¡Oh! ¡Un cliché de telenovela!
— Vino para la madre, flores para el padre. —Resolví muy pagada de mí misma, sosteniendo una botella de tinto en una mano y en la otra un ramo de flores.
— Es al revés. —Willy sonrió divertido. — Flores para la suegra, vino para el suegro.
— Claro... ¡Oye! —El sonrojo fue evidente. — Mejor ayúdame a buscar una pilcha decente.
Ambos nos dirigimos al chiquero que tenía por habitación. Willy arrugó la nariz y con cuidado de no pisar nada fue hasta el armario.
— ¿Cuándo es tu cita con Cullen?
— El sábado. Y no es una cita. Solo voy a ir a su casa... —A conocer a su familia de vampiros. Pero, vampiros de etiqueta. Ricos, refinados, elegantes. Una punzada me hizo doblar sobre mi estómago.
— Vas a conocer a tus futuros suegros.
— Cállate Willy.
— Futura señora Cullen.
— Te voy a dar un zape. Espérate nomas.
— ¿Y cuándo me lo vas a presentar a mí?
— El día del níspero. ¿Dónde está mi vestido de mangas largas? Ese verde oliva.
Willy puso los ojos en blanco y dio un respingo. — Ahora es verde deslavado con manchas rojas. Lo echaste junto con una camisa y se tiñó.
— Mierda... ¿En serio? ¿Y ahora qué me pongo? —Era la única prenda femenina de medio etiqueta que tenía... y ahora iba a oficiar de trapero.
— No sé. Mañana si quieres vemos algo lindo en Port Angeles. —Hice una mueca que mezclaba mi infinita flojera y resignación.
— Más te vale que me acompañes.
— Obvio. Si no vas a salir con una polera de no sé qué banda o una que diga fuck you.
Me encogí de hombros. Eso era altamente probable. Eso o que me gastara la plata en una figurita.
— Te acompaño con la condición de que luego lo traigas a la casa. Con presentación oficial y todo. De otra forma le voy a contar a mamá.
— No te atreverías.
— Ah, claro que sí. Es más, incluso voy a programar una videollamada.
Reí de buena gana, de solo imaginarme ese embrollo.
Nancy, que nunca había visto un novio mío —porque los de Willy abundaban en casa, como buen Escorpio, alma libre que anda de novio, en novio— se pondría histérica y le saldría todo lo madre sobreprotectora. O peor. Dado la perfección apabullante de Edward diría algo así como: "El cabro encachao que se consiguió mi chiquilla"
¿Y cómo traduciría eso para Edward?
<<She says... "You are so very much pretty.>>
Nahhh.
No era lo suficientemente preciso.
— Ok. Me rindo. Si no sale todo del carajo el sábado, lo traigo para que lo conozcas.
— Ayyy, invitaré a Tay. Para que seamos tipo... tus padres. Algo así como un ensayo para más adelante.
— No estés... ¿En serio?
Willy agitó las manos y se sentó en el borde de la cama, para entrar en detalles.
— En fin... hablamos mucho del futuro. Nos proyectamos demasiado. Y.... entre nuestros planes está un niño. Ay, pero antes matrimonio, porque siempre tradicional. —Nos miramos un rato en silencio y reímos al unísono.
Tradicional, era una palabra que se alejaba mucho de Willy.
Él era todo menos tradicional, por lo que me llamaba mucho la atención que en sus planes estuviera casarse. Ninguno de los dos era muy creyente de modo que no me imaginaba entrando a una iglesia. Ahhh, cierto que tampoco lo iban a dejar.
Sin embargo, el que creyera en el matrimonio era algo digno de admirar, viniendo de padres separados.
Me lo quedé mirando mucho rato, en silencio, sonriendo de verlo tan feliz, tan pleno, tan despreocupado... y anhelante del futuro junto a Taylor.
Por la noche, antes de dormir —sin la presencia de Edward rondándome, porque se iba a cazar todo lo que caminara en cuatro patas como medida de precaución —me quedé pensando en las palabras que más repitió Willy.
Familia, matrimonio, amor.
Yo no podía aspirar a nada de eso con Edward. Nuestra relación era un constante estado de alerta en el que se preocupaba de protegerme de sí mismo y yo me esforzaba por llevarlo al límite.
Aunque de todas formas no estaba interesada en esos asuntos todavía.
Los chamacos me eran repelentes.
La familia era cuento chino.
Y el amor una excusa para vender chocolates en San Valentín.
***
— ¿Estás lista?
Su voz, fue un suave susurro que me hizo estremecer. Esbocé una sonrisa a modo de disculpa y sacudí la cabeza en gesto negativo.
— No encuentro mi celular.
— Está en el bolsillo de tu abrigo.
— Ohhh, cierto ¡aquí está! ¡Que torpeza! —dije en un tono de exagerada sorpresa. Seguí dando vueltas en círculos como hace bastante rato.
Edward había llegado muy temprano a buscarme, con sus ojos refulgentes como el sol, expectante de que conociera a su familia. No obstante, con el pasar de los minutos su cara se había vuelto una máscara de impaciencia. Recostado sobre la encimera de la cocina, me veía inventar excusas con tal de dilatar la salida de la casa.
— Julieta...
— ¿Estás seguro que no es necesario que lleve el vino y las flores?
— Seguro... El vino, no lo van a probar... y las flores... —Pasó las manos por su cabello. — Si te hace sentir mejor, llévale las flores a Esme.
— ¿Y si se ofende? Puede pensar las flores son pa los muertos, ¿y esta me vio cara de fiambre o qué?
Edward puso los ojos en blanco y apretó el puente de su nariz entre los dedos pulgar en índice.
— Ok, no le lleves flores, entonces.
— ¿Y llegar a manos pelás? La Nancy me mataría si se enterara... aunque no se va a enterar de todas formas así que da lo mismo....
— ¿Qué te tiene tan nerviosa? —Se acercó y puso la mano bajo mi barbilla obligándome a sostenerle la mirada.
— ¿Nerviosa? —Di un suspiro. No valía la pena negar lo evidente. Me mordí el interior de la mejilla antes de contestar. — ¿Y si no les caigo bien?
Edward frunció el ceño con gesto confundido.
— No te preocupa ir a una casa llena de vampiros... ¿Te preocupa si no les vas a caer bien? —Se llevó una perfecta mano hasta el rostro para ocultar su sonrisa.
— ¡Obvio! Voy a conocer a mis sueg... ¡tus padres! Me da miedo meter la pata. —Me defendí con gesto serio.
Edward puso el brazo por sobre mis hombros y me guio hasta la puerta principal.
—Les caerás bien, solo sé tú misma.
— Para ti es fácil decirlo, tú eres perfecto. —Repliqué enfurruñada.
***
Edward cantaba cual barítono una canción del año del abuelo del abuelo de mi abuelo, con un entusiasmo impropio de él. Movida por la curiosidad le pregunté por el artista, para asegurarme con un regalo para una fecha importante. Navidad estaba cerca...
— En los cincuenta la música era buena —Agregó mientras yo anotaba en el block de notas el nombre del cantante. —Mucho menor que la de los sesenta, y los setenta... ¡buaj! —arrugó la nariz antes de continuar — Los ochenta fueron soportables.
Abrí los ojos con desmesura. — ¿Bromeas? Los ochenta fueron la mejor época del rock. —Edward enarcó una ceja, escéptico. — Casi me ponen Charly, por Charly García.
— ¿Por quién?
— ¿Cómo que no conoces a Charly García? ¡Herejía! —Lo señalé sacándole una sonrisa.
Mientras sintonizaba clásicos del rock en español, me preguntaba qué hacía yo con ese perfecto ser, si éramos tan diferentes. ¿Qué le gustaba de mí? ¿Le gustaba siquiera?
<<Sí gansa, de otra forma no te llevaría a conocer a sus padres>>.
¿Y entonces qué?
A ver. ¿Qué te gusta de Julieta? Justifique su respuesta brevemente, que me da flojera leer mucho.
Oh. Hasta en eso nos distanciábamos. Podía apostar un riñón a que era un ávido lector. Y yo... No leía ni las fechas de vencimiento. De milagro no había estirado la pata por intoxicación.
Estábamos escuchando "Por qué los ricos" cuando llegamos a su casa, luego de un viaje bastante largo.
Ensanché los ojos desconcertada, cuando vi a Edward frente a mí extendiendo la mano para que saliera del auto.
— ¿Ya llegamos?
— Así es. ¿Qué te parece?
Frente a nosotros una mansión de antaño, blanca, de tres plantas y grandes ventanales se imponía en medio del bosque.
Di un silbido y miré boquiabierta la fachada hasta que desvié la vista a Edward.
— ¡Tremenda mediagua! — Su expresión divertida pasó a ser una de confusión.
— Digo...
¿Seguro que no se dedican al narco? Pensé automáticamente <<Pablo Escobar tenía una casa igual de grande...>> Me mordí el interior de la mejilla para censurarme.
— Es bonita... y grande... Salen tres casas como la mía. Qué digo tres ¡cinco! Hasta me entraron ganas de ser doctora. —Sonreí para ocultar mi ansiedad.
De historia de amor paranormal, habíamos mutado a una teleserie cliché con temática lucha de clases... o algo así... <<Amor prohibido murmuran por las calles, porque somos de distintas sociedaaaadeeeees>>. Resonaba Selena en mi cabeza.
Edward sonrió de lado y sin dejar de tomarme de la mano me guio hasta su casa.
***
Por dentro, la humilde choza de los Cullen era más impresionante. No se habían gastado toda la plata en la imponente infraestructura interior. También tenían para despilfarrar en un diseñador de interiores. Tanto lujo me dio una punzada en el estómago.
Edward dejó el abrigo sobre una poltrona de tela muy bonita y entrelazó sus dedos con los míos.
— Están en la cocina. —Anunció arrastrándome con él.
Con pasos automáticos lo seguí, observando con atención cada detalle de la elegante casa.
Me sentía terriblemente fuera de lugar. Seguro que, si se perdía algo, me echaban la culpa a mí.
Di un apretón en señal de auxilio, sin embargo, Edward seguía caminando despreocupadamente.
¿Sabría su familia que provenía de un país cuya principal exportación eran los lanzas internacionales?
— ¡Julieta! ¡Bienvenida! —Una mujer joven que no había visto jamás, se acercó a mí con los brazos abiertos. Dudo un instante y me abrazó con familiaridad. Su aura maternal me hizo sentir más relajada.
Cuando se hubo separado, le extendí las flores.
—Hola... —Murmuré demasiado bajo para que pudieran oírme. Me aclaré la garganta y continué. —Un gusto conocerla señora Cullen. —Dije entregándole el ramo de siemprevivas violeta. Tenía que ser la mamá de Edward. A ella no la había visto ni en trilla de papas.
—Oh por favor llámame suegra... —Dijo la señora en mi ensoñación. Por ahora debía conformarme con llamarla Esme.
— Doctor Cullen. —Dije extendiendo la mano para que el doc, me la estrechara. Él con una sonrisa imitó mi ademán.
— Carlisle, sólo Carlisle. Siéntete como en tu casa Julieta. —¡Imposible! Repliqué para mis adentros, sonriendo tímidamente.
— ¡Es adorable! —Continúo la señora oliendo las flores. Me mordí el interior de la mejilla avergonzada. Con un gracias bastaba. No me di cuenta de que el rubio gemelo de la modelo, me miraba fijo, en una esquina de la habitación, hasta que Edward dio un gruñido bajo.
— Vamos. Te mostraré el resto de la casa. —Murmuró con voz grave.
Con su brazo sobre mis hombros me guio hasta otro lugar de la enorme casa. Caminábamos en silencio, cuando una figura menuda salió a nuestro encuentro.
— ¡Julieta! —Saludó la muchacha de cabello en punta. La miré con ojos ensanchados de sorpresa.
— Hola...
— Soy Alice. —En un gesto audaz, me dio un beso en la mejilla. — ¡Al fin nos conocemos!
Asentí medio pasmada ante su cercanía.
— Aún no lo sabes, pero seremos grandes amigas. —Concluyó con una sonrisa.
¡Ah! ¡Alice! ¡La pitonisa! Ya me veía montando un negocio de adivinación. La mente de tiburón me dicen.
Me limité a sonreír, sintiendo como un efecto relajante se extendía por todo mi cuerpo.
— ¡Jasper! Ven acércate, estarás bien. —El muchacho rubio con cara de torturado, se acercó cauteloso, guardando las distancias. Edward a mi lado apretaba los puños. Emitió un gruñido bajo cuando Jasper estuvo a escasa distancia de Alice.
— Dale, acércate Jasper. No muerdo. —Hice un gesto despreocupado con la mano del que después me arrepentí. Los presentes en la sala, me miraban desconcertados. Me limité a morderme el labio y tragar saliva.
En el silencio, una estruendosa risa hizo eco.
— Edward. No nos dijiste que tu chica tenía un sentido del humor tan sórdido. —Resonó una voz al final del pasillo. El chico musculoso que andaba siempre con la rubia modelo, se acercó con paso raudo.
Avergonzada desvié la mirada y maldije para mis adentros. No llevaba ni cinco minutos y ya había metido la pata.
Para mi sorpresa —la que, por cierto, ni me molesté en disimular— Alice reía sonoramente, al igual que Edward. Jasper lo hacía de forma más disimulada, quizás para no incomodarme, o para no desconcertarme más.
¿A ver la gracia dónde está?
Después de ese momento bizarro, en todo el sentido anglosajón de la palabra seguimos con el house tour.
Nos dirigíamos hasta la escalera cuando vi por el rabillo del ojo, algo que captó mi curiosidad.
— ¿Broma que tienes un piano de cola en tu casa?
Me desvié del camino y me instalé frente al instrumento.
Edward se encogió de hombros y se sentó en la banqueta.
— ¿Tocas?
Toqué con delicadeza la madera y di un silbido antes de contestar.
<<Una nalga te puedo tocar>>.
— Qué voy a tocar, si en mi vida había visto un piano de cola así de cerca. Lo más parecido que tuve a un piano fueron esos de juguete que sonaban solos.
Edward acercó sus dedos largos y delgados hasta las teclas y con una agilidad impresionante comenzó a entonar una balada. Lo miré con la boca abierta, hasta que una voz a mi lado dijo: —Esa es mi favorita. La ha escrito él mismo.
Con brusquedad me giré para encontrarme con el orgullo maternal personificado. Por el rabillo del ojo, vi a Edward poner los ojos en blanco.
— Esme...
— ¿Qué? Julieta tiene que saber que tengo un hijo talentoso.
Demasiado talentoso. ¿Hay algo que este hombre no haga bien? ¿Qué otro talento oculto tiene? Encima guapo. Y con plata. ¡Que injusticia!
— Todo un artista el cabro. —Respondí demasiado rápido para percatarme.
Esme rió delicadamente y desapareció dejándonos nuevamente a solas.
Edward extendió la mano y me arrastró a su lado, sentándome en la baqueta.
Anonadada, miré la cantidad de teclas blancas y negras que se agrupaban. ¿Cómo sabía cómo sonaba cada una? En un impulso infantil, interrumpí su balada y toqué una tecla al azar.
Edward cesó la tonada y me miró fijo.
— Lo siento. —Junté las palmas en señal de disculpa.
Él, sonrió de lado y con la misma tecla que había tocado comenzó a hilar una armoniosa canción.
Lo miré boquiabierta sin ser capaz de romper el hechizo de la melodía.
— Ésta la inspiraste tú.
Fruncí el ceño y alcé las cejas, escéptica.
— Que chamullento que eres Edward. — Si bien era cierto que era una canción inédita, obviamente yo no había inspirado algo tan bonito.
— Julieta... —Su tono de voz sereno, indicaba que algo malo estaba haciendo. Le sostuve la mirada en un acto desafiante. — No te entiendo... —Se rindió finalmente. — ¿No eres capaz de ver como inspiras todo lo bello? Esta canción es solo una pequeña muestra de todo lo que me haces sentir. Es evidente el cambio que ha habido en mí con tu llegada... Todos saben que me he enamorado. Todos... salvo tú. —Continuó la balada unos segundos más, para darle un brusco final.
Tragué saliva y cuando sus ojos color miel se clavaron en los míos, desvié la mirada hasta el piano. El calor ascendió desde mi cuello hasta mis mejillas, llegándome hasta las orejas.
— Ya... Voy a hacer como que te creo... Es que... Creí que te inspiraba cosas del tipo caos y destrucción... y revolución. No sé, algo más parecido a mí. —Me defendí encogiéndome de hombros.
Edward dejó escapar una suave carcajada y se incorporó. Acarició mi cabello y puso un mechón tras mis orejas calientes como tetera de campo.
— Vamos, te enseñaré mi habitación.
En ese momento, no fueron solo las orejas las que se me calentaron.
***
Al final del pasillo estaba su habitación. De modo que para llegar teníamos que recorrer un amplio pasillo adornado por cuadros clásicos y chucherías caras.
— ¿Son cristianos? —Pregunté a propósito de una enorme cruz tallada en madera nativa. — ¿Son vampiros cristianos? ¿Existen vampiros religiosos?
Eso explicaba el hecho de que su familia fuera tan perfecta. Un modelo de familia, bien constituida, nuclear y funcional.
Padres correctos, hijos intachables. Y talentosos.
Me froté el mentón asintiendo y murmurando: — Con razón.
Seguro Edward había aprendido a tocar el piano con líricas cristianas.
Tragué duro.
Yo no era muy religiosa qué digamos...
¿Y si eran fanáticos?
<<Escucha la palabra del señor o te despellejo el pescuezo>>.
¿Así funcionaba el mito del vampiro?
— No. —Edward vio el objeto de mi atención y agregó. —Era del padre de Carlisle.
Asentí a la a la espera de una explicación más detallada.
— El padre de Carlisle era un predicador.
— ¿Un vampiro predicador? —La voz se me quebró al terminar la pregunta. Me aclaré la garganta y cuadré los hombros para parecer más compuesta. Mi teoría cobraba fuerza, a diferencia de mis piernas, las que con suerte me iban a llevar hasta la escalera en caso de tener que correr. El resto de la huida la haría rodando escaleras abajo.
Aunque... tal vez un exorcismo no era del todo malo...
Ah... pero si el caballero era un inquisidor...
Edward puso los ojos en blanco. —El padre de Carlisle no era un vampiro. Era un predicador anglicano. Perseguía creyentes de otros credos, licántropos, brujas y vampiros. La cruz, Carlisle la conserva como un recuerdo. Solía estar encima del púlpito en la iglesia en la que su padre predicaba.
— ¿Caza de brujas?... —Fruncí el ceño.
Hablaba como hace 500 años. Ahora eso se llama funa. Actualízate hombre.
—Así es... Carlisle nació en el siglo XVI, a principio de la década de los cuarenta más o menos.
— ¡Es más viejo que mi abuela! —Me aventuré a decir, para luego llevarme las manos a la boca enseguida.
Era de muy mala educación hablar de la edad de los demás, me recordé.
Era cosa de recordar la cara que ponía la Nancy cada vez que le preguntaban cuántos años tenía. Si decía una edad muy baja, le decían "uy que mal llevas los años" y si decía una cifra muy alta le respondían "se te notan". Finalmente, ante tan odiosa pregunta mi madre optó por responder "qué te importa vieja metiche".
— Digo... —Balbuceé, sin saber qué decir realmente.
Edward sonrió y sacudió la cabeza.
— Obviamente Julieta. Incluso yo soy más viejo que tu abuela.
— Ah... cierto. A veces se me olvida.
Frunció el ceño e hizo el ademán de tomarme la mano. Aparté la mía con brusquedad y pasé ambas por mis pantalones, para deshacerme del sudor que me cubría las palmas, a causa del nerviosismo.
Sin su guía y aprovechándome de la buena voluntad de Carlisle y de su frase "siéntete como en tu casa" me encaminé sola hasta la habitación de Edward.
***
Como era de esperarse, el cuarto era amplio y bien iluminado.
En el centro había un sofá con libros desparramados y adyacente a la pared una enorme estantería repleta de libros y vinilos.
— ¿Y los funko? —Pregunté a modo de broma.
Edward sonrió de lado y se acercó hasta el equipo de música.
Yo le di la espalda y examiné los libros sobre el sofá. Eran encuadernados en cuero natural y estaban escritos a mano.
— ¿Y estos manuscritos? —¿Serían evangelios descartados de la biblia? ¿Edward traficaba arte?
— Yo nos los leería, a menos que quieras tener pesadillas por la noche.
Los ojeé con más detenimiento. La letra elegante y minúscula, llenaba todas las páginas de los tomos.
— ¿Qué son?
— Mis memorias.
Ensanché los ojos con sorpresa.
Vaya, vaya...
Cuando no era un vampiro acosador, era uno escritor... de historias de terror.
Oh wait...
¿Por qué tendría pesadillas? ¿Se vería revelada su oscura faceta de vampiro en esos escritos? Leí una línea de una página al azar y desistí de inmediato. Para mi desgracia, las dichosas memorias estaban en inglés y me daba pereza leer en otro idioma.
La melodía suave de una canción que no conocía, me motivó a rebuscar entre el estante, los álbumes que guardaba.
No obstante, una mano rodeando mi cintura me detuvo enseguida.
— Qué, qué, qué... —¿Qué estaba haciendo?
Me volteé para mirar su cara. Su sonrisa torcida me hizo fruncir el ceño. Entrelazó nuestras manos y comenzó a arrastrarme al compás del vals.
— Chotto matte —Solté su agarre y retrocedí unos pasos, hasta que la parte posterior de mis rodillas chocó con el sofá. — ¿Qué haces?
— Estamos bailando.
— Estamos es mucha gente. ¿Quién te dijo que yo quería bailar? —Bailo hasta arriba de las mesas cuando bailo, pero invítame una piscola primero.
Digo...
Mi especialidad no era la música clásica. Y dudo mucho que Edward tenga los temazos de Karol G en vinilo, de modo que me oponía rotundamente a pisarlo y dejarme en ridículo con su baile todo fino.
— Podría obligarte... —Musitó para sí mismo.
— Ya quisieras...
Sin darme tiempo de reaccionar, ni de terminar la mendiga frase, me subió a su espalda y saltó por la ventana.
— Qué chu...
— Agárrate mono araña.
— ¿A quién le decí mono? ¡Chupacabras!
Me aferré a su espalda como si de eso dependiera mi vida y cerré los ojos para no marearme.
Mentira.
Cerré los ojos para no comenzar a gritar como desquiciada.
La sensación de aferrarme a una criatura que escalaba árboles enormes con una facilidad impresionante, se asemejaba a la de lanzarse en bunjee.
Lo malo es que yo nunca he practicado bunjee.
De modo, que lo asocié a lanzarse al vacío, sin bunjee.
— ¿Julieta?
Abrí un ojo con cautela.
Nos habíamos detenido. A chorromil metros de altura. Desde dónde estábamos veía pequeñita su casa. O tal vez me estaba volviendo miope.
— ¿Julieta?
En lugar de deshacer mi abrazo y bajarme de su espalda, no aflojé ni un centímetro mi presa. Lo estrangulé un poco más y escondí la cabeza en su hombro.
— Puedes bajarte. —Tomó mis manos, las que entrelacé con más ahínco, haciendo caso omiso a su sugerencia.
— Julieta es seguro aquí.
— No me importa.
— Julieta bájate.
— No.
— Julieta...
— ¡Oblígame!
Obviamente lo decía en sentido figurado. No obstante, debido a que Edward no entendía mis referencias a los Simpson y tampoco captó el mensaje de que si le decía oblígame era para demostrar mi superioridad y no la suya, se lo tomó literal.
Apenas me separó de él, comencé a gritar y a abrazarlo.
— Te vas a perder la vista. —Susurró a través de mi cabello.
— No me importa.
Insegura, hasta de mis propios pies, puesto que, un paso en falso podía volverme papilla para las ardillas, puse me paré sobre los zapatos de Edward y escondí la cara en su pecho.
— Julieta... Me estás pisando.
— Mala cuea.
Edward rio socarronamente. Dio un suspiro y besó mi coronilla.
— Vamos. Solo un vistazo...
Después de pensarlo medio segundo, accedí, con la condición de que no me soltara por nada del mundo, de modo que, me mantuvo abrazada por la cintura todo el tiempo que duró nuestro wild tour.
Realmente era una vista increíble. El monte, o montaña, cuyo nombre era algo parecido a "olímpico" se alzaba entre la bruma y los árboles de verde brillante que lo rodeaban.
El que estuviéramos tan alto, me hizo recordar que, con él, me sentía como a tres metros sobre el cielo. AHHH. Mira ese tremendo plagio papá. Cuidado que ahí viene el FBI.
Estábamos alto. Lo suficientemente alto para confundir aquel lugar con el cielo y Edward con un ángel.
***
Antes de regresar a Forks, pasamos por su casa nuevamente, específicamente a la cocina para buscar algo con que apaciguar el concierto que tenía en el estómago.
Sobre la encimera había un recipiente con fruta, que, para mi sorpresa, tenía fruta de verdad y no de utilería como sospeché en un principio.
— Se aproxima una tormenta. —Comentó Edward, mientras íbamos a su auto. — Jugaremos a la pelota. ¿Te animas?
Asentí entusiasmada, planificando al instante mi posición, ¿defensa, mediocampo o portería?
— Será por la tarde-noche... Pasaré por ti en un par de horas.
Alcé el pulgar, concentrada en saborear la deliciosa manzana verde que traía entre manos.
— Supongo que es una buena instancia para que me presentes a tu hermano.
— ¡Carajo! —Chillé cuando me mordí la lengua. — Pa que te lo voy a presentar si ya lo conoces. —Agregué adolorida.
— Como tu novio quiero decir.
Le di un gran mordisco a la manzana para disimular mi emoción.
— Un momento... —Me froté la barbilla, frunciendo el ceño. — Tú no me has pedido que sea tu novia.
Edward abrió la boca para replicar, sin embargo, lo silencié con un ademán y continué: — No importa, eso se arregla de inmediato.
Me planté derecha, cuadré los hombros, alcé la cabeza e inquirí: — Edward Cullen... ¿Quieres ser mi novio?
¡Holaaa!
Traigo capítulo de más de 4000 palabras para terminar bien el año :3
Yyy dejo un pequeño adelanto para que no abandones la lectura c:
Corrió como un bólido hasta el vehículo y me sentó en el asiento del copiloto.
— Pero hombre ¿qué pasa? —Inquirí al ver la desesperación con la que me abrochaba el cinturón de seguridad. — Deja ahí que lo hago yo.
— Vienen por ti. —Murmuró con voz ronca antes de rodear el auto y tomar lugar, para poner el auto en marcha.
— ¿Qué? Pero si se fueron...
— James... es un rastreador. Tenemos que irnos lo antes posible de aquí. Podemos llevarlo a Vancouver y darle caza allí. Sí... Alice nos ayudará a tenderle una emboscada.
— A ver, a ver. Chanta la moto. Vamos a calmarnos. No entiendo un carajo y no hablo en clave. ¿Qué es eso de rastreador? ¿Vancouver? ¿Qué?
— Es el olor de tu sangre... —Inspiró hondo antes de continuar. Quiere matarte. Lo habría hecho de forma limpia en el campo de béisbol, no obstante, como salí en tu defensa, ahora quiere darte caza. —Apretó las manos en el volante y desvió la mirada del camino para mirarme a los ojos. — Es un rastreador. No importa dónde te escondas, va a encontrarte. Y ahora la cacería se ha vuelto más emocionante.
— ¿Cacería? —Fruncí el ceño. — ¿Y este me vio cara de animal salvaje o qué? —Crucé los brazos enfurruñada. — Un momento... si el tipo es tan rastreador como dices... ¿No quiere decir eso que el primer lugar al que irá será... mi casa?
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