El extraño virus ese
No volví a ver a Jacob después de nuestra desastrosa salida.
Tampoco a Mike.
Bueno sí.
Luego, de una semana de cuarentena preventiva, volvió al instituto, al igual que Angela y Eric, quienes se habían contagiado de una extraña gripe.
Llamé varias veces a Jacob, para saber si el motivo de su distanciamiento era el mismo, sin embargo, no atendió mis llamados.
Ni mis mensajes.
Ni mis posteos en Fazebook.
Ni mis historias, etiquetándolo en Ig.
Ni siquiera respondió con un mísero emoji a los memazos que le mandé.
El muy...
Ok.
Iba a calmarme y barajar diferentes posibilidades, en lugar de sentenciar que me estaba ghosteando.
Quizás... ¿Se habría complicado su estado de salud?
La última vez que lo había visto tenía fiebre y para mi desgracia, ya no contaba con mi hermano como espía en el hospital, para que me lo confirmara.
Ante esa situación y como última medida, resolví llamar al número de su casa, el que averigüé mediante una vieja guía telefónica de hojas amarillas.
El padre de Jacob atendió al segundo timbrazo, cuando estaba a punto de colgar.
—¿Diga? —Su voz áspera me sobresaltó, provocando que Sunny saliera disparada de mi regazo.
—¿Billy Black? —Consulté arrugando el entrecejo. Había apuntado con rapidez su nombre en una pequeña libreta, que ahora miraba intentando descifrar mis jeroglíficos.
—¿Quién es? —Di un suspiro de alivio antes de incorporarme y dar vueltas por la habitación.
—Soy Julieta. Quería saber de Jacob... ¿Está bien?
Refunfuñando, me explicó que tenía un virus muy contagioso y no estaba en condiciones de recibir visitas.
Me mordí la lengua para no replicarle que era un viejo chafa y que le fuera con ese cuento a otro tonto.
—¿Ah sí? ¿Y qué tiene?
Si tenía el virus que se había contagiado Mike, ya estaría de alta.
—Mono.
—¡¿Mono?! ¿Tiene la fiebre del mono? —Momento... Así no funciona la cosa. Para los gringos sería monkey.
—No vuelvas a llamar Julieta. Jake necesita reposo.
—¡Oiga! ¿Lo llevó al hospital? ¿Está tomando medicinas?
—Adiós.
Despegué el teléfono de mi oreja y lo miré largo rato con la boca abierta, hasta que Willy irrumpió en la sala de estar de un portazo.
—¿Ese viejo pirujo me cortó?
—¡Julieta González!
Tragué duro.
Willy ya estaba al tanto.
La pregunta era, ¿de qué?
¿De que me había gastado la plata destinada a la universidad en una play?
O...
¿De que le vendía mis recetas al pastero del instituto?
—No sabes la vergüenza que pasé por tu culpa...
Seguí inmóvil en mi sitio, aguardando su regaño.
—Estaba comprándole su comidita premium a Sunny, cuando... —Cesó de mirarme con cara de pocos amigos para centrar su atención en la gata. — Aww.... Mírala.... sabe que hablan de ella. —La pequeña criatura corrió hasta Willy y comenzó a frotarse en sus piernas. — Y resulta que, ¡no me alcanzó! ¡Tuve que comprarle regular!
Expulsé el aire de mis pulmones, en un suspiro de alivio.
—Así que revisé mi estado de cuenta y... ¡En qué te gastaste los fondos reservados!
—¿Los para la universidad?
—Ahora son... o más bien ERAN para emergencias...
—Ah. ¿Esos que eran para la universidad, pero como ya valí pepino, son para emergencias?...
—Sí, esos.
—Me los gasté en una play. Y lo que sobró en un par de juegos.
—Sin consultarme...
—Oye. Tú te compraste una moto que ya no manejas y un casco con orejas de gato que está guardando polvo.
—Sí... pero...
—Estamos a mano. —Resolví rápidamente.
Willy frunció los labios en una mueca que reflejaba su descontento.
Encogiéndome de hombros, volví a repantingarme sobre el sofá, con el celular entre las manos para consultar a doctor goggle, respecto a la extraña fiebre de Jacob y su implicación con los simios.
—Oye... Tú qué sabes de medicina. ¿Cuál es la enfermedad del mono?
—¿Eh? —Willy cesó de llenar el platito de comida de Sunny y volteó a verme confundido.
—Llamé al viejo del melena y me dijo que tenía mono.
Dio un suspiro y caminó en mi dirección, sentándose en uno de los reposa brazos del sofá.
—Tonta. Se refería a la mononucleosis.
—Y eso qué es.
—La enfermedad del beso.
—¿¡Besó a un chango!?
—¡Que no tiene que ver con monos! —Willy puso los ojos en blanco y refunfuñó entre dientes. — Es un virus que se transmite a través de un beso mensa... —Volvió a mirarme y continuó. — Entre humanos.
—Ahhh...
—Seguramente besó a alguien y se contagió.
—Claro... alguien con el virus... —Me silencié abruptamente, percatándome de las coincidencias que exponían lo evidente. Ensanché los ojos con sorpresa, mientras sacaba conclusiones. — Vaya... vaya... Con razón...
—Salió coqueto Jake, ¿eh?
Volteé a mirarlo con las cejas alzadas.
Tal parece que la misteriosa "gripe" de Mike, no era más que mononucleosis, la que le había contagiado al melena, aquella tarde que habíamos ido al cine.
Vaya, vaya...
¿Qué había pasado en el baño con Mike?
¿El rubio había hecho dudar al melena de su heterosexualidad?
Vaya, vaya, vaya...
Y luego el melena iba y se desquitaba conmigo, utilizándome para fines experimentales como una rata de laboratorio...
¿Con qué cara me decía que le diera una oportunidad si andaba besuqueándose con personas que le pegaban mononucleosis?
—¡Voy a pedirle...! No. ¡A exigirle que me diga qué rollo se trae con Mike!
—¿Eh? —Willy despegó la vista del celular para mirarme con el entrecejo fruncido.
—Lo que escuchaste. Yo no soy na' material de los...
—¿Julieta estás celosa?
—No... si yo tengo la pura cara de...
—¡Oye, pero explícame!
Ignorando su petición me incorporé y tomé las llaves del Suzuki Carry, sobre la mesita de centro.
Con la mano en el pomo de la puerta retrocedí en busca de un abrigo.
Afuera el frío comenzaba escarchar los árboles que rodeaban la casa.
***
Mi pronóstico del clima, resultó errado. En lugar de descender aún más la temperatura y escarchar el verde del césped y de las copas de los árboles que abundaban en Pueblo Tenedor, la helada se derritió con la lluvia que precipitó.
Cuando llegué a la casa del melena, la lluvia era casi torrencial, por lo que apenas estuve fuera del amparo del automóvil, me empapé en pocos segundos.
Caminaba apresurada hasta el porche de la vivienda, cuando divisé una figura alta y corpulenta caminar en mi dirección.
— ¿Melena? —Murmuré entrecerrando los ojos.
Esperé bajo la lluvia a que estuviera a una distancia que me permitiera divisarlo mejor.
El sujeto se acercaba en ligeros trotes y vestía tan solo unos pantalones cortos y desgatados, a pesar de la lluvia que caía pesada sobre nuestras cabezas.
— ¿Qué haces aquí? —Inquirió con voz fría.
Alcé la barbilla y lo examiné sin ningún disimulo. Su masa corporal había aumentado desde la última vez que lo había visto y parecía unos centímetros más alto.
La larga melena, que lo había hecho merecedor de su apodo, había desaparecido, dando lugar a un corte militar.
—Mele... Digo. Jacob... Te ves... diferente...
—Deberías irte.
—¿Qué hay de tu bicho? Digo... ¿el mono no sé qué? Yo te veo bastante fresco mi pana...
—Bien... si eso es todo... —Siguió caminando en dirección a la casa.
—¿Qué? ¡No! Venía a verte... y... —Fruncí el ceño. No estaba enfermo. Me había engañado para rehuirme. — ¡No contestas mis llamadas! ¡Ni mis mensajes! ¡Me tienes bloqueada de Fazebook! ¿Qué pasa melena?
Jacob puso los ojos en blanco y se pasó las manos por los cortos cabellos que caían sobre su frente, empapados de lluvia.
—Nada... solo... no deberíamos ser amigos Julieta.
—¿Eh?
Su rostro había abandonado la redondez de la juventud y sus ojos siempre alegres y cálidos ahora me devolvían la mirada hastiados.
Sus palabras provocaron una desagradable sensación de déjà vu, que me cerró con un nudo la garganta.
—Pero... Jacob... ¿Por qué?... —Inquirí en un murmullo.
¿Por qué todo el mundo huye de mí?
Tragué duro y me mordí el interior de las mejillas, aguantando las ganas de tirarme al suelo, patalear y llorar, exigiendo una explicación más contundente.
—¡Eh Jake! —Llamaron unas voces masculinas a su espalda. Estiré el cuello y divisé a un grupo de sujetos vestidos igual que él. Con pantalones cortos de mezclilla, sin camisa y descalzos.
—Voy con los muchachos. —Bajó la vista hasta clavar sus ojos oscuros en mi semblante entumecido y agregó, — Tú deberías volver a casa.
—¡No hemos terminado! —Repliqué antes de que se volteara al encuentro de los sujetos que agitaban la mano por sobre sus cabezas.
—¿Jacob qué diablos pasó? ¿Qué es esa basura que no podemos ser amigos? ¿Quién lo dice? —Clavé las uñas en las palmas de mis manos para evitar el impulso de ponerlas sobre su pecho y empujarlo hasta derribarlo y sacarle la verdad a trompadas.
Volví a mirar en dirección a los sujetos fornidos que lo llamaban y entrecerré los ojos. Entre los desconocidos, pude identificar la cara de Embry. Al igual que Jacob, había sustituido su larga cabellera por un corte militar.
—¿Fue Sam cierto? ¿Te reclutaron? ¿Mandaron a Embry?
—¿De qué hablas?
—¡De la secta de Sam! ¡Te metieron a ti también! ¡Malditos sectarios!
—Julieta... me equivoqué con Sam... —Agachó la cabeza y dio un suspiro. — Es un buen chico...
—¿Ves? ¡Lo sabía! ¡Así hablan los sectarios! ¡Te lavaron el cerebro! Pero... ¡No te preocupes melena!, digo, ¡Jacob! ¡Yo te sacaré de su secta! Vamos a salir de ésta...
—Nadie puede ayudarme... —Su voz era apenas un susurro.
O tal vez, con tanto grito, me estaba poniendo sorda.
—¡Claro que sí! A menos qué... —Lo miré seria y me estiré en todo mi porte antes de continuar. — A menos que te hayan metido en el sucio krippy...
—No sé de qué hablas. Pero, no tengo escapatoria.
—Entonces... ¡No puede ser otra cosa que el maldito tussi!
—No es culpa de Sam. Ni de nadie. Si quieres culpar a alguien... ¿Por qué no culpas a los sucios chupasangres que tanto adoras? —Espetó en tono seco.
Abrí la boca sin ser capaz de articular palabra.
Mierda, mierda, mierda.
¿Se me había ido la lengua con Jacob, como con mi hermano?
¡Imposible!
Si bien cuando bebía era parlanchina, soltaba muchas cosas en español y con Jacob no había bebido lo suficiente para contarle mi vida y mis desgracias. Es decir, no había bebido ni una gota.
Entonces, ¿cómo sabía?
Tampoco habíamos hablado de los penosos detalles de mi ruptura con el que no debe ser nombrado, rebautizado ahora, como el que no debe ser delatado.
Tenía muchas ganas de funarlo, pero tampoco era tan canalla para ventilar su secreto a los cuatro vientos.
¿O sí?
—¡Ay que cosas dices! —Solté en tono despreocupado, agitando la mano en un ademán subliminal para que le restara importancia a mi primera reacción. Me había pillado desprevenida, mas, con mis dotes de actriz, fácilmente podía revertir la situación. — ¿Qué tienen que ver los Cullen en esto?
Jacob alzó las cejas de manera breve y sutil, dando un suspiro.
Fruncí el entrecejo, mientras deliberaba aquello último.
¿Había delatado a los Cullen sin querer?
¡Maldición!
No debí mencionar a los Cullen....
Abrí la boca para replicar, cerrándola forma abrupta.
— Sólo... Vete. —Denotó antes de darme la espalda.
Sorbí mis mocos, mientras las lágrimas se confundían con la lluvia en mi cara.
Haciendo caso omiso, me quedé estática, viendo cómo se alejaba para reunirse con el resto de miembros de la secta.
—¡No me rendiré! —Prometí entre gritos — ¡Te sacaré del tussi! ¡Y de esa maldita secta!
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