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13. Némesis, parte 5.

Frontera entre Estados Unidos y Canadá.

CHIARA:

A veces los planes que ejecutas pueden dar frutos, pero no el tipo de frutos que esperas.

Contemplo a Lucrezia llorando en un rincón de la aeronave de carga en la que los escoltas de papá y mamá nos dejaron luego de sacarnos a la fuerza de nuestras habitaciones, todavía dentro de su camisón rosa y abrazándose con fuerza a su oso de felpa. En la posición en la que está su cabello blanco casi cubre por completo su cuerpo mientras solloza preguntando por papá.

―Niña, contrólate ―le dice el guardia acercándose a ella, a lo que me incorporo porque dejar que nuestra madre la castigue por apuñalar a Santino y casi matarlo es una cosa y permitir que un completo desconocido le haga daño por mi culpa, porque yo causé esto, es otra.

Lucrezia no debería estar aquí.

Santino no debería estar aquí.

Se suponía que me enviarían a mí sola al mismo sitio en el que está Valentino.

Pero mamá siempre toma decisiones que nos sorprenden a todos y que no pueden contradecirse, incluso cuando escuchaba los gritos histéricos de nuestro padre mientras nos llevaban en un convoy militar fuera de la seguridad de la Mansión Cavalli y de Chicago.

Nuestro reino.

Nuestro reino, el cual según los cálculos de Santino en la relación tiempo/distancia/velocidad que hemos recorrido se encuentra a un aproximado de tres mil kilómetros. Por la manera en la que se siente el aire y el metal de la aeronave mi sospecha es que estamos en algún punto entre la frontera de Estados Unidos y Canadá. Quizás sobrevolando un bosque de Ontario. Me pregunto qué tan lejos se halla el campamento militar o la escuela a la que llevaron a mi hermano. Si tan siquiera está en este continente o en este planeta ya que no me imagino ninguna fuerza terrestre capaz de contener y reformar a Valentino Ambrosetti.

Quiero ir a casa, quiero ir a casa, quiero ir a casa. Quiero a mi papi. ¿Por qué mami es tan mala? ¿Por qué la hiciste enojar, Chiara? No se preocupen. Papi vendrá por nosotros. Ella se arrepentirá y lo enviará a buscarnos o llegará en su jet privado y le pediremos a la azafata una manta y caramelos ―reza Lucrezia en italiano antes de empezar a llorar porque tras cada segundo que pasa sin que estas últimas cosas pasen cae un poco más en la realidad.

En nuestra realidad.

En la realidad de la cual ella no forma parte como nosotros.

El ballet no existe aquí.

Santino llega a ella antes que yo y le ofrece un pañuelo que saca del bolsillo de la parte superior de su pijama, agachándose para consolarla y cubrirla protectoramente con su cuerpo, sus ojos grises clavados en el guardia, a pesar de la mueca de dolor que el movimiento trae a su expresión porque su herida no ha sanado del todo. Ha pasado una semana desde que Caos lo apuñaló y por un momento pensé que mis acciones no tendrían represalias ya que papá y mamá han actuado como si nada hubiera sucedido durante estos días, pero sospecho que solo lo hicieron para que Santino se recuperara un poco y para tomarnos por sorpresa esta noche.

Lo hicieron.

Los tres estábamos profundamente dormidos cuando nos despertó la extracción, por lo que ninguno tuvo tiempo de tomar algo con qué ayudarnos. Lucrezia solo alcanzó su oso. Le di un cuchillo con el cual defenderse, pero mi pequeña hermana, la única por la que sintieron compasión y a la que le permitieron traer un objeto, solo tomó su oso de felpa.

Intento no estar enojada con ella por eso porque por mí estamos aquí, pero no puedo evitarlo.

Su instinto de supervivencia necesita mejorar.

―Controla a tu hermana, niño, o nos veremos obligados a hacerlo ―lo amenaza, a lo que una mueca de desprecio se apodera de los usualmente amables labios de Santino.

―Si el llanto de una niña pequeña te molesta tu hombría no es tan grande como piensas.

El hombre se adelanta hacia él y Santino se separa de Caos tras estrecharla suavemente, a lo que esta deja de llorar contemplando lo que va a pasar, pero el guardia nunca llega a alcanzarlo. Todos tenemos grilletes en un de nuestros tobillos que se conectan con cadenas a la pared. Corro, tirando de ella hasta que está tensa, y esta se enreda en sus pies, enviándolo al suelo. Su frente se estrella contra el metal con un ruido seco y aprovecho sus segundos de aturdimiento para envolver su cuello con el metal, tirando de él hacia arriba con toda la fuerza que tengo.

De a poco su rostro se vuelve una mezcla de rojo y palidez.

―Chiara ―dice Santino mientras dejo sin oxígeno al guardia, cuya piel ya está azul. Estoy tan enojada y no entiendo de dónde viene dicho enojo, pero lo siento―. ¡Chiara! ―grita, alcanzándome, pero no lo escucho hasta que se detiene junto a mí y me empuja lejos de él. Mi cuerpo aterriza en el suelo con un sonido seco que hace que su mirada contenga una disculpa, pero entiendo por qué me detuvo cuando habla―. No podemos hacer eso aquí ―recuerda presionando su mano contra el punto en el que lo lastimó Lucrezia―. Esta es una prueba de contención a la que nos han enviado nuestros padres. ―Mira a Caos―. Para todos. No solo para Valentino. ―Se arrodilla frente a Lucrezia mientras el guardia recupera el aliento. Aparta cariñosamente un mechón de la frente de nuestra pequeña hermana―. Si queremos regresar a casa debemos demostrarles que podemos jugar con sus reglas en ambos mundos. No hay otra manera.

Lucrezia sorbe por su nariz.

―¿Podré dormir en mi cama esta noche si me porto bien? ―pregunta, sus ojos esperanzados, y Santino niega, viéndola con pesar, antes de volver a concentrarse en mí.

―Probablemente nos separen por sexos, así que debes concentrarte en proteger y cuidar a Caos mientras yo encuentro a Valentino y descubro qué debemos hacer para irnos de aquí.

Mi ceño se frunce ligeramente.

Este era mi plan y consistía en salvar a Valentino, no en proteger a Lucrezia y en estar preocupada por la herida de Santino, la cual podría reabrirse en cualquier momento. Mi hermano toma una profunda inhalación como si el solo hecho de respirar lo cansara y separo los labios para refutar diciéndole que puedo cuidar de Lucrezia y encontrar a Valentino a la vez, pero el guardia se incorpora y se dirige hacia mí con una clara sed de revancha y venganza en sus ojos, lo cual hace que todo mi cuerpo vibre con anticipación y emoción.

Sí quiere pelea puedo dársela.

No sé cuánto sabe de mi familia, pero claramente no es mucho.

Pero esta vez es Santino quién interrumpe su arrebato tomando una pieza metálica y puntiaguda que sobresale de la pared y ensartándola en su pecho. Un pedazo de pared que provino de una franja halada hacia abajo como si alguien más la hubiera cortado de su estado original para hacer lo mismo que hizo mi hermano mayor. Trago, preguntándome por qué hizo eso cuando a mí me detuvo, y él responde sin que tenga que exigirlo en voz alta.

―La mejor forma de hallar a Valentino es hacer lo que él habría hecho.

Matar.

Lucrezia solloza sin dejar de contemplar el cadáver frente a ella, pero ninguno de los tres tiene oportunidad de decir nada. Las compuertas que separan el resto de la nave con el espacio para provisiones o de carga, dónde estamos, se abren y al menos una decena de hombres entran para llevarse a Santino con ellos con la promesa verbal de hacerlo pagar por lo que hizo. No despego mi mirada de la de mi hermano, la impotencia de no poder hacer nada inundándome dado que la cadena de mi grillete no es tan larga, hasta que estas vuelven a cerrarse. Todos los guardias son extremadamente pálidos, como si no hubieran visto el sol, y no hablan más que para dar órdenes e indicaciones. Es como si no existiera nada más que ordenar y obedecer.

Como si en eso consistiera su mundo.

En orden.

En control.

En frialdad.

―Quiero a papi ―susurra una última vez Lucrezia antes de guardar silencio definitivamente, a lo que me siento junto a ella y la atraigo hacia mi pecho para tranquilizarla.

Hace frío y solo nos tenemos a nosotras para entrar en calor.

*****

A penas aterrizamos unos minutos después de que se llevan a Santino entiendo por qué ninguno de los guardias tiene color sobre su piel. El sitio al que mi padre envió a Valentino es una cúpula de concreto con bosque en su interior a dónde no accede el sol. El techo en la cima de ella se abre para nosotros cuando descendemos, lo cual soy capaz de ver a través de una pequeña ventanilla con Caos asomándose de puntillas junto a mí. Se mantiene pegada a mí una vez los mismos hombres, todos con uniformes militares oscuros, vienen a buscarnos.

―F1 y F2, sean bienvenidas al EMNGERGE. Sus siglas significan Entidad Militar No Gubernamental Especialista en Reformar George Ellis. ―dice uno de ellos cuya placa sobre el pecho reza Niell. Comienza a caminar y el círculo de guardias se cierra alrededor de nosotras, así que nos vemos obligadas a seguirlo―. Serán escoltadas a la sala de inserción, dónde conseguirán un uniforme, y se unirán al resto para el desayuno. Las comidas son a las quinientas, mil doscientas y mil novecientas horas. Si se pierden alguna no comen hasta la otra. Su horario de trabajo forzado será asignado mañana. Nos costó trabajo, pero finalmente conseguimos una asignación para ustedes. ―Mira tanto a mí como a Lucrezia con una breve chispa de burla y desdén―. Veremos cuánto son capaces de resistir sin llorar como bebés.

―No soy un bebé ―gruñe mi hermana, a lo que aprieto su mano para que se calle.

Los hombres a su alrededor solo ríen.

Su amigo muerto o agonizando, sin embargo, no reía mientras lo asfixiaba.

Santino tampoco lo hacía mientras Lucrezia lo apuñalaba.

Nos están subestimando y por lo que sé eso nos da una ventaja.

Tras salir de la nave empezamos a caminar por un pasillo largo e interminable de puro concreto. Soltaron las cadenas que nos mantenían atadas a las paredes metálicas de nuestro medio de transporte, pero nuestros grilletes siguen ahí y dos soldados llevan nuestras cadenas. Cuando finalmente nos detenemos frente a una puerta metálica con una ventanilla el par se arrodilla ante nosotras solo para soltarnos y empujarnos dentro.

El interior es aún más frío que el exterior.

Un viejo hombre tras una rejilla de aspecto oxidado, pero impenetrable, nos habla.

―Ropas aquí ―dice tendiéndonos una caja de plástico.

Miro a Lucrezia. No tengo problemas en desnudarme, no me gusta pensar en mi cuerpo como algo que me haga vulnerable o diferente a Valentino y Santino sobre el cuadrilátero o en una situación de peligro, pero sé que no es así para Lucrezia. Los ojos de mi hermana se llenan de lágrimas a pesar de que el hombre no nos está viendo, concentrado el programa de televisión que transmite su pequeña radio con pantalla, y empieza a negar abrazándose a su oso.

―No puedo. ―Niega―. No quiero que él me vea.

Afirmo.

Lo primero que papá nos enseñó en la vida fue la importancia de nuestra privacidad.

Pero mamá a su vez nos demuestra a diario que debemos tomar lo que nos hace vulnerables como mujeres y quitarle poder. Estoy segura de que ningún chico aquí ha llorado porque lo vean en ropa interior, así que es injusto que nosotras también lo hagamos, pero entiendo a Lu.

Entiendo su miedo.

En nuestro mundo y en el normal a veces yo también lo siento, en especial con todas las horribles historias que tienen las chicas del complejo de Luciano para contar.

―Está bien. Él no va a ver. ―Paso la tela de mi camisón por encima de mi cabeza y luego lo uso de cortina entre lo que está tras la reja y ella para que no se sienta intimidada. El hombre ya no está en su sitio y dejó nuestros uniformes junto al cajón para nosotras, lo cual agradezco, pero aún así sigo sosteniendo mi pijama en lo alto para hacer sentir mejor a Caos―. Vístete rápido. Sé que el color es feo, pero ese camisón no te salvará de los raspones si te caes.

Lu afirma, apresurándose tras mirar mi cortina y comprobar que nadie la mira.

El que ya no esté llorando me hace sonreír.

Quizás no tiene el mejor instinto de supervivencia, pero es valiente.

Cuando termina y ya se encuentra dentro de un feo enterizo gris me sorprende tomando el cajón de plástico, girándolo y haciendo lo mismo por mí tras subirse sobre él a pesar de que su camisón a penas tapa un uno por ciento de la vista de la reja hacia nosotras. La imito y afortunadamente el anciano no regresa hasta que ambas estamos listas con nuestros uniformes y un par de zapatillas blancas, usadas, cada una. También pude trenzar tanto su cabello como el mío para impedir que nuestros enemigos, si los hay al otro lado de la puerta, lo usen en nuestra contra. Él, quién no posee ninguna placa, mira hacia el contenido del cajón de plástico cuando se lo ofrezco con nuestros camisones y las joyas que llevábamos. Las placas que nos dio papá.

Su ceño se frunce, sin embargo.

―Esto no es todo, señoritas, y hasta que no esté todo en la caja no podrán ir a comer y si pierden la comida no verán una de nuevo hasta dentro de unas horas.

Miro hacia el oso de felpa de Lucrezia.

―Lu.

Ella niega, abrazándolo.

―No puedo entregar al abuelo Carlo, Chiara. Él nos sacará de aquí.

Miro hacia el pequeño animal con un traje, elegante como supongo que debió haber sido el papá de mamá. Ella siempre nos habla de él. Siempre nos enseña sus fotos. Sé que lo quiso tanto como nosotras queremos a papá. Sé que su muerte la destruyó, pero las personas dicen que nunca habría llegado a ser quién es, ni el resto de la familia, si no hubiera sucedido.

Eso debe doler.

Sé que le duele saber que para ella vivir, él tuvo que morir.

Incluso cuando nos enviaron aquí yo no soportaría pensar en ninguno de los dos muertos.

Mis hermanos y yo los necesitamos.

Lo único que me alivia en este momento es saber que nunca nos habrían enviado a un lugar dónde corriéramos demasiado peligro o en donde no nos tuvieran vigilados.

Sé que nos están observando.

―Es solo un oso de felpa, Lucrezia, el abuelo Carlo está muerto.

Lu niega, alejándose de mí cuando me acerco para quitárselo.

―No, no es solo un oso, el abuelo Carlo vive dentro de él y...

La corto alcanzando una de sus patas y tirando de él. Sé que quizás esto la hará llorar, pero si no salimos no llegaremos a tiempo para la comida y tendremos que esperar a las mil doscientas horas para comer algo. Necesitamos alimento y energía para superar el ser las únicas dos chicas aquí. Lu gruñe e intenta detenerme, pero arrojo rápidamente a Carlo en el cajón de plástico. Al instante el hombre lo toma y desaparece, las puertas finalmente abriéndose.

―Chiara, ¡¿por qué entregaste al abuelo Carlo?! ¡Te dije que no lo hicieras! ―llora Lu caminando junto a mí hacia la entrada en la que veo que todos desaparecen, evidentemente enojada. Estamos en una especie de patio fuertemente alumbrado por farolas y custodiado por hombres armados en la cima de varias torres. No sé si usan balas de verdad, dardos o perdigones, pero lo descubriré cuando llegue la hora de planear cómo escapar―. ¡Él iba a salvarnos! ¡El abuelo Carlo siempre lo resuelve todo y tú lo entregaste!

Suspiro, preparada para escucharla quejarse sobre ello por unas horas, quizás días, y aunque protesta tomo su mano y la arrastro hacia el olor a comida. No puedo identificar de qué tipo es, pero sé que huele a alimento. Como esperé las cabezas de los otros chicos de nuestra edad e incluso mayores se giran hacia nosotras con interés y extrañeza cuando nos ven, pero no le regreso el vistazo a ninguno una vez compruebo observándolos de reojo que no son Valentino. Cada uno de ellos, sin embargo, transmite una vibra similar a la de mi hermano.

Problemas.

Violencia.

Cero temor a las consecuencias.

Antes de entrar al comedor hago que Lu se detenga y tomo sus hombros, cortando sus palabras sobre su estúpido e insoportable oso de felpa con el nombre de nuestro abuelo muerto.

―No se suponía que debías estar aquí, Lucrezia, ni tú ni Santino, pero lo estás y necesito que seas madura y comprendas que aquí nadie será suave contigo, ni siquiera yo. Estamos en un bosque en medio de la nada, hermana, y no tengo tiempo para sentarme e idear maneras de tratarte sin que eso hiera tus sentimientos. Aquí a nadie le importará si eres de cristal, Lucrezia, ni te aplaudirán por dar un par de giros sobre tus pies y ser hermosa. Aquí no solo eres débil, sino que también eres un obstáculo para que no podamos encontrar a Valentino. ―La arrastro hasta que terminamos junto a un guardia, el cual no se mueve o gesticula palabra alguna. Es enorme, de casi dos metros, y Lucrezia lo contempla alzando la mirada hacia el cielo. Su rostro está lleno de cicatrices, pero lo importante aquí es que si trabaja para el EMNGERGE trabaja para nuestros padres, quienes pagaron para mantenernos aquí, y no creo que le hayan dado permiso de permitir que algo malo le pasara a uno de nosotros, en especial a Caos, quién no había vivido este tipo de experiencia o alguna remotamente parecida antes―. Quédate aquí. ―Hago que se siente junto a él, quién aún sigue sin reconocer nuestra existencia, y Lu parpadea―. Solo quédate aquí mientras voy por comida. ―Miro al hombre―. Él no va a dejar que nada le pase a la hija menor del Anticristo y La Muerte. ―Él solo traga, así que supongo que me oyó y que mi teoría es cierta y me siento más aliviada―. Iré por comida y luego iremos por Val, ¿está bien?

Lu mira hacia abajo, afirmando.

―No quiero ser un estorbo. Si quieres puedo quedarme aquí.

Trago.

Me sentiría mejor si me acompañara, pero su presencia lo haría todo más lento y mientras más rápido recupere a Val y a Santino, más rápido podremos salir de aquí y volver a casa.

―¿Segura?

Afirma.

―Sí.

―Bien. ―Me levanto―. Volveré en un momento con comida y te daré una última oportunidad para cambiar de opinión en el dado caso de que prefieras acompañarme.

Asiente cabizbaja, sin decir más, y me dirijo al comedor, pero no sin antes ver a Lucrezia tirar de la tela del pantalón del enorme e intimidante guardia y escucharla decir:

―Señor, ¿podría darme mi oso, por favor? 


Holaaaaaaa

Espero que les haya gustado jajaja

Pronto traeré la siguiente parte, estará super interesante

Las quiero un montón. Chiara y Lu son mi corazón

Santino, te amo.

Valentino, dónde estás?


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