Capítulo 7 (parte 2)
Leonardo:
Me desperté a las 10 y 30 de la mañana... para mis padres fue demasiado tarde, cosa que tuvimos que triplicar la velocidad para intentar llegar temprano a la cita médica.
No nos sirvió, ya que llegamos con 10 minutos de retraso.
Pero lo bueno de todo, es que el doctor lo único que tenía que decir es el resultado de las radiografías.
Estando en casa, papá me ayudó a preparar mi mochila con el terno de baño y toallas.
Para mí lo mejor es que Irene llame y diga que no podrá asistir.
No quise almorzar, así que me dieron un poco de dinero para comer algo en el camino.
Me sentaron en el asiento del copiloto, no pasé más palabra y me dediqué a mirar el cielo despejado.
Llegamos a la piscina en 30 minutos.
Me bajaron, tomé mis cosas, y cuando ya estaba en camino.
Mi papá me detuvo.
Cruzado de brazos y mirándome fijo preguntó —¿A qué hora quieres que te recoja?
—A las 6 supongo que estaría bien...
Se me ha hecho muy difícil ocultar mi enojo y de eso se dio cuenta mi papá. Se acercó, del bolsillo izquierdo de su pantalón sacó una pulsera verde.
Que para mí es muy familiar.
— Tu pulsera de la suerte... creí que ya no lo tenías.
La miró con mucha ternura, tomó mi mano y me la entregó.
¿Me la está regalando? ¿Así tan simple?
—Quiero que cada vez que tengas miedo, la mires, y sepas que yo estaré dándote esa patadita de la suerte.
—Mamá siempre nos habla porque creemos en la suerte, pero para mí la suerte de mi vida es tenerte.
Preferimos fundirnos en un tierno abrazo, a llorar como dos niños pequeños.
Avance hasta la entrada, las 2 puertas cristalinas indicaban entrada y salida.
Esto me provocó un pequeño jadeo perezoso.
Internamente me dije.
«Esto me era fácil estando de pie».
Con un poco de fuerza empujé la puerta de "entrada", seguí avanzando y para mi sorpresa me encontré con una chica de cabello rojizo y ojos color verde oscuro. A su lado izquierdo le acompañaba mi vecino Jacobo Santamaría.
Se acercaron y me saludaron. ¿Acaso no sería un tanto cortés y me presentaría a su amiga?
—Disculpa Leonardo, te presento a mi novia Victoria Tamariz.
La chica inclinó su cabeza, de una forma tan tímida que casi ni se la escuchaba, me dijo: «hola»
Me dio curiosidad la forma en la que ella tapaba su antebrazo... es como si ocultara algo.
Si les llego a ver en otro momento, me atreveré a preguntar.
Mientras tanto, tengo que buscar a Irene.
Me despedí de ambos y me dirigí directamente a los casilleros para guardar mis cosas.
Le voy a decir que no se nadar, y, que cualquier actividad que quiera hacer sea fuera del agua.
Mis ojos se abrieron como platos al verla de espaldas... llevaba una camiseta deportiva color celeste, unos shorts color azul y zapatos blancos.
Se nota que le gusta el ejercicio físico o por qué tiene un cuerpo tan esculpido.
¿Cómo diría mi amigo Emilio? Ah, así.
«Qué bonitas piernas tiene Carolina».
Cogí valor y le saludé.
—Hola, ¿Irene eres tú?
Dio media vuelta y en su cara noté una leve sorpresa, me dio un abrazo... que para mi gusto tenía bastante efusividad.
—Hola Leo, de verás, gracias por haber aceptado mi ayuda, haré hasta donde tú soportes y quieras.
¿Hasta dónde yo quiera? Será fácil engañarla por lo que veo.
—Y no te da risa verme ¿así?
Me escanea dos veces, me mira de una forma que hace que mis mejillas se tornen de color rojo
Y como acto reflejo volteó la cara.
Se arrodilló y, estando cerca de mi oído, me susurró: —Estás peor de nervioso que en la noche que te conocí, y no me tengo que reír.
Titubeante logré preguntarle a la "señorita"—¿Desde cuándo me susurras al oído?
Se carcajeó y yo me quedé desentendido, ósea no dije nada chistoso, simplemente le pregunté.—¿Por qué te ríes? ¿O es que te pongo nerviosa?
—Sí, pero me molesta la gente que miente —ahora, su mirada cambió de forma tan drástica, y, sus últimas palabras sonaron muy amargas pero a la vez ciertas—. Yo sé que no querías venir y que no te gustó que tu madre hable conmigo.
¡Qué! ¿Mi mamá ya le avisó?
Creo que ahora sí estoy en serios problemas.
—Te falta escuchar mi versión, mira, a mí siempre me gusta que me consulten o, mejor dicho, informen de las cosas.
Se lleva las manos a las sienes y eso me preocupa un poquito, porque no está entendiendo.
—¿O sea que prefieres pasarte invernando como un oso y que ni siquiera nadie te regrese a ver?
Y yo que pensaba que a las chicas les encantan estos animalitos por los suavecitos y gorditos que son.
—Fin de la conversación, Irene, solo cumple tu trabajo y no te preocupes de mi carácter, gracias.
Dejando el silencio en el aire, comenzamos con los ejercicios.
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