Romeo y Ju...egos de azar y mujerzuelas
En lugar de estudiar el contexto histórico de los clásicos universales, analizar las canciones de Bob Dylan o cuestionar a los nobel de literatura, el profesor puso una aburrida película en blanco y negro del año de la mamá, de la mamá, de la mamá de tu mamá, de modo que comencé a cabecear en una inútil lucha contra el sueño.
A mi lado, Edward en silencio prestaba atención a la cinta, como si no la hubiera visto quinientas veces mientras yo batallaba para no bostezar en plena clase.
- Es tan sencillo para ustedes los humanos... -murmuró con la vista al frente.
Cesé de apoyar la mejilla en la mano y me enderecé. Imité su ademán en busca del contexto de su acertijo. El tipo de la película se inclinaba contra la mujer dormida sobre el camastro.
- ¿Qué cosa?
- Es sencillo... observa. Un poco de veneno y acabó con su vida.
En efecto, el sujeto se estaba empinando un perfumero y se desplomaba contra el piso, mientras la tipa se despertaba horrorizada.
- Já. Se murió. Por put...
- Es diferente para los vampiros. Cuando James te mordió, creí que no sobrevivirías. Pensé en la posibilidad de seguirte, aunque fuéramos a destinos diferentes. ¿Qué sentido tenía una vida sin ti?
- ¿Qué? ¿Pero qué diablos Edward? ¿Qué son todas esas babosadas? ¿Te volviste emo? -Mi voz se elevó lo suficiente para interrumpir la silenciosa calma que reinaba en la clase.
- ¡González! -Bramó el profesor, al tiempo que pausaba la proyección. - Ya que está tan atenta a la clase... ¿Podría recitar las últimas palabras de Romeo a su amada?
- Pero si ya se murió...
- ¡González!
Me aclaré la garganta, para hacer tiempo e inspiré hondo, ante la mirada expectante del maestro y mis compañeros.
Por el rabillo del ojo también visualicé a Edward frunciendo el ceño ante el hecho de no saber cuál iba a ser mi contestación.
Yo tampoco la sabía. La única versión de Romeo y Julieta que conocía, era un libreto para una película que había escrito John, cuando se las daba de guionista.
Julieta dice: <<Romeo, Romeo, dónde estás que no te veo>>. Y Romeo contesta: <<Aquí Julieta, mirándote las tetas.>>
Desde tiempos inmemoriales su sueño era escribir su propia película porno, con juegos de azar y mujerzuelas.
De modo que, en tiempo récord busqué entre los recovecos de mi cerebro algo realmente relacionado con Shakespeare.
- To be or not to be... -Dije con solemnidad.
- Eso es parte del monólogo de Hamlet, González.
Hice una mueca y me hundí en mi asiento, mientras las risas amortiguadas destacaban mi error.
- ¿Señor Cullen? -Continúo el profe en busca de una nueva víctima a la que humillar
El aludido mantuvo su postura relajada, a pesar de que todas las miradas inquisidoras de la clase y comenzó a recitar con voz profunda y aterciopelada.
Siempre le prestaba atención a todo lo que hacía. A cada gesto, a cada palabra, que luego sobreanalizaba cuando no estaba con él.
Sin embargo, hoy sería la única excepción.
En lugar de enamorarme más de su elocuencia y confianza y de su capacidad de recordar cursilerías de hace quinientos años, su liviandad para considerar el suicidio era algo que me inquietaba. ¿Qué estaba mal con él? ¿Se había aburrido de la inmortalidad y ahora quería el descanso eterno que solo la muerte le podía dar? ¿Por qué ahora?
Por andar de psicoanalista me perdí todo el monólogo, con el que dejó callado al profesor, quién con un respingo insatisfecho, continuó reproduciendo el filme.
- Edward... -Murmuré arriesgando mi permanencia en la clase. - ¿Te deprimió la inmortalidad o qué? Podemos buscar un psicólogo... -Iba a ser difícil convencer a un vampiro de ir a un especialista y encontrar un terapeuta para este tipo de criatura en particular. Pero, no imposible. Hasta el diablo iba a terapia.
- Nada de eso...-Puso los ojos en blanco, al tiempo que tocaba mi frente con el índice. Un gesto que repetía, cada vez que comentaba que mi cabeza funcionaba al revés. - Es solo que... tú eres mi vida ahora.
Aguantándome las ganas de imitar su gesto y rodar los ojos, me crucé de brazos, fingiendo que prestaba atención a la película.
Nunca estaba segura con Edward.
Sus palabras me las había tomado de manera literal, cuando solo era una forma siniestra de ser romántico.
Idiota.
¿Por qué no hablar sin tantos rodeos?
Un cliché bastaba.
Sin embargo, una parte de mí, seguía preocupada...
¿Y si realmente había considerado el suicidio?
Sacudí la cabeza, como si con eso pudiera alejar los malos pensamientos.
No, me convencí.
Había vivido cien años en soledad. Podía aguantar hasta el fin de los tiempos.
***
Concluidas las clases, nos dirigimos al estacionamiento. Afuera comenzaba a descender la temperatura rápidamente, de modo que me apresuré por llegar hasta el vehículo.
Edward me siguió con pasos mecánicos, hasta que se detuvo.
Froté las palmas y lo miré frunciendo el ceño. Antes de que pudiera protestar, sacudió la cabeza y sin dejar de mirar al frente anunció: - Alguien quiere verte.
Percibí un ápice de rencor en su tono despreocupado, lo cual me hizo sospechar de quién se trataba.
Di un suspiro, que escapó de entre mis labios en un vaho y seguí avanzando por el estacionamiento., mientras Edward se alejaba caminando en dirección contraria.
- ¿Melena?
El muchacho de cabello largo y oscuro, me esperaba recostado sobre un Volkswagen.
- ¡Julieta! -Acortó la distancia en apenas un par de largas zancadas.
Su saludo, fue un cálido abrazo, que me hizo mirar sus pies, en busca del porqué de su repentina altura. ¿Traía zapatos con plataforma?
- ¡Melena creciste! -Le reproché.
Estaba más alto que la última vez que lo había visto. Y más forajido.
- Bueno... ya sabes... no soy un niño realmente.
- Seee, ustedes los jóvenes crecen y una envejece.
- Hablas como una anciana, Julieta, sólo son dieciocho. Treinta según tu Fazebook...
Di un bufido que se materializó en el ambiente frío. Jacob dio una breve risa, al tiempo guardaba las manos en sus bolsillos.
De improvisto las mejillas del muchacho se tiñeron en un sonrojo ligero. Con premura sacó un adminículo de uno de sus bolsillos.
- El otro día vi esto y pensé en ti... -Abrí los ojos con desmesura y tensé los labios en una línea, al tiempo que fruncía el ceño gradualmente. Casi podía sentir mis cejas juntarse.
¡Qué mala elección de palabras! Si no estuviera segura de que éramos muy buenos amigos, hubiera sido una situación muy incómoda.
- Pensé en el día de tu cumpleaños... y bueno... -Tomó una de mis manos congeladas, entre las suyas demasiado cálidas; suficientemente calientes como para derretir un cubo de hielo con rapidez y extendió el objeto para ponerlo en mi palma. - Es un atrapasueños.
- No... ¡Jacob! ¡Que bonito! ¿Lo hiciste tú?
- No, no.
- Ah. Pero igual está bonito. Gracias. No tenías que molestarte...
- No ha sido nada... -Miró a mi espalda, con expresión enfadada. Tal parece que sí había sido una molestia conseguir un regalo de cumpleaños, concluí. - Feliz cumpleaños -Volvió a abrazarme, con excesivo entusiasmo esta vez, llegando a levantarme unos centímetros del suelo, mientras me apegaba a su anatomía.
- ¡Gracias melena! -Puse las manos en su torso y puse distancia, empujándolo con brusquedad.
Jacob se quedó estático en su sitio mirando por sobre mi cabeza con desagrado.
- Jacob... Gracias, ha sido un lindo detalle. -En lugar de escucharme, cerró sus temblorosas manos en puños.
Me encogí de hombros y lo miré con un deje de extrañeza.
- Bueno... ahí nos vemos.
Cuando volteé, choqué con una dura muralla de mármol.
- ¡Edward! -Mi timbre emocionado, pasó a ser de preocupación. - ¿Edward?
Miraba al melena con el ceño fruncido. Jacob por su parte, parecía estar aguantándose las ganas de meterle un puñetazo. Era la misma expresión que tenía Juan de Dios cuando armaba bardo.
- Vámonos... -Edward puso el brazo sobre mis hombros y me dirigió hasta su auto.
Mientras caminábamos, con disimulo miré sobre mi hombro.
Jacob seguía estático y por el rabillo del ojo, pude notar como dejaba caer con peso muerto el brazo que tenía extendido, en un ambiguo gesto por... ¿detenerme?
Nahhh, me convencí.
La edad me estaba trayendo desvaríos de vieja chiflada.
***
- ¿Por qué Jacob Black puede darte regalos y yo no? -Inquirió Edward, mientras conducía camino a su casa.
Ignoré su pregunta sin dejar de mirar la ventana del Volvo, salpicada por la incesante lluvia.
- Julieta...
Di un suspiro. Se supone que era mi cumpleaños. Debía hacerse lo que yo quisiera. En lugar de eso, actuábamos en base a sus deseos. Me llevaba hasta su casa y organizaba una fiesta de cumpleaños que no deseaba. Encima me pedía explicaciones de algo que escapaba de mi control. Bueno no. Bueno sí, en parte.
- No quieres saber... -Dije arrastrando las palabras, al tiempo que extendía con pereza las manos por sobre la cabeza.
- Claro que quiero saber. ¿Por qué él puede pasar dos semanas buscando un regalo de cumpleaños y yo no puedo obsequiarte nada?
- ¿Quieres saber?
- Sí.
- Oh... ¿En serio quieres saber Edward? Podría ser algo inesperado, sabes...
- Julieta... -Su impaciencia era palpable en su tono y en la forma en que apretaba el volante.
Me daban ganas de recordarle que, si seguía apretándolo así, mi lápida tendría la misma fecha de nacimiento y de deceso.
- Pues te cuento mi buen Edward, que Jacob puede hacerme regalos, porque él no anda pagando las cuentas de hospital de la gente...
- ¿Qué? ¿Vamos a discutir por algo tan insignificante?
- ¡No estamos discutiendo! -Chillé. - ¡Y no es insignificante! Solo... no lo entiendes. No importa. Da igual. -Sacudí la cabeza en gesto negativo.
Lo que para él eran banalidades, para mí era estar eternamente en deuda con él. Pero literal. La cuenta del dichoso hospital al que me había mandado el vampiro psicópata fanático del cine snuff, había costado un riñón. Y medio.
Y como Edward, tenía plata para despilfarrar, se había hecho cargo. Motivo por el cuál no le iba a permitir otro regalo. Además, tenía ideas bastante extravagantes.
- ¿Por eso no quieres que te regale el Aston Martin?
- ¡Que no! Eres mi novio. No mi suggar daddy ¡por Dios!
No tenía que comportarse como un suggar daddy. Ya contaba con uno. Hassan, el turco con el que seguía hablando por Fazebook, era mi patrocinador. O lo sería si aceptaba su propuesta de matrimonio.
Gracias a todos los Dioses Edward no era un novio tóxico que me revisaba el celular. Era el tipo de novio tóxico que te espía mientras duermes, pero nunca se metía en mi móvil.
Y para mi suerte, tampoco lograba captar del todo mis pensamientos con su telepatía, por lo que podía pensar mil pelotudeces por segundo con la tranquilidad de una novia inocente, cuya cabeza está ocupada cien por ciento por su novio vampiro. Lo guapo que es, lo excéntrico que son sus ojos al cambiar de color. Lo pálida e impoluta que es su piel. Lo frío de su toque... Y repetirlo una y otra vez, a lo largo del día.
Síp. Ese tipo de novia era yo -en otro universo-. No la chica que pensaba en los regalos que me daría el turco en caso que le dijera que quería ser la madre de sus veinte herederos.
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