Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Prólogo

Nadie dormía a esa hora en Nueva Orleans. Reporteros iban y venían con las primicias de las voces que amenazaban con terminar el trabajo sucio que los conquistadores europeos dejaron pendiente cientos de años atrás; eso preocupaba a los adultos que leían a tantos psicólogos en el periódico nocturno, y a los pastores que advertían a los hogares de la eminente presencia del diablo en las estaciones de radio de todo el país, pero no había oído joven pendiente en esos días a sus recomendaciones. ¡Cuiden a sus hijos! ¡Vigilen de cerca a sus hijas! Y que Jesucristo nos encuentre parados bien firmes cuando Él vuelva glorioso a este valle de lágrimas...

Y luego estaba el Gran Hotel. Unas cuantas ventanas iluminaban su fachada neoclásica, un silencio ligeramente inestable, como esperando a que, por ejemplo, un zapato saliera volando de una de las ventanas del último piso... Y, convenientemente, un zapato salió volando de una de las ventanas del último piso.

— ¿¡Qué te pasa, John!? — exclamó una de las voces más codiciadas de la segunda mitad del siglo XX a otra de la misma calaña. Sin su habitual esplendor, hay que decirlo.

— ¿¡Qué te pasa a ti!? — respondió el susodicho John, sacándose el otro zapato — ¿¡Quieres que volvamos a las pocilgas de Liverpool!?

— ¡Pues no lo sé, pero no quiero seguir aguantando más bolas de adolescentes en los conciertos!

Aquellos que discutían como pareja en medio de una firma de actas de divorcio eran nada más y nada menos que John Lennon — uno de los cantantes más prestigiosos de la época, líder de la banda más influyente de toda la historia, sin exagerar —, y Paul McCartney, a quien no podría degradar a un simple compinche de instrumentos; más bien, exaltarle como la segunda mitad del cerebro que ponía a andar a The Beatles... ¿Ahora les suena?

— ¡Aguántalas si no te quieres morir de hambre y volver a tocar el piano con tu viejo! — voló el segundo zapato... Y a lo lejos se oyó el crack de la ventana de un coche.

Se preguntarán, ¿por qué discuten tanto? Lennon y McCartney... ¿Acaso no eran buenos amigos? Les diré que tenían un tema caliente sobre la mesa, pero por fortuna, no todos en la banda estaban con los ánimos caldeados. ¡Maravilloso...!

— ¡Me tienes harto, Ringo! — la puerta de la habitación Deluxe fue cerrada de un formidable golpazo por el más flacucho de todos.

— ¿Ahora qué, Geo? ¿Qué te hizo Ringo para que lo trates así?

— ¡Me cansó con sus insistencias, así como nos estás cansando ahora a John y a mí! — señaló George Harrison, el joven y apuesto guitarrista, con su temible dedo acusador a Paul.

— Lo que sucede es que nadie aquí tiene sentido común — explicó Paul —. ¿Acaso les gusta que les lancen dulces a la cara?

— ¡Son deliciosos! — contestó George.

— Por favor, me dejaron un ojo morado la última noche...

— ¡Además! — se escuchó una voz grave pero lejana desde afuera — ¡Las tribunas huelen a mea...!

— ¡Ok, Ringo, y qué?

— Vamos, chicos, solo hagamos una pausa, ¿sí? Un año donde no hagamos otra cosa que no sea hacer buena música, preparar un gran álbum que será un éxito en ventas.

— Dios, Paul, somos los Beatles. No necesitamos más éxito del que ya tenemos. — alardeó John.

— ¡Éxito no, paz mental sí! — lloriqueó Ringo afuera.

— No podemos renunciar a nuestro sueño ahora — prosiguió George —. John y tú solían decirnos desde Hamburgo que debíamos aspirar a la cima más alta. ¡No podemos bajar de ella!

— ¡Muy bien, suficiente! — un hombre muy elegante abrió la puerta, escoltando al ya visiblemente estresado Ringo — ¿Quieren dignarse a decirme qué demonios esta pasando ahora? ¡Miren a Ritchie, le va a dar un ataque de nervios!

— Paul y Rings ya no quieren ir de gira. — explicó George.

— ¿Puedo golpearlos, Brian?

— ¡Por supuesto que no, John! Deja de querer solucionarlo todo a golpes — Brian, el tan querido mánager de la banda, se aclaró la garganta y habló como un padre cariñoso a los Beatles "desertores" (inclinándose un poco, para favorecer a Ringo) —... Chicos, las obligaciones contractuales estipulan que debemos dar tres conciertos más. Solo tres más, y les prometo que tendrán una semana refrescante para irse de vacaciones. ¿Qué hay de ustedes? ¿Volverán a llevar a Jane y Mo a Grecia este año?

— Tal vez quieran ir al manicomio con nosotros... — se lamentó Ringo.

— Vamos, no se desanimen. ¡Son las mayores estrellas del momento! Cualquier chico moriría por estar en sus zapatos — por instinto, Brian echó un vistazo a los pies de sus representados —... Excepto en los de John, por supuesto. Piénsenlo, las chicas los adoran, están generando mucho, mucho dinero. Piensen en lo afortunados que son y sigan adelante, ¿sí?

— Claro, seguir adelante... — resopló Paul, tomando su abrigo y una gorra.

— ¿A dónde vas?

— Hacia adelante, Eppy. ¿No es lo que tú quieres? — sentenció, antes de salir de la habitación.

— ¡Bien, allá tú! ¡Ni siquiera te necesitamos, Macca! — exclamó John como un niño pequeño.

George se sentó cabizbajo en la cama, mientras John y Eppy parecían hablar en gibberish, creole, o bueno, cosas que no se alcanzan a escuchar. Ringo sintió la tentación de sentarse junto a su mejor amigo, pero...

— ¡Espérame, Paul, yo voy contigo! — y tomó sus cosas aceleradamente y bajó hecho una mula.

— Genial. — masculló Harrison.

Paul y Ringo se reunieron en el lobby del hotel, y siguieron discutiendo mientras se aseguraban los abrigos.

— Estoy cansando de verme como un malvavisco cada vez que salgo a la calle. — dijo Ringo.

— Créeme, yo también. ¡A veces desearía no verme tan como yo!

— ¡Pfft! Eres Paul McCartney, todos quieren verse como tú... ¡Hasta yo! — reconoció el baterista, con una risa tímida.

— Vale, sé que soy un galanazo, pero al final salgo perdiendo. Mis fans son unas inmaduras, de seguro no pasan de los dieciséis... ¡Ugh, a veces hasta quisiera ser una chica! Una chica fea, de preferencia.

— Y así nadie se fijaría en ti. Bueno, es algo loco, pero tal vez no estaría del todo mal.

Salieron a la calle, y como si se tratara de una historia cliché de revistas femeninas, el cielo se nubló y empezó a llover. Se escondieron las estrellas a sus ojos, pero no les importó. Caminaron un buen trecho, maldiciendo a sus fans, maldiciendo a los Beatles, maldiciendo a Eppy y a la industria por haberlos transformado en carne fresca e importada para un millón de sets de dientes juveniles.

Pero se olvidaban de que estaban en Nueva Orleans, y en Nueva Orleans debes tener cuidado con lo que deseas y con lo que maldices. Pronto lo entenderían. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro