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Pesadilla en la calle Elmo

— ¡Willy! —irrumpí chillando a la habitación de mi hermano mayor.

El aludido, prendió la luz de su mesita de noche y se restregó los ojos con parsimonia, mientras yo me metía a toda velocidad a su cama y me escondía entre las cobijas.

— Willy, ¡un sujeto entró a mi habitación!

Puso los ojos en blanco y disimuló un bostezo con su mano.

— ¿Qué hora es?

— Las cuatro y algo.

— ¿No deberías estar durmiendo? Mañana tienes escuela...

— Willy, estaba durmiendo, ¡te lo juro! —Sus ojos somnolientos, me observaban con desconfianza.— Really bro, me terminé la película y a mimir.

— Ya... y tuviste una pesadilla...

— ¡No! Te dicen que estaba durmiendo de lo mejor, soñando con Baby Yoda, cuando de la nada, me desperté, miré pal frente y... ¡Casi me meo! —Cesé de aletear y tomé aire, en un burdo intento de tranquilizarme y de que mis palabras no salieran atropelladas. —¡Había un tipo, mirándome fijo! ¡Fijo! La puta madre Willy, ¡me estaba mirando mientras dormía! —A cada palabra alzaba más la voz, presa del pánico que no abandonaba mi cuerpo aún. Temblaba, no solo a causa de tener los pies fríos. — Atiné a prender la luz, bien rapidito y ya no estaba, pero Willy ¡yo lo vi! Me miraba fijo, ¡estaba espiándome! ¡Un maldito stalker! ¡Casi me cago de susto! Lo peor es que cuando prendí la luz ¡ya no estaba! ¡Arrancó!

Willy seguía observándome con semblante sereno, dando cabezazos intermitentes, como si le hubiera contado una trivialidad y no una tragedia como la que acababa de suceder. Enfurruñada, cubrí mi cabeza con una cobija, destapándolo con la acción.

— Julieta... seguramente tuviste una pesadilla...

— ¡Que no! ¡Verga entiende! Hay dos posibilidades, —enfaticé enumerando con los dedos. —Hay fantasmas en la casa o un acosador al acecho. O un asesino. Ay santa virgen de los apachurrados. ¡Nos van a secuestrar! Justo como en esa película...

— ¡Julieta! —Interrumpió Willy exasperado. —Iré a tu habitación y si no encuentro nada raro, te vas a tu cama, ¿estamos?

— No. Ni cagando duermo sola.

— ¡Julieta!

— Te quedas aquí onii-chan ¿Y si el acosador sigue por ahí? No. No. No. Nadie sale de acá.

— No dormiré contigo, tus ronquidos no me dejarían dormir. —Sacudió las cobijas y dio una patada que me tiró de la cama — ¡Largo Julieta!

— Pero... pero...

— Nada de peros, ya eres una adulta, ¡deja ya las películas de terror y duérmete!

— Pues si amanezco degollada, espero quede en tu conciencia. ¡Mal hermano! ¡Ojalá te asfixies con tus pedos! ¡Buenas noches! —me despedí dando un sonoro portazo que derribó una chuchería de porcelana, adosada a la pared.

No logré conciliar el sueño, puesto que, horribles escenarios se materializaban en mi cabeza. Entre el miedo de que volviera el acosador, y me dejara como la Dalia negra, y el ulular de los pájaros y la lluvia finita pero incesante, me desperté temprano, lo que me dio tiempo para insistirle a Willy que me maquillara como recompensa por no dejarme dormir con él.

A regañadientes aceptó, haciendo de mi cara de vampiro a dieta, la de un ser humano decente. Más que decente... podría decirse que me veía tan bonita como en mis fotos con filtro.

Sin nada más que hacer en casa, aparte de desayunar y enfurruñarme, llegué temprano, como nunca a la escuelita.

Aprovechando la tranquilidad de una mañana sin retrasos, me decidí por tomar asiento en las destartaladas bancas del jardín que quedaba a unos metros del aparcamiento, mientras veía llegar al escaso alumnado de Forks. El tiempo era agradable, a pesar de la lluvia de madrugada. El cielo siempre encapotado ofrecía una vista despejada, asomándose el sol de entre las nubes a intervalos irregulares. de modo que aproveché de absorber toda la vitamina D, que me fue posible.

Di un suspiro aletargado, cuando se acercaba la hora de entrar a clases y no divisé ningún Volvo plateado.

Nuevamente Edward se ausentaba, como si fuera albino. Que era paliducho, sí, pero melamina en el cabello y en los ojos, no le faltaba. Tampoco en sus pestañas oscuras y curvadas.

— ¡Julieta! —Saludó Mike, a la distancia, caminando en mi dirección. Minutos después estuvo sentado a mi lado, comentando tonterías.

— ¿Irás el sábado a La Bush, cierto?

— Claro que sí hombre, ya te lo dije. No me voy a corretear a último minuto, don't worry.

— Es que tu y Edward... se veían muy cercanos el otro día, conversando durante el almuerzo...

— ¿Nos veíamos cercanos? —Una sonrisa carmesí asomó en mis labios. Sacudí la cabeza negando de inmediato — Digo, ¿y eso qué tiene que ver?

— No me agrada Cullen.

— ¿Ahhh? ¿Por qué no? Con razón no quiso ir a la de Bush, seguro sabe que te cae mal. —Me crucé de brazos, haciendo un mohín molesta.

— ¿Invitaste a Cullen? — Tomándome por los hombros, me dio una sacudida. Quité sus manos de encima, sin mucha delicadeza y puse los ojos en blanco.

— Sí, pero me mandó a la verga, no te preocupes. —Di un bufido y apoyé la mejilla en la palma de la mano. Mike, seguía con cara de pasmado, pero sus ojos ya no estaban desorbitados con locura.

Se hizo un silencio incómodo, que pareció durar una eternidad. Admitir una humillación en público, no era nada liberador. Era basura. En momentos como este quería hacerme bolita y abrazar al peluche de Elmo, con el que dormía cuando tenía pesadillas.

Fijé la vista en el horizonte, para luego desviarla al pasto, recorriendo hasta llegar al extremo de la banqueta. Desde una de las patas, un caracol se aventuraba a subir por el mueble. Lento y sin cesar, iniciaba su marcha.

¿Gritaría como un marica, Mike si le echaba el pequeño invertebrado por la espalda? ¿Entre el espacio que se hacía entre la chaqueta y su ropa ajustada?

— No me gusta como te mira —murmuró Mike de repente.

— ¿Qué? —Volví la atención a él y sus ojos cargados de condescendencia me observaron con preocupación. Fruncí el ceño.

— Cullen. Te mira como si fueras algo para comer...

— ¿Algo rico?

Mike sacudió la cabeza y me dedicó una sonrisa. Incliné la cabeza, analizando aquello último. ¿Cómo que me veía como comida? Edward, no era del tipo pervertido, que te desnuda con la mirada, o babea como un perrito mientras profana tu pierna. Tampoco hacía comentarios inapropiados, ni agarraba confianza con facilidad. Ni cerca. Entonces... ¿A qué se refería Mike? ¿A que tenía cara de hambriento? ¿De drogadicto en abstinencia y yo de dealer?

Puse los brazos en jarra y fruncí el ceño. El caracol, estaba al alcance de mi mano. Era cosa de alargar el brazo y restregárselo por la cara. ¿Solo por venir de LATAM, asumía que vendía drogas?

— Digo, que no me gusta. No para ti. —Extendió su mano a la altura de mi cara y en un acto reflejo llevé las manos hasta mis mejillas.

— ¿Qué? ¿Qué tengo?

— Nada... —Su aliento cálido me golpeó la cara cuando acomodó un mechón de mi cabello. Olía a leche y cereales azucarados de colores.

— Ah... —Desvié la vista hasta el caracol, que victorioso había alcanzado su objetivo, Ahora avanzaba por lo ancho de la banqueta, acercándose en mi dirección.

Miré a Mike y sonreí con malicia.

Él, sin sospechar nada, me devolvió la sonrisa con un extraño brillo expectante en los ojos.

***

Mike me miraba de reojo, fulminándome con la mirada, mientras yo me hacía la desentendida y buscaba el cable para conectar el teléfono móvil a la radio.

Eric, a mi lado, relataba el incidente del día anterior, en el que había podido probar mi teoría. Efectivamente los alaridos de Mike se habían vuelto unas décimas más agudas de las que me imaginaba, con un caracol en la espalda. Tal vez se debía a mi pequeño error de cálculo. No había caído como lo tenía planeado. En cambio, la pequeña criatura, se había pegado a la piel de su espalda, entre ésta y su ropa ajustada.

Eric, continuó exagerando la historia, todo el camino a La Push, —La Push, La Push. Angela, se había encargado de recalcar, que la playa no era propiedad de George Bush, como yo me figuraba— poniendo especial énfasis en que los gritos de Mike, se asemejaban a las de una mona china.

Nya, nya, yamette kudasai — imitaba con burla.

Me mordí el labio inferior disimulando la vergüenza ajena y clavé la vista en el camino, haciendo caso omiso de las miradas asesinas que me lanzaba Mike, mientras conducía y las de reprobación y sorpresa que me dedicaban las chicas presentes en el amplio vehículo.

Para ir a la dichosa playa, Tyler, se había ofrecido a llevarnos a todos en su van, ninguno se opuso, con la condición de que él no condujera y nos distribuimos de tal manera que quedé sentada entre Mike y Eric.

Para mi desgracia —producto del karma—iba al frente y sin cinturón de seguridad. Y como no confiaba en las habilidades al volante de nadie, salvo las mías, decidí que si iba a ser mi último viaje, moriría feliz, de modo que me ocupé de elegir las canciones para el camino. Armada con mi Spotyfi pirata, interrumpí las burlas de Eric y comencé el karaoke infinitamente desafinado camino a la playa.

Una vez llegamos a la Push, salí disparada a estirar las piernas. Entrecerré los ojos ante el exceso de luz que bañaba mis pupilas y el aire salado que exhalaba concentrada.

—Playa... —murmuré, mientras los jóvenes a mi espalda descendían con tranquilidad de la van.

—¡Playa! —alargué la última sílaba de la palabra y me aventuré a las aguas oscuras y ruidosas frente a mí.

La brisa era fría y el sol comenzaba a ser cubierto por nubes amenazantes, mas no fue impedimento para que me deshiciera de mis zapatos y calcetines, al tiempo que corría a toda velocidad hacía las olas que chocaban furiosas contra la orilla.

—¡Playa! —seguía gritando, entre tanto, lanzaba parte de mi ropa a la arena. El tacto no era como lo recordaba, cálido y áspero contra mis pies. Allí, la arena era suave y fría, quedando una huella con cada paso que daba.

Sin premeditaciones, ni arrepentimientos de último momento, me zambullí entre las aguas gélidas de La Push.

Cuando terminé de revolcarme por la arena, en un intento de escalopa, Jacob se acercó hasta a mí con una frazada entre las manos. Se la arrebaté con la delicadeza de un bárbaro que se le congelan hasta los huevos y me envolví con ella mientras temblaba como lámpara colgante en terremoto.

Jacob me acompañó en silencio hasta la van, recogiendo mis cosas por el camino.

— ¿Estás drogada?

— Achúuu —fue mi respuesta mientras me acurrucaba en la parte posterior del vehículo, junto a Lauren. — Suenas como mi hermano.

Sorbí la nariz, al tiempo que la chica a mi lado se incorporaba para introducirse al interior de la van. Jacob aprovechó el espacio que había quedado libre y se sentó a mi lado. Sacó las manos de los bolsillos y me ofreció caramelos. Acepté con dedos temblorosos. Tan cerca, estábamos el uno del otro, que podía sentir el calor electrizante que desprendía su cuerpo.

Sin dar mayores indicios, de un momento a otro, el muchacho a mi lado, fue víctima de un indecoroso acto, impropio de una dama.

— ¡Julieta! —denotó asustado Jacob, alzando un poco la voz. Cuando se hubo percatado de mi propósito su semblante se relajó. — ¿Qué haces? —preguntó ante lo evidente.

— Lo siento... —murmuré cabiz bajo, pero sin sacar mis manos de su trabajada anatomía. Ya decía mi madre. Mejor pedir perdón, que pedir permiso. Pésimo consejo, viniendo de Nancy. Pero qué más daba. Había invadido la privacidad de aquel muchacho con el propósito de salvar mis dedos de una hipotermia.

— No creas, que soy una a-co-co-cosa-dora —me castañeteaban los dientes y de milagro no me mordí la lengua. El melena, seguía con gesto confundido, al tiempo que yo acomodaba mis manos bajo sus axilas. — ¿Sabías que aquí se concentra el calor?

— No. ¿De adonde has sacado eso?

— De...de...de...

Lauren apareció desde el interior de la furgoneta, con un elixir capaz de curar todos los males, el que podría hacerme entrar en calor en un santiamén. Alzó la botella de tequila por sobre su cabeza y preguntó: — ¿Unos shots?

Instantes después, estábamos todos juntos, alrededor de una fogata de la que destellaban colores brillantes, a causa de no se qué de la salinidad del mar. O de la leña. No presté atención a lo que me explicaba Jacob, estaba concentrada en lo ácido del limón que me estaba engullendo en ese momento.

La botella de tequila dio una larga ronda, puesto que, al grupo, se habían incorporado Jacob, el mecánico melena de metalero y sus amigos, todos ellos pertenecientes a una etnia indígena de la zona.

Cuando el brebaje llegó a sus lugares, la rechazaron argumentando que eran menores de edad. Incluso Jacob, era un par de años más joven que yo. Ensanché los ojos con sorpresa, ante esta observación. Con razón había reaccionado tan nervioso. Estaba pervirtiendo a un nene, que recién aprendía a limpiarse el culo. Me alejé todo lo que me permitió el apretado círculo que habíamos formado, quedando pegadísima a Bella, quién también rechazó la bebida.

Charlábamos trivialidades, enalteciendo la voz, para hacernos escuchar por sobre el furioso oleaje, cuando Tyler, ofreció traer una guitarra, para animar la velada.

Estaba afinando el instrumento, cuando uno de los jóvenes Quileute, cuyo nombre olvidé, se sacó del interior de la chaqueta, uno de esos que te vuelven rock star y con ayuda de otro chico de cabellera larga y sedosa, comenzó a enrrolarlo. Le dio una pitada y se lo pasó al muchacho a su lado.

— Julieta, estás bastante callada... ¿Tienes frío? —inquirió Angela. Su voz se oía distante entre el murmullo de las olas, y las risas estridentes de los jóvenes. Asentí e inmediatamente reparé en mi error, sacudiendo la cabeza, en gesto negativo. La verdad estaba lo suficientemente ebria para que mis mejillas se encendieran de carmesí y la lengua se me volviera traposa, incapaz de articular una frase coherente.

— Está triste, porque su cita la plantó. —Se apresuró a responder Jessica en mi lugar.

Fruncí el ceño y busqué con la mirada al bocazas de Mike.

A ver... ¿Quién te pateó la jaula...?

—Déjenla en paz —protesto Jacob, interrumpiéndome. Rodé los ojos y di una mirada desdeñosa en su dirección. No necesitaba que me defendiera. Al contrario, él debía cuidarse de mis arrebatos. Por Dios, era un bebé, era hora de que se fuera a dormir.

— No ha entendido que Edward es inalcanzable. Amiga, ya ríndete. Ahí no es. —Continuó alardeando Jessica. Igual y me lo merecía por medio humillar a su casi novio.

Todas las miradas se clavaron en mí cuando comencé a hipar, asociándolo a una inexistente tristeza, ante la mención de Cullen y su rechazo. Lo cierto es que ya estaba ebria. Tan penosa y deficiente era mi resistencia al alcohol que me había embriagado con un par de shots.

— Los Cullen, tienen prohibido venir a estas tierras.

— ¿Están funados?

— No... lo que pasa es que...

— Cállate, es un tratado secreto. —Interrumpió Jacob, a su amigo.

Ya... no le dí color que de acá no sale... —Todos los presentes miraron en mi dirección con gesto confundido. Digo... ah, como sea.Me encogí de hombros y le extendí la mano hasta la llama de la fogata, no sin cierto temor. Estaba tan ebria, que creía haberme vuelto inflamable.

Me acerqué con la sutileza de una víbora, para susurrar al oído del joven incauto.

— Oye Jake...

— ¿Qué?

— ¿Me vas a contar por qué no vienen acá los Cullen? Anda... no me dejes con la duda —tironeé su chaqueta y lo miré con ojos brillantes de expectación, propias de la ebria copuchenta que era en esos momentos.

— ¿Te gustaría oír una historia de terror?

Asentí enérgicamente, a modo de respuesta.

El muchacho se incorporó y me ofreció su mano, para que lo imitara. Entre trompicones, me puse de pie y nos encaminamos a un lugar apartado de la playa.

A nuestras espaldas, Tyler seguía tocando la misma canción una y otra vez, dejándola a medias, mirando a la nada y reanudándola desde el principio.

Caminamos en silencio por la orilla de la playa. Las piernas largas de Jacob, se habían adaptado a mis pasos cortos y torpes y como medida preventiva había posado su mano en mi brazo.

— ¿Sabías que los Quileute son descendientes de los lobos? —comenzó su relato con voz profunda y aire solemne.

— ¿Ah? ¿Reencarnaron en lobos?

— No, no. Nuestros antepasados eran lobos.

— Ahhh... —lo miré escéptica. Comenzaba a dudar de que no hubiera dado una pitada o un trago a la botella de tequila. Asentí incitándolo a que continuara.

Rellenó su relato con datos que lo involucraba a su abuelo y a él. Que eran machos alfas, que querían cogerse a su omega destinado...

Oh wait...

Mi atención estaba desperdigada por aquí y por allá, de modo que me fue imposible no mezclar su historia con los omegaverse que había leído en plataformas de autopublicación.

Cuando el apellido Cullen resurgió de entre su relato, volvió mi atención.

— Claro... las feromonas —dije mientras sacudía la cabeza con gesto afirmativo.

— ¿Feromonas?

— Digo... ¿Qué tienen que ver los Cullen con los lobos?

— Son del clan enemigo.

— ¿Vampiros?

— ¡Vaya! Lo has pillado al vuelo.

— Meh. No hay que ser genio, para saber que hombres lobo y vampiros son enemigos naturales. Como ingleses y escoceses, o franceses y escoceses o japoneses y escoceses o...

— Ok. Ahora entiendes, porque no pueden venir a La Push. Estarían rompiendo el tratado.

Fruncí el ceño, ante su interrupción —y el echo de que no captara mi magna referencia— y agrandé los ojos con sorpresa por su declaración.

— ¿Entonces se irían a guerra?

— No sé, si llamarlo una guerra...

— Como en esa película...

—Julieta —tomó mis manos congeladas, entre sus manos grandes y cálidas. Sus ojos castaños tenían un brillo impaciente. — Es un secreto de mi tribu, no lo comentes con nadie.

— Sí, sí mi rey, me lo llevo a la tumba. —Sí que eran exagerados con sus cuentos de hadas. Seguí chamuyándole hasta que se quedó tranquilo y regresamos a la fogata.

Tyler seguía sin poder sacar una mísera canción y la mayoría se deshacía en risas.

Me apoderé de la guitarra y toqué un par de notas.— A ver si se saben ésta...

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