Llorando, empelota y en contra de mi voluntad
A un par de días de la graduación, mi mano seguía vendada, pero tenía un aspecto más normal.
Si bien tenía la casa sola, puesto que, Willy se había ido a trabajar, estaba más sola que la casa.
Sin ánimo de nada, me levanté bastante tarde, descubriendo que mi provisión de ropa limpia se había acabado.
—¡Willy! —Llamé, cuando mi hermano atendió el teléfono. Al otro lado de la línea, el silencio, era interrumpido por leves murmullos y los llamados por altavoces, propios de un hospital.
—Estoy ocupado. —Claro, él siempre tenía algo que hacer, mientras que el resto valíamos verga. —Dime, ¿qué pasa?
—¿Cómo se usa la lavadora?
Aguardé su respuesta, mientras tomaba desayuno.
Fruncí el ceño, al percatarme de que el cartón de la caja de cereal estaba goteando. Tal parece que echar leche directamente a la caja de cereales, para no tener que lavar loza, me había ahorrado ese trabajo, no obstante, me había condenado a trapear el piso, lo que me daba mucha más pereza.
Willy dio un suspiro.
—Echas detergente y luego, la enciendes.
—¿Y luego?
—Echas la ropa...
—¿Y qué hago con la espuma?
—¿Cuál espuma? —En su voz, se filtró una nota de pánico.
—La que sale de la lavadora cuando la enciendes.
—¿Cuánto detergente le echaste a la lavadora? —Hizo una pausa antes de agregar. —¿La cerraste?
—Obvio. Pero... Parece que... ¿Se te ha subido la olla de tallarines, cuando está hirviendo? Tú sabes, se sale la tapa de la olla y se empieza a rebosar y el agua empapa la cocina... —Hice una mueca, sintiendo el sabor floral del detergente, mezclarse con los cereales.
La espuma subía a una velocidad alarmante, salpicando mi desayuno.
—¡Deja de hacer lo que sea que estás haciendo y aléjate de mí lavadora!
—¿Y de a dónde saco ropa limpia? —Repliqué, revolviendo el cartón de cereales con leche.
—¡Y de mi cocina!
—Ok... —Me encogí de hombros, con una mueca de disgusto. Los cereales, con frescura floral, no eran un buen desayuno.
—¡Dios! ¡Si no te casas con un vampiro multimillonario, que no te haga cocinar, ni lavar ropa, no sé cómo vas a sobrevivir!
—Já. Mira cómo me rio, Willy. Já. Já. ¿Te comiste un...? ¡Achú! —El piso frío, estaba congelando mis pies descalzos y el detergente, estaba haciendo que me picara la nariz.
—Julieta, tengo que cortar... por ningún motivo, andes...
—¡Achú! —Su advertencia, fue interrumpida por una seguidilla de estornudos.
—¡No andes descalza!
Puse los ojos en blanco, ante la típica palabrería de mamá que a todo le echa la culpa, por andar descalzo.
—Sí, sí, si no me voy a resfriar...
—¡No es por eso! ¡Agh! ¡Tengo que colgar!
Willy terminó la llamada, sin darme ninguna solución.
De modo que, repliqué el mismo procedimiento que aplicaba, en mi diario vivir, cuando se presentaba alguna dificultad.
Cerré la puerta y me olvidé del asunto.
Algún día la lavadora dejaría de expulsar espuma. No podía estar así infinitamente.
Solo le había echado el equivalente a treinta cargas de ropa, como indicaba el modo de uso, del detergente, 1:1. Sencillo, fácil, sin tener que poner a andar mi neurona traductora.
El pequeño detalle, residía en que aquella proporción, era para indicar que, cada una carga de ropa era una cantidad determinada de detergente y no una prenda, como me figuraba.
¿Cómo iba a saber?
Las palabras que salían en las instrucciones no estaban en mi vocabulario, porque a pesar de que me defendía con el inglés, no era una experta, y no es como si hablara de estos asuntos con mis amigos.
"Hey bro! How you wash your clothes?
White o color?
¿Suavizante or not?
What programa?
El aparato, aunque desenchufado, seguía expulsando espuma y emitiendo sonidos raros, que se escuchaban aún a puerta cerrada.
Parada en medio del pasillo, Sunny me miró con sus ojos grandes, dando un maullido preocupado.
—Nah. No te preocupes. Ya se le va a pasar.
La pequeña criatura se quedó estática, hasta que pasé por su lado y me acomodé en el sofá.
Como si supiera que tenía las rodillas entumecidas, se encaramó de un salto, para echarse sobre mí. Se acicaló rápidamente, con sus patitas delanteras, para luego esconderlas y adoptar una forma similar a la de un pan de molde. Un suave, calientito y negrito pan de molde.
Resignada a ver pasar el día en piyama, rebusqué el celular en mis bolsillos, dando con él en los recovecos del sofá.
Ignorando las notificaciones y promociones de la pantalla, me fui directo a las redes sociales. Apenas, me estaba poniendo al corriente de las funas de Tuiter, cuando mi celular notificó una llamada de Jessica.
—Quiubo Jess. —Me golpeé la frente con la palma abierta, por el desliz. —Digo... ¡Hola! ¿Todo bien?
—Las chicas y yo vamos a Port Angees. A comprar ropa para la graduación y para la fiesta en la casa de los Cullen. ¿Quieres venir?
—Mmm...
Aunque siempre decía, que sí, a cualquier cosa, que me distrajera, ir de compras con Jessica y las nenas, implicaría levantarme e interrumpir el sueño de Sunny, porque si esperaba que ella se levantara por su cuenta, estaría con el culo contra el sillón, el resto del día.
Iba a decantarme por esta última opción, cuando la vista de la espuma de detergente, filtrándose por la puerta del baño, me hizo cambiar de opinión.
—¡Claro! Me vendría de maravilla.
Así como estaban las cosas, iba a recibir el certificado de graduación en piyama, o en pelota, puesto que, dudaba mucho que Willy fuera tan generoso para prestarme ropa, siendo la responsable del averío su lavadora.
—Paso por ti en diez...
—¡Claro! —Levanté el brazo para olisquear la manga de mi piyama e hice una mueca. —Que sea en quince mejor...
Necesitaba una ducha con urgencia, y más importante; necesitaba cambiar de piyama.
Mis opciones se habían reducido drásticamente. Ya ni siquiera podría recibir mi título de graduación en piyama.
Lo haría como Dios me echó al mundo.
Llorando, en pelota y en contra de mi voluntad.
Estaba sopesando seriamente ir a Port Angeles, envuelta en la única toalla que tenía limpia, porque ni con todos los cinturones del multiverso, los pantalones del Willy me quedarían buenos.
Y una será desordenada, desorganizada y un desastre que no sabe usar la lavadora, pero también es vanidosa.
—¡Aquí están!
Sin embargo, debajo de mi cama, cubiertos por una película de polvo, que los asemejaba más a un trapero que a unos pantalones de yoga, estaba la prenda que me permitiría salir del paso.
—Julieta González...
Apenas, me había puesto ropa interior, cuando la puerta se abrió sin previo aviso.
El chillido que solté hizo que el inesperado visitante, arrugara el rostro contrariado por mi reacción, mientras yo me esforzaba por mantener el equilibrio y no irme de culo.
—¡Qué haces aquí! ¿No conoces la palabra privado? ¡Es alguna especie de fetiche insano el que tienen los vampiros por espiar a la gente!
Ofendida, la figura pálida y menuda, puso las manos en su estrecha cintura.
—Hola, Julieta. Me alegra que sigas viva. Y no. No tengo fetiche por espiar tu futuro. Lo que pasa, es que cada vez que tengo una visión tuya, no es nada bueno. ¿Me quieres explicar por qué el enchufe de tu lavadora está flotando en el agua y por qué el baño está lleno de espuma?
—Organicé una pool party. —Le di la espalda, para recoger mis pantalones. —Y no te invité. —Concluí, mientras sacudía la prenda. —¡Achú!
—Además, no pude evitar ver, como cometías ese crimen a la moda... ¿Qué es esa horrible combinación que usarás hoy?
—Es que en serio, no tengo que ponerme.
Alice sacudió la cabeza y extendió una bolsa de papel en mi dirección.
—Te lo envía Rosalie, son cosas que ya no usa, y cree que tú le puedes sacar provecho.
—¿Ah sí?
¿No serían prendas llenas de polvo pica-pica?
Me encogí de hombros, arriesgándome a esa posibilidad. Prefería cargar tremenda comezón, antes que andar empelota o con un mal outfit.
—Así es... Creo que le caes un poco mejor...
Me encogí de hombros.
—No durará mucho. Seguro hago algo y la cago y le caigo mal de nuevo. Nah que hacerle. En fin... —Me vestí rápidamente con lo primero que saqué de la bolsa de papel. — ¿Vamos con las chicas a Port Angeles?
Alice me miró con sus ojos dorados, agrandados de sorpresa.
—¿Yo? ¿De compras... con otras chicas?
—¡Ya llegó Jessica!
Desde el exterior se escuchaban los bocinazos que nos incitaban a darnos prisa.
—¡Vamos, vamos! ¡Mueve los panes! —Con una mano la empujé hasta la salida, mientras que, con la otra, me acomodaba el talón de la zapatilla, que estaba pisando.
Los bocinazos se hicieron más sonoros, con mi demora.
—¿Quién trae tanta plata, oh? ¡Ya voy!
—¿Qué hay de tu lavadora?
Di un vistazo al cuarto de baño, agudizando el oído. No había señal de ruidos extraños, ni de espuma en las rendijas de la puerta.
—¿Soy yo la que ve el futuro? ¿Me visite cara de vidente?
Alice entornó los ojos y puso cara de pocos amigos. Con ambas manos, en las caderas, se plantó en el pasillo obstruyéndome el paso.
—Si tú no sabes, menos voy a saber yo.
—¡¿Tanto por un vestido?! ¿Tiene hilos de oro acaso?
Había cosas que no le iba a dejar al destino.
Como mi economía.
Mientras, nadaba —y me ahogaba— entre vestidos y zapatos y diminutas prendas para abrigarse en algo los hombros y la espalda —pero, no demasiado, para no quitarle protagonismo al vestido— cuestionaba el elevado precio de las prendas. ¿Para qué despilfarrar tanto, si lo íbamos a ocupar un rato?
Otro factor más para apoyar mi propuesta —rotundamente rechazada— de que hiciéramos una graduación con temática zombi.
Todas ignoraron mi acotación. Así como, ignoraron mi sugerencia de ir a un Wallymart y comprar las cosas allí. Con un poco de suerte, encontrábamos los vestidos 2x1 o con un descuentazo.
Ajenas a su privilegio de gringas, con el supermercado más surtido de todo el continente, prefirieron que gastáramos en otro de sus privilegios capitalistas. Un distrito comercial, absurdamente caro.
—¿Y si vamos a la americana? —Propuse.
Sacudí la cabeza, divertida por la ironía de estar en "América" y querer ir a una tienda de ropa de segunda mano "Americana".
Para mi suerte, no le prestaron atención a mi lapsus. Alice, Lauren y Angela, estaban pendientes de la elección de vestido número chorrocientos mil uno de Jessica.
—Hermoso ¿Nos vamos?
Para sorpresa de nadie, mi respuesta no le pareció satisfactoria, de modo que, continuó con su búsqueda implacable.
"No sé dónde estás vestido, con las tres b, bueno, bonito y barato, pero juro que te encontraré y te compraré".
La búsqueda de Jessica, se extendió y se extendió y se extendió, como las películas de Rápido y furioso.
En el intertanto, todas ya se habían comprado vestidos, zapatos, recorrieron todas y cada una de las tiendas de valle: te vas si un peso y se sorprendieron con mi habilidad, para encontrar pilchas en oferta. Mi entrenado radar, heredado de la Nancy, me permitió terminar con la diligencia en poco tiempo y sin dar consideración a detalles, tales como si la prenda era de mi gusto o no. Estaba barata y era de mi talla, ¿qué más podía pedir?
Lauren y Angela, se sorprendieron de mi súper poder, al igual que Alice, que, en lugar de apoyar mis sugerencias, se puso del lado de Angela y Lauren e incluso defendió la odisea de Jessica, que nos tenía reventadas con su indecisión. ¿O sería que tal vez, sólo a mí, me tenía la paciencia colmada?
Para suerte de todas —y sobre todo, para mi conveniencia— si tenía la boca llena de comida, no me quejaba, por lo que se la pasaron alimentándome mientras me desparramaba en los sofás de los pasillos.
Con razón, Bella, no había querido sumarse al martirio que suponía, ir tienda por tienda, en una interminable procesión, en busca del Santo Grial, de los vestidos de graduación.
Sentada, con el codo, apoyado en el reposabrazos y la mejilla resbalando de la palma de mi mano, comencé a dormitar durante el desfile, mientras, le seguía dando vueltas, a la excusa que había empleado Bella, para ausentarse. ¿Cuál era? Ya no la recordaba. No sabía si había una siquiera. ¿Qué estaría haciendo Bella en este momento? ¿Qué estaría haciendo él en este momento? ¿Por qué no se había presentado cuando la lavadora se reveló? Mis parpadeos se hicieron más prolongados y mi vista se volvió más borrosa, con cada pestañeo.
Alice hizo un comentario, y las chicas rieron, asintiendo con complicidad. Integrarse, no le había supuesto ninguna dificultad, a la adorable y carismática vampira.
Di un cabeceó a modo de asentimiento y volví a concentrar la vista en las siluetas desenfocadas. El lugar de Bella, era llenado por Alice. Dicho de forma menos amable: Reemplazada.
¿Me habría reemplazado él ya?
Nadie era imprescindible y seguramente había buscado a otra chica, a la que socorrer. Una que no cuestionara su actuar y viviera para adorarle. Una linda chica. Como Bella. Tenía la impresión de que se atraían mutuamente, hasta que intervine y distorsioné su cliché y hegemónica historia de amor. Volví la cabeza y los vi. Tras el cristal del ventanal, Bella se sonrojaba, mientras el vampiro se inclinaba para besarla.
—¡Julieta! —Gritó Angela, despertándome con un sobresalto.
Sacudí la cabeza y disimulé mi cara de espanto por la realista pesadilla, con una mueca molesta.
—Vamos a agregar un corrector de ojeras a tu lista de compras. —Espetó Alice con una sonrisa de sospecha.
¿Sabría lo que estaba soñando?
Nahhh.
Ese no era su súper poder.
Pero... y si...
¿Había cambiado de súper poder con su hermano?
¡Maldición!
Momento.... así no funciona la cosa, me recordé.
—Café. Necesito café. ¿Compraste ya? —Inquirí a Jessica.
La aludida, dio un suspiro, resignada a tomar una decisión.
—Más te vale que sí, porque me muero de hambre.
De haber sabido que el dichoso vestido iría cubierto por una toga —o de haberlo recordado— hubiese tenido un muy buen argumento para apurar la interminable tarde de compras, y el infinito desfile.
Mami tú me pide y yo te doy capítulo, pero no me pida' buenos títulos.
Infinitas gracias a KyVelasquez por el gif, que no sabía donde poner y sirvió de inspiración, para esa parte del capítulo.
¿Volveré a hacer uso de él? Quién sabe. Lo que sí sé, es que no será en un sueño.
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