Capítulo 25
Por todos los medios posibles, los niños intentaron llamar la atención de alguien con forma humana que se acercara a la reja del palacio. A pesar de la majestuosidad que mostraba el imponente palacio de Séragon, no tenía ni un timbre para llamarlo. Casi toda su fachada la ocupaba el rostro de una criatura dentada que tenía la cabeza mirando hacia arriba. Los ornamentos superfluos gobernaban el frontispicio.
Adiel y Elisa no tenían idea de cómo traer, aunque sea, a un insecto a la entrada y Séragon era el único que les podría ayudar. Solo algo estruendoso podía despertar a Serágon y, de paso, bastardear su inmenso palacio de muchos colores. Realizar tendría como consecuencia despertar de la somnolencia al dios y también despertar su ira.
De repente, de todas las criaturas que rodeaban el palacio enrejado, junto a los niños, un Neumano tuvo una idea perfecta: a falta de piedras e instrumentos alargados, de una bolsa sacó unos dispositivos Kaysen 1. Era una forma de provocarlo con su propia invención defectuosa. Con violencia, los arrojó más allá del predio de Séragon. Al hacer roce en la reja, provocó una chispa y, segundos después, nació un llama que era suficiente para traer al dios Serágon de sus aposentos.
—¡Su reja está ardiendo! Si no sale tendrá que comprarse otra casa —dijo un Neumano.
—¡Esto no me gusta...! —añadió Elisa a su hermano.
—Ojalá que no salga enojado... —susurró Adiel con la cabeza agachada.
Ante el fuego que iba propagándose por todo el acero macizo y que pronto se convertiría en incendio, el Neumano buscó más baterías, pero dos de los súbditos alados de Séragon hicieron acto de presencia y descendieron de los cielos.
—¡Los súbditos! —gritó otro Neumano del tumulto.
—¡Fuego! ¿Quién hizo esto? —dijo uno de los súbditos molesto.
La horda amotinada de criaturas olvidadas por Séragon comenzó a clamar con fervor su pedido, debilitando la rudeza de las bestias aladas.
—Disculpe, señor monstruo —dijo Elisa—. Solo venimos a pedirle un favor. Queremos regresar a la tierra...
—¡Seres humanos! Y justo tenía hambre —gritó una de las bestias aladas.
De pronto, se oyó una voz grave que venía del interior del palacio y se oía con claridad.
—¡Bestias inmundas, déjenme dormir! —gritó la criatura que no tenía nada de humano en la voz y que parecía tener un amplificador en las cuerdas vocales —. ¡Llevo solo un año durmiendo!
Los súbditos adquirieron una posición de reverencia y dijeron al unísono.
—Discúlpenos, amo. Unos humanos vinieron a fastidiar su descanso. Ahora mismo nos deshacemos de ellos.
—¡Rápido...! —vociferó, pero interrumpió su andar—. ¿Seres humanos? ¿Humanos de verdad? —replicó con voz calmada.
La voz cesó por unos segundos. A lo lejos, salió un vehículo de seis ruedas y caminó hasta llegar a la puerta principal. De forma ceremoniosa, comenzó a salir el tripulante cubierto de una túnica oscura, con capucha.
—Seres humanos... Muy interesante. Déjenme presentarme. Me llamo Séragon, dios de Falmok.
Los niños quedaron boquiabiertos, más por sus palabras que por su aspecto siniestro que se ocultaba en la túnica. Lo único que pudieron ver fue unos pies zoomorfos y con garras que eran de un color gris con marrón.
—Buenos días, señor Séragon... —dijo Adiel con nerviosismo.
—¿Usted es el dios Séragon? —preguntó Elisa con incredulidad.
—Sí, humanos. Soy el dios que creó este planeta. Yo conozco su mundo: el mío fue inspirado en su planeta. Y sé que, según su religión monoteísta, otro Dios fue el que creó la Tierra, ¿no es así?
—Pues sí, pero...
—No acepto peros... Yo tengo un libro sagrado de la historia universal de su mundo: es el vademécum de Falmok. Y a diferencia de su Dios, que creó su mundo en seis días y descansó al séptimo, yo lo hice en un día y descansé el resto de la semana.
Los niños no supieron qué decir ante la elocuencia del dios encarnado que tenían en frente. La primera impresión secó sus palabras y le cedieron la palabra al dios para que siguiera hablando.
—Por sus caras veo que no han comido mucho. ¿Tienen hambre? ¿Quieren probar la carne de dinosaurio? —dijo Séragon con benevolencia.
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