Sola otra vez (naturalmente)
Mis ojos enfocaron las tablas de madera blanco desvaído, con cierta dificultad.
Estaba recostada de espaldas, sobre la cama, en mi habitación y no recordaba cómo había llegado allí.
Me incorporé, hasta quedar sentada, con la espalda apoyada sobre el respaldo de la cama.
Los vestigios del punzante dolor de cabeza, que había tenido, durante la ducha, seguían haciendo estragos en mi visión.
Recordé mis últimos momentos de lucidez, y volví a recostarme, avergonzada.
Mientras gimoteaba, entre el agua y el vapor, mis miembros comenzaron a sentirse pesados.
Pero, no con el peso de la tristeza, sino literalmente pesados, como si el oxígeno, en mi sangre, comenzara a escasear, a causa de una intoxicación por dióxido de carbono.
Era como en mis pesadillas, en las que me moría en el baño y me encontraban tiesa; aferrada a las cortinas, cubriéndome para que no me vieran la cuca peluda.
Sacudí la cabeza y disipé los pensamientos intrusivos.
Estaba viva, así que podía descartar aquello.
Sin embargo, mi sospechosa laguna mental, me hacía considerar otros escenarios, que involucraran un desmayo, ya que, sumado a la pesadez en mi cuerpo, también se había presentado, un pitido sordo, y un velo negro, empañando mi visión.
La triada de la calamidad.
Entonces, ¿por qué seguía viva y recostada en mi camita y no medio muerta en el piso del baño?
Una posibilidad, inesperada, pero, probable, comenzó a hacer eco en mi cabeza.
¿Y sí... alguien había venido en mi rescate?
Aterrada, de su veracidad, me puse una almohada en la cara, ocultando mi rostro, rojo de la vergüenza.
Imposible...
Dios no me abandonaría de esa manera.
¿O sí?
¡No!
¡Líbrame Señor, de magna humillación!
El solo pensar en aquella remota probabilidad, me provocaba escalofríos.
No obstante, enseguida me consolé, puesto que, el que no debe ser nombrado —ni con el pensamiento— debía estar muy lejos, después de nuestro reencuentro.
Además, las viejas tuberías de cobre del baño no tenían ninguna fuga evidente.
Eran viejas, pero resistentes, como las de antaño. Porque todo lo viejo, era mejor.
Sí... eso es.
Cabeceé muy convencida.
Unos golpes incesantes en la puerta, me sobresaltaron, interrumpiendo mis cavilaciones, o más bien, molestos pensamientos intrusivos.
Con parsimonia, me vestí con un abrigo, que recogí del suelo de mi habitación, para dirigirme hasta la entrada.
Sosteniendo la puerta con ambas manos, recibí al visitante.
El sujeto ataviado de buzo y una gorra estampada, frunció los labios, antes de hablar, moviendo su bigote.
—Me mandaron a revisar si existe una fuga de monóxido de carbono.
—¿De qué? Lo siento caballero, pero ya me retiré del negocio de la venta de... —Me silencié y sacudí la cabeza, abriendo los ojos como una traficante (retirada) que se delata sola. —Digo... Nunca vendí de eso... lo que sea que anda buscando.
El sujeto de mediana edad y barriga prominente se atusó el bigote con una mano, mientras abría la puerta de mi casa con la otra.
—Como sea, tengo órdenes estrictas de revisar las instalaciones de gas de su casa.
—¿Qué? ¡Oiga! ¿Y de quién?
Corrí tras el sujeto, que apuntaba un pequeño y ruidoso aparato hacia el cuarto de baño.
—Vaya... estos son niveles peligrosos.
—¿De qué? ¡Oiga! ¡No sea barsa! ¡Salga de mi casa!
—Señorita... su casa es una trampa mortal. Tendré que hacer varias reparaciones, pero, no se preocupe, está todo cubierto.
Siguió hablando, mas, no le presté mucha atención.
Con una tarjeta de presentación, corroboró que era un plomero, y que se haría cargo de una fuga de gas, incoloro e inoloro, pero poderosamente mortal.
A pesar de que sonaba como una estafa, podía estar tranquila, porque los gastos no correrían por mi cuenta.
—¿Entonces es gratis?
El sujeto, volteó para mirarme con extrañeza.
—Sí. Pero, es importante, que haga una mantención periódicamente y...
—¡Gratis! —Repetí con alegría.
El tipo arrugó el ceño y volvió a darme la espalda, para dedicarse a su faena.
—Si no se muere esta pendeja, es porque Diosito es grande y misericordioso, wey. —Murmuró con un marcado acento, mientras caminaba hasta el pequeño cuarto de baño.
Abrí la boca con sorpresa, ante su desfachatez, mordiéndome la lengua para no replicarle en español.
Una vez, que Pancho el plomero, terminó muy eficientemente su trabajo, bajo mi mirada atenta —de que no se robara nada del baño, y que hiciera algo, en lugar de fingir que apretaba tuercas— volví hasta mi habitación, para tomar una pequeña siesta...
Digo...
Entregarme a los brazos de Morfeo.
Para mi desgracia, Morfeo, no quería abrazarme. No quería tocarme ni con un palo. El desgraciado, me evitaba, igual como lo hacían todos a mi alrededor.
Sin despegar la vista del techo, di un suspiro ofuscado, al no obtener ninguna respuesta en las formas difusas y grietas pintadas de blanco desvaído.
A pesar de ello, contaba con algunas certezas, que asomaban tímidas, de entre mi océano de incertidumbres.
Estaba sola, en un pueblucho a chorrocientos mil kilómetros de mi país natal.
Sola, con una gata a la que alimentar y un año escolar que salvar.
Sola, sin el hermano cretino que me mantenía y consolaba en momentos, como éste.
Sola, porque había mandado al diablo, al canalla de mi novio y no me cabía duda, de que él, había hecho lo mismo conmigo.
¿Para qué esperar el perdón de una tercermundista, cuando podía tener a cualquier minita?
Sería un vampiro medieval, pero no dejaba de ser un hombre.
Y yo era la perfecta espantaviejos.
Él, no sería la excepción a mis súper poderes. O súper desgracias, dado el caso.
Pateé las sábanas y golpeé el colchón, con los puños, mordiéndome el interior de las mejillas, para así evitar, que las lágrimas de frustración, agolpadas en mis ojos se derramaran —otra vez.
Suficiente tenía, con el lloriqueo, en la ducha. No iba a permitir que mis ojos se siguieran hinchando y enrojeciendo, hasta tener el aspecto de un marihuano alérgico.
Sacudí la cabeza y me levanté de un salto.
Acostada, iba a carcomeme la ansiedad, repitiendo en mi cabeza una y otra vez, escenarios y situaciones, que no iba a cambiar, por mucho que lo deseara.
Sumado a eso, seguramente, terminaría en posición fetal, consumiendo tele basura y chatarra.
Mucha chatarra.
De modo que aproveché, la vergüenza que me daba admitir, que estaba triste y los motivos subyacentes y me levanté, impulsada por el afán de demostrarle al mundo que no iba a caer.
Que se necesitaba más, para dejar en el suelo a Julieta González.
¿Un romance fallido?
Lo tiene cualquiera.
¿Una familia con tendencia a abandonarme?
Al menos tenía familia...
Estaba determinada, a verle el lado bueno a las cosas.
No importa, si ahora mismo me encontraba en un agujero de existencialismo y miseria.
Era mi agujero de devastación y le daría un glow up, para que se viera bien aesthetic.
De otra forma, perdería los últimos retazos de cordura que me quedaban y me hundiría en un abismo sin retorno.
Antes de ir a la cocina, y aprovechar mi soledad, para preparar huevos revueltos con tocino y tomar leche de vaca contenta, fui hasta el baño. Con las manos sobre el lavabo, miré con detenimiento a la chica en el espejo.
Unos ojos azules, demasiado grandes, para un rostro tan pequeño y hegemónico, me devolvieron la mirada.
Las pupilas se expandieron con asombro, para perderse entre las hebras de cabello lacio y castaño, con reflejos naturales, rojizos al sol.
Los pómulos altos, estaban separados por una nariz, pequeña y respingada.
La piel blanca e inmaculada, era demasiado traslúcida, para ofrecer algún tipo de protección, a la chica pequeña y frágil, que se miraba abatida.
Si tan solo fuera hermosa... se quejó la protagonista de la historia de moda, en mi biblioteca de wuattpad.
Sonreí sin alegría y sacudí la cabeza, antes de lavarme la cara y quitarme las legañas.
Recordaba a la perfección el inicio de la novela, que había comenzado a leer en la aplicación naranja. Sin embargo, era incapaz de retener información, referida a los libros que encomendaban en el colegio.
¿Por qué eres así? Inquirí ladeando la cabeza.
La mujer de aspecto corriente entrecerró sus ojos oscuros con fastidio.
Lamentablemente, no había sido bendecida con el síndrome de Alejandría, —en caso de que existiera tal cosa, y no fuese otro invento de tumblr.
No había ojos claros que destacar, ni un cabello sedoso, ni una piel impoluta, digna de skin care coreano.
Pero, al menos hay salud, me consolé.
A menos que, las pronunciadas ojeras, fueran una señal de deficiencia de hierro, y no sólo producto de mis frecuentes desveladas. En ese caso, ni salud tenía.
Di otro breve vistazo, y me dirigí a la cocina.
El concierto de tripas, estaba por comenzar, y era mejor apaciguarlo.
—Sunny, no hay huevos.
Le reporté a mi gata, la que, sentada sobre sus patitas traseras, se acicalaba, su carita con ambas patitas delanteras.
—Ni carne. —Continué, arrugando el ceño, frente a la congeladora, llena de verduras.
Aprovechando la ausencia del veganazi, me alisté para comprar alimentos de origen animal.
—Te quedas cuidando la casa, mi vida. Mami va a comprar carne.
Sunny, interrumpió brevemente su embellecimiento, para mirarme con sus ojos hambrientos y amarillos, retomando su faena, con entusiasmo.
Tenía la mano en el pomo de la puerta, cuando me percaté que estaba por salir en pijama y pantuflas, de modo que, fui hasta mi cuarto y me puse lo primero que encontré.
De mi habitación-armario, saqué un exclusivo conjunto de diseñador y lo combiné con unas botas altas de cuero, las que alargaban aún más, mis estilizadas piernas de modelo de alta costura...
Solté un bufido y recogí un suéter, que estaba a punto de caerse de la silla frente al escritorio,
¿Por qué no podía ser una protagonista de cliché, aesthetic, guapa y millonaria? —O de clase media, alta, acomodada, pero, no muy ostentosa, porque la diferencia de clase es un clásico tópico en las novelas.
¿Por qué me castigas así Señor?
¿No te bastó con mandarme a nacer en el tercer mundo?
Entre cavilaciones y cuestionamientos sin respuesta, localicé mis botas de agua, las que se supone, eran hasta la rodilla, pero como soy paticorta, me cubrían las rodillas y parte de los muslos.
Inspirada, por las protagonistas de libros, que se sacan outfits de Pinterest, me puse mi abrigo de piel sintética, —sobre el suéter que traía puesto, cabe mencionar.
El viento que abrió de forma violenta, la puerta mal cerrada de la entrada auguraba un frío del infierno.
Es decir...
Del infierno congelado.
Retrocedí un paso, ante la vista onírica, que la puerta abierta me ofrecía.
Abrí y cerré la boca de manera abrupta, ante la impresión de volver a ver al ángel destructor, que amenazaba, con su sola presencia, acabar con los restos de mi humanidad.
Aprecien los guapos recursos gráficos, cortesía de KyVel (KyVelasquez) la que por cierto, también escogió a la muchacha que oficiará de Julieta, pa' los que no tenemos imaginación y para aquellos que les gusta la actriz, cuyo nombre olvidé.
PD. Si no le está gustando la historia, quédese por los dibujitos. (Son varios y están hermosos).
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