CAPITULO 4
¡Porque nada hay encubierto que no haya de descubrirse, ni oculto que no haya de saberse! Lucas 12: 2.
<<Todavía me importa lo que os ocurra...>>. Elvira no podía dejar de darle vueltas en la cabeza a esas palabras que no parecían propias del hombre que las había dicho. No comprendía por qué después de tanto tiempo y a pesar de despreciarla, la defendía cuando años antes se había burlado de sus sentimientos; cuando aprovechándose de su inocencia, la había humillado y ahora, en un alarde de honor, la defendía... o a lo mejor era la conciencia lo que lo corroía por dentro.
—Juan, tengo una conversación pendiente con vuestro hijo... —dijo Elvira mirando al anciano.
Juan la miró preocupado.
—Quizás, no sea el mejor momento —le aconsejó el anciano.
—¿Y cuándo lo será?
—Cuando se apacigüe su carácter... —le aseguró Juan.
—Mucho me temo que cuando quiera tranquilizarse, mi hijo y yo nos encontraremos lejos de aquí... —le advirtió Elvira.
—¡Madre! Habéis escuchado a esos hombres. Si nos marchamos de aquí, os cogerán de nuevo y os matarán —gimoteó de repente Gabriel agarrándose a las faldas de su madre.
Elvira que ya no podía más, miró con pena a su hijo y se agachó hasta ponerse a su altura.
—Gabriel, no podemos quedarnos más en este lugar. Es solo cuestión de tiempo que entren en la casa de Juan y me lleven de nuevo. Debemos huir... si queremos salvar la vida y no poner en peligro a esta familia.
—Pero Antón es un caballero, sabe luchar y puede defendernos —aseguró el niño que empezaba a idolatrar a Antón—. No dejará que nos pase nada...
Elvira cerró los ojos e inspirando hondo, tomó las fuerzas que necesitaba para desilusionar a su hijo.
—Y le estaremos siempre agradecidos por habernos acogido en esta casa. Sin embargo, no podemos continuar más en Alcaraz... —le aseguró Elvira al pequeño.
—¿Por qué? —gritó Gabriel.
Juan escuchaba la conversación desde un rincón de la casa. La mujer no iba desencaminada en sus suposiciones. Antón solo era un hombre frente a cientos y no podría sujetar a todos los vecinos si decidían entrar en su hogar.
—Debemos buscar a vuestro padre —insistió Elvira.
—¿Por qué? —volvió a gritar Gabriel—. ¡No le importamos nada! ¡Nos dejó aquí!
—Gabriel, eso no es justo...
—Madre, sabéis que llevo razón. Esa gente os quiere matar por culpa de él. ¡Lo odio, lo odio, lo odio...! —gritó Gabriel desesperado ante la decisión de su madre de abandonar el único refugio seguro que tenían.
Elvira intentó abrazar a su hijo, para poder calmarlo a pesar del cabestrillo que llevaba.
—No habléis así de vuestro padre...
—¡Ese hombre no es mi padre! —gritó Gabriel de repente dejando atónito a Juan.
Antón escuchó con claridad, los gritos del hijo de Elvira. Sin embargo, nada lo preparó para la inocente confesión infantil.
<<¡Ese hombre no es mi padre!>>
Atónito ante las palabras de Gabriel, Antón se quedó blanco sin que él lo supiese y levantándose del lecho donde se había sentado unos minutos para serenarse, se dirigió en dos pasos hacia la puerta y la abrió.
Elvira cerró los ojos ante lo que acababa de soltar su hijo por la boca, en el momento más inoportuno.
—¿Qué quiere decir vuestro hijo? —preguntó Antón a Elvira con un tono helado y duro.
—¡Ese hombre no es mi padre! —exclamó de nuevo el niño.
—¿A qué se refiere? —volvió a interrogar Antón a pesar de que Elvira no le sostenía la mirada—. ¿Quién es el padre de vuestro hijo?
Juan seguía la conversación como un testigo mudo y cuando sus piernas se tambalearon ante lo que se había imaginado durante años, tuvo que sentarse en la silla más cercana para no caerse redondo al suelo.
—Elvira, ¿por qué no nos contáis toda la verdad? —la animó el anciano mirándola con una profunda cara de pena.
—Mi hijo está confundido... —declaró Elvira nerviosa temiendo levantar la mirada hacia los dos hombres—. No sabe lo que dice.
—¿Cómo que está confundido? —preguntó Antón nervioso—. ¿Acaso no fui el único al que engañasteis? —preguntó de nuevo Antón sin importarle para nada que su padre estuviese delante.
—¿Cómo os atrevéis? —preguntó Elvira profundamente afectada por la acusación—. ¿Pensáis que todo el mundo es como vos? Mentiroso y embaucador...
—Vos fuisteis la mentirosa y la que se rió de mi todo el tiempo...
—¡Cobarde! Os atrevéis a difamarme de ese modo cuando vos fuisteis el culpable de todo. Sois...
—¿El culpable de qué? —preguntó Juan intentando mediar entre su hijo y Elvira.
—Padre, no os metáis en esto —le sugirió Antón dando un paso adelante, arrinconando a Elvira.
—No os atreváis a acercaros a mi. ¡Os odio! —gritó Elvira perdiendo los nervios por primera vez.
Al anciano no le gustó el cariz que estaba tomando todo aquel asunto y levantándose de la silla, intentó aproximarse hacia la mujer. Sin embargo, Antón ya se había acercado lo suficiente y a solo un paso de Elvira, la cogió del brazo que tenía sano.
—¿De qué soy culpable? ¿De que me utilizarais y os deshicierais de mi como si fuese un maldito estorbo? ¿De que mientras me engañabais y sabíais de vuestro compromiso, os divertíais conmigo...?
—¡Callaos! ¡No tenéis vergüenza! Vos fuisteis quien me utilizasteis y no contento con ello, tuvisteis que ir a burlaros una vez más a mi casa...
—¿De qué estáis hablando? —preguntó Antón extrañado.
—Del día que me quedé esperándoos. Mientras yo hacía tiempo para que llegarais, vos os burlasteis de mi ante mi padre...
—Tenéis la maldad dentro del cuerpo, al igual que vuestro padre —gritó Antón que no daba crédito a las mentiras de ella—. No sabéis más que decir mentiras.
—Sois despreciable... —gritó de repente Elvira golpeando a Antón de la única forma que podía.
Deshaciéndose del agarre de Antón, Elvira empezó a golpearlo con el puño cerrado, sin darse cuenta de dónde dirigía los golpes. Sin embargo, Antón apenas sentía la ira de Elvira. Su fuerza era minúscula comparada con la de él y su pecho era capaz de resistir todos los puñetazos que ésta le diese.
—¡No os atreváis a hablar de mi padre de esa manera! No le llegáis ni a la suela de los zapatos —volvió a gritar Elvira entre lágrimas.
—¡Deteneos! Os vais a lastimar —gritó Antón cogiéndola del brazo libre que tenía.
—¡Madre! ¿Qué os pasa? ¡Parad! —gritó Gabriel asustado al comprobar cómo golpeaba al caballero.
—¡Elvira! —intentó Juan interponerse entre su hijo y la mujer—. ¡Antón, detenla! Se va a lastimar de nuevo.
Sin embargo, Elvira ya no escuchaba a razones y su mente estaba en la escena que años atrás había revivido tantas veces. La acusación de su padre de que era una perdida y la imposición de un matrimonio que la había sumido en la desgracia. Pero lo que más le dolió, fue la traición de Antón.
—¡Sois un maldito! Os odiaré toda la vida por lo que hicisteis...
Antón hizo lo único que se le ocurrió y abrazándola con firmeza, intentó detenerla antes de que se hiciese daño, pero Elvira ya no era dueña de si misma y perdiendo las pocas fuerzas que tenía, se desmayó en los brazos de Antón.
—¡Madre!
—¡Elvira! —gritó Antón al que se le puso un nudo en la garganta al verla desmayada.
—Rápido, Antón. Ponedla sobre el lecho de la alcoba.
—Se ha desmayado —dijo Antón preocupado por verla en ese estado.
—¿Qué le habéis hecho? —gritó Gabriel intentando interponerse entre Antón y su madre.
—No pasa nada, Gabriel. Solo se ha desmayado... —le aclaró el anciano, reteniendo al niño por los hombros.
—¿Se va a morir? —preguntó el niño preocupado yendo tras Antón que llevaba a su madre en los brazos.
—Nadie se va a morir —pronunció Antón sin quitar la vista de encima a Elvira.
—Haceros a un lado, hijo. Dejadla respirar —le sugirió Juan a su hijo—. No debisteis enfrentaros a ella de ese modo.
—Escuchasteis lo mismo que yo, padre —se quejó Antón porque su padre lo culpabilizara del estado de Elvira.
—Si, pero no era esa la forma más apropiada de averiguar eso, después del susto que se ha llevado... —volvió a contestar el anciano.
Antón se echó hacia atrás, para que su padre examinara a Elvira y mesándose el cabello, desvió la mirada hacia el pequeño Gabriel, cogiéndolo de la ropa.
—¿Qué quisisteis decir con que ese hombre no era vuestro padre? ¿A qué hombre os referíais?
—¡Dejadme! ¡Le habéis hecho daño a mi madre!... —gritó el pequeño que empezó a temer a Antón.
—No le he hecho nada, pero vos me vais a aclarar quién es vuestro padre... —declaró Antón cogiendo al pequeño por la espalda—. ¿Por qué le habéis recriminado eso a vuestra madre? —insistió de nuevo Antón, ajeno a todo
Cuando Antón puso las manos sobre el cuerpo infantil, pudo darse cuenta del temblor descontrolado del pequeño e intentando infundirle algo de tranquilidad, le dijo:
—Tranquilizaos, no va a pasar nada. Vuestra madre se va a poner bien, pero necesito que me contéis lo que sucedió.
—¿Me lo aseguráis? —preguntó el niño con el ceño fruncido.
—Si...
—¿Y no la echareis de aquí por haberos pegado? —insistió el niño de nuevo.
—No, no lo haré...
—Está bien. Una noche estaba dormido cuando mis padres empezaron a discutir. Mi padre había estado fuera todo el día y no había llegado a la hora de la cena. Me despertaron los gritos...
Antón no desvió ni un solo instante la mirada del pequeño.
—¿Y qué decían? —le instó Antón.
—Mi padre había bebido...
—¿Y...?
—Mi padre solo gritaba a mi madre que yo no era su hijo... —dijo el pequeño empezando a llorar de repente, soltándose del agarre mientras levantaba la mirada hacia el caballero.
Antón lo miró conmocionado por aquellas palabras. Si eso era cierto, existía cierta posibilidad de que él fuese el padre de ese muchacho. Sin poder evitarlo, el corazón se le quedó encogido al contemplar el rostro de Gabriel.
—No debisteis comportaros como un bruto —lo regañó su padre cuando cerró la puerta de la alcoba dejando a Elvira dormida en su interior junto al pequeño Gabriel.
—¿Cómo un bruto decís? Habéis escuchado también como yo a ese muchacho... Esa mujer es falsa y mentirosa como todos los miembros de esa familia...
—¿Estáis seguro de eso? —preguntó Juan—. Puede que el padre de Elvira fuese un poco orgulloso, pero el resto de los Llerena eran gente buena, amable y para nada eran una familia tan mala...
—¿Os vais a poner a favor de ella, padre?
—Yo no he dicho eso... Pero vuelvo a afirmaros que salvo el padre, el resto de los Llerena eran buena gente. Ayudaron a muchas personas durante la guerra de Granada. La gente del pueblo no tenía con que comer y la abuela de Elvira, doña Mayor prestó dinero a muchos vecinos que se lo fueron devolviendo poco a poco.
—Pues tendréis que explicarme qué sucedió con esa mujer y con la familia de Elvira. No comprendo por qué Elvira miente de esa manera. Cuando éramos jóvenes, nunca pensé que pudiera utilizarme de ese modo. ¡Y encima, decía que yo era el culpable de todo!
—Yo no os culpo de lo sucedido y menos cuando desconozco qué sucedió entre vosotros, pero esta mujer se encontraba muy nerviosa como para estar mintiendo y sus acusaciones parecían ser ciertas. Si fuese culpable, se hubiese mostrado más fría, hijo mío. Sin embargo, perdió los nervios por completo. Se desmayó..., vos lo visteis.
—Igual que me engañó a mi en su momento, puede engañaros a vos también. No os fiéis de ella padre, aunque tenga el aspecto de una santa.
—¡Vamos, Antón! ¿En serio pensáis que mis huesos no saben distinguir a un mentiroso de alguien que dice la verdad? —preguntó seriamente el padre a su hijo.
—Yo solo digo, que esta mujer me engañó...
—Contadme lo que pasó y podré formarme una opinión.
—Yo solo digo la verdad... —respondió Antón.
—Contádmela pues... —le exigió Juan.
—No me es grato hablar de aquello que pasó hace tantos años.
—¡Antón! Soy vuestro padre y aquello que os pasó, debió ser importante cuando la habéis interpelado de ese modo. Le habéis preguntado quién era el padre de su hijo. ¿Por qué os importa tanto? Acaso, ¿sois vos? —volvió a preguntar el anciano.
—No quiero hablar de eso, padre...
—Pues merezco una explicación —levantó Juan la voz por primera vez—. Si vos le habéis exigido una explicación a esa mujer, también tendréis que dármela a mi, como vuestro padre que soy.
—Está bien, como queráis... Cuanto antes sepáis quién es ella, antes zanjaremos este asunto.
Una hora después, Antón daba pasos cortos por la sala y por su postura, Juan sabía que su hijo también decía la verdad. Había estado tan enamorado de la madre de Gabriel, que había llegado a pedir su mano a don Ambrosio de Llerena.
—¿Por qué no me dijisteis nada?
—¿Qué sentido tenía, padre? Mi hermano y yo marchábamos a Úbeda y don Ambrosio me despreció insultándome. Entre Elvira y yo, estaba todo roto. Me prometí a mí mismo, que jamás pisaría esa casa.
—No tan roto debía estar, para que vuestros caminos se hayan cruzado. ¿Os dais cuenta que ese niño podría ser vuestro?
Antón sostuvo la mirada a su padre y asintió.
—Tengo que confesaros algo, que desde siempre me rondó por esta cabeza... —declaró Juan.
—¿El qué, padre?
—Cuando la situación de doña Elvira se hizo insostenible... cuando el pequeño empezó a robar... le fui dejando comida dentro de la casa y a su madre...
—¿A su madre...?
—A ella, le dejaba leña por los alrededores de la cabaña donde viven.
—¿Y por qué lo hicisteis? Vuestra situación tampoco era muy buena que digamos. Os mandábamos dinero, para que no pasarais apuros.
—Y yo siempre he estado orgulloso de mis hijos por ello. Sin embargo, debía ayudar a esa madre y a su hijo porque... —la voz de Juan se quebró en ese instante.
—¿Por qué, padre?
—Porque desde que vi la primera vez a ese pequeño, solo podía distinguir vuestro rostro en él. Verlo pasar por delante de mi puerta, era como veros a vos cuando erais pequeño.
Antón se quedó impactado ante la confesión de su padre.
—¿Veíais mi rostro en Gabriel?
—Si, hijo mío —dijo Juan sentando en la silla, tapándose el rostro—. Ese pequeño es vuestra misma estampa.
—Pero... ¿por qué no me lo habéis dicho antes? —preguntó Antón descompuesto.
—Doña Elvira estaba casada y vos en la guerra, ¿qué sentido tenía hablar de las sospechas de un anciano?
—Pero, padre... si eso fuese cierto, ese niño sería mi hijo.
—Y creo que no andáis muy desencaminado. Desde que Manuel de Vandelvira abandonó a su esposa y a su hijo, mi sospecha tomó más forma. No era normal que abandonara a su esposa a su suerte, siendo Elvira una mujer hermosa todavía.
—¡Maldita sea!
Antón tragó el nudo que tenía en la garganta y sentado frente a su padre, le sostuvo la mirada.
—No tenséis más la cuerda. Esa muchacha ha sufrido lo indecible con la caída en desgracia de su familia y si le faltaba algo, estos últimos meses han sido muy difíciles teniendo tras a ella a la gente del pueblo. No pararán hasta que se salgan con la suya.
—No hace falta que lo señaléis. No voy a permitir que esa gentuza le haga nada a Elvira.
—No tenéis forma de impedirlo...
—Puedo y lo haré —dijo Antón levantándose de la silla.
—No, no puedes. Una de dos, o doña Elvira acaba muerta por las acciones de su esposo, o acaba con un sambenito por adúltera... y no sé qué podría ser peor. Si la gente del pueblo llegara a enterarse de que ese hijo podría ser vuestro, la acusarían de infiel y ya sabéis el destino de las condenadas. Los vecinos están sedientos de venganza y van a descargar sobre ella toda su ira. Yo no sirvo para nada; con un simple empujón, podrían quitarme de en medio. Y vos, sois solo un hombre contra cientos. No podéis tapar el sol con un dedo, hijo mío. Doña Elvira corre peligro y no podemos hacer mucho para evitarlo. Tarde o temprano, entrarán en esta casa.
—No si tengo forma de impedirlo.
—No seáis bruto, Antón. Ya os he dicho que no hay forma de evitarlo. Además, cuando estabais dentro, Elvira me ha confesado que se irá de aquí con su hijo...
—¡No pueden irse! —exclamó Antón.
Juan escuchó la desesperación de su hijo, a pesar de la supuesta ira que sentía por Elvira. Estaba totalmente convencido, que su hijo todavía sentía algo por esa mujer.
—Habladme de la familia de Elvira... ¿qué les sucedió? —intentó averiguar Antón—. ¿De qué murió el padre de Elvira?
—¿De donde sacáis que don Ambrosio está muerto?
—¿No está muerto? Entonces, ¿por qué permite que su hija y su nieto pasen calamidades? —levantó levemente la voz Antón.
—Porque a pesar de todo su abolengo, vive en la más completa ruina.
—¡Explicaos, padre!
—La familia de doña Mayor cayó en desgracia cuando fue ajusticiada por bruja.
—¿Practicaba la brujería? —preguntó Antón.
—No caigáis en los engaños del Santo Oficio. Esa mujer siempre hizo el bien, ya os lo dije. Pero tal como os he dicho antes, habían vecinos que le debían dinero y por quitarse de en medio la deuda, creo que testificaron en su contra. Sobre todo, aquellos que le tenían inquina. Doña Mayor tenía posesiones y tierras heredadas de su esposo. Imaginaros a quién fue a parar la mayor parte de ellas...
—¿A quién?
—A Pedro de Bustos, el mismo que ahora persigue a su nieta.
—¡Maldito hijo de su madre!
—¿Y qué fue de don Ambrosio?
—Confiscaron todos los bienes de la familia y los hijos de doña Mayor quedaron en la ruina. Don Ambrosio se trasladó con una de sus hijas a Montiel. Por lo visto, no se llevaba bien con el esposo de su hija Elvira y se marchó a Montiel. Según dijeron las malas lenguas, cayó de un caballo y perdió la vista. Vive de la caridad de una de sus hijas e imagino, que no habrá podido hacer nada por Elvira y su nieto. Incluso, dudo mucho que sepa en las condiciones en las que se encuentran...
—Con todas las ínfulas que se daba y mirad cómo acabó... —respondió Antón.
—No os alegréis de las desdichas ajenas.
—Ese hombre se las merecía...
—¿Y su hija? Podrías estar equivocado.
—No, no lo estoy. Fue muy claro don Ambrosio y además, ya visteis que nada más marchar yo, ella se desposó con el hidalgo.
—Ya no sé qué pensar —dijo el anciano.
—Mañana hablaré con ella... —le aseguró Antón.
—Sin gritos... —le pidió Juan a su hijo.
—Sin gritos —le aseguró Antón.
No había amanecido y Elvira ya se encontraba despierta. Apesadumbrada por lo ocurrido la noche anterior, intentó pensar el mejor camino que tomar por el monte para abandonar la ciudad sin que nadie se percatara de su huida. Solo de pensar en tener que enfrentarse a Antón, se ponía enferma. Sobre todo, después de preguntarle si Gabriel era su hijo. Debía marcharse de inmediato. Con un poco de suerte y evitando los caminos, podría llegar hasta donde estaba su hermana mayor, en Montiel. Solo podía confiar en ella.
Palpando con la mano, tocó el cuerpo dormido de su hijo. Si pudiese dejar a Gabriel con su hermana, podría intentar buscar a Manuel y pedirle una explicación. Sin embargo, no sabía ni donde buscarlo y no quería arrastrar a su hijo con ella.
Incapaz de aguantar más en esa casa, Elvira se levantó sin hacer ruido y movió a su hijo para despertarlo. Necesitaba levantar a Gabriel y salir antes de que amaneciera. No quería que Antón y su padre los descubriesen allí cuando despertasen.
—¡Madre! ¿qué ocurre? —preguntó el niño adormilado sin acordarse de nada.
—Sh... no hables. Levantaos sin hacer ruido, tenemos que irnos de aquí —ordenó Elvira.
—Pero, ¿a dónde iremos, madre? Es de noche todavía.
—Por eso hay que marcharse antes de que amanezca. Los vecinos del pueblo regresarán.
—¿Y no nos vamos a despedir de Juan y de su hijo? —preguntó el niño apenado cogiéndose de la mano de su madre.
—No, es lo mejor... ¡Vamos! No hagáis ruido, ni habléis —le pidió Elvira cogiendo a Gabriel de la mano y saliendo en silencio por la puerta.
Sin embargo, nada más salir de la alcoba, una voz fuerte de hombre se escuchó en el silencio de la madrugada.
—¿Vais a escapar como una vulgar ladrona en medio de la noche?
Elvira se tensó en medio de la oscuridad. El fuego estaba apagado y no se veía nada.
—¡Dejadme tranquila! Ya habéis hecho bastante por mi y por mi hijo... Debo marcharme...
—¿Y así pensáis que podréis evitarme a mi? —preguntó Antón saliendo del escondite de donde se encontraba.
Sin poder dormir en toda la noche, había permanecido despierto esperando que Elvira se levantara, imaginando que sería esa su respuesta.
—¡No podéis detenerme!
—No saldréis de aquí hasta que no hayáis hablado conmigo de ese asunto pendiente.
En ese instante, Elvira intentó avanzar hacia la puerta para escapar, pero Antón más rápido, se adelantó y se interpuso entre la salida y ellos.
—¡Quitaos! —suplicó Elvira casi con un gemido.
—Ya me hice a un lado una vez y no lo volveré a hacer...
—¿Qué estáis diciendo? —preguntó Elvira que intentaba abrir la puerta a pesar de que su esfuerzo era inútil.
—Gabriel, dejadnos solos a tu madre y a mi. Id a descansar...
—Pero... madre dice...
—¡Hacedme caso! Debo hablar con vuestra madre primero...
El niño obedeció a pesar de que Elvira intentó evitarlo.
—Gabriel, no le obedezcáis. Nos vamos ahora mismo.
—Gabriel, hacedme caso. Os marcharéis una vez que haya hablado con vuestra madre.
Asintiendo, el pequeño obedeció sin rechistar y se dirigió hacia la alcoba de nuevo.
—¡Sentaos! —ordenó Antón en cuanto comprobó que el pequeño le obedecía.
Dirigiéndose hacia el candil, encendió la mecha y lo depositó en medio de la mesa.
—¿Os tengo que obligar? —le preguntó Antón de malos modos.
Nerviosa, Elvira lo miró intentando descifrar los pensamientos del hombre.
—¿Qué deseáis hablar?
—Sentaos —volvió a ordenarle Antón, sentándose en la silla.
Elvira suspiró fuerte y convenciéndose de que Antón no se movería de allí hasta que hablasen, obedeció y se sentó frente a él.
Cuando Antón comprobó que ella se sentaba en la silla, empezó a hablar:
—Juré que jamás volvería a saber nada de los Llerena. Sin embargo, os voy a contar lo que sucedió tantos años y que os negáis a admitir.
Elvira continuó en silencio, apretando con fuerza los labios para no emitir palabra alguna.
—Aquella tarde en la que me estuvisteis esperando según vos, fui a vuestra casa, pero no con la intención de insultaros como me reprocháis o de burlarme.
Elvira levantó la mirada hacia él.
—Esa tarde le pedí vuestra mano a don Ambrosio...
—¡Mentís!
—No, no miento. Le pedí vuestra mano a vuestro padre y fue cuando me enteré de vuestro compromiso...
—Yo no estaba prometida —contestó nerviosa Elvira.
—Vuestro padre se regodeó en que yo era muy poca cosa para su hija; según él, el hijo venido a menos de un tintero no se merecía emparentar con la noble sangre de los Llerena.
—Eso no es cierto.
—Lo es... os quería tanto que no quise marcharme sin pedir vuestra mano.
—¡Es mentira!
Antón le agarró con firmeza la muñeca a Elvira y con voz calmada, la miró a los ojos para jurarle:
—Os juro por la cruz de Cristo, que aquel día pedí vuestra mano y fui rechazado por vuestro padre. Vuestro compromiso era un hecho.
—¡No es cierto! Mi padre otorgó mi mano a la familia de Manuel un mes después de marcharos vos... Fuisteis vos el que le dijo a mi padre que os marchabais para ordenaros caballero y que aquí me dejabais mancillada —gritó Elvira mientras las lágrimas le empezaban a salir de los ojos.
Con el brazo en cabestrillo, Elvira no podía hacer fuerza suficiente para soltarse del agarre de Antón. Levantándose de la silla, intentó soltarse con todas sus fuerzas, pero Antón fue rápido y levantándose también, hizo que lo mirara.
—Jamás, escuchadme bien, jamás hubiese dicho eso de vos, amándoos como os amaba. Antes me hubiese cortado la lengua que denigrar a la mujer que adoraba con todo mi corazón... —dijo Antón serio.
Elvira lloraba intentando asimilar aquellas palabras. Su padre no podía haberle mentido de esa manera, pero sin saber por qué, creía en las palabras de Antón.
—Y ahora decidme si Gabriel es mi hijo... ¿Por eso os abandonó vuestro esposo aquí?
Nunca le había dolido tanto el corazón a Elvira como en ese momento e incapaz de sumarse al engaño de su padre, lo miró a los ojos apenada y asintió.
NOTA DE LA AUTORA: Perdonad el retraso en la actualización, pero este mes no he podido escribir nada.
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