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Del pueblo y para el pueblo

Camino a la casa de la tal Emily, los muchachos me explicaron algunas de las cosas que implicaba ser un hombre lobo, mientras me debatía internamente, si lo que había acontecido hace unos instantes era real o un sueño lúcido.

Descarté enseguida la última posibilidad, al recordar la clase de sueños que tenía.

Mi subconsciente solía mezclar las películas con las que me desvelaba y sucesos cotidianos. Así como series y animación japonesa. Como resultado, mis sueños solían ser con monos chinos en 2D, yendo a la preparatoria.

A veces me quedaba dormida con los audífonos puestos.

Por esa razón, mi sueño más reciente era Sasuke ahorcándome en un pasillo de la preparatoria.

"Te falta odio Julieta" decía mientras se le activaba el sharingan al ritmo de Painkiller.

Seth a mi lado, conducía concentrado el Suzuki, con Quil y Embry en los asientos traseros, haciendo comentarios respecto a mi cercanía con los "fríos".

—¿Segura que te sientes bien? —Preguntó, mirándome con preocupación. — Te estás poniendo verde...

—Pellízcame. —Ordené, abriendo los ojos con desmesura.

Me miró con extrañeza un breve instante. Aminoró la velocidad y estiró la mano para pellizcar mi antebrazo.

Con aquella prueba irrefutable, despejaría cualquier duda respecto a mi estado mental.

—¡Pero no tan fuerte animal! —Vociferé, frotándome el brazo.

El muchacho se encogió de hombros y volvió la mirada al frente.

—Lo siento, a veces no controlo mi fuerza súper humana... —Denotó con aires de grandeza.

—¡Tú ni siquiera entras en fase! —Acusó enseguida Embry.

—¡Sí! ¡Eres muy joven para ser parte de la manada! —Le apoyó Quil.

Miré por el espejo retrovisor con asombro.

Los muchachos, parecían muy cómodos con su naturaleza sobrenatural, pavoneándose de esta y las ventajas que tenía.

Estaban orgullosos de ser los portadores de la magia de su tribu ancestral y honrados de que el espíritu del lobo se manifestara en sus cuerpos de adolescentes, adictos a los esteroides.

Apreté los labios en una línea, cuando de forma mecánica lo comparé con la situación del que no debe ser nombrado y su infinito desprecio al monstruo que decía ser.

Lo único monstruoso en él, era la forma en que había terminado conmigo y el cómo había hecho trizas mi corazón.

Sin piedad, ni aprecio.

Como si fuera basura...

—¡Eh Julieta! —Llamaron desde el exterior del vehículo.

Todos habían bajado ya, y se encontraban en el alero de una estancia de fachada rústica.

Di un suspiro y restregué mis ojos húmedos, antes de descender del vehículo.

—Acá... es... —Dije apuntando a la vivienda, sin recordar donde estábamos y a qué veníamos.

Yo quería una coca y aquel lugar, no tenía pinta de supermercado.

Así también, se me antojaba algo dulce y canciones cursis, acurrucada bajo una manta y esa tampoco era mi casa.

—Es la casa de Emily, la novia de Sam. —Dijo Quil, con un susurro. — No la mires fijo a la cara, Sam se enojará mucho si lo haces.

—¿Por qué?

—Luego te explico. —Ofreció amablemente Seth.

Me encogí de hombros y los seguí. No iba a quedarme pegada mirándola, a menos qué...

Nada.

Si estaba pintada como el Penigueis, me daría miedo y si fuera hermosa la miraría con envidia. Ahora si tenía una mascarilla casera sobre el rostro...

—¡Hey Emily! —Saludó Embry.

Los demás lo imitaron y yo me quedé parada en el umbral de la puerta.

La chica, apenas volteó, dando un breve vistazo en mi dirección.

Alcé la mano tímidamente a modo de saludo.

—Ella es Julieta. —Dijo Quil, antes de abalanzarse sobre los pastelillos sobre la mesa.

Caminé hasta los muchachos y extendí la mano.

—¡Hola! Qué tal... soy...

—La chica vampiro. —Seguía dándome la espalda, concentrada, revolviendo una mezcla de bizcocho en un bol.

Apreté los labios en un rictus serio y entorné los ojos.

—Entendí la referencia. —Denoté con una risa falsa. — Entonces tú vendrías siendo la chica lobo...

Finalmente volteó y comprendí por qué no debía quedarme mirándola mucho rato.

Primero, porque era mala educación mirar a la gente tan descaradamente y segundo porque una enorme cicatriz cruzaba su rostro, desde su frente hasta la comisura de su boca.

Pasé saliva y desvié la mirada hasta la mesa de pastelillos humeantes.

—¡Ey chicos! —Exclamó, golpeando en el dorso de la mano a Embry. — No sean mal educados, déjenle algo a nuestra invitada.

Aliviada, tomé asiento junto a los chicos.

—Gracias. Casi me da un soponcio cuando vi al chico este... —Chaqueé los dedos, como si con eso pudiera agilizar mi mente.

—Paul...

—Sí ese mismo, agarrarse a pu... —Me mordí el labio y pensé mejor mis palabras. — Transformarse en lobo. Sí eso... —Tomé un pastelillo y me lo devoré con rapidez.

¡La puta madre que estaba caliente!

—Tú eras la chica vampiro de la que hablaba Jacob... —Continuó Emily, mientras en silencio, aguantaba el infierno que tenía en la boca, frunciendo los labios. — Jake, no paraba de hablar de ti...

Me mordí la lengua, maldiciendo para mis adentros y asentí en silencio, bajando la vista hasta mis manos, soportando las ganas de llorar.

Se hizo un silencio incómodo.

Los chicos nos miraban furtivamente con preocupación.

—¡Ah! Lo siento... —Emily puso un mechón de cabello tras de su oreja y miró con lástima— Escuché que el chico Cullen con el que salías, se fue del pueblo... ¿Estás bien?

Sacudí la cabeza en gesto negativo.

—¿Tienes agua fría? —Dije finalmente agitando las manos, alrededor de mi boca. — Creo que me quemé la lengua.

Presurosa, me entregó un vaso de agua con hielo. La sensación de alivio fue instantánea.

Soplando el pastelillo que no dejaba de humear, retomé la conversación.

—Estoy bien. —Dije, comiéndome el panquecito con avidez. Sabia a gloria con chispas de chocolate. — Ya pasó mucho tiempo desde que Cullen se fue.

Casi un año. Y seguía doliendo como el primer día. Ni siquiera podía decir su nombre, sin que se sintiera como una estocada en el corazón. O en lo que quedaba de él.

Sacudí la cabeza, ahuyentando su recuerdo. No iba a dedicarle ni un pensamiento más.

Seguro que, mientras yo me lamentaba como alma en pena, él ya se había chamullado a otra vieja, con sus traumas de vampiro emo.

—¡Me da lo mismo lo que haga! —Cerré la mano en un puño y golpeé la mesa. — ¡Que se vaya al demonio Cullen! ¡Al diablo los vampiros!

—¡Sí! ¡Ya no es la chica vampiro! —Alentó Seth.

—¡Claro que no!

—¡Ahora es la chica Fifa!

—¡Claro! Ahora soy... ¿Qué?

Todos miramos a Seth, confundidos.

—La chica Fifa, ese es tu apodo.

—La... ¿Qué?

—Cuando te conocí, lo primero que hiciste fue invitarme a jugar Fifa. —Asentí, rememorando como en un impulso, me había comprado una consola usada. — Y no perdiste ni una jugada... Y... te burlaste toda la tarde de nosotros. Nunca había visto una ganadora tan mala.

Solté una carcajada, al recordar sus caras de decepción y su orgullo de macho herido.

—Hay que invitar a Paul. —Intervino un entusiasmado Embry. — Seguro él le gana.

—Acepto el reto, ¿cuánto apostamos? —Dije frotándome las manos.

—Tú no vas a apostar, nosotros lo haremos. —Anunció Quil. — Diez a Paul.

—Cinco a la Julieta. —Dijo Seth, torciendo el gesto, poco convencido.

—¡Eres un cobarde Seth! Pero... te voy a hacer millonario, ya verás...

La risa delicada y cantarina de Emily, fue amortiguada por la conversación que sosteníamos los chicos y yo.

—¡Déjenles pastelillos a sus hermanos! —Advirtió al ver lo rápido que habían desaparecido los pasteles sobre la mesa.

Los muchachos se encogieron de hombros ante su regaño y ella volvió su atención a la mezcla de bizcocho, la que con el pasar de los minutos, había aumentado considerablemente de volumen.

Mientras cambiaba la mezcla de recipiente, para llevarla al horno, Sam cruzó presuroso, el umbral de la puerta.

Una ancha sonrisa se dibujó en el rostro de la chica. Culminó su tarea con rapidez y envolvió a su pareja en un abrazo.

Él dejó besos a lo largo de su cara, cubriendo la cicatriz que deformaba el rostro de la chica, con caricias.

Ser testigo de aquella escena, provocó un retorcijón en mi estómago.

—Trae para acá. —Refunfuñé apoderándome del pastelillo de Seth, quién miró sus manos vacías con sorpresa.

—¡Oye! —Protestó, intentando quitarme un pedazo.

Extendí el brazo a la altura de su cara, alejándolo y lamí el pastelillo, antes de darle un gran mordisco.

—Ahora es mío. Ya lo lamí.

—¡Demonios!

Quil y Emby, cesaron de lanzarles comentarios del tipo "dejen de contar plata, delante de los pobres" a la feliz pareja, que no paraba de darse arrumacos, para gastarle bromas a Seth.

Minutos más tarde llegaron Jacob y Paul.

Ambos, sacudieron su cabello mojado por la lluvia, sobre los que estábamos reunidos en la mesa, y entre quejas, tomaron un panquecito.

—¿Ya conocieron a mi chica? —Denotó Jacob, con tono petulante, sentándose junto a mí y arrimándome un brazo sobre los hombros.

—¿Perdón? —Dije, deshaciendo el ademán, con una brusca sacudida y enarcando las cejas. — Julieta es del pueblo y para el pueblo.

Los muchachos se burlaron del fallido intento de fuckboy de Jacob y continuaron comentando trivialidades.

***

Nos quedamos hasta bien entrada la tarde, comiendo los pasteles de Emily, quien amenizaba el ambiente con su aura maternal, siempre pendiente de la "manada".

Su casa, era un lugar de encuentro donde a los chicos, les esperaba calor de hogar y dulces caseros.

¿No querría adoptarme a mí también?

Antes de irnos, programamos una próxima junta en la casa de Jacob, para jugar Fifa.

Las apuestas se incrementaron, sumándose a ellas Sam, quién obviamente, en un acto de camaradería y lealtad, apostó al miembro de su manada.

—Más para nosotros. —Dije tranquilizando a Seth, quién tenía cara de sucumbir a arrepentimientos de última hora.

***
—Me cayó súper bien la Ema. —Le comenté a Jacob, mientras conducía. Los focos iluminaban con su luz blanquecina, la carretera húmeda por la garúa finita que caía sobre Forks.

Por el rabillo del ojo, pude ver como esbozaba una media sonrisa, mientras encendía la calefacción.

—Emily, Julieta. Se llama Emily.

—Sí, eso mismo. Emilia. —Me mordí el labio. — ¡Emily! Emily, Emily. —Murmuré, intentando aprenderme su nombre. — Es buena onda y cocina rico. Debería poner una pastelería. O una tienda de dulces... Tiene mano de monja...

Jacob, torció el gesto confundido.

—Quiero decir... ¡cocina bien! Un manjar... Sam es un maldito perro afortunado.

El chico, emitió un leve gruñido.

Me mordí el interior de la mejilla, dimensionando mis palabras.

—¡No te ofendas! No lo decía por lo de los lobos... Digo son lobos, no perros. Ambos son caninos y se parecen, pero... ¡no son perros! Digo, no se andan oliendo los traseros los unos a los otros y... Bueno, si lo hicieran tampoco habría problema...

—Julieta cállate. —Ordenó Jacob, apenas separando los labios. Sus manos crispadas reposaban sobre su regazo.

—Ok, tienes razón. Me callo. Nunca sé cuándo callarme. Es que cada vez que la quiero arreglar, termino jodiéndola más y...

—Sí. No sabes cuando cerrar la boca.

—No. Debo haberlo heredado de la Nancy. Lo desubicada...

—Yo podría callarte... —Denotó, cuando llegamos a un semáforo.

Pasé saliva y fijé la mirada al frente, mordiéndome el interior de las mejillas con todas mis fuerzas.

Aquellas simples palabras, me hicieron pensar en el más horrible de los escenarios.

Había visto suficientes animes shoujo, teleseries y fanfics, para predecir el siguiente acto.

De solo pensarlo se me revolvió la tripa.

Sin embargo, gracias a diosito, esto no era una novela rosa, Friends to Lovers, en la que él o la protagonista dice algo pedorro como ¡cállame! Y el otro involucrado le chanta un beso.

No.

Jacob, era mi amigo y no estaba pensando en algo ni remotamente parecido.

Para él, aquello debía ser una advertencia, para darme un palmetazo en la nuca o algo parecido.

Códigos entre amigos.

Sin embargo, como no podía acallar la molesta voz de mi raciocinio, opté por guardar silencio, el resto del viaje, como medida preventiva.

No quería un golpe en la nuca, mientras conducía.

—Emily es una buena chica. —Dijo Jacob, después de un prolongado silencio. — Sam la ama y no pasa un día sin que se culpe por lo que pasó... —Terminó la frase, con un murmullo triste.

—¿Qué? ¿Qué pasó?

Tomé la curva que conducía hasta su casa y aminoré la velocidad. Los charcos abundaban por la zona, salpicando de barro el Suzuki.

—¿No te lo dijeron los chicos?

Sacudí la cabeza, en un ademán de negación.

—Sam... es el responsable de que el rostro de Emily tenga esa cicatriz.

—¿Cómo? No entiendo.

—Verás... Los hombres lobo, en un principio somos algo... inestables. No somos capaces de controlar cuando entraremos en fase. Sam, pasó por todo esto solo... No contaba con un guía que le explicara lo que implicaba ser un hombre lobo. Y un día discutiendo con Emily, se transformó. Y ella estaba demasiado cerca... Y...

—¿Y qué?

Estábamos a pocos metros del antejardín.

—Y la atacó accidentalmente.

—¡Qué! —Pegué un frenazo, que nos sacudió hacia adelante.

Jacob me miró extrañado.

—Fue un accidente. Sam no para de culparse.

—¡Le deformó la cara mientras discutían!

Retrocedí el vehículo, con el objetivo de volver a la casa de la chica y convencerla de dejar a su agresor.

—¡No pudo controlar su transformación!

—¡Esa es una excusa! —Alcé la voz, al punto de estar gritando. — ¡Es un patán!

—¡Qué hay de ti! ¡Salías con un vampiro! ¡Podría haberte matado!

Abrí la boca y la cerré al instante, inflando las mejillas.

—Sí... pero...

¿Habría sido accidente?

¿Antes muerta que lisiada?

—Eres una cínica, Julieta. —Mi rostro se descompuso, en una mezcla de asombro y ofensa. — ¿Hay monstruos mejores que otros?

—¡No! Es que... —Balbuceé, frases inconexas hasta que finalmente me di por vencida.

No tenía cómo justificarlo. Tampoco tenía que hacerlo. Él jamás me había hecho daño —físicamente, emocionalmente me había hecho mierda, pero eso era cuento aparte.

Es más, me había protegido de otros sujetos de su especie. Y de sí mismo. No paraba de decirme que era peligroso y que podía matarme. Y yo no paraba de replicar que era un llorón y que su autocontrol era envidiable y que jamás me lastimaría.

Actualmente, albergaba ciertas dudas.

El día de mi cumpleaños, cuando todo se había ido al demonio —que no se pierda la hermosa tradición de que todos mis cumpleaños sean un desastre— me había mirado con ferviente deseo.

¿Me quería a mí?

No.

Quería mi sangre.

Oh...

Así que a eso se refería con que era peligroso.

—Los accidentes pasan. —Sentenció Jacob. — Tú podrías haber muerto a manos de tu novio. Y lo justificarías como un algo fortuito. Podrías estar peor que Emily.

Me encogí de hombros.

"De algo hay que morir", quería replicar, mas, me limité a mirar por el parabrisas semi empañado.

La lluvia comenzaba a caer con más intensidad, sin embargo, la temperatura no dejaba de disminuir. Sería una noche lluviosa y fría.

Jacob, fijó la vista en mi frente, en la cicatriz que ya no cubría mi cabello y tomó mi mano, rozando con la yema de sus dedos cálidos, la cicatriz de mi muñeca.

—Está fría. —Musitó sin dejar de examinarla.

Di un bufido y aparté la mano con brusquedad.

—El resto del camino lo haces a pie. —Mascullé, oprimiendo el acelerador, en una nada sutil indirecta para que se largara.








Aquí estamos, chorromil grados bajo cero, se me congela el brazo, pero todo sea por compartir esta historia -la ignoran-

asdjaksdskajd

Un frío abrazo de vampiro, y si le gustó el capítulo hágamelo saber y si no, también.

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