada? Son... son marcas de dedos, Merida. ¿Qué...? –

Pero la pregunta quedó atorada en su garganta, sabía perfectamente lo que le había pasado.

- ¿Él te lastimó?

- Jack... -

- ¿Te lastimó? –

Quitó sus manos de encima y se alejó de Jack. Empezó a caminar de un lado a otro sin decirle nada, no sabía que decirle.

- Merida, tienes que... -

- Él terminó peor... créelo. Sí, me lastimó. Sí, trató de hacer más que eso. Pero créeme que lo enfrenté. Y los dioses me dieron la fuerza para tomar mi espada y hacerlo pagar por el simple hecho de levantar su mano contra mí. –

Tenía lagrimas en los ojos, pero su mirada era firme y fuerte; su postura era la de toda una guerrera. Aun así, Jack no dudó en acercarse y abrazarla.

- Todo ya pasó, Jack. Ya solo quiero estar bien, avanzar y ser feliz... contigo. –

Jack sonrió y volvió a juntar sus frentes.

- ¿Juntos? –

- Juntos. –

Ambos sonrieron y unieron sus labios para al fin besarse. Después de un largo duelo, al fin podrían estar juntos.

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3 años después

Jack volaba de regreso del norte, iba directo a la pequeña isla de Overland donde Merida lo esperaba. Su trabajo de repartir el invierno de temporada había acabado y quería volver a casa; pero cuando ya estaba sobre el bosque logró ver al majestuoso caballo Angus cabalgar con su jinete y su precioso amor, Merida.

Sonrió y a toda velocidad se dirigió a ella para alcanzarlos.

- ¡Hey, rojita! ¡Hace frio! ¡¿Qué haces en el bosque?! –

Merida le regresó la sonrisa y una mirada soberbia.

- ¡Ningún frio puede detenerme! ¡El mismo espíritu del invierno lo ha intentado! –

 El paso de Angus aceleró, Jack soltó una enorme risa y ese escenario se convirtió en una carrera.

Así terminaron la tarde, compitiendo y comiendo al aire libre del bosque. Se sentaron en una roca y observaron como poco a poco el sol descendía. Jack hizo que unos copos de nieve formaran una corona en el cabello de Merida y ella lo besó. Era la vida perfecta para los dos, lo que ambos habían deseado; una vida simple a lado de la persona que amaban.

- ¿Fuiste por provisiones al pueblo? –

- Sí, ya tengo todo para varios días. –

- Bien. Vayamos a casa entonces. Antes de que anochezca. –

Se levantaron y fueron a su hogar. La cabaña donde vivían no estaba en el pueblo, se encontraba entre el bosque, mas especifico a lado del lago de Overland. No querían relacionarse mucho con las personas, no todos podían ver a Jack y que una joven como Merida viviera sola llamaría demasiado la atención. Aun que fuera un pueblo pequeño Merida había vivido escondida todo ese tiempo y cualquier avistamiento sería peligroso. Así que solo eran ellos y la verdad, eso no les molestaba.

Llegaron y entraron a la cabaña. Ya había algo de oscuridad así que solo se guiaron con cuidado y dejaron las cosas en el suelo.

- Hay que encender la chimenea. –

- Yo compré unas velas nuevas. –

Jack dejó su cayado y se quitó su chal.

- ¿Velas?... ¿Es una idea para hoy? –

Mencionó con algo de cinismo divertido en su voz.

- Ajá... sueñas. –

- Oh vamos... hoy no nos visitarán los guardianes. –

El peliblanco se acercó a Merida y quitó su cabello del cuello y comenzó a besarla, ella sonrió y disfrutó la sensación.

- Sigue así y no cenaras... -

- ¿Y...? –

- Traje moras. –

Hizo girar a Mérida y fingió estar ofendido.

- ¿Si me detengo, no harás pay de moras? –

- Pues...-

- No es justo. –

Se rieron y Jack llenó de besos su rostro haciendo que las risas fueran más fuertes.

- Entonces... así te vez feliz. Creo que no lo hubiera logrado. –

La voz en la oscuridad hizo que se detuvieran. Jack de inmediato tomó su cayado y colocó a Merida detrás de él. El cayado comenzó a brillar y una espada de fuego se encendió, iluminando lo suficiente para que todos se vieran.

- Hola, Merida... linda noche. –

- Hipo. –

Era un intercambio de miradas bastante intenso. Hipo no dejaba de ver a Merida, se sentía orgulloso de al fin haberla encontrado. Jack lo observaba a él con odio pues sabía quién era y Merida los observaba a ambos; estaba asustada, preocupada y enojada.

- Largo de aquí. –

- No vengo por ti, blanquito. Vengo por mi esposa. –

- No es tu esposa, no es tuya... y no eres bienvenido aquí. Lárgate. –

Pero el vikingo solo sonrió. Se movió un poco por el lugar y encendió la chimenea para guardar su espada. A Jack le molestaba tanto que el vikingo se sintiera tan cómodo, ese era su lugar, su hogar con Merida. Hipo no debía estar ahí y menos feliz y cómodo.

- Entonces no te lo dijo... ¿O sí... Merida? –

Dio unos pasos firmes pero Jack la sostuvo de la cintura, no la pondría en peligro y ella enojada no pensaba bien.

- Oh, linda... ¿Secretos? ¿En serio? –

- ¡Lárgate! No tienes nada que hacer aquí ¡Largo! –

- ¡Eres mi esposa! ¡Mi esposa!... y vine por ti. –

Jack no entendía lo que decía, observó a Merida y su mirada en serio era de furia.

- Quiero que te largues... ¡Ahora! –

- Merida ¿De qué habla? –

La pelirroja vio a Jack y él se destruyó por completo al saber la verdad con solo observar sus ojos.

- ¿Es cierto? –

- No. –

- ¡Claro que sí!... eres mi esposa. –

Mérida tomó las manos de Jack e hizo que la viera por completo.

- Jack... yo... -

- Es cierto... ¿Por qué no me lo dijiste? –

- ¿Qué diferencia habría? Dime... ¿Haría alguna? Te busqué por ayuda y para estar juntos ¿Habría cambiado? ¿Me hubieras dejado? ¿Abandonado? –

- No... no, claro que no. Lo siento yo... -

- ¡Ay por favor! ¡Basta! –

Hipo sujetó su espada y atacó, los jóvenes chocaron sus armas; espada contra cayado. Jack estaba sorprendido que un objeto no mágico tuviera ese poder.

- No va a ir contigo. –

- Es mi esposa. –

- No te pertenece. –

- ¿Y si ella lo decide? –

Ambos se empujaron y volvieron al principio, pero esa vez Mérida tomó una espada y señaló a Hipo con ella.

- Última advertencia. Lárgate de aquí. –

Se limpió el sudor y vio directamente a la Princesa.

- ¿Qué harás Merida?... ¿Cortarme el otro pie? –

Jack por instinto vio los pies del vikingo y notó su prótesis. Sabía que Mérida es peligrosa, pero jamás dimensionó el cuánto. Recordó sus palabras el día que llegó al Polo Norte. 

- ''Él terminó peor... créelo. Sí, me lastimó. Sí, trató de hacer más que eso. Pero créeme que lo enfrenté. Y los dioses me dieron la fuerza para tomar mi espada y hacerlo pagar por el simple hecho de levantar su mano contra mí.'' –

- Prueba tu suerte, Haddock. Podría emparejarte. –

Hipo movió unas cosas en su espada, abrió un pequeño compartimiento y lo cambió. Volvió a encender y en un segundo un enorme dragón negro estaba encima de Jack, lo sujetó con una pata y rugió en su cara.

- ¡Jack! –

- No te muevas o el príncipe azul será rostizado. –

- En serio voy a cortar tu otra pierna. –

Aun con la amenaza Hipo se acercó a Merida y él mismo le quitó la espada, sabía que no haría nada.

- La situación es así, querida. Volverás conmigo o el chico de cabello blanco se muere. –

- A penas tu dragón se mueva Jack va a atacar y tú no eres rival para mí, lo sabes. –

Lo miró decidida.

- No volveré. Toda mi vida fue una prisión y contigo hubiera sido el infierno. No voy a volver. –

Pero Hipo solo siguió sonriendo. La Princesa no pudo evitar sentir escalofríos, pues esa misma sonrisa fue la que tenía cuando entró a su habitación aquella noche.

- ¿Entonces dejarás a tu familia en el infierno? –

Tenía una mirada que se creía superior. 

- Tu familia sigue viva y en mi reino. Eso lo sabes ¿No? –

- Es su reino, no el tuyo. –

- No, Merida. No cuando te desposé... -

La pelirroja abrió demasiado los ojos de sorpresa, pues creyó que al irse el vikingo no reclamaría el trono, no podría.

- ... al convertirte en mi esposa, nos convertimos en reyes. Y si creíste que ibas a renunciar a eso, te equivocaste y mucho menos después de lo que hiciste. –

- ¿Dónde está mi familia? ¿Qué hiciste? –

El vikingo sacó algo de su bolsillo, un objeto pequeño y brillante; un anillo. Lo observó como un villano a su obra maestra.

- Están... en el castillo. Tu padre en una celda, tu madre con las cocineras y tus hermanitos entrenando para ser soldados. –

Merida sacó una daga para atacarlo, pero el vikingo la detuvo.

- Tú no entiendes ¿O sí? –

Apretó más su muñeca e hizo que soltara su daga, la tomó del cuello y la estrelló contra la pared.

- ¡Merida! –

Gritó Jack. La enorme bestia negra no lo dejaba moverse ni un milímetro.

- Esto me recuerda a la noche de bodas. Tal vez... ahora... si podamos terminar la noche. –

- ¡Suéltala! –

- Vete al diablo... ¿Qué quieres de mí? –

Acercó más su rostro y la vio cara a cara. 

- Oh, Mérida... si tan solo me amaras. –

Cambió su agarre del cuello a la barbilla, la apretó y la acercó para besarla a la fuerza. El vikingo disfruto tanto ese beso como Merida lo odió. Al separarse él continuó viéndola con anhelo, como si de verdad sus sentimientos fueran buenos.

- ...todo sería más fácil. –

Dio un enorme suspiro y su semblante volvió a ser amenazante. Le devolvió la mirada a la Princesa y habló firme.

- Volverás conmigo. Volverás como mi reina. –

Colocó el anillo en si dedo. Una preciosa gema verde que Merida detestaba.

- ¿Y si no lo hago? –

- No solo tu príncipe helado morirá. Si no que tu familia sufrirá las consecuencias. –

La soltó y ella acarició su cuello suavemente para aliviar el dolor. Su mirada viajó por todo el lugar, Hipo y su amenaza, el dragón sobre Jack, la mirada suplicante del peliblanco, todo su hogar que había construido con él, la vida que había construido y que había querido. Ella solo huyó después de la boda, pero no se detuvo a pensar en las consecuencias que dejó atrás y a los demás.

- Merida... -

Susurró Jack y al escucharlo ella soltó una lágrima. Volvió a respirar profundo y vio a Hipo.

- No... no iré contigo ¿Quieres venganza? Bien, tómala... ¡Aquí y ahora! ¡Yo te herí, te humillé, me fui! ¡Es mi culpa! Así que hazlo... ¡Mátame de una vez! –

- ¡No! ¡Mérida! –

Jack se movió desesperado, pero solo logró que el dragón rugiera sobre él. El rostro de Hipo se oscureció apretó el mango de su espada y dio unos pasos hacia la pelirroja.

- En serio esperaba que hicieras esto fácil para mí, Merida. –

Colocó la espada en su cuello y ella no bajó la mirada.

- Hazlo ya... -

Todo fue tan rápido. Hipo sujetó un pequeño y raro artefacto de inyección en la otra mano, bajó la espada y Jack gritó.

- ¡Mérida cuidado! –

Ella volteó e ignoró el movimiento del vikingo, la sostuvo de la nuca y le inyectó el poco líquido morado que había en él. Cayó inconsciente sobre los brazos de Hipo.

- ¡Merida! ¡Merida! ¡No! –

- Ahora es mía, Frost. –

Se vieron a los ojos mientras cargaba a la Princesa.

- Jamás debiste interponerte. –

El dragón golpeó a Jack para dejarlo inconsciente. Acomodó a la Princesa en su dragón y voló de regreso al nuevo Berk, el antiguo reino de DunBroch.

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