Acabada la reconquista de Granada en enero de 1492 por los reyes Isabel y Fernando, la tolerancia religiosa que había hasta entonces, dejó de serlo con la expulsión de los judíos y con la prohibición del culto islámico en Granada. A partir de 1502, la reina Isabel I declara obligatoria la conversión al catolicismo dentro del Reino de Castilla. Y a partir de entonces, las conversiones masivas contribuyeron a incrementar notablemente el número de judeoconversos.

      Entre estos recién convertidos, había judaizantes que seguían fieles al judaísmo, pero también había numerosos conversos que se consideraban cristianos e intentaban integrarse. Importantes figuras de origen judío, destacarían en puestos y cargos de concejos urbanos. No obstante, empezaron a evidenciarse signos de hostilidad creciente hacia los conversos por muy distintas razones. Esta intensa campaña enraizará la idea de que los conversos solo se habían convertido para poder acceder a los altos cargos y casar a sus descendientes con nobles.

      La Inquisición o el Tribunal del Santo Oficio sería la institución encargada de perseguir a los herejes y de asegurar la probanza de limpieza de sangre.