♫| CAPÍTULO 11 |♫
SIENNA
LA DUCHA
No tenía idea de por qué no había insistido un poco más en que me llevaran al departamento de Grace. Suponía que una muy pequeña parte de mi ser quería averiguar cómo sería dormir en el mismo hotel que el gran Conway Taylor.
Porque definitivamente no iba a dormir en la misma habitación que él.
De ninguna manera.
Como tú digas, querida.
Cuando llegamos al hotel la oscuridad se había adueñado del cielo. La estructura del edificio se alzaba frente a mí, y tuve que doblar un poco mi cuello para poder admirarla por completo.
Se veía que tenía como poco treinta pisos.
Tragué saliva. Si algo había descubierto ese día que me subí a la montaña rusa con Conway, era que no era muy fanática de las alturas.
Aún conservaba los lentes de sol del castaño. Los tenía en el bolsillo de mi pantalón. Era increíble, ni siquiera se había dado cuenta de la ausencia de unos lentes que costaban demasiado.
Solté un bufido que hizo que los cabellos que caían delante de mi cara volaran por unos segundos.
De seguro eran cosas de ricos.
Me había quedado tanto tiempo fantaseando, que no me di cuenta de que los tres hombres ya se habían acercado a la puerta del hotel.
Me apresuré a correr detrás de ellos y me detuve cuando estuve a la altura de Conway.
Él caminaba encorvado, con sus manos metidas en los bolsillos de sus pantalones y escondiendo su cara con la capucha de su sudadera. Habían mencionado que era para que la gente no lo reconociera y pasara desapercibido, pero desde mi punto de vista, si yo viera a alguien así en la calle, lo primero que haría sería fijar mi atención en él.
Pasamos por la recepción sin ningún problema y nadie ignoró la forma en la que Johan le guiñó un ojo a la recepcionista.
El lobby se encontraba vacío. No había nadie sentado en los sillones que se encontraban por todo el lugar y tampoco había gente en el bar. Me pareció extraño, pero no le tomé mucha importancia.
Se metieron en el elevador y yo tragué saliva antes de meterme también. No era como si yo fuera muy afecta a esta clase de cosas, pero no podía hacer mucho.
El brazo de Conway pasó por mi lado y presionó con uno de sus dedos el ocho en el tablero. Brad presionó otro botón y Johan se quedó parado en su lugar. Supuse que su habitación se encontraba en alguno de esos dos pisos.
Nos detuvimos primero en el piso de Chad. Tuve que salir yo primero para darle un poco de espacio y que él pudiera salir. Después volver a meterme. El ambiente se tornó un poco incómodo luego de eso.
Solo se lograba escuchar la irritante musiquita de elevador. El tiempo pareció hacerse eterno y no ayudaba el hecho de que nadie dijera nada.
Se escuchó un tintineo y las puertas por fin se abrieron. Fui la primera en salir, pero no tenía idea de a dónde tenía que dirigirme.
Johan y Conway también salieron y se hicieron a un lado para que, si la gente quería usar la caja de metal, pudieran hacerlo sin problema.
—Hay que definir con quien dormirás, Sienna —declaró Johan.
Asentí con la cabeza.
—No creo que sea una buena idea que lo hagas con Taylor sin la vigilancia de nadie —expuso él—. Pero mi habitación solo tiene una cama.
—Creo que ella puede perfectamente dormir en mi habitación —se metió Conway en la conversación—. Mi habitación también tiene solo una cama, pero tiene un sillón donde yo puedo dormir sin ningún problema —se encogió de hombros.
—De ninguna manera —se negó Johan de inmediato—. Si se le ocurre hacer algo a la mitad de la noche no habrá nadie que proteja.
—Vamos, Jonah —rogó él—. Tome esas clases de defensa personal a las que me hiciste ir.
—Y de nada te sirvieron hoy que te secuestraron —argumentó él.
—Pero vamos, Jonah —Conway alzó sus brazos al cielo, pidiendo clemencia—. ¡Eran dos y yo era uno!
—Y dejaste de ir a las clases porque dijiste que podrías con cinco.
—Vamos, mírala. Ni siquiera se ve tan fuerte. Podría contra ella.
A pesar de la clara ofensa en contra de mi persona, no dije nada. Si en estas estábamos, prefería mil veces dormir con Conway que con Johan; al menos a él le tenía un poco de confianza.
—Pues vamos. Peleen. Prueba que puedes con ella.
Decidí que era momento de meterme en su pequeña disputa.
—No haré eso.
—Tengo que asegurarme de que de verdad puedes con ella, Taylor —argumentó Johan—. Así que pruébalo.
Conway dudó por unos segundos. Se quedó callado y después de un tiempo hizo una mueca y negó con la cabeza.
—No voy a hacerlo.
—¡Gracias! —lo señalé.
—¿Por qué no vas a hacerlo? —Johan ignoró mi respuesta—. ¿No crees poder con ella?
—No voy a hacerlo porque simplemente es estúpido.
—Pues entonces no dormirán en la misma habitación.
No pude evitar ver a Jonah como un padre que no dejaba que su hija durmiera en la misma habitación que su novio. Aunque entre Conway y yo no había nada de eso.
En ese momento se asomó al pasillo un señor con una de las clásicas batas de hotel envuelta alrededor de su cuerpo. Su habitación estaba justo enfrente de donde nosotros estábamos hablando.
—¿Pueden guardar silencio? —preguntó con desdén. Se rascó su cabeza calva y después continuó—: Hay gente aquí que intenta dormir un poco.
Y volvió a meterse en su habitación antes de que fuéramos capaces de responderle algo.
—¿Y entonces qué? —Conway se dirigió a su amigo, ahora en un volumen mucho más bajo—. ¿Dormirás tú con ella? ¿En la misma habitación? ¿En la misma cama?
Johan hizo una mueca, y nuevamente, yo traté de no tomármelo como una ofensa.
Es un sacrificio para obtener algo que me beneficia, me repetí.
—Y de todas formas —prosiguió Conway—, tú escucharas si hay algún problema. Estás en la habitación de al lado.
Johan se llevó su mano a la barbilla y lo reflexionó por unos segundos.
—Está bien —accedió después de un tiempo. Conway alzó su puño al cielo en señal de victoria—. Pero no quiero escuchar ningún ruido.
—Gracias, Jonah —Conway agarró a su representante de los hombros y lo sacudió con vehemencia.
—Si, si, si, como sea —le restó importancia—. No se olviden de usar protección.
La sonrisa de Conway se borró al instante y sus mejillas se tornaron color escarlata.
Johan sonrió satisfecho ante la reacción que había logrado causar en su amigo y se dirigió a la que supuse era su recámara.
Abrió la puerta mas antes de entrar se volteó para Conway, lo miró a los ojos y le dijo:
—Recuerda que tienes que hacer eso para explicar por ti mismo la cancelación del concierto de hoy y mantener el contacto con tus fans —le advirtió, pero manteniendo cierta confidencialidad entre ellos.
Conway rodó los ojos y asintió con la cabeza.
—Claro. Lo haré antes de las nueve.
Johan asintió con aprobación y entrecerró sus ojos en dirección al chico a mi lado antes de por fin meterse en su habitación.
Pude notar cómo Conway se columpiaba sobre sus talones antes de dirigirse a mí. Había descubierto que él solía hacer eso mucho cuando se ponía nervioso.
Sonreí, por alguna razón, me gustaba que se pusiera así con mi mera presencia.
—Entonces...
—¿Si? —contesté despreocupadamente.
—¿Vamos?
—Claro, voy justo detrás de ti —Conway había mencionado que su habitación estaba al lado de la de Johan, pero no estaba segura de si era hacia la derecha o hacia la izquierda, y no me gustaba mucho equivocarme, menos si era en presencia de alguien más.
—Por supuesto, es por aquí —se dirigió a la derecha.
Sospechaba que sería por ahí.
Sus manos temblaron cuando sacó la llave de su billetera e intentó abrir la puerta inútilmente. Lo intentó al menos tres veces, obteniendo siempre el mismo resultado.
—Yo lo hago —me ofrecí cuando vi que iba por un cuarto intento.
Nuestras manos se rozaron por unos segundos, pero no pude llegar a experimentar del todo la sensación ya que él apartó su mano.
Pase la tarjeta por el sensor, bajé con fuerza la manija y empujé del pedazo de madera hacia el interior. La puerta se abrió.
—Voilá.
Dejé que él pasara antes que yo; después de todo, era su habitación.
Cuando yo pasé, tuve que procurar mantener mi boca cerrada. ¡La habitación era gigante! Estaba segura de que era más grande que el cuchitril en el que yo vivía.
¡Incluso tenía más muebles de los que yo tenía en mi casa!
—Ponte cómoda.
—Dudo que sea posible no hacerlo con tanto lujo, pequeño millonario —murmuré para mis adentros.
—Lo siento, ¿dijiste algo? —se rascó su nuca y frunció el ceño.
—No, nada importante.
Miraba la habitación como si se tratara de la Capilla Sixtina. Tal vez era la Capilla Sixtina de las habitaciones de hotel.
Mis ojos recorrían cada centímetro de la habitación. Me encontré dando vueltas para poder ver cada uno de los detalles. Mis ojos cayeron sobre Conway cuando dejé de girar, él se encontraba recargado en la puerta del clóset y tenía una sonrisa ladina en sus labios.
—¿Nunca habías estado en una habitación de hotel? —preguntó mientras me miraba con curiosidad.
—No en una tan grande —me sorprendí ante la honestidad en mis palabras.
La sonrisa en sus labios se ensanchó. Él se dejó de recargar en el armario y se acercó a otra puerta. Cuando la abrió pude notar que se trataba del baño.
—No robes nada mientras no te vigilo —ordenó, pero sonó más como una petición—. Si algo desaparece de aquí, se lo cobrarán en mi cuenta, y créeme, las cosas aquí no son para nada baratas.
—Como si no pudieras permitírtelo, señor lentes Sara Ferreas.
—Estoy hablando en serio, Sienna —advirtió—. Mi billetera reciente los golpes.
Solté un bufido y alcé mis manos al cielo.
—¿Y entonces de qué te sirve tener tanto dinero?
—Si me robara los adornos de cada hotel que visito, no tendría tanto dinero. He aprendido a invertirlo de buena forma.
—Sí claro, como en unos lentes de diseñador —blanqueé mis ojos.
—Supéralo.
—Lo haré cuando tú superes que vomité en tus zapatos nuevos.
—Nunca.
—Lo mismo digo, entonces.
—Como sea. Necesito entrar al baño. No hagas nada que me cueste dinero —advirtió antes de meterse al cuarto.
—¡¿Y dónde está lo divertido en eso?! —le grité para que me escuchara.
—¡No todo tiene que ser divertido en la vida, Sienna! ¡A veces solo tienes que conformarte con hacer lo correcto! —fue su respuesta.
—Bah, esa es la respuesta de un aburrido.
La puerta del baño volvió a abrirse pocos minutos después y Conway salió del cuarto usando un pijama holgado a cuadros azules y una playera blanca que se pegaba a su torso.
Note tres cosas:
Que no me había dado cuenta de que se había metido ropa al pequeño cuarto.
Que no se había tardado nada.
Y que ese atuendo le quedaba bien. Demasiado bien. Tan bien, que era malo para mi persona, para mis ojos y para mi no muy sana mente.
—¿Qué? —preguntó Conway al notar mi mirada fija sobre él—. ¿No me veo bien? —pasó una mano entre sus ligeros rizos.
—N-no, no es eso —el problema es que te ves muuuy bien—. Es solo que —sacudí mi cabeza y cerré mis ojos para aclarar mis ideas—. ¿Puedo tomar un baño? Me siento muy polvosa después de haber estado en el parque.
—Claro —él se encogió de hombros y sonrió, aligerando la tensión en el ambiente—. ¿Quieres que te preste algo de ropa?
¡No!
¡Si!
—Si, supongo que estaría bien —le sonreí con nerviosismo y coloqué un mechón de cabello detrás de mi oreja.
—Vale —él se movió por la habitación y abrió las puertas del armario. Rebuscó entre sus cajones hasta que por fin sacó una sudadera roja grande y un pantalón holgado gris—. Esto debería ser suficiente —dijo mientras me los tendía.
—Gracias.
—La de la izquierda es la caliente y la de la derecha la fría —explicó—. ¡Oh, y es mejor si abres la llave antes de que te metas, el agua se tarda en calentar!
—Izquierda caliente, derecha fría y abrir la llave antes de meterme —enumeré en voz alta—. Vale, lo capto.
Le sonreí antes de darme la vuelta y meterme al baño.
El "pequeño" cuarto no era tan pequeño como creí que sería.
El baño podía perfectamente ser del tamaño de mi habitación. Había una gran pared de cristal que separaba el espacio de la ducha. El tocador donde se encontraba el lavabo era del largo de la pared, al igual que el espejo. Incluso el retrete se veía elegante. ¡El maldito retrete!
No me sentía ni siquiera digna de tocar las cosas. Se veía todo muy pulcro y limpio como para que yo, una simple mortal, lo tocara y lo arruinara con sus manos comúnmente pobres.
Me quité mi ropa con delicadeza y la doblé para ponerla sobre el tocador. Pasé a la parte de la ducha y abrí primero el agua caliente para después regularla con el agua fría.
Tomé la ducha un poco nerviosa, sabiendo que Conway se encontraba al otro lado de la puerta, escuchando cómo el agua chocaba con el azulejo. Como él podía entrar en cualquier momento.
Negué con la cabeza. No, él no podría hacer eso. Yo no quería que él hiciera eso.
¿O sí?
No, definitivamente no. Incluso si él quisiera hacerlo no podría hacerlo, había cerrado la puerta con llave.
¿Lo había hecho?
No pude seguir bañándome con tranquilidad debido a la incertidumbre de si lo había hecho o no. Cerré el grifo cuando terminé de enjuagar mi cuerpo, enrollé una toalla a mi alrededor y corrí descalza por las húmedas baldosas del baño a revisar si le había puesto o no el pestillo a la puerta.
No estaba puesto.
Con mis manos temblorosas, me aseguré de ponerlo. Solté un suspiro de alivio. Sentía que ya podía seguir respirando con tranquilidad.
Aunque, ¿de verdad quería que Conway se quedará ahí afuera? ¿No sería mejor si dejaba la puerta sin el pestillo en caso de que él...?
No.
Sacudí mi cabeza, sacando esos raros pensamientos de mi mente. Sí, no quería que Conway entrara al baño. Solté un bufido, ¿cómo por qué querría yo eso?
No lo quería.
Por supuesto que no.
Yo no quería eso.
Como tú digas, querida.
Antes de alejarme definitivamente de la puerta, pude escuchar la voz de Conway del otro lado. Supuse que estaba haciendo una llamada telefónica. Tomé aire y me acerqué al tocador para vestirme.
Miré por varios segundos la ropa de Conway antes de ponérmela. Como era de esperarse, me quedaba gigante. Me observé en el espejo y torcí mis labios. No me veía mal.
Aunque claro podía ser mi mente alterando completamente la perspectiva de las cosas por el simple hecho de estar usando ropa de... bueno, de Conway.
Me encargué de secar mi cabello con la toalla antes de que empezara a mojar la ropa del famoso cantante. No quería que se estropeara por mi culpa.
Cuando estuve conforme con el resultado, tomé la liga en mi muñeca y me hice un moño no muy elaborado.
Tomé aire frente al espejo y me di un último vistazo antes de salir del baño.
Conway estaba sentado frente al escritorio de la habitación con su teléfono frente a su cara. Una gran sonrisa se extendía en sus labios y hablaba con naturalidad, casi como si estuviera frente a una persona de carne y hueso y no un artefacto tecnológico.
—¿Qué estás haciendo? —no pude evitar preguntar, parándome detrás de él.
Él volteó rápidamente su cabeza en mi dirección y abrió mucho sus ojos. Después volteó su atención al teléfono, que estaba cuidadosamente recargado contra un rollo de papel higiénico.
Fruncí el ceño al notar lo último.
—¿Por qué...?
La voz paniqueada de Conway me interrumpió.
—Mierda —se puso de pie de un salto y estiró su mano hacia el artefacto para apagarlo. Pero su torpeza hizo acto de presencia otra vez y este resbaló de sus dedos de mantequilla—. Mierda, mierda, mierda.
—Hay otras groserías, ¿sabes? No solo existe mierda. Hay un amplio repertorio del que puedes escoger.
Conway me ignoró y se tiró al suelo para tomar su teléfono, que segundos antes también había caído. Se arrastró por el piso al estilo de un soldado militar y se puso de pie de un salto cuando el aparato por fin estuvo en sus manos.
Hizo un par de cosas en él antes de que su respiración dejara de ser más agitada y poco a poco volviera a la normalidad. Se llevó una mano al pecho y soltó un suspiro, aunque no pude distinguir muy bien por qué.
Crucé mis manos sobre mi pecho y recargué mi peso sobre una pierna.
Conway se pasó una mano por su cabello, desordenándolo aún más.
—¿Y bien? ¿Por qué todo el drama? —pregunté, alzando una ceja en su dirección.
—Pensé que tardarías un poco más —fue su respuesta.
—¿Por qué? ¿Tenías alguna especie de plan?
Me quise dar un golpe en la cabeza cuando esas palabras salieron de mi boca. ¿Dónde estaba el maldito filtro entre mis pensamientos y mi boca cuando lo necesitaba?
Él frunció el entrecejo ante mi pregunta y negó con la cabeza.
—No, es solo que... —se interrumpió a sí mismo y se quedó viendo al vacío por unos segundos, como si se acabara de dar cuenta de algo importante—. Mierda —volvió con la repetición de la grosería.
Empecé a preguntarme si sería la única mala palabra que conocía.
—¿Es solo que qué? —lo incité a continuar.
Abrió la boca para contestar a mi pregunta, pero justo en ese momento, el teléfono en su mano comenzó a sonar.
Conway le lanzó una mirada de pánico al aparato antes de llevárselo a la oreja y contestar.
—¿Bue...? —ni siquiera fue capaz de terminar de decir la palabra cuando se escuchó como gritos salían del celular.
Sí, eran tan fuertes que hasta yo lograba oírlos, aunque no con claridad.
El chico frente a mí separó un poco el teléfono de su oreja y escuchó con una mueca todo lo que la otra persona tenía que decir. Yo ya hubiera colgado.
Tenía la teoría de que la otra persona había soltado algo importante, porque los ojos de Conway se abrieron con terror y, estaba segura de que si hubiera estado aún sentado en la silla, se habría caído al piso de la impresión.
—¿Qué? Tienes que estar bromeando, Jonah —así que hablaba con Johan.
Me crucé de brazos y esperé a que Conway colgara para que pudiera contestar a mi pregunta. Pero todo el asunto parecía que tomaría un largo tiempo, por lo que decidí sentarme en el borde de la cama a esperar.
Okey, la cama era cómoda. Tal vez muy cómoda. Me pregunté si la cama seguiría siendo igual si me acostaba en ella.
Dejé caer mi espalda en el colchón y estiré mis brazos por todo el espacio.
Me quedé viendo el techo de la habitación por varios segundos. Incluso él se veía pulcro y lujoso a pesar de solo ser otro techo más pintado de blanco.
Me permití cerrar mis ojos por un momento. Estaba agotada y la ducha solo había conseguido relajarme.
Abrí los ojos de golpe cuando sentí como el colchón se hundía a mi lado. Giré mi cabeza hacia la derecha y me encontré con Conway, acostado también en la cama y escondiendo su rostro con su antebrazo.
Lo observé por varios segundos, pero desvié la mirada antes de que empezara a parecer alguna clase de acosadora o resultara incómodo, como yo me sentía cuando él me miraba sin ninguna clase de discreción.
—¿Qué pasó? —pregunté con un tono completamente indiferente, sin demandar nada. Si hubiera sido un tercero en esta conversación, podría asegurar que en mi voz había preocupación. Pero era yo, por lo que descarté la idea.
—La gente te ha visto —respondió seco, aún escondiendo su rostro en su brazo.
Arrugué el entrecejo y me senté en la cama.
—No, no lo ha hecho.
—Sí, sí lo ha hecho —Conway por fin quitó la obstrucción de su rostro y dirigí mi mirada a él para ver como se tallaba los ojos con sus puños.
—No creo estar entendiéndote.
Él soltó un bufido y se sentó en la cama, adoptando una postura jorobada.
—Estaba haciendo un directo con mis fans. Había más de diez mil personas mirándolo —fruncí el ceño, sin entender qué tenía esto que ver con lo demás.
—¿Y el problema es que...?
—Joder, Sienna —bueno, al menos sabía que no solo «mierda» figuraba entre su vocabulario. Él se puso de pie, pasó sus dedos por su cabello y empezó a caminar de un lado a otro.
No dije nada y me quedé quieta, esperando su detonación.
Había aprendido que las personas podíamos llegar a ser como las bombas, había puntos en los que simplemente llegábamos a nuestro límite y no podíamos guardárnoslo más.
Cuando eso sucedía era mejor quedarse callado y simplemente observar. Alegar y opinar solo haría de la explosión un caos más grande.
A veces uno solo necesita explotar y arrasar con algunas cosas para seguir de nuevo como si nada hasta la próxima bomba.
—El problema está en que diez mil personas estaban viendo la transmisión en vivo en la que tú apareciste —me señaló acusatoriamente con su índice—. Y ahora ha explotado una bomba en la que las personas están asumiendo que hay algo entre tú y yo.
Mantuve mi cara impasible y no dejé que él viera la forma en la que me había afectado el desprecio con el que había dicho la última oración, como si le molestara. ¿De qué servía que le hiciera saber de sentimientos que ni yo entendía?
Se talló sus ojos y se sentó en la silla del escritorio. Apoyó sus codos sobre sus rodillas y cerró sus ojos.
Se escuchó como tocaban a la puerta, pero él no se movió.
Los golpes se volvían cada vez más insistentes. Tanto, que al ver que él no se pararía a ver de quién se trataba, yo me puse de pie y me acerqué a la la puerta.
Eché un vistazo por la mirilla antes de abrir la puerta.
Johan entró a la habitación hecho una furia, sosteniendo debajo de su brazo esa tableta con la que había golpeado a Grace ayer.
—¿Qué carajos pasó? —le preguntó a Conway directamente, ignorando por completo mi presencia.
Mejor así, no quería causar más problemas.
Conway seguía en la misma posición en la silla. No decía nada y mantenía la teoría de que si lo hacía eso solo lograría enfadar más a Jonah.
Yo la verdad no entendía cuál era el problema con todo esto. Sí, me relacionarían con Conway, pero eso no era taaan malo. Aunque, claro, yo no había pasado tantos años en este mundo de los famosos cómo lo habían hecho los otros dos en la habitación.
Abrí mi boca para soltar mi opinión, pero justo en ese momento, Conway decidió levantar la cabeza y hablar.
—Tenemos que solucionarlo, no pueden relacionarme con ella.
Y con solo esas ocho palabras había logrado enojarme.
Sí, Conway podría ser una bomba, pero yo también. Y sabía que mis detonaciones dejaban consecuencias que después no lograba arreglar.
Yo no solía pensar muy bien las cosas antes de decirlas cuando estaba enojada, simplemente las soltaba.
Y no quería soltarle a Conway nada de lo que me pudiera arrepentir después.
Johan asintió con la cabeza, marcó un número en su teléfono, se lo llevó a la oreja y empezó a ver otras cosas en su tableta. Su dedo se movía con rapidez por la pantalla del aparato y su ceño se mantenía fruncido.
—Lo sé. Estoy hablando con Vicente en este momento para que utilice sus contactos dentro de la prensa para arreglar que no publiquen nada. Y estoy buscando la forma de bajar de las redes sociales el vídeo que tomaron de tu transmisión donde sale Sienna. Todo internet está explotando y preguntando por ella.
Sí, tal vez eso sí sonaba como algo malo.
—Están haciendo tendencia en Twitter el hashtag «Quien es la chica de Taylor». La situación se malinterpretó incluso más al ver que entrabas en pánico.
No sabía que me ponía más nerviosa de la situación, todo lo que salía de la boca de Johan, o la mueca de horror permanente en el rostro de Conway.
Él levantó su mirada y por un momento pasó por mi mente la idea de que ya se había calmado. No podía estar más equivocada.
—¿Tienes algún antecedente penal? —preguntó con la misma naturalidad con la que me preguntaría por la hora.
Fruncí el ceño y fui yo quien lo miró ahora con una mueca.
—¿De qué estás hablando?
Él se pasó una mano por el cabello con frustración.
—¿Has tenido algún problema con la ley alguna vez?
—Por supuesto, robé un banco el mes pasado y estuve dos semana en prisión.
La mueca de estrés se acentuó en su rostro, mezclándose con la de terror. Le tomó unos segundos darse cuenta de que le estaba tomando el pelo.
—Esto no es un juego, Sienna —advirtió.
Tragué saliva y bajé la cabeza, sabiendo que en parte tenía razón. De repente, sentí que sobraba ahí. No tenía nada que aportar en la situación, solo estorbaba.
Sabía que no era mi culpa, yo no tenía idea de que Conway estaría haciendo una transmisión en vivo mientras yo me bañaba. No sabía que la verían miles de personas ni que a él le angustiaría tanto ser relacionado conmigo públicamente.
—Iré por algo a la máquina expendedora del pasillo —avisé mientras señalaba la puerta—. Me ha dado hambre.
No creo que sea necesario mencionar que fui épicamente ignorada.
Jonah siguió explicándole a Conway las cosas que estaba haciendo para solucionarlo, pero él solo se pasaba las manos por el pelo y asentía cuando era necesario.
Los observé un rato más antes de salir de la habitación.
La verdad era que no había visto ninguna máquina expendedora en el pasillo y solo me lo había inventado para salir del lugar, pero suponía que habría al menos una tratándose del gran hotel en el que estábamos.
Mi estómago rugió, haciendo que mi excusa cobrara vida.
Considerando que normalmente los pisos de los hoteles estaban repartidos en una jerarquía, dudaba que hubiera una en los pisos más altos. Y en todo caso de que la hubiera, de seguro sería alguna hecha de oro o algo parecido.
Empezaría desde los pisos más bajos. Ya había estado en el lobby, y no había visto nada más que el restaurante, por lo que decidí comenzar desde el piso uno.
No quería usar el elevador, por lo que busqué la puerta que daba a las escaleras y bajé a paso rápido hasta llegar a mi destino. Me asomé por el pasillo del piso uno y con una mirada inspeccioné el lugar en busca de la máquina.
No había nada. Seguí así con los demás pisos, sin obtener resultados. Estaba por rendirme después de no haber encontrado nada en el piso cuatro.
Estaba segura de que ahí iba a encontrar algo, era el punto intermedio entre las personas ricas como Conway y las no tanto como yo.
Solo por curiosidad, me asomé también en el cinco y mis ojos brillaron cuando, ahí, al final del pasillo vi cómo se alzaba con majestuosidad una común y rectangular máquina expendedora.
Me llevé una mano a uno de los bolsillos de mi pantalón para buscar dinero, solo para darme cuenta de que no era mi pantalón y era el de Conway. ¡Había dejado mi billetera en mi bolsillo!
Maldije entre dientes. Maldita ropa con olor bonito de cantantes famosos que no tenían monedas en los bol...
Decidí checar por si de mera casualidad, Conway mantenía dinero en sus pantalones. Esperaba que sí, mi alimentación dependía de ello.
Metí mis manos en los bolsillos de su ropa y sonreí con alivio al sentir algo redondo y duro con mis dedos.
Me acerqué al aparato a gran velocidad y la sonrisa en mi rostro se esfumó al darme cuenta de que la máquina estaba casi vacía.
Malditos glotones del piso cinco que me dejaban sin comida.
Mis ojos inspeccionaron con rapidez la poca mercancía que había detrás del cristal. Estos volvieron a iluminarse cuando se toparon con una gran bolsa de frituras.
No era yo quien quería engordar, era el universo que me decía que lo hiciera.
Ubiqué en qué lugar estaba el gran premio y piqué las casillas en la máquina. Vi cuánto sería e hice una mueca al ver el elevado precio. Para mi buena suerte, los bolsillos de Conway tenían lo justo y necesario.
Metí con apuro las monedas por la ranura y esperé con impaciencia a que el invento tecnológico creado por el hombre me diera mi comida digna de dioses.
Pero la mayor desgracia por la que alguien en mi situación podría pasar me sucedió. Mis frituras quedaron atascadas en uno de los resortes de la que ahora era la creación del demonio.
—Maldita sea —dejé caer mis manos con fuerza contra el cristal de la cosa, con la esperanza de que mi comida se moviera. No funcionó.
Intenté abrazar con mis brazos al engendro del demonio para moverlo como había visto a otras personas hacerlo en las películas. Ni mis nulas fuerzas ni mis brazos de espagueti cooperaron.
Me separé de la máquina y la miré furiosa. Solté un bufido que hizo que un mechón de cabello que se había salido de mi moño volara.
Intenté tranquilizarme para no cometer ninguna acción violenta en contra del objeto inanimado.
—Estúpido cachibache del diablo —no pude contenerme y pateé con todas mis fuerzas el gran pedazo de metal.
Mi pie lo lamentó, pero mi orgullo estaba satisfecho. No me había rendido sin dar un poco de pelea.
Quién lo habría dicho, la máquina terminó siendo el detonante de mi bomba interior.
Me tomé unos segundos para regular mi respiración y, para ahora sí, calmarme.
Me tiré al piso y me crucé de piernas sobre el alfombrado. Apoyé mis cabeza sobre mis puños y me dediqué a ver mis frituras con aire soñador.
—Vamos, máquina. Dame mi premio —le rogué—. No he tenido un buen día, me lo merezco —intenté convencerla—. Si me das la bolsa, prometo venir a visitarte también.
Me quedé viendo a la máquina por varios segundos, esperando su respuesta.
Blanqueé los ojos.
—Está bien, tú ganas. Siento haberte golpeado. —Nada se movió ni cambió. Solté un suspiro y dije entre dientes—: Y también siento haberte toqueteado sin tu permiso —silencio—. También siento haber insultado a tu padre.
Volteé mi cabeza en dirección a la puerta de las escaleras cuando escuché ruidos. Regresé mi atención a la caja de metal y me puse de pie de un salto cuando vi que mi comida ya no estaba atorada.
Metí mi mano, saqué la bolsa y la puse delante de mi nariz para que cuando el aire saliera de la bolsa, yo pudiera olerlo.
¡Si, queso!
—¡Gracias! —no lo pensé mucho y besé el cristal de la máquina.
Me metí un puñado a la boca y cerré los ojos, dejándome llevar por el deleite. Me di la vuelta mientras abrazaba con protección la bolsa. Mi boca llena de papas se abrió cuando vi a una chica parada a pocos pasos de mí con la mandíbula desencajada y sus ojos bien abiertos con sorpresa.
En su mano apretaba con demasiada fuerza unos cuantos billetes.
Tragué el bocado y este pasó con dificultad por mi garganta.
No tenía idea de qué hacer. Simplemente levanté mi mano y la saludé.
—Hola —una sonrisa nerviosa dibujó en mis labios—, ¿puedo ayudarte en algo?
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En mis promociones de Facebook yo siempre prometo drama y salseo, y aquí esta 7u7
La primera vez que escribí esto lo vi súper dramático y ahora que lo he revisado no me ha parecido tan así, pero bueno. No sé si se entendió muy bien el problema que hay aquí.
Igual si tienen cualquier duda la pueden dejar aquí ➡
Los capítulos que se vienen son de mis favoritos y estoy emocionada aaaaaaaaah
¿Qué dicen? Así como están las cosas, ¿van a sufrir o no van a sufrir? Hagan sus apuestas, damas y caballeros 🌚
Como la buena acosadora que soy, tengo una lista de las personas que votan y comentan el los capítulos para dedicarles unos, pero aquí la pendeja perdió la lista y los usuarios se le olvidan. El punto es que, si quieren un capítulo, dejen su comentario en este párrafo y yo les guardo uno uwu
Y creo que de momento eso vendría siendo todo de mi parte.
¿Qué tal ustedes? ¿Qué chisme jugosito me traen ahora? *se pone cómoda*
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