Misión de rescate
—¡Nadie se mete con Julieta González y vive para contarlo! —Le advertí a la soledad, cerrando de golpe el refrigerador.
Con la coca fría, entre las manos, tomé las llaves del auto y me dirigí a la puerta principal, no sin antes cerciorarme de que me había cambiado las pantuflas, por zapatos y puesto ropa sobre el piyama.
El golpe seco, fue suficiente para despertar a Sunny, que inmediatamente se incorporó para reclamar comida.
Sus grandes ojitos amarillos, me miraban con expectación, mientras frotaba su cuerpecito peludo contra mis piernas.
—Quién es la bebé más linda del mundo... Tú... Tú lo eres. —La alcé en brazos, interrumpiendo su comida, a lo que respondió con un maullido. —Te quedas acá y cuidas al Willy en lo que yo voy a.... negociar con la pelirroja. —Le expliqué, dándole un besito de despedida en su peluda frente.
Con prisa, —no tanta como con la que hui de la habitación de mi cachondo hermano, el que casi me mata por interrumpir su quinceava ronda con el ACAB — fui hasta el auto, para manejar hasta Port Angeles y recuperar al camarada Elmo.
¿Qué se creía la pelirroja loca?
¿Qué podía allanar mi casa sin una orden judicial y llevarse el peluche de mi infancia que espantaba pesadillas?
¿Qué podía asustar a mi gata, y orillarla al peligro?
Nadie se metía conmigo y salía airosa.
Le iba a demostrar con qué chichita se estaba curando y con suerte, terminaba el asunto del ejército de una buena vez.
—¿Cierto Pochita? —Dije, acariciando el rifle sobre el asiento del copiloto. — Con un puro tiro, vamos a volarle la raja a la pelirroja... y a todos los giles...
Pisé el acelerador a fondo, al notar lo despejadas que estaban las calles de Forks a las tres de la madrugada. Con un poco de suerte, acabaría con los vampiros antes del amanecer. Y estaría de vuelta para el almuerzo.
Abrí la guantera, verificando la cantidad de cartuchos con los que contaba para enfrentarme a el ejército de chupasangres.
—Cinco, ocho, doce... ¡Oh, un Sniker!
Mientras iba contando, el auto, comenzó a inclinarse a la derecha, alcanzando a enderezar el rumbo, a tiempo, para no caer dentro de una zanja al costado del camino.
—Coquita pal' sueño.
Cerré, la guantera con un golpe seco y estiré el brazo para buscar la botella de gaseosa, la cual había caído a los pies del asiento del copiloto, justo bajo el arma.
—Vamos....
Mis brazos, no alcanzaban la botella de medio litro, que no paraba de dar vueltas, escapando de entre mis dedos.
—Vamos... ¡Ven aquí botella del demonio!
Cuando por fin logré alcanzarla, me había inclinado lo suficiente para quitar la vista del camino, y sumergirme casi por completo, bajo los asientos del auto.
El vehículo, se inclinó nuevamente en un ángulo extraño, desviándose hasta la pista contraria.
—Mierda...
Las luces de un camión que se acercaba a alta velocidad, destellaron cegándome por un breve instante, antes de percatarme de la inminente colisión.
¿Será éste el final de nuestra protagonista?
Descúbralo en el siguiente capítulo: "Crimen"
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