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Capítulo 9

A solo tres zancadas de los niños, la criatura hizo gala de su grotesca morfología. Su respiración era bulliciosa y agitada, semejante a una caldera hirviendo. Sus prominentes brazos no serían para otra cosa que desgarrar y cercenar cuerpos sin piedad. Las antenas filiformes se movían de forma vivaracha. Eran como púas capaces de perforar cualquier superficie sólida.

—¡Ya encontré carne para mí! ¡Cranon tiene hambre! —vociferó la criatura preparándose para ejecutar un movimiento feroz.

—¡No...! —gritó Elisa cerrando los ojos y siendo presa del pavor.

—Vamos, Elisa… —susurró Adiel sin mirar a la bestia.

La criatura los observó con detenimiento y emitió un sonido gutural. Luego, movió sus patas, como si estuviera en un precalentamiento. Con la cabeza mirando al cielo, se acercó a los niños temerosos y comenzó a verlos más como un alimento que como sus enemigos, porque no eran rival para él. A los niños les provocaba repugnancia verlo de cerca.

—¡Ay, no me comas, por favor! —dijo Elisa apretando su estuchera. 

—Elisa... Tu mano, tu mano -susurró Adiel indicándole que debería sostenerse de él. 

Antes de que la bestia descargara toda su fuerza, Adiel estiró el brazo de Elisa, logrando que el golpe de la bestia no lograra el objetivo deseado: sus pinzas resquebrajaron una enorme roca que, poco después, se partió en dos. Por muy poco, los niños habían esquivado un golpe que hubiera tenido como consecuencia un desenlace mortal. La hora de la comida de la bestia se había pospuesto. En su menú principal las piedras no eran parte de su pirámide. 

La bestia levantó un pedazo de roca y lo trituró. Luego, levantó otra y lo tiró como un balón hacia los niños. Estos corrieron con todas sus fuerzas, pero el miedo les cegaba y el camino se hacía escabroso. No pudieron encontrar un mejor lugar que un enorme árbol y más que un refugio era un escollo que les obstruía el paso. 

A una velocidad impresionante, la criatura llegó hasta donde estaban ellos: era como si tuviera ruedas en las patas. Los niños no tuvieron tiempo para poder buscar un mejor lugar. Con parsimonia, la bestia preparó sus cuchillas para un ataque demoledor. Su cena se estaba atrasando y su enojo era evidente.

La bestia rugió pavorosamente antes de ejecutar el golpe de gracia. Los niños se abrazaron tiritando de miedo y no pensaron en otra cosa que gritar.

—¡No somos enemigos! —gritó Adiel con vehemencia. 

Las cuchillas de la criatura rozaron los ropajes de los niños y se clavaron en la corteza del árbol. Ahí se incrustó como un clavo y ya no lo pudo sacar. Con zozobra, los niños veían de cerca la extremidad de la criatura que se veía en graves aprietos. 

—¡No somos comida... ¡No somos comida! —gritó Elisa con los ojos cerrados. 

Aquellas palabras tuvieron un efecto en la motricidad de la criatura que había dejado de luchar. Las palabras de los niños eran como cegadoras que lo aturdían: la bestia se sentía muy débil. Toda su rabia se había venido abajo, como también sus ganas de devorarlos. Ahora solo quería desaparecer de ahí por temor a ser lastimado. La bestia sacó su mano del árbol, consumiendo casi toda su fuerza. Un rugido daba a entender que se había rendido y que irónicamente él era la cena. 

—¡No somos tu alimento! —gritó Adiel otra vez. 

—¡No…! ¡Basta, por favor! —replicó la bestia mirando al cielo, como saludando a su nuevo hogar. 

La bestia no aguantó su propio peso. Estar de pie era más trabajoso que levantar una roca. Más de una tonelada de músculo se desplomó en el suelo, listo como para ser devorado por la cruel naturaleza. El estertor fue la antesala a las últimas palabras que iba a pronunciar. Su agonía se prolongó.

Los niños lo miraron con miedo y a la vez con rencor. No podían hacer nada. La bestia se apagaba poco a poco. Estar cerca de la muerte ponía a la criatura dócil y maleable. 

—¿Crees que deberíamos irnos? —susurró Adiel con miedo.

—Sí... Aunque no me gusta verlo así —replicó Elisa.

Cuando se disponían a irse, la bestia dijo: 

—¡Esperen! —masculló—. ¡No se vayan! Yo les diré dónde están y a dónde deben ir...

Los niños se detuvieron y se acercaron a él.

—¿En serio? —dijeron al unísono.

—Están en Falmok, busquen la balsa que abandoné… —Cranon hizo una pausa de agonía—. La única manera de vencer a Séragon y a sus súbditos es por medio de la…

Cranon se apagó y el silencio no revelaba nada.

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