Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

epílogo.


hola gente :)
primero que nada quiero aclarar que este epílogo NO es canon, es mi versión de la conclusión porque an y yo nunca nos pusimos de acuerdo jejjeje y bueno, quise hace un final improvisado porque me cansé de sus reclamos. como si fuera la primera historia inconclusa con la que se encuentran en wattpad, carajo. 😠

en fin, disfruten porque no escribí de oquis.❤




⚪⚪


El oficial camina de un lado a otro por su oficina, sin saber donde exactamente dejar sus manos, ni sus pupilas. Quizá en el suelo, sobre esa alfombra celeste llena de mugre que nunca se molestaba en barrer, o en su escritorio con el interminable papeleo que no hacía más que fatigarlo con sólo verlo. Cualquier lugar dentro de su espantosa y desordenada oficina sería mejor objeto de apreciación que el desgraciado hombre titiritando sobre la silla.

Qué curioso, pensaba el oficial al verlo, pues estaba acostumbrado a ver a Javier López como un tipo inquebrantable, valiente hasta los huesos, sin oportunidad alguna de doblegarle esa perenne e innata valentía. Y sin embargo, ahí estaba ahora; asustado como la mierda y temblando cual perro chihuahua.

Pero su estado desaliñado no consigue rebajar el enojo que sigue corriendo entre sus venas, tan rápido como corrió Javier hacía una hora hasta llegar a la comisaría, donde trabajaba su mejor amigo. El oficial Bernal se preguntaba cuál fue el verdadero propósito del azabache al llegar, ¿acaso creía que quedaría impune de cualquier maldad solo por haber acudido a él? Pues vaya idiota. Porque Miguel Bernal se prometió a sí mismo que jamás sería un policía corrupto, de esos que volteaban la cara si se violaba a la ley. Ni siquiera si eso implicaba dejar unos años encerrado a su amigo.

—¿Estás consciente del gran pedo en el que te metiste? —le pregunta el castaño, sin intención de mitigar su tono de voz. Está enfadado, con las venas del cuello tan tensas que parecen a punto de salírseles de la piel.

Y Javier se encoge en la silla sin atreverse a mirarlo, como un infante siendo reprendido por la peor de sus travesura. Sí, lo sabe, sólo que no había estado totalmente consciente hasta ahora. Incluso él mismo se pregunta cómo fue capaz de dejarse sucumbir por sus deseos carnales contra un niño, porque incluso si el asunto había terminado mal, no se le reducía el peso de sus intenciones. Que Dios le fuera compasivo, porque había arruinado su vida entera por un desliz.

Por otro lado, el oficial Bernal continúa mordiéndose las uñas. Quisiera ayudarlo, claro que sí, pues pese a todo seguía siendo su amigo de años, pero sus acciones cruzaron todo límite contra sus principios. No cubriría esa falacia. Además, si quisieran ir a revisar la residencia Rose y llevarse al niño por una acusación tan grave como lo es un intento de homicidio, debían tener la verdadera versión de los hechos, implicando, principalmente, explicar por qué estaba un profesor en casa de su alumno.

Una mirada compasiva es lo único que recibe de Miguel antes de que éste desaparezca por la puerta, en busca de otro oficial que le tome su declaración, y le deje ahí, en ese cochinero que osaba llamar oficina. Sin embargo, no tiene ni voz ni ánimos de quejarse ésta vez. No cuando sabe que su reputación, su estatus, su empleo y probablemente hasta su libertad, acaban de desplomarse contra el suelo.

Pobre Javier.

[...]

Y pobre de Víctor, que ha llegado a casa, luego de la larga y agotadora jornada escolar, y no comprende el contexto que se pinta en su comedor.

Hay chorros de sangre todavía espesa y brillante en los azulejos moteados del suelo, como si se hubiera llevado a cabo una guerra de machetazos justo ahí, los muebles están desordenados y los objetos religiosos de la repisa salteándose su trabajo de decoración, esparcidos por el suelo cual canicas. Casi como si se hubieran bajado para acompañar a la dichosa sustancia rojiza.

La escena sería aterradora para muchos, pero Víctor ya se había acostumbrado a ver la sangre más que ver al resto de sus familiares. Lo único que le preocupaba era saber qué demonios había ocurrido.

—¿Andrés? —llama el castaño mayor, genuinamente preocupado por su hermano.

Sigue el rastro de sangre hasta el umbral de la cocina y se encuentra con la llave del grifo abierta, con más surcos de sangre en el hueco del fregadero. Se asegura de cerrarlo sin que gotee, dejando su mochila encima de la isla, y repara en que el botiquín de primeros auxilios, también con huellas de sangre ya seca en la puertilla, está abierto y completamente saqueado, sin siquiera una pastilla para el dolor de cabeza.

Víctor descarta entonces la idea de un atraco, sería muy estúpido pensar que algún asaltante entrara sólo a robar vendas y alcohol etílico. Lo más evidente para Víctor es que su hermano —quien ya le había avisado una hora atrás que llegaría temprano a casa— tuvo un accidente en el comedor, uno grave por la cantidad de sangre que fue dejando como pegajoso testigo a su paso, y se atendió a sí mismo.

Pero por más que lo busca en toda la casa; en las tres recámaras, en el patio, en la terraza y en los baños, simplemente no lo encuentra. El único lugar donde no busca es en la oficina de Rubén, esa puerta junto a las escaleras y a un lado de la cocina al que, desde su niñez, su padre le advertía que no entrara. Era su despacho, podría ser el mejor padre del mundo, pero odiaba tener a niños revoltosos jugando con las respuestas de los exámenes próximos.

No obstante, no tiene tiempo para preocuparse como es debido porque el timbre de la puerta retumba como un maullido por toda la estancia. A Víctor, como alguien cuya consciencia ya no está limpia, se le tensan todos los músculos del cuerpo apenas escucharlo. Baja corriendo a tropezones, casi resbalándose en los escalones finales por culpa de sus traviesos pantalones acampanados, y echa un vistazo por el ojo de pescado.

Hay dos policías uniformados detrás de la puerta. Y Víctor sabe que no debería estar nervioso, porque había repasado muchas veces con su familia el actuar en una situación familiar, incluso debería estar aliviado porque podría pedir ayuda para buscar a su desaparecido hermano.

Sin embargo, no se niega a sí mismo lo mucho que desearía que su padre hubiera rechazado ese turno extra en la escuela y le acompañara a casa, porque él sabría que hacer en esa situación. Sabría cómo actuar, qué decir, cómo engañar. Su padre era un maestro en el arte del encanto y la mentira. Y Víctor, por desgracia, no había heredado esa habilidad como su lo hizo su hermano menor. No obstante, se anima a sí mismo repitiéndose que sí puede hacerlo, evitando mensajearle a su padre y preocuparlo de más.

Víctor quiere demostrarse a sí mismo —y a los demás— que no tiene nada que esconder. Que sí, hizo algo terrible en el pasado, pero se quedará ahí y ya; siendo el pasado. Dios le ayudaría a superarlo. Así que tantea sobre su cabello para peinarlo, simplemente queriendo mantener sus manos ocupadas, y abre la puerta.

—Buenas tardes —saluda el oficial castaño antes de que Víctor pueda hacerlo. Su voz grave le intimida instantáneamente—. Soy el oficial Bernal, recibimos una acusación sobre un intento de homicidio en su residencia. Tendremos que pasar a revisar.

Mierda, piensa Víctor ya sin aire, no podré hacerlo. Recuerda la sangre del comedor y la cocina y piensa que Andrés es quien podría estar herido.

Tímido, se hace a un lado en la puerta para que ambos oficiales puedan pasar. El segundo de ellos, con la camiseta celeste un tanto decolorada a comparación de su compañero, de cabello negro y ojos preocupados, le sigue sus pasos mostrando una valentía forzada. A leguas se nota que no quiere estar allí. Una vez ambos adentrados, el residente de la casa cierra la puerta con un portazo leve al mismo tiempo que ambos policías inspeccionan el lugar.

—D-disculpe oficial —balbucea Víctor, no pudiendo disimular más esa mezcla de preocupación y desesperanza—. ¿Ha sido mi hermano la posible víctima de homicidio? ¿Él está bien?

—Me temo que no es así, joven —responde el oficial, todavía con los sentidos alertas. Los tres se acercan a la escena del crimen, el comedor—. Tal parece que ha sido al contrario —Al llegar al umbral, con las salpicadas de sangre saludando desde el suelo, no puede evitar tantear la textura de su arma aún colocada en su cinturón—. ¿Qué ha ocurrido aquí?

—No tengo idea. Llegué a casa hace unos veinte minutos y me encontré con esto... ¿Puedo saber a qué se refiere con qué... con que es al contrario?

Asqueado, el segundo oficial pelinegro, de apellido Rivera, se desplaza de vuelta al corredor a fin de escapar del sangriento panorama. Incluso así, se pregunta cómo es que el muchachito castaño puede actuar con tanta parsimonia ante tal escena que él mismo, cuyo oficio es referente a ello. Se da cuenta de que, a diferencia del resto de sus compañeros de trabajo, él jamás se terminaría de acostumbrar a la maldad que destila cada caso.

—Me refiero a que tu hermano ha sido el atacante.

Luego, un jadeo incrédulo. La expresión de Víctor ante la noticia se vuelve un poema.

—¿Cómo dice? Debe haber un error, ¡mi hermano jamás haría algo como esto!

Silvio entonces, mientras los escucha hablar de fondo, se percata de un curioso aroma que perfuma el pasillo. Cuanto más se aleja de la cocina, más putrefacto se vuelve. Un aroma que las propias fosas nasales de Víctor, tan acostumbradas como estaban sin quererlo al inhalarlo de su propio techo, jamás podrían haberle alertado de lo que se estaba por enterar aquel oficial cotilla.

—¿Si quiera es consciente de lo que lo acusa? Por Dios, ¡tiene dieciséis años!

Y mientras Miguel intenta calmar al joven repentinamente exaltado, Silvio se debate internamente en si debería entrar a husmear a esa habitación sin pestillo de la que surge el hediondo olor. Luego de unos segundos se decide que sí; es su trabajo al fin y al cabo.

Los otros dos habitantes siguen discutiendo mientras el pelinegro gira la perilla. Lo recibe una elegante y ordenada imitación de oficina, con repisas repletas de libros y libros que cubren dos de las paredes laterales. La persiana detrás del escritorio está tan apretada que apenas deja pasar ligeras líneas del sol vespertino. Hay cuadros de la familia completa en todas partes; completa y feliz.

Es bonita y espaciosa, incluso a primera vista se atrevería a decir que le tiene algo de envidia. Lo único que resulta sospechoso son seis bolsas negras a un costado del escritorio que dejan una mancha de moho en la alfombra marrón debajo de cada una.

Eso, y el pestilente hedor que le cala hasta el cerebro en cuanto la puerta se abre. Es tan repentino y potente que le produce arcadas aún desde el umbral. Es tan repentino y potente... que su intromisión resulta suficiente para detener la discusión del comedor. Incluso Víctor puede percibir el aroma.

Y el oficial Miguel, en su papel de veterano policía, reconoce de inmediato el pestilente aroma que tan bueno se ha vuelto en reconocer desde que comenzó su carrera. Desde sus estudios en la Academia de policías, en realidad: el aroma de descomposición, de una verdad oculta que planeaba ser enterrada bajo la tierra. Aquel aroma que repele la vida, la colonia de la muerte.

Pobre de Víctor, que puede imaginar lo que ha de suceder a partir de que ese par de oficiales se escabullen en el despacho de su padre. Ese cuarto que fue, en contra de su voluntad, cómplice de los despiadados crímenes que ocurrían dentro de la casa más bonita del barrio.

El muchacho nunca hizo el intento huir, aún habiendo tenido la oportunidad durante la intriga del par de policías; incluso sabiendo la tortura que se le encadenaba a su ser junto a las esposas en sus muñecas.

[...]

—La tarde del día de hoy sale a la luz el paradero de las personas desaparecidas del último mes. Tras una denuncia sobre intento de asesinato de parte del más joven de los Rose, la policía partió a registrar la residencia de la familia. Desagradable fue la sorpresa que encontraron dentro del despacho del padre de familia, el señor Rubén Rose; los trozos de, al menos, siete personas desmembradas. Entre los cuales se encontró la cabeza de la señora Rita de Rose, quien ya había sido reportada como desaparecida hace un mes atrás. El resto de los cadáveres aún no han sido identificados, se sabrá más sobre ellos en cuanto los forenses del departamento de policías hablen al respecto. Por el momento, Rubén Rose, de 42 años, y Víctor Rose, de 18, ya fueron detenidos por la policía. La búsqueda continúa para Andrés Rose, el hijo menor de la familia, de 16 años. Si tiene información reciente sobre él o lo ha visto en las últimas horas, comuníquese de inmediato al 911.

Andrés no puede evitar sonreír al escuchar la última parte de la nota televisiva. "Familia asesina escondía a sus víctimas en su propia casa", se lee en el encabezado. Encerrado en un motel cualquiera, ya lejos de aquella ciudad que lo crió desde su nacimiento, piensa en lo difícil que le será ser atrapado.

Porque aunque crea que se ha derrumbado su presente, no piensa renunciar a su libertad tan pronto. Aún cuando eso signifique renunciar a una parte de su alma, y de su propia humanidad.

De los errores se aprende, ha sido siempre su lema. Y piensa seguir cumpliéndolo. Quizá hasta el final de sus días.

Y si Dios terminaba despreciándolo por sus decisiones, sabía ahora que tenía un segundo Poderoso esperando por su llamado.

Después de todo, de eso se trataba ser un Rose. Su padre se lo enseñó.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro