6. Olvido, parte 4.
VICENZO:
Mi idea de una cita en la cafetería de un hospital mientras intervienen quirúrgicamente a nuestra hija es simple.
La de Arlette no tanto.
Mientras me daba una ducha y me deshacía del olor a vómito de Lucrezia sobre mí, cambiándome por una muda de ropa que me trajeron, vaqueros, camisa y chaqueta de cuero, ella hizo algunas cosas en la cafetería que noto con el ceño fruncido a penas pongo un pie dentro de ella. La desalojó, apagó las luces y la llenó de velas puestas aleatoriamente sobre diversas estructuras del lugar. Hay centenares de ellas. Una suave música de piano inunda mis oídos y al girar el rostro me doy cuenta de que no estamos tan solos. Una chica desliza sus dedos por las teclas de un piano mientras otra presiona sus labios contra un micrófono, cantando.
I can feel your heart hanging in the air
I'm counting every step as you climb the stairs
It's buried in your bones, I see it in your closed eyes
Turning in, this is harder than we know
We hold it in the most when we're wearing thin
—Es impresionante lo que se puede lograr en media hora con la cantidad de dinero suficiente, ¿no?
Me giro para mirar al hombre que acaba de hablarme. Es viejo y delgado. Viste de una manera similar a la mía.
Se me hace familiar.
—Sí. Al menos tengo el consuelo de saber que no me aburría —murmuro—. ¿Quién eres?
—Me llamo Milad. Era tu mano derecha. —Me tiende la mano y la estrecho—. Trabajé para tu padre y luego para ti. Si llegas a necesitar algo, incluso si todavía no sabes quién demonios eres, aquí estoy.
Acepto la tarjeta que me tiende discretamente y la meto en el interior de la manga de mi chaqueta.
—¿Eso involucra a Arlette?
Estoy cambiando un poco mi manera de pensar sobre ella, pero sigo sintiéndome sobrepasado por todo esto.
Niega.
—Le soy leal a la muerte, no al anticristo.
—¿El anticristo?
Esa es mi manera de llamarla dentro de mi mente. No pensé que fuera tan literal.
Sus labios se curvan con diversión.
—Ese es uno de sus apodos designado por ti. —Mira más allá de mí—. Debo irme. Llama si necesitas algo. Solo estoy aquí porque mantengo un ojo sobre cada uno de los pequeños Ambrosetti en tu ausencia, pero la verdad es que no tengo mucho trabajo desde que desapareciste, así que estoy libre para lo que sea.
Separo los labios para preguntarle por qué tiene tanta prisa en irse, pero la respuesta llega cuando inclina la cabeza hacia algo tras de mí y me doy la vuelta para ver a mi esposa entrar en la cafetería. Anticristo o no, criminal o no, es la mujer más hermosa que alguna vez haya caminado sobre la faz de la tierra y ocupará el mismo puesto cuando muera y le toque arder en el infierno, lo cual seguramente no será ningún castigo para ella porque encontrará la manera de destronar al diablo y lucir así de bella en su trono. Lleva un vestido largo y rojo con finas correas que lo mantienen atado a su cuello. Lo ligera que es la tela ocasiona que se deslice sobre su figura con cada paso que da, casi como si fuera una sábana de seda sobre su piel desnuda. Su cabello está atado en una coleta alta, exponiendo sus rasgos faciales, y sus ojos están acentuados por espesas pestañas.
Se dirige hacia una mesa en el centro que está siendo atendida por un par de mesoneros.
—¿Qué te apetece comer? —pregunta cuando me siento frente a ella, su voz carente de emociones.
Es como si fuera una máquina, no una persona,
—¿Cuál es el menú del hospital? —Me burlo—. ¿Arroz, ensalada y pechuga de pollo?
Mira hacia el mesonero, el cual es un hombre demasiado refinado como para trabajar en un hospital. Tiene un estúpido bigote que mueve al hablar y usa un uniforme que luce más caro que la ropa de alguien de clase media alta. Cuando habla y percibo su acento francés me doy cuenta de que Arlette debió conseguirlo.
—Tenemos Caviar Almas. Trufas blancas. Carne Kove o Entrecot de Wagyu con salsa de hongos Matsutake...
—¿Una hamburguesa? —gruño, cortándolo.
—Por supuesto que sí, señor. ¿De carne de cordero virgen o de langosta?
Lo miro fijamente.
—¿Solo de carne?
Se mueve con incomodidad.
—Tanto el cordero como la langosta tienen carne, señor.
Mi mano se aprieta con fuerza y separo los labios para enviarlo a la mierda, pero Arlette interviene llevando el borde de su copa con vino a su labios. Al parecer las opciones de la cafetería no eran lo suficientemente buenas.
—Creo que mi acompañante desea carne de res. —Asiento, pero ella no termina ahí—. A menos que quieras un trozo de esa buena pieza que conseguí hace unos días en la escuela de nuestros hijos. ¿Cómo se le diría? —Mira al mesero como si él tuviera una respuesta—. ¿Corte no fino de secretaria? ¿Hamburguesa rompe hogares?
El hombre ríe como si fuera solo una broma, pero no lo es.
Está loca.
—Hamburguesa de res está bien —siseo, conteniendo las ganas de levantarme porque se lo prometí a Caos.
Le prometí a Lucrezia quedarme, pero Arlette no hace más que recordarme por qué debo mantenerme lejos.
Es una asesina.
Es una demente.
Mis hijos están siendo criados por el Anticristo.
Es una maldita suerte que no tengan cuernos o garras.
—Aburrido. Ya le había facilitado el trabajo cortando a tu admiradora en trozos. No era un platillo tan difícil considerando que ya estaba deshuesada. —Ríe ante mi expresión, la cual dice que claramente no es graciosa, sino todo lo contrario. El mesonero ahora palidece, no tan seguro de si Arlette bromea o no. Yo sé que no lo hace—. Yo tomaré la carne Kobe y una botella de vino a penas termine con esta. Muchas gracias.
—Vuelvo en unos minutos —dice antes de inclinarse hacia nosotros y luego darse la vuelta.
Una vez se ha alejado lo suficiente, enfrento a la psicópata.
—¿Qué es lo que realmente hiciste con ella?
El contenido de su copa se ha terminado, así que la alza y de la nada aparece otro mesero para rellenarla mientras responde y me observa fijamente.
—¿Con quién? Hago cosas con muchas personas a diario.
—Con la secretaria de San Antonio —respondo entre dientes.
Lo menos que puedo hacer tras haberla arrastrado a esto es ofrecerle un cadáver a sus familiares, aunque en realidad no tengo la culpa de que las mujeres se obsesionen conmigo. Una chispa de molestia brilla en sus ojos azules, pero la esconde con rapidez y desvía mi atención poniéndose de pie y extendiendo una mano hacia mí.
—Bailemos.
La canción anterior que tenía un timbre triste y melancólico ha terminado y en su lugar ha empezado otra un poco más movida, pero también significativa ya que me recuerda a la oscuridad de mi maldita esposa. La observo dando a entender que no tengo pensado ponerme de pie, pero no le interesa. Deja la copa de vino en una de las mesas y empieza a bailar sobre sí misma, girando y contorsionándose con elegancia y seducción. Dándome la espalda, eleva sus brazos y desliza uno de ellos por su cuerpo mientras mantiene el otro en el aire.
Shadows fall over my heart
I blackout the moon
I wait for you to come around
You got me dacing in the dark
I've closed my eyes
But I won't sleep tonight
—Estoy bien aquí —le informo cuando me llama con el dedo tras girarse, a lo que simplemente ladea su cabeza.
Todavía balanceándose, lleva sus manos a su cuello y no me doy cuenta de lo que pretende hasta que la prenda se desliza por su cuerpo, revelando el pequeño conjunto de lencería que trae puesto. Es rojo, al igual que su vestido, y consiste en dos piezas que se entrelazan entre sí a través de varias tiras que se atan a nivel de su espalda baja, por encima de su trasero. No estamos solos, el sitio está atestado de escoltas y servidumbre, por lo que inconscientemente me levando con un gruñido y me aproximo hacia ella con largos pasos depredadores.
—Largo —siseo y nadie se mueve—. ¡Largo! —ordeno un poco más fuerte, las venas de mi cuello marcándose, y los escoltas empiezan a salir, dejándome a solas con la perra psicópata que cubro con mi chaqueta.
No quiero que nadie la vea.
Es la maldita madre de mis hijos. Una criminal, no una zorra barata o una stripper.
Ella rodea mi cuello con sus brazos como una colegiala y no hay un lugar en el que más odie estar.
Su aroma es embriagador, pero a la vez es comparable con la muerte por asfixia.
Aunque no la toco, su piel es sumamente suave y cálida contra la tela de mi ropa.
Me estremezco cuando lleva sus labios a mis oídos, sus dedos sumergidos en mi cabello.
—Fóllame —ordena sonando como una víbora—. Haznos sangrar a ambos y te diré dónde está tu puta.
Mis manos se hunden en su piel en respuesta. La odio y me aterra, me aterra mi pasado y cualquier cosa que pueda sentir hacia ella o que hayamos construido juntos, pero mi sangre hierve de una manera que grita que mi cuerpo piensa todo lo contrario. Estoy a un pensamiento coherente de negarme, pero empuja mi rostro contra sus tetas y salta para rodear mi cintura con sus piernas. Mi cuerpo responde por instinto ayudándola a mantenerse en su sitio. Bramo como una bestia hambrienta cuando mi miembro entra en contacto con su calor.
La piel de sus pechos es tan suave y fría, por el contrario.
Huele a gloria.
Enloquezco y entiendo por qué el viejo yo se dejó convertir en un criminal.
—¿Me vas a follar? —pregunta de una forma más tímida cuando se encuentra entre mis brazos, separándose de mí para que nuestros rostros estén uno frente al otro. Es tan bonita, pero tengo una debilidad por sus tetas—. ¿O me harás... el amor? —pregunta con cierto timbre nervioso, lo que me hace fruncir el ceño.
—¿Por qué diablos le haría el amor a una asesina?
Pensaba en darle polla hasta matarla, no en cogérmela mientras el mesero arroja pétalos de rosas sobre nosotros.
Sus dedos acarician suavemente mi rostro mientras mis pies me llevan hacia una mesa vacía en la que la deposito. A pesar de que no tenía pensado ir a ningún lado porque claramente he dejado de tener razonamiento a penas me enseñó su piel desnuda, continúa atrapándome con sus kilométricas piernas y manteniéndome cerca.
Responde mientras desliza sus uñas por encima de la tela de mi camisa en mi espalda, posesiva.
—Porque no recuerdas nada. No recuerdas las caricias de otra o cómo es estar en el interior del cuerpo de otra persona —susurra mirándome fijamente—. Eres virgen en este instante, al igual que yo, y quiero ser tu primera.
—¿Cómo puedes ser virgen si...?
¿Si tienes cuatro hijos?
No me permite terminar mi pregunta. Enreda sus dedos en el cuello de mi camisa y tira de mí hacia ella de tal forma que ambos no tardamos en estar en posición horizontal sobre la mesa metálica. Ajusto mi brazo por encima de su cabeza para depositar todo mi peso sobre él y no aplastarla. Mi mano rápidamente va a su entrepierna, pero sus muslos se mantienen cerrados y cuando llevo mis ojos a los suyos sigue viéndose indefensa y vulnerable. Incluso noto cierta humedad en su mirada, así como también miedo.
¿Qué mierda?
—¿Era un mal esposo? —murmuro, preguntándome ahora si esa es la razón por la que hace mi vida miserable—. Yo... ¿te lastimaba, Arlette? ¿Era yo el líder de la mafia? ¿Dejé todo este peso sobre ti? ¿Te arrastré a esto?
Coloca su mano sobre la mía, hundiéndola en su carne.
—No eras malo, eras el mal —responde—. Y juntos le dimos una nueva definición a esa palabra, muerte.
No sé qué me lleva a ello, pero no puedo contenerme. Meto mi mano en el interior de su ropa interior y la toco ansiosa, pero suavemente, mientras mi lengua escarba en su boca y le dice todo lo que puede lograr si deja de portarse tan mal y asustarme asesinando y manipulando todo a su antojo a cada lugar al que voy. Gime y me trago cada uno de sus gemidos, así como también de sus fluidos cuando bajo por su cuerpo y me posiciono entre sus piernas. Paso mis brazos por sus muslos y los mantengo separados para devorarla. Cuando el sabor de su carne tierna y rosada invade mi paladar, un elixir en el límite perfecto entre agrío y dulce, mi lengua la recuerda.
No puedo evitar decírselo mientras mordisqueo su montículo de piel por encima, haciéndola estremecer y que abra los ojos para mirarme con esos perfectos irises azules del demonio.
Esta mujer nació para acabar conmigo.
No sé mucho, pero de eso estoy seguro.
Si se lo permito solo hace falta un chasquear de dedos para que me haga añicos.
—No recuerdo a ninguna otra —le digo, incorporándome y atrayéndola hacia mí tirando de su brazo, por lo que vuelve a estar sentada y conmigo entre sus piernas. Relamo mis labios al tener su completa atención, pues su expresión es soñolienta luego de un par de orgasmos—. Pero mi boca recuerda tu sabor. —Me bajo el cierre del pantalón y bombeo mi miembro en mi mano un par de veces—. Ahora quiero saber si mi polla te recuerda, nena.
Sus manos se hincan en mi cuello.
Sé lo que quiere, así que retrocedo un poco y me quito la camisa antes de volver a mi lugar.
Siseo con placer cuando sus uñas se deslizan sobre mi pie, abriéndola, y mi erección crece unos centímetros más.
—Por supuesto que nos recuerda —gruñe apretándome en su contra, pero mi pene no está alineado en su entrada, así que golpea su clítoris ya sensibilizado por mi boca y envía su cuello hacia atrás.
Aprovecho el momento para presionar mi mano contra su pecho y empujarla hacia abajo, metiéndoselo.
Estoy tentado de hacerlo de golpe y lastimarla como ella me lastimó hace unos segundos con sus uñas, pero veo nuevamente ese brillo inseguro en sus ojos y solo ingreso la punta. Mi glande ya es lo suficientemente grande y grueso de por sí solo, así que sus dientes se aprietan, pero desciendo y llevo mi boca a uno de sus pechos mientras voy por lo demás. Lo succiono como probablemente mis hijos lo hicieron por meses, lo que me calienta y no sé por qué, quizás porque estoy tan enfermo como ella o más, y al escuchar su chillido de dolor entrelazo nuestros dedos. Me devuelve el apretón suavemente primero, pero luego sus uñas se clavan en mis nudillos y sus fluidos empiezan a manchar mi pantalón. Tomo eso como una señal para terminar de hundirme en su cuerpo.
No es una virgen, pero está tan apretada como una.
Probablemente no ha sido follada en meses.
Ese monstruo dentro de mí se siente complacido al respecto.
—Tu cabello —gime enredando sus dedos en él y presionándome más contra su pechos—. Sigue. ¡Sigue!
—Mierda —gruño cuando sus paredes me aprietan tan fuerte por tercera vez consecutiva que no aguanto más y me echo hacia atrás para vaciar mi esperma en su abdomen porque no estoy seguro de que estemos en condiciones de ir por el quinto hijo en este momento, pero me atrae hacia ella y logra que nos demos la vuelta.
Termina saltando sobre mí como una diosa en un toro mecánico mientras me vengo.
Es tanto semen y es tan fuerte el corrientazo que hace que mis bolas se aprieten que termino cerrando los ojos.
Estoy exhausto.
A los segundos la siento caer sobre mí, así como también el calor familiar del fuego. Al girar el rostro descubro una chimenea de gas sobre un carrito metálico. La misma persona que la puso ahí arroja una manta sobre nosotros, arropándonos. Estamos cerca del invierno en Chicago, así que lo agradezco. No puedo evitar reír mientras algo me lleva a peinar su cabello con mis dedos y a acariciar su espalda.
—Estás demente. —No responde, limitándose a ronronear. Detengo mis caricias cuando una protuberancia sobre su piel llama mi atención. La delineo con mis dedos y me tenso al darme cuenta de que se trata de una V—. Arlette. —La empujo hacia atrás y la obligo a mirarme, lo cual hace bajo sus mechones de cabello humedecidos por el sudor. Los aparto de su frente con suavidad—. ¿Qué clase de esposo marca a su esposa con sus iniciales?
Su respuesta llega con el toque de sus dedos a un costado de mi pelvis.
Una A.
—Yo te marqué primero.
Trago.
Sus pechos están desnudos frente a mis ojos y puedo ver algo de deseo brillar en su mirada, pero antes de que pueda hacer algo por satisfacerla la puerta principal se abre y cuatro cabezas se asoman. Cubro a Arlette con la misma rapidez con la que las manos de Santino tapan los ojos de Chiara. La niña mayor que los acompaña, la hermana de Arlette, quién fue mi mayor acosadora mientras estaba recuperándome en la mansión, silba.
—Genial. Ya no tienen que explicarles cómo nacen los bebés. Esta ha sido una maravillosa técnica de crianza de su parte, chicos. —Me guiña un ojo antes de darse la vuelta, llevándose a nuestros hijos consigo. Las mejillas de Santino están sonrojadas y el ceño de Valentino se encuentra fruncido mientras Chiara protesta para que la dejen ver—. Lucrezia ya salió del quirófano. Está esperando por ustedes. Por favor, no se tarden demasiado y lleven un regalo para ella. Los quiere ver, pero también quiere el presente por el cual le dije que no estaban ahí cuando despertó. Si yo fuera ella estaría considerando darme a mí misma en adopción por esto, pero es demasiado dulce.
Ninguno de los dos responde.
Nuestros hijos no están solos, vienen con escoltas y probablemente hay más integrantes de la familia o amigos en el hospital, así que supongo que por eso transitan libremente por él. Una vez se van, Arlette va por su vestido y se lo coloca sin devolverme la chaqueta. Se ve un poco menos escalofriante con ella, así que no se la pido.
Antes de que salga de la cafetería y vaya a ver a nuestra hija, la detengo tirando de su mano hacia mí.
—Espera —le digo—. Faltó esto en nuestra cita.
—Ni siquiera comimos en nuestra cita —susurra, viéndose afligida por eso.
—Podemos pedir para llevar y continuaremos con nuestra cita más tarde —murmuro cerrando el brazalete que Lucrezia me dio en el restaurante alrededor de su muñeca, el cual consiste en una tira de pequeños diamantes blancos que adorna su delgada muñeca con elegancia. A pesar de que mi hija dijo que su madre se molestaría por su tamaño, Arlette solo los mira con atención—. Porque voy a regresar a casa, si me dejas.
Cometí un error yéndome.
La única manera de saber quién era es manteniéndome cerca de mi viejo yo, el cual ya no estoy tan seguro de que haya sido una víctima. Recordando la inseguridad en los ojos de Arlette y el hecho de que me suplicó que le hiciera el amor y no la tomara como una bestia, probablemente era un monstruo que dio origen a otro.
Sus manos viajan a mis mejillas y sus labios a mi frente, porque la maldita es más alta que yo con tacones.
—Por supuesto. —Empieza a salir de la cafetera, pero recuerda algo y se gira hacia mí—. ¿La secretaria? Está en el basurero de la escuela por coquetear con el marido de la jefa. —Me estremezco cuando desliza sus dedos por mi mejilla. Me sorprendo al darme cuenta de que algo que me aterraba hace unos minutos no podría importarme menos. Arlette interpreta eso como miedo, pero miedo me causa a mí que no sea así. El que en el pasado haya sido tan vil que alguna vez la haya lastimado a ella o alguien que no lo mereciera—. Limpiándolo a diario, no muerta, así que no sigas mencionándola a menos que quieras que así sea. Dentro de ti debes saber que no me costaría nada o que no me restaría o sumaría nada apretar el gatillo con un cañón apuntando a su cabeza. No suelo ser una esposa celosa, pero de mí nadie se burla y menos una don nadie que se supone que fue contratada por mí para crear un ambiente dulce, seguro e infantil para mis hijos, no para desear a mi esposo.
Un sentimiento similar a la satisfacción inunda mi pecho.
—No le dije que era tu esposo.
Su mano se cierra alrededor de mi camisa.
Es una pequeña demente obsesiva.
La inestabilidad en sus ojos azules me lo grita.
—No es necesario. Todos lo saben —me deja en claro remarcando cada cifra—. Eres mío, cabello blanco.
*****
Caos intenta moverse de su cama a penas me ve, pero el dolor la envía hacia abajo.
—Papi —murmura—. ¡Me recordaste! ¡Yo te escuché!
—Sí, Caos —susurro alcanzándola y acariciando su cabello.
Lleva una bata con lunares que la hace lucir aún más pálida, pero al menos está bien. Sus hermanos están sentados viendo una película en el pequeño televisor anclado a la pared. Están concentrados en ello, al igual que Beatrice en una revista, y una anciana que teje los vigila de cerca. Esta alza su rostro hacia mí y sonríe antes de continuar con su abrigo, el cual claramente es para un adulto. Una vez termina de mirarme con toda la emoción de este mundo, Lucrezia hace la pregunta que he estado temiendo desde que entré en la habitación.
—¿Mi regalo?
—Ah...
—Con cuidado —gruñe una voz tras de mí, haciendo que me gire para ver a Arlette abriendo la puerta de par en par para dejar que una decena de repartidores con ramos de flores entren. No es precisamente una asistente, pero mantiene la puerta abierta para ellos mientras se asegura con la mirada de que pongan cada uno en su sitio ideal—. ¿Lista para la verdadera sorpresa? —le pregunta a mi hija y esta asiente con emoción.
Arlette la mira con calidez, también mira con calidez a cada uno de nuestros hijos, y sale un momento del cuarto.
Cuando regresa lo hace sosteniendo una caja rosa con un lazo.
Lucrezia hace un gesto de dolor, pero se sienta para abrirla cuando Arlette la pone en su regazo.
Todos, incluso la anciana, se acercan para ver qué contiene.
—Mami —susurra Lucrezia sacando la caja de música, la cual se ve delicada y fina, pero tiene una pieza rota—. Es muy bonita, pero no puedo hacer que gire y que la bailarina baile. —Sus ojos azules se llenan de lágrimas. Sus hermanos vuelven a su sitio, un poco decepcionados con el presente al verlo, pero la niñera no hace más que mirarlo fijamente—. ¿Por qué la cajita está rota? Es hermosa y quiero que baile, no que esté rota.
Arlette me sorprende una vez más sacando la pieza faltante de la perilla y un tubo de pega instantánea de su bolsillo.
—Esta cajita era mía cuando era una niña. Mi madre me la dio y la rompí por accidente. Ahora tú y yo vamos a arreglarla. —Lucrezia asiente, haciéndose a un lado cuando Arlette se sienta junto a ella. Su madre le da el tubo de pegamento y sostiene la pieza para ella mientras Lucrezia se lo coloca. Después de eso se la da para que ella misma la pegue y juntas la mantienen en su lugar—. Hay heridas que escuecen años, pero sanan en cuestión de segundos con el pegamento adecuado —murmura sobre su cabeza con voz tan baja que cree que no la estoy escuchando, pero leo sus labios. Cuando Lucrezia le pregunta en cuánto tiempo estará listo, le sonríe y le dice que le de vuelta. A los segundos una bonita melodía se apodera de habitación y la bailarina gira—. Es pegamento instantáneo de cinco segundos, como mi amor por ti y tus hermanos. Solo necesité tenerlos cinco segundos en mis brazos para saber que nada jamás me apartaría de ustedes y que algunas piezas que creí rotas volverían a unirse por sí solas.
Lucrezia parpadea hacia ella.
—¿Me amas mucho?
—Sí, Lucrezia Borgia, te amo.
—¡No soy Lucrezia Borgia, mami, soy Lucrezia Ambrosetti Cavalli! —protesta mi hija, riendo, pero después sus labios hacen pucheros—. Lamento haberte enviado lejos y haber elegido a papi. —Me mira—. Los quiero a los dos y ya no quiero que papi duerma fuera de casa. Quiero verlo en el desayuno y que me cuente cuentos.
Arlette me mira de reojo antes de responder.
—Esa es su decisión.
Lucrezia me mira, pero mis otros tres hijos también, aunque Valentino lo hace de reojo.
—Por supuesto que sí —acepto, pero ya no solo lo hago por ellos.
Veo a la mujer frente a mí y ahora estoy convencido de que esta no puede ser del todo un demonio.
¿Pero eso significa que el demonio era otro?
¿Esa es la razón por la que uno de mis hijos me odia?
*****
Unas horas después estamos saliendo del hospital cuando Lucrezia se da cuenta de que dejó su cajita musical en la habitación. Arlette separa los labios para ordenar a uno de nuestros escoltas ir por ella, pero la urgencia en los ojos de mi hija por haber dejado su regalo atrás me obliga a mí mismo a tomármelo personal. Me bajo de camioneta y subo un par de pisos hasta llegar a la habitación, la cual ya están limpiando. Me aproximo a ella al identificarla sobre la mesita de noche junto a la cama, pero en el trayecto el camillero que se encontraba tendiendo nuevamente la cama se interpone entre ella y yo y me enseña una placa.
—Freddy Smith —se presenta—. Agente del FBI.
—Lo siento, debe estar en búsqueda de la persona equivocada.
Niego con la caja en brazos. Me dirijo hacia la puerta con una urgencia que no había sentido ni siquiera siendo perseguido por Arlette y no me detiene, lo que es un alivio porque en este momento no siento ganas de matar.
Me detengo al darme cuenta de lo que acabo de pensar, así como también por el sonido de su voz.
—¿No es usted Vicenzo Ambrosetti? —pregunta—. ¿O se siente más familiarizado con el nombre de Greyson Anders? —Me giro, viendo de reojo el diario que arroja sobre la cama con una fotografía mía dentro de un uniforme de fútbol—. Porque si se siente más familiarizado con el segundo es porque ese era su nombre antes de ser enviado como espía infiltrado a la mansión Cavalli con otra de nuestros agentes, la cual pereció en el campo.
—¿Qué hay de mis hijos? —pregunto cautelosamente.
El hombre asiente.
—Son suyos, al menos dos, pero los tiene con la mujer que se prometió a sí mismo destruir. —Lo observo fijamente—. Y yo estoy aquí para recordarle esa promesa y la razón por la cual la hizo.
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAH
SE VIENE LO MEJOR DE OLVIDOOOOOO
¿Cuál ha sido su parte favorita?
Jajaja no olviden darle amor al capítulo
Las amo
Vero, feliz cumple
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