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Ejército de ARMYS

—No me acuerdo de nada, pero de que estuvo bueno, estuvo bueno.

El Willy sacudió la cabeza, mientras yo me acomodaba en una cama, que no era a mía, pero a juzgar por su presencia, no era parte del sótano de un traficante de órganos. A menos que mi hermano, hubiese decidido, venderme por partes.

—No sabes la vergüenza que pasé por tu culpa. —Continuó rezongando el Willy. El celular, sobre la mesita de noche a un costado de la cama, lo avalaba. El aparato, no dejaba de vibrar, acusando notificaciones de redes sociales, que sostenían su relato. —Te faltó cantar la pirilacha nomás...

Esbocé una sonrisa, rememorando buenos tiempos.

—Con esa canción la Nancy hacía el aseo. —Musité con voz ronca.

Mi hermano entornó los ojos y comenzó a caminar en círculos por la habitación. En lugar de observar el entorno y orientarme en el tiempo espacio, comencé a revisar las innumerables historias de Ig, que resumían la noche anterior y otras tantas en las que me habían etiquetado.

Carraspeando, alargué un brazo, para alcanzar el vaso de agua, sobre la mesita de noche. La puerta se abrió de improviso, provocando un sobresalto, que hizo que botara el vaso y su contenido.

—¡Edward! —Observé desconcertada, como evitaba que el vaso, se estrellara contra el piso. —Pero, qué... —Desvié la vista, hasta las paredes y el gran ventanal, que daba al bosque contiguo a la mansión. Willy corrió las cortinas, dejando entrar los penetrantes rayos de sol, del mediodía. —Estamos en tu casa. —Murmuré frunciendo el ceño.

Edward, extendía un vaso con un líquido de azul electrizante. Eché las frazadas hacía atrás, antes de tomar el vaso de forma apresurada.

—Bien ahí Cedric, haciendo mérito, te estás ganando los porotos...

El Willy hizo una mueca, confundido ante el apodo. Por su parte, Edward rió de manera suave y disimulada. Alcé la vista. Su mirada estaba puesta en mis pies, que colgaban sin alcanzar las pantuflas a un costado de la cama.

—¿Sí o no, que se parece al que sale en Harry Potter?

A pesar, de que mi hermano, parecía estar de acuerdo, su expresión pasó a ser una máscara de seriedad.

—Apúrate. Los Cullen deben estar esperándote abajo. ¿Cierto Edward? —Dio un tímido vistazo al vampiro, antes de volver a fulminarme con la mirada.

—Así es.

—Para qué o qué.

El Willy apretó los labios en un rictus serio.

—Ah... eso. —No recordaba cuál era el asunto que requería tanta urgencia, pero, no iba a quedar como despistada. —Sí. Bajo enseguida. —Me desperecé, tentada a seguir acostada.

Con parsimonia, fui hasta una puerta, que vaya a saber qué había del otro lado, porque los vampiros no cagan.

Todavía tenía el pelo mojado cuando, el Willy y yo bajamos hasta el despacho de los Cullen. Mi histérico hermano no me había dejado probar los modernos artefactos de Alice, para arreglarse el cabello, en su afán por darnos prisa.

Cuando irrumpimos en el despacho de Carlisle, los susurros de los Cullen cesaron, interponiéndose un tenso silencio. Hasta que Emmett, se incorporó del sofá en el que reposaba junto a Rosalie y caminó en mi dirección.

—¿Y bien? —Caminó a velocidad humana, hasta quedar frente a mí. Alcé la vista. —¿Quién ganó el desafío?

Sacando el celular del bolsillo de mi buzo gris, ingresé a Ig, para sustentarme en las evidencias.

—Fue una competencia reñida, pero el público decidió, que el que mejor mata el gusano... —A mi lado, el Willy puso los ojos en blanco y cubrió parte de su rostro con la mano, para simular que se estaba poniendo colorado. —Eres tú, Emmett. Felicidades. Ganaste cincuenta y uno, versus cuarenta y nueve por ciento...

El fornido vampiro, dio una exclamación de júbilo y me levantó, para darme vueltas, como si fuese una muñeca de trapo.

—¡Emmett! —Gruño Edward, desde no sé dónde. Me estaba empezando a marear.

Con delicadeza, Emmett, me deposito en el suelo. Avancé hasta un sofá cercano, entre trompicones.

—Y bien... ¿cuál era el asunto tan importante del que querían hablar?

Ocho pares de ojos me miraron con incredulidad. Willy, caminó con premura, hasta situarse a mi lado, sentándose en el brazo del sillón. Seguí bebiendo la bebida isotónica, con tragos lentos, haciendo memoria... ¿Acaso el mosh, había sido lo suficientemente ultraviolento, para masacrar todas las plantas del jardín que tanto adoraba Esme? ¿Me harían replantar cada flor aplastada y cada metro cuadrado de pasto pisado? Podía hacer eso, pero, me tenían que dar almuerzo...

—Julieta Gertrudis, no me digas que lo olvidaste... —Masculló entre dientes el Willy.

Hice una mueca de desagrado.

—¡No digas mi segundo nombre, idiota! —Chillé, intentado desviar la atención de lo realmente importante.

—Un ejército de vampiros viene con Victo...

—¡ARMY! —Abrí los ojos con pánico, mientras la bebida isotónica se atoraba en mi garganta.

—Sé que puede sonar aterrador. Pero, hemos decidido aliarnos con los licántropos para protegerte... —Intentó tranquilizarme el doctor Cullen.

¿Protegerme?

¿De unas furiosas fans de k-pop?

Imposible.

Eran de los fandoms, más organizados, numerosos y obsesivos en la faz de la Tierra. Lo mejor, era rendirse y aceptar la funa...

Ah. Cierto, que me esperaba un destino peor que la funa máxima.

Convencidas de que habían pavimentado el camino, iban a volverme pavimento, al ritmo de Dynaaamiiiiteeeee, alzando sus lightsticks como si fuesen antorchas en una caza de brujas.

—Bueno, ya fue... —Forcé una sonrisa resignada. —Estamos jodidos. Ningún batallón, puede con los fandoms de K-pop... No dominan el mundo nomás, porque están ocupadas stremeando...

Las criaturas sobrenaturales, miraron en mi dirección confusos.

—¡Idiota! —Un palmetazo en la nuca, le sucedió a la exclamación del Willy. Un golpe lo suficientemente poderoso, para echar a andar mi neurona traductora, en lugar de las pegajosas canciones de Samsung. —¡Un ejército de vampiros! —Explicó mi hermano en español.

—Ah... —Di un suspiro de alivio. —¿Entonces tampoco son vampiros fans de BTS?

El Willy puso los ojos en blanco, mientras Emmett, se llevaba las manos al estómago, riéndose a carcajadas de mi pregunta.

Lo más alejado que le permitía la habitación, estaba Jasper, con el ceño fruncido, mirándome concentrado. La calma que transmitía su don, batallaba con mi infinita ansiedad y escenarios catastróficos, evitando por lo menos, que me lanzara por la ventana o saliera corriendo, mientras gritaba "vamos a moriiir".

—¡Por Dios santo, no! —Replicó el Willy, agotando los últimos resabios de su paciencia. En su cara, podía verse que estaba muy entusiasmado con la idea de darme otro palmetazo en la nuca.

Como no estaba dispuesta a recibir otro golpe, que me reiniciara el cerebro, opté por guardar silencio.

—La batalla se desarrollará dentro de dos días, en el monte Olympic. —Explicó el doctor Cullen, en vista de que había cerrado el pico y me limitaba a dar pequeños sorbos a la bebida isotónica, que no había soltado, desde que salí de la habitación de Edward. —La alianza con los lobos, nos da una ventaja sobre los neófitos y nos permite concluir la batalla, sin que lleguen al pueblo.

—Entiendo. —Dije asintiendo. —Si ganan los buenos, se salvan todos, incluida la ciudad... Si, cometemos el más mínimo error, no me voy a morir sola. En mi conciencia, no solo van a estar ustedes, también un pueblo completo... —Jasper dio un gruñido, al notar que la batalla contra mis emociones estaba perdida. —¡Excelente! Me llevaré a un montón de almas inocentes conmigo...

—No tienes de qué preocuparte. —Enfatizó Edward. —Ni siquiera tienes que estar aquí.

—Esa no es una opción. —Intervino Katherine, cerrando la puerta a su espalda, para luego cruzar la habitación con movimientos calculados y elegantes. Edward, apretó los labios en una línea, mientras mi hermano, observaba con suspicacia, a la recién llegada.

—Cierto. Obvio. Me quedo en mi casa, tomando mate, mientras, ustedes se agarran de las greñas. Típico fin de semana.

—Lamento arruinar tus planes. —Replicó Katherine, con la misma cuota de sarcasmo. —Pero, tienes que estar presente en la batalla. Tu olor es imposible de encubrir.

—Pero, si me bañé recién... —Interrumpí, al tiempo que me olisqueaba el pelo. Como recién salido de la peluquería, gracias a los productos caros de Alice.

—No... —Gruño Edward, mirando a Jasper, con rencor. —No voy a permitirlo...

—Nuestras posibilidades de ganar la batalla, se incrementarían... —Continuo Jasper, con una sonrisa socarrona, que no pasó desapercibida para ninguno de los presentes que lo miraban con curiosidad. Es decir, hasta yo me di cuenta, de que, había ganado la batalla mental que libraba con Edward, quien, derrotado, enseño los dientes, apretando los puños sobre su regazo.

—Ni lo menciones... —Volvió a sisear Edward, en tono amenazante.

Con fluidez, Katherine se situó a su lado, posando una blanca mano de acero sobre su hombro y deteniendo toda intención de movimiento.

Fruncí los labios, para no dejar escapar una exclamación, producto del ligero codazo que me dio el Willy a la altura de las costillas. Sus ojos iban de los vampiros, a mí, de forma intermitente, como en una especie de clave Morse, que no logré descifrar, porque no hablo Taka-taka.

—Julieta... —Los ojos caramelo del vampiro rubio, me miraron con concentración, catalizando una sensación de agradable despreocupación, por mi cuerpo. —¿Estarías dispuesta a ser nuestro cebo, en la batalla con los neófitos? 

No tenía idea de qué era un neófito, ni quería participar de una batalla, de la que en parte era responsable. Prefería esperar a la muerte, confortablemente atiborrada de comida, calientita en mi casa, en lugar de salir a buscarla como una kamikaze, ofreciéndome como un sacrificio a la pelirroja. Sin embargo, la agradable sensación de entumecimiento se había transformado en un implacable sometimiento, del que no tenía escapatoria.

—Claro... ¿por qué, no? ¿Me tengo que levantar temprano?

Edward se incorporó con rapidez, quitando con brusquedad la mano de Katherine, que lo aprisionaba contra el asiento.

Varias siluetas vampíricas, se movieron con rapidez, luciendo como borrones, para mis ojos miopes.

En menos de lo que volví a dar otro sorbo a la bebida isotónica, Carlisle y Emmett, habían inmovilizado a Edward, sosteniéndolo por los antebrazos, impidiendo que se abalanzara contra Jasper, quien, de pie al otro extremo de la habitación, oteaba el entorno con expresión serena, mientras los brazos de Alice, lo rodeaban en un abrazo.

—¿Pero, que caraj...? —Entrecerré los ojos, incrédula ante el escenario del que era testigo. —Willy, nos vamos. —Concluí incorporándome y tirando del brazo a mi hermano, para que me imitara. Si bien, era una acérrima fanática del chismecito, la seguridad era primero. Y mi instinto de supervivencia, me incitaba a salir corriendo de allí, porque, para desgracia de mi chismosa interior, se iban a armar los chingadazos y no iba a ser testigo de ello. Sin embargo, en lugar de huir para preservar la dinastía González, el Willy se quedó estático.

—¡Edward! —El tono de Esme, era de reproche. Con pasos exagerados, caminó hasta situarse frente a su hijo.

El aludido, relajó la postura, cruzándose nuestras miradas un breve instante. Porque por alguna absurda razón, cuando sus ojos dorados buscaron mi rostro, mis mejillas se empezaron a calentar inexplicablemente. Con rapidez, desvié la atención a la botella de isotónica, concentrándome en asuntos de mayor urgencia. Como mi resaca, por ejemplo.

—Jasper, tiene razón. —Intervino Rosalie, situándose junto al rubio. Emmett, la imitó, secundando sus palabras con un asentimiento. —Tenemos que aprovechar todas las ventajas que se nos presenten, si queremos ganar la batalla.

—Sin bajas... —Concluyó Jasper, con tono sombrío.

Con la vista en la punta de las zapatillas que Alice me había prestado, pasé saliva, incómoda, ante los posibles escenarios que intentaba reprimir.

—Bueno. Como sea. Si hay que levantarse temprano, me avisan... o qué se yo. —Me encogí de hombros. Podía hacer ese sacrificio, si eso aseguraba continuar con la conciencia tranquila. Aunque estaba más cómoda trasnochando. O no presentándome a ninguna batalla. Pero, no se puede tener todo en la vida.

Edward dio un gruñido, antes de pasar a mi lado como una exhalación. Instantes después, se escuchó un estruendo, que parecía venir de la cochera.

—Muévete. —Apremié, al Willy empujándolo para que se pusiera de pie.

A regañadientes obedeció, alargando nuestra estadía en la casa de los Cullen entre sus disculpas, agradecimientos y palabrería inútil.

Por mi parte, me despedí con un gesto y me dirigí al auto, ansiosa por llegar a mi casa y dormir otras doce horas más.






¿Sandías qué...?

La idea original, era hacer una referencia sutil. Lamentablemente, acá no conocemos la palabra "sutil" ni "disimuladamente".

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