06 | una situación pegajosa
Cuando regresó de su caminata, Nell vio la luz del dormitorio de Peter encendida y se dirigió a su casa. Subiendo por el tubo de desagüe hasta al techo del porche y abriendo la ventana, limpiándose las gotas de lluvia de la cara mientras subía a su dormitorio.
—Hola, ¿estás en casa? —preguntó Nell en voz baja, notando a Peter en el baño, mirando su propio reflejo—. ¿Estás bien, Parker?
Él se volvió hacia ella sorprendido—. Hola. Si estoy bien. ¿Y tú? Estás empapada.
—Sí, estoy bien. ¿Dónde has estado? —preguntó Nell—. Iba a pasar antes pero la luz estaba apagada, así que salí a caminar.
—¿En la lluvia? —preguntó Peter—. Cámbiate. Vas a enfermarte.
—Gracias —respondió Nell, apenas comenzando a notar los escalofríos que sacudían todo su cuerpo y el frío que le había helado los dedos—. ¿Vas a responder mi pregunta?
—Sí, me quedé dormido en el metro —explicó Peter—. Terminé en Coney Island.
—Dios, ¿estás bien? —preguntó Nell—. ¿No te asaltaron ni nada?
—No, estoy bien —respondió Peter—. Ahora probablemente no sea un buen momento.
—¿Qué pasa? —preguntó Nell—. Luces enfermo.
Peter suspiró, sabiendo que guardarle secretos a Nell nunca terminaba bien—. No puedes decírselo a nadie porque estoy seguro de que nos meteremos en problemas.
—¿"Nos"? —preguntó Nell—. Si hiciste algo ilegal, estás solo.
—Me picó una araña —dijo Peter—. Encontré una habitación llena de ellas en Oscorp...
—¿Qué diablos, Peter? —suspiró Nell—. Te dije que te quedaras con el grupo.
—No, solo escucha —intervino Peter—. Me picó esta araña y luego sucedió algo extraño en el metro. Era como si estuviera pegajoso.
—¿Pegajoso? —repitió Nell.
—Sí —respondió Peter—. Me pegué al techo del vagón y accidentalmente le quité la camiseta a una mujer, y luego arranqué un poste del metro.
Nell parpadeó—. ¿Le quitaste la camiseta a una mujer?
—Nell, concéntrate —se quejó Peter—. Lo digo en serio. Creo que algo anda mal.
Nell dejó escapar un suspiro—. ¿Sabes cómo era la araña? Déjame ver la mordida.
Peter se giró y señaló la mordedura en la parte posterior de su cuello, y cuando Nell miró más de cerca, vio una inflamación roja que rodeaba la herida, junto con un trozo de lo que parecía ser una telaraña saliendo de ella.
—Eso es raro —dijo Nell—. Esto puede doler.
—¿Qué vas a...? ¡Auch! ¡Cielos! —exclamó Peter mientras Nell arrancaba la telaraña del cuello de Peter.
—Lo siento —respondió ella—. Está fuera, pero... cielos, nunca había visto una araña como esta.
En el extremo de la telaraña había una araña muerta, diferente a todas las que Nell había visto antes. Ella y Peter la miraron fijamente, colgando sin fuerzas del extremo de la telaraña. Nell nunca había visto algo así en Oscorp y se preguntó dónde había ido Peter para localizarlas. Había algunos niveles y habitaciones que no eran accesibles para ella como pasante, por lo que se preguntaba cómo las encontró exactamente.
—Memoricé la contraseña.
—¿Qué?
—Preguntaste cómo las encontré —dijo Peter—. Memoricé la contraseña que abrió la puerta.
—Lo juro por Dios, si mueres por esta picadura de araña y vuelve por mí, prenderé fuego tu cadáver —advirtió Nell.
—Gracias por la preocupación —murmuró Peter—. No me siento bien.
—Toma algunos analgésicos —recomendó Nell—. Y trata de dormir un poco. Nos ocuparemos de tu situación pegajosa mañana.
—Sí —murmuró Peter—. Oye, ¿estás bien?
—Sí, solo otra pelea con mi papá —respondió Nell.
—¿Estás bien? —preguntó Peter.
Nell se encogió de hombros—. ¿Cómo voy a estar bien sabiendo que mi papá piensa que soy una "pequeña mierda"?
Peter suspiró, jalando a Nell a sus brazos. Se olvidó temporalmente de la situación en la que todo su cuerpo parecía estar pegajoso, y cuando trató de soltar a Nell, encontró sus manos pegadas a la parte de atrás de su camiseta.
—No te asustes, pero tengo las manos atascadas —dijo Peter en voz baja.
—¿Qué? —preguntó Nell—. Estás bromeando.
—No —dijo Peter, tirando suavemente para enfatizar su punto—. Mis manos están atascadas y no sé cómo despegarlas.
—No te atrevas —dijo Nell, interrumpiéndose cuando Peter accidentalmente tiró demasiado fuerte y rasgó la camiseta de Nell, dejándola de pie sin nada más que su sostén—. ¡Peter!
—¡Lo siento! —se disculpó Peter, desviando la mirada y tapándose los ojos con la mano—. ¡Dios, lo siento mucho!
Agarrando otra camiseta del armario de Peter, Nell se la puso por la cabeza—. Así que hoy has desvestido con éxito a dos mujeres, ¿eh?
—No bromees —se quejó Peter—. Lo digo en serio. Estoy preocupado.
—Solo tienes que dormir —dijo Nell—. Podemos resolver esto en la mañana.
—¿Te quedarás? —preguntó Peter.
—¿Y correr el riesgo de que me quites la ropa? —preguntó Nell—. De ningún modo. Te traeré el desayuno mañana y veremos si podemos averiguar qué te pasa.
—Gracias, Nell.
—No lo menciones.
—
A la mañana siguiente, Nell se presentó en la casa de Peter con dos sándwiches de desayuno envueltos en papel de aluminio y atravesó la ventana para subir las persianas. Mientras lo hacía, vio un movimiento en la cama de Peter y lo vio saltar asustado, sosteniendo su cepillo de dientes como si fuera a usarlo como un arma.
—Bueno, esa es una gran manera de saludarme —dijo Nell—. ¿Qué te tiene tan nervioso?
—Puedo escuchar cosas —dijo Peter—. Cosas que no debería ser capaz de escuchar.
—¿Puedes escuchar esto? —preguntó Nell, inclinándose más cerca de Peter—. Eres un idiota.
—Sí, puedo. Gracias —dijo Peter—. ¿Trajiste el desayuno? Me estoy muriendo de hambre.
—Sí, te traje el desayuno —respondió Nell, arrojándole a Peter su sándwich.
—Eres la mejor —dijo Peter.
—Sí, lo sé.
Horas más tarde, Peter y Nell se encontraban en el techo, estudiando detenidamente los libros de texto para ver si podían encontrar algo relacionado con el algoritmo en el archivo de Richard Parker. Nell había llegado a creerle a Peter acerca de su problema pegajoso cuando las teclas del teclado se le pegaron a los dedos, y accedió a ayudarlo a descubrir qué le pasaba.
—¿Peter? —preguntó una voz—. ¿Nell? ¿Qué están haciendo allá arriba?
Nell miró hacia abajo y vio que Ben los miraba. Peter se encogió de hombros—. Tarea.
—Tengan cuidado —dijo Ben.
—Claro —respondió Peter, levantando su pierna debajo de él.
Nell volteó el libro que estaba leyendo y vio la foto del Dr. Connors en la contraportada. Ella suspiró—. Creo que tenemos que hablar con el Dr. Connors.
—¿Qué? —preguntó Peter.
—Piénsalo —dijo Nell—. Tu tío dijo que él y tu papá eran cercanos y que trabajaron juntos durante años, ¿verdad? —Peter asintió—. Tal vez podría ayudarnos a descubrir qué es este algoritmo y, ya que estamos, podemos preguntarle sobre esas arañas en Oscorp.
—Sí —dijo Peter—. Es una buena idea. ¿Sabes dónde vive?
—Estoy segura de que no sería difícil encontrar su dirección —respondió Nell.
Ella tenía razón. En cuestión de minutos, ella y Peter se dirigían a la estación de metro, cruzando la ciudad para llegar a la casa del Dr. Connors. Una vez fuera de su casa, Nell de repente sintió que los nervios se acumulaban en su estómago.
—No deberíamos hacer esto. Parece intrusivo.
Peter negó con la cabeza—. No tienes que venir si no quieres.
—Por supuesto que quiero —respondió Nell, siguiendo a Peter hasta la puerta principal.
Llamó y, después de unos segundos, el Dr. Connors abrió la puerta. Nell ofreció una sonrisa tímida cuando Peter dijo—: Dr. Connors. Uh... no se acuerda de mí, pero...
—Eres el interno del otro día —dijo Connors.
—Sí, exacto —dijo Peter—. Sí.
—Estoy seguro de que eres un joven muy agradable, pero esta es mi casa —dijo Connors—. Te pido que hagas una cita en mi oficina —asintió hacia Nell—. Me alegra verte, Nell.
Cuando empezó a cerrar la puerta, Nell dijo—: Es el hijo de Richard Parker.
—¿Peter? —preguntó Connors en voz baja—. Supongo que deberían entrar.
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