Capítulo 15
El malévolo súbdito alado raptó a Elisa, esta no paraba de rezongar y gritar. Nada podía hacer y sus gritos no servían de nada. Estaba sujeta con firmeza a las patas del animal. Lo único rescatable de este suceso desafortunado, es que las alas le daban sombra, a pesar de estar forcejeando con la bestia desde el principio. Pero, para el súbdito, el calor era sofocante y debilitante. Por suerte encontró un arroyo acuoso que le evitaría terminar como carroña para insectos u otros súbditos de Séragon.
La criatura sedienta soltó a la niña a poca altura y en un espacio terroso y de poca hierba. El súbdito se apoyó en sus patas y se dirigió hacia el arroyo a beberse toda el agua que lo llamaba desde el cielo. La cuenca de agua no iba a ser suficiente para apagar la sed del súbdito. De todos todos lo bebió de forma sonora.
Elisa, que había caído en la tierra, se levantó maltrecha y chistando, pero estaba lista para huir en caso de que quisiera atacar o comersela. Se acomodó el flequillo ondulado y revisó su estuchera por si le faltaban bombones. Había bastante sombra y vegetación por doquier, aunque hubiera preferido soportar los rigores del sol que ser raptada por un reptil alado que podía comérsela si se le antojaba.
Ante la sed repentina del súbdito, Elisa se levantó con sumo cuidado del impacto al tocar tierra. Estando de pie, comenzó a moverse a hurtadillas por un lugar que ella creía era una salida rápida, aunque estar un poco lejos del súbdito era ya un premio. «Corre, Elisa, corre Elisa», se dijo mientras se alejaba poco a poco de la bestia por la hierba y los arbustos.
Elisa no sabía que el súbdito sediento era consciente de sus intervenciones y sus acciones temerarias. Y no dejaría que se fuera tan fácilmente. Esta vez, la bestia alada no se iba a terminar el agua del arroyo. El súbdito se levantó, movió sus alas y se desplazó con celeridad hacia Elisa, que ya se había dado cuenta.
—¡No, no me hagas daño! —gritó ella con desesperación.
—¡Amárrate al árbol! —dijo el súbdito y le dio una rama delgada y fuerte.
—Está bien, no estoy sorda —replicó Elisa y se limpió el polvo.
—¡Rápido y aprétalo! —ordenó el súbdito.
Sin protestar más, Elisa obedeció la orden del energúmeno del súbdito y se amarró la cintura al tronco de un árbol de copa baja: avejentado y horadado.
Sin más, la criatura alzó vuelo, confiando ciegamente en que Elisa no escaparía. En segundos se perdió en las nubes.
A pesar de los intentos de desatarse, Elisa no pudo hacerlo. Ni siquiera pudo romper la dura rama que ella misma había amarrado. Solo consiguió moretones en las manos y un coraje que no podía soportar.
Pasó una hora más o menos y el súbdito de Seragon regresó al lugar y, lo primero que hizo, fue asustar a la niña con un rugido ensordecedor. Aquella acción debilitó emocionalmente a Elisa que ya estaba a punto de llorar. Por el movimiento de su pico, la criatura daba a entender que tenía mucha hambre y ya no debía desperdiciar el tiempo.
—¡No me hagas nada! —dijo Elisa nerviosa y solloza.
La criatura rugió nuevamente, agitando sus alas con violencia. El súbdito la observó de pies a cabeza para empezar a devorarla.
—¡No me comas, por favor! ¡Yo no te hice nada! —gritó Elisa lacrimosa.
Las palabras de Elisa aturdieron al súbdito que quedó inerte y sin reacción. Era como si hubiera recibido un golpe en su humanidad, semejante a una tonelada de peso.
—¡No te hice daño! —insistió Elisa.
Aquellas palabras entraron en su canal auditivo y, como si fuera la estocada final, el súbdito rendido, terminó hundiendo la tierra con su cuerpo y, con parte de su ala derecha, rompió la rama que aprisionaba a Elisa. Con el polvillo paseándose por el aire, la criatura ya no se levantó más.
Elisa pronto se dio cuenta que el llanto solo alimentaba la fuerza de aquella bestia. En cambio, la fortaleza, que Elisa mostraba, era veneno para él.
Elisa se alejó del súbdito y fue directo hacia el arroyo. El agua calmó su sed por unos minutos. Luego, se movió por la cuenca rocosa y caminó con premura por un sendero de plantas de todos los colores. «Tranquila, Elisa, camina y no veas atrás», se dijo y continuó caminando, tratando de encontrar a su hermano y a Patxi.
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