Capítulo 16
El súbdito quedó lejos. Y con más ganas de comer que de seguir caminando, Elisa sacó fuerzas de donde no había y siguió avanzando por un camino de tierra pedregosa y árboles enormes. Sus tenis hacían todo el ruido posible que rompía el silencio en el lugar de naturaleza luctuosa. A su izquierda había una pared de tierra y piedras y a su derecha una pendiente y un deslizamiento de tierra seca. Al fondo un pantano desagradable a sus ojos.
La tarde empezaba a morir y el ruido de los insectos comenzaba a iniciar su bullicioso festival. Un sonido estridente y continuo que solo hacía que Elisa acelerara el paso para alejarse de esos ruidos desagradables propios de sus peores pesadillas. «¿¡Dónde estoy, dónde estoy!?», se preguntó Elisa mientras veía solo vegetación y lodo por doquier.
La oscuridad en etapa inicial era intimidante, a pesar de que aún podía ver un atípico cielo anaranjado, pero el camino ya tenía demasiada oscuridad y solo había pestañeado. Las plantas y arbustos parecían tener vida para ella: aunque los insectos hacían todo el trabajo estentóreo y no eran un serio rival para el ambiente taciturno de un monasterio, capaz de intimidar a cualquier oído fino.
Mientras ella caminaba, la imagen del súbdito la perseguía en su cabeza, junto a situaciones adversas del pasado que no olvidaría pronto. Elisa aceleró el paso y el camino se hizo más accidentado. Conforme avanzaba sentía que le faltaba el aliento y sus tenis se cubrían de fango. Elisa pensaba que algo grande e insondable podría aparecer en frente de ella. Elisa ya no tenía fortaleza para algo que tuviera forma desproporcionada.
A paso rápido, ella ingresó a otra parte del bosque espeso y lúgubre. Los insectos voladores se adueñaron del lugar con sonidos tumultuosos y estridentes. Nada podía ser seguro en ese lugar poco transitable. Pedazos de ramas y hojas viscosas fueron los escollos de sus tenis.
De pronto, Elisa sintió una corazonada porque percibió que alguien la observaba de cualquier parte. Las miradas iban y venían, por lo que miró a todos lados sin detener el paso. Estrujó muy fuerte su estuchera presintiendo el peligro muy cerca de ella. La oscuridad de la noche se le vino encima.
—¿Hola, hola? —dijo Elisa mirando a los árboles en las tinieblas.
Para los ojos de ella, los troncos de los árboles cobraron vida. Rostros disformes empezaron a formarse y las cortezas temblaron y se desprendieron soltando crujidos.
Con mucho pánico, Elisa detuvo su andar y retrocedió ante las grotescas imágenes que creaba su mente. Sin darse cuenta dio con la piedra equivocada, se desestabilizó y cayó con torpeza a la tierra, desmayándose en el acto.
Tiempo después, volvió a abrir los ojos con lentitud y lo primero que vio fue a su hermano Adiel y a Patxi, que yacían preocupados alrededor de ella. Ya era de día y todo lo perverso en el bosque se había ido.
—Adiel... ¿Eres tú? —dijo Elisa.
—Sí, hermanita, soy yo —Adiel y Elisa se abrazaron en el acto.
—¡Al fin la encontramos! —dijo Patxi con regocijo.
—¡Patxi! —gritó una alegre Elisa quedando sentada.
—Primer problema superado. Aún nos reconoce —añadió Patxi con mofa.
Elisa se repuso con la ayuda de su hermano. Luego, los tres se encaminaron hacia la ciudad de Séragon. El fango y el calor los iba a acompañar un buen tramo.
Ellos eran conscientes de que no todo iba a ser color de rosa después de una buena noticia. Su travesía incluyó pasar del calor al frío a media mañana, a pesar de que a Adiel y a Elisa les gustaba este clima.
Tiempo después, la sensación térmica disminuyó y el ventarrón gélido los acompañó hasta que Elisa se quejó del cambio brusco de temperatura. Patxi no sentía nada y tampoco guardaba en una caja sin llave el propósito del viaje.
—¡Ay, qué frío! Mis piernas se van a congelar —dijo Elisa que temblaba.
—Me gusta el frío... Pero esto ¡no!
—Espero que ustedes lleguen de pie a la ciudad de Séragon —añadió Patxi con sorna.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro