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Expectativas y realidades



Los días siguientes, en ausencia de mi hermano, el que, por cierto, no llamaba, ni contestaba su celular, para avisar que estaba vivo, con sus órganos intactos y ningún trauma nuevo, los pasé en casa, esperando su regreso.

Nah...

No es cierto.

Pero, para fines prácticos y para hacerlo sentir mal, esa sería la excusa oficial —si se dignaba a regresar.

La verdad, es que, al no verme en la obligación de cumplir mi promesa, de acabar la preparatoria y cumplir mis deberes escolares, como una estudiante funcional, dediqué mi tiempo a otras actividades, menos productivas, pero más entretenidas.

¿Para qué esforzarme en terminar el último ciclo escolar?

De todas formas, no tenía futuro, ni fondos suficientes para la universidad.

A pesar de que contaba con mi seguro, en forma de cuadro renacentista, eso solo cubriría el cuantioso soborno de admisión.

Necesitaba plata para la matrícula y las mensualidades, porque una beca por rendimiento académico, me iban a dar en mis mejores sueños y no contaba con una penosa historia que conmoviera a los rectores, ávidos de dinero.

No me iba a quedar de otra que asistir a la universidad de la vida, a costo de mi salud mental.

Me encogí de hombros.

Con o sin título de preparatoria, podía seguir trabajando en lo de doña Chepa y sería mano de obra barata, en cualquier lugar bajo esa premisa.

¿Para qué esforzarme en conseguir algo que no me iba a aportar en nada?

Prefería quedarme en casa maratoneando series y planificando junto a Lola, nuestro próximo emprendimiento, de venta de plantas... para fines "recreacionales".

—Yo compro las semillas, tú las plantas, las cosechas y las exportamos. Yo me encargo de la venta y la distribución. —Le expliqué a la chica, que me miraba con cara de preocupación, a través de la pantalla del computador.

Lola sacudió la cabeza en gesto negativo y bajó la vista hasta su celular.

—Es que no sé si resulte... —Musitó cabizbaja, con aire distraído.

—¿Dónde está la mentalidad de tiburón? Es el plan perfecto. La vendemos en un Estado, donde sea legal la mota y ¡bum! Millonarias como Steve Jobs.

—Es que, no sé...

—Lola... ¿qué pasó?

—Parece que se me murió la planta...

—No puede ser...

—Y lo que pude salvar, creo que lo cocinó mi mamá...

—No estés...

—Sí. Creo que las hizo té de hierbas.

Me reí de buena gana, ante la ironía.

—Shhh... —Me silenció Lola, posando el dedo índice sobre sus labios. — Hace rato, está mirando la tele. —Hizo una pausa antes de agregar. —Apagada... Amiga. Mi vieja va a matarme.

Volví a carcajearme antes de consolar a Lola, que miraba de forma reiterada a sus espaldas.

De fondo, algo difuminado por los filtros de Zum, podía ver a doña Salomé sentada en el sillón, muy quieta y concentrada.

—Le haces otro té y problema resuelto.

Lola entornó los ojos y luego murmuró para sí misma, tecleando con rapidez un mensaje.

De improvisto, silenció el micrófono y se incorporó, dando vueltas por la sala, perdiéndose a intervalos de mi campo de visión, mientras gesticulaba mandando un mensaje de voz.

Pacientemente, esperé repantingada en el sillón de la sala de estar, apoyando la mejilla, sobre mi mano empuñada. Con la mano libre, imité su gesto, y desperdicié mi tiempo en redes sociales, viendo como todos aparentaban tener vidas más interesantes que la mía.

Luego de varios minutos, volvió a activar el sonido.

—¿Y esa cara de funeral? ¿Quién se murió? La que necesita té de mota, es otra parece...

Presioné los labios en una línea antes de contestar.

—El Willy se fue... y.... me siento un poco sola... —Admití con un deje de vergüenza.

—Willy. Sí claro. Échale la culpa a tu hermano...

Alcé las cejas con escepticismo.

—¿Qué te pasa enfermita?

—Amiga, ¿hace cuanto no sales?

—Recién fui a comprar pan al negocio de la esquina... —Contesté confusa ante su pregunta.

—Tonta. Sabes que me refiero a salir, conocer gente... ¿descargaste Tinnder siquiera?

—Willy, está en Grinnder, pero que turbio buscarlo por ahí... Digo, me preocupa, pero, seguramente se fue con Taylor a Puerto Rico. —Di un respingo, apenada.

Centroamérica se estaba llevando a mi familia de a poco.

O más bien...

Me estaban cambiando por Centroamérica.

¿Qué tenía de especial ese país?

¿Centroamericanos?

¿Sol, playa, arena?

¿Sazón tropical?

¿Y por qué todos los que me abandonaban se iban para allá?

¿Era una especie de conspiración subliminal para que lo hiciera desaparecer?

Porque ahora, le tenía mucho rencor a un continente, sin ningún motivo coherente.

—¡Ay! ¡Mujer eres desesperante! — Exclamó poniendo los ojos en blanco. — Parece que hace rato no te dan mmm... ah ¿Hace cuánto no cojes? Tienes cara de que necesitas que te den tan duro, que tus gemidos se escuchen hasta Varsovia...

Ah... Lola.

Así como sabía menos de geografía que yo, —Varsovia estaba al otro lado del mundo, el chiste funcionaba porque Italia estaba en el mismo continente— era una fiel consumidora del cine comercial y los estrenos de moda, lo cual no estaba mal, siempre y cuando la película, no fuera una porno, disfrazada de película erótica. Una carta de odio al cine.

En lugar de pensar rápidamente una respuesta que no implicara decirle la verdad a Lola, criticaba sus gustos y su parafraseo chafa.

Agrandé los ojos con pánico, al percatarme de la mirada inquisidora de mi amiga.

— No me digas que no tiras desde que terminaste con tu ex. —Acusó con severidad.

Hice una mueca, delatando mis intenciones de mentir.

¿Cómo le explicaba que no había tenido ese tipo de contacto físico con mi ex?

Sin parecer una desquiciada, revelando un secreto por el que podían matarnos.

Y sin quedar como una fanática religiosa o moralista a ojos de mi amiga.

—¡Oh! Se va la señal. —Imité sonidos de interferencia y bajé lentamente la pantalla del portátil.

—¡Contéstame pendeja!

—¡Se fue la señal! ¡Te llamo cuando se te pase lo cabrona! —Me despedí, concluyendo la llamada.

Insegura de mi aspecto, fui hasta mi habitación a mirarme al espejo.

Tal vez, era doblemente bueno no asistir a la preparatoria.

Me ahorraba el estrés de estar bajo el promedio del alumnado. Y el que hicieran comentarios como el de Lola.

Entrecerré los ojos, acercándome al espejo de cuerpo completo.

Cada vez más miope... Concluí olvidando, a qué iba realmente.

—Discrepo con tu amiga. —Resonó una voz conocida a mis espaldas.

Casi me caigo, del susto que me dio verlo sentado sobre mi cama.

¡Qué chota haces aquí!

—Te veías triste hablando con tu amiga.

—¡Estabas espiando! ¡La concha de la lora Edward!

—No. —Frunció el ceño, desapareciendo todo rastro de su buen humor. —Estaba afuera. Sin embargo, me fue inevitable escucharlas. Mis sentidos ultra desarrollados, no son algo que pueda apagar...

—¿No deberías estar en la escuelita?

—Eres una humana demasiado propensa al peligro. Prefiero quedarme a vigilar que estés a salvo.

—¿Qué yo....? ¿No se te ocurrió una excusa mejor?

—Hablo en serio Julieta. Los peligros a los que te enfrentas día a día, eran desconocidos incluso para mí. Nunca me había detenido a pensar lo frágiles que son ustedes los humanos.

—Me las puedo apañar sola bastante bien. Gracias por nada. —Repliqué notoriamente ofendida, cruzándome de brazos.

—Julieta... —Esbozó una sonrisa traviesa, incorporándose y acercándose con paso felino. —Ahora mismo estás frente al depredador más peligroso del mundo. Especialmente para ti. Entró a tu habitación, sin que te dieras cuenta ¿no quiere decir eso que necesitas alguien que cuide de ti?

—No. Así que puedes irte de una patada en el culo por la ventana o por la puerta. Tú eliges.

—Es una muy buena propuesta la que te estoy ofreciendo...

—La mía es mejor... Es más. Te acabas de ganar una patada en el culo, para que salgas por la ventana...

—Julieta...

—¿Se acabaron las flores que ahora entras sin permiso a mi habitación?

Como prometió, Edward estuvo cada mañana en el umbral de la puerta, esperando con un ramo de flores, a que aceptara su disculpa. De modo que, como todas las plantas del Willy se ahogaron con mi exceso de atención, fui reemplazándolas con diferentes flores, de distintos colores cada día.

—Fue una excepción. —Admitió con seriedad.

Inclinó su rostro y puso ambos brazos a mis costados, apoyando sus manos, en el escritorio sobre el que estaba recostada.

Apreté la mandíbula y pensé en cuán frío sería el ártico, para evitar que mis mejillas se tornaran rojas.

Como era de esperarse, no funcionó.

Mi cabeza solo podía rememorar lo suave que eran sus labios cuando me besaban....

Y las mentiras que decían.

¡Sí!

¡Eso es!

¡Concéntrate Julieta!

Pero, no te concentres en su cara, o peor, en su boca.

¡Sé fuerte estúpida, sé fuerte!

Edward, se apiadó de los estragos que estaba provocando a nivel biológico, porque volvió a interponer distancia entre nosotros.

O quizás atisbó el enredo que era mi cabeza.

Nah.

Si supiera de mi debate mental, entre seguir resistiéndome a ceder a la magia del primer amor y la parafernalia asociada, indudablemente se aprovecharía, mandando al demonio, mi nueva postura de mujer autosuficiente que no necesita a ningún hombre que la rescate o la haga feliz.

Podría depender de altas dosis de psicotrópicos y largas sesiones de costosa terapia.

¡Pero de un hombre jamás!

—Lamento la intromisión. —Se disculpó.

Parecía sincero.

—Yo lo lamento más. —Admití con aspereza.

Mi corazón fragmentado, latía con fuerza contra mí esternón, traicionándome y revelando aquello que me esforzaba por ocultar.

No podía ceder tan fácil.

Maldita sea, no había pasado ni una semana.

Edward dio un suspiro derrotado y se rindió, al percatarse que su intento de cortejo, sacado de una novela de suspenso, no estaba surtiendo efecto y se marchó... a conquistar a vieja que sí le hiciera caso, de otra manera, iba a envejecer esperando.

Ah.

Cierto que no envejece.

Maldita sea...

Mi cerebro ni siquiera estaba sirviendo para proyectar escenarios que me prepararan para lo que se venía. No obstante, Edward, ayudó con ello.

Alzó la vista, para mirarme a los ojos una última vez, y sin palabras dijo lo que yo estaba preparada para escuchar.

Su rostro melancólico, ahora era una máscara insondable de indiferencia.

Apreté los dientes en una mezcolanza de falso júbilo porque había ganado —en el absurdo juego de quién se rendía primero— y algo de tristeza, porque mi contrincante se había rendido demasiado rápido.

Cabe aclarar, que la tristeza, era derivada de lo breve que había resultado el juego y lo fácil que había sido ganarlo.

¿Dónde estaba la emoción en eso?

No por otros motivos...

Como, por ejemplo, que le importara tan poco a ese vampiro pecho frío, para que se aburriera con tanta facilidad de mí.

No.

Por eso, no estaba triste.

***

Fueron varios días en la soledad de aquella casa, que se sostenía en Sunny para llamarse un hogar.

Días de euforia, en los que Julieta se esforzaba en convencerse de que estaba mejor sola, que al acecho del ahora denominado "vampiro pecho frío" y abreviado "pecho frío".

Lo que ella ignoraba, es que Edward, seguía acechándola...

Es decir...

Cuidando de ella, al amparo de las sombras.

Protegido, por el manto nocturno, procuraba cerrar las perillas de la cocina que se quedaban abiertas, una vez que terminaba de cocinar y aseguraba mediante cadenas, las llantas de su vehículo para que no patinara en las carreteras cubiertas de hielo en Forks.

Por la noche, se ocupaba de aquellas tareas domésticas, y de tantas otras, que la chica despistada, con deficiente higiene de sueño, pasaba por alto.

Como la fecha de vencimiento de los alimentos que compraba. O el deplorable estado de los enchufes de sus electrodomésticos.

La pequeña casa, se asemejaba más a una trampa mortal, que, a un hogar, concluyó, mientras velaba el sueño intranquilo de la chica.

Parado, frente a su cama, sintió ciertos reparos, ante su falta de ética, no obstante, aquello no era solo para verla murmurar su nombre —entre apodos nada amables— e incoherencias.

También era para protegerla, de criaturas peligrosas.

Como él, por ejemplo.

—¡Ahhh!

Julieta despertó con un grito ensordecedor, sentándose en la cama con premura, dándole apenas tiempo a Edward de reaccionar.

Se restregó los ojos con violencia y se incorporó con rapidez, caminando descalza hasta la cocina, con un leve mareo entorpeciendo sus pasos.

¡Quién me manda a ver Mártires de noche!

Se quejó, mientras sostenía un vaso de agua con manos temblorosas.

Edward, mirándola desde una ventana, frunció el ceño.

—¡Sunny!

El pequeño animalito, enrollado en el sillón, fue interceptado, para ser reubicado en la habitación.

Antes de retomar el sueño, Julieta buscó entre las cobijas, el peluche rojo, con sombrero del tipo ruso tejido a crochet y se acurrucó para dormir con su gata.

Edward, siguió a la chica desde las afueras de la casa, trepándose desde uno de los árboles para continuar con su misión de espionaje.

Las ramas cubiertas de escarcha y la brisa fría no supusieron ningún impedimento, para sus manos de dureza inhumana, así como la distancia a la que se encontraba. Podía ver perfectamente, como la chica abrazaba con fuerza el peluche de Elmo, cuyo sombrero había sido confeccionado con la lana destinada a los guantes, que algún día ella le prometió.

Edward, frunció el ceño, al reparar en ese detalle y en el pequeño martillo, cruzado con una hoz, que adornaba el centro del accesorio.







Capítulo traído a usted, antes de que las altas temperaturas me derritan la neurona y se me evaporen las ideas.

Un cordial y sensual agradecimiento a KyVelasquez por los gif, banners y por picotearme con el capítulo. Le dije que estaría listo el martes, pero como soy wena pa procrastinar, me atrasé.

También sugerir que le den amor a su historia Piuchén, es un fanfic de Crespúsculo, con una protagonista adulta y un Edward que dan ganas de darle sus quédate callao' ¿por qué no me sorprende?

¿Por qué en todos los universos dan ganas de darle sus wates a ese hombre?

¿Lo estamos haciendo muy OOC, o su personalidad es así?

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