Capítulo 38
Leonardo:
La hora de salida llegó y a mí me dio pena que se acabara mi primer día de regreso a la escuela.
Suena tonto, ya que en la mañana yo tenía miedo.
Pero mis padres tenían razón: ya me hacía falta estar con gente de mi edad y sentirme yo de nuevo.
Karen y Emilio me ayudaron a bajar del aula; me daba risa ver la fuerza de mi mejor amigo para tomarme en sus brazos y bajar cada grada seguro y sin tener miedo de que nos caigamos juntos.
—Gracias por toda tu ayuda —le hice cosquillas en el cuello para molestarlo. —Emi, debes darme los trucos para tener esos brazos de Hércules.
Emilio estalla en risas y me coloca en la silla.
—Hacer pesas es lo único que me ha servido para tener fuerza.
Asenti ante su respuesta y noté cómo mi novia no había dejado de verme con ternura todo el día, y aunque ella lo ocultaba, pequeñas lágrimas se le escapaban de sus bellos ojitos.
Karen le abrazó a mi novia y le acarició de forma amistosa la espalda.
—Irene deja de llorar, no es lógico estar triste.
—No lloro por tristeza, es más, lloro de alegría por la emoción de tener a Leo compartiendo con nosotros y ver sus ojitos de felicidad.
Irene me provocó una cálida y tierna sonrisa; me moví hasta estar frente de ella; luego tomé su mano izquierda y le deposité un beso.
Ella lo tomó bien y me acarició el rostro. Aproveché y le dije:
—Mi amor, tienes unos lindos sentimientos; gracias por alegrarte de mí.
—No me lo agradescas, mi amor, yo siento esto y me siento unida a ti por todo el amor que tengo.
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Ya en mi casa, Irene me ayuda igualándome todas las tareas y materias que llevaba atrasadas por el tiempo que me ausenté.
Por suerte, mis padres me mantendrían con los profesores privados para que me ayuden explicándome cosas que no llegue a comprender.
Irene parecía secretaria, su mano se movía ágil con el esfero azul y sus ojos estaban entre mi cuaderno y su cuaderno, pasando toda la materia a la hoja blanca de mi cuaderno.
—Srta secretaria, pienso yo que usted se merece un descanso por su tierna y rápida labor.
— ¿Tierna? Si solo estoy pasando materia amor.
De verdad amo la inocencia de Irene.
A propósito, moví mi silla provocando que ella se siente en mi regazo. Ella se intentó levantar, pero no se lo permití.
—Me ofresco como silla para que no te sientas incómoda.
—Tragoncito, estás buscando que tu madre nos vea y piense mal.
Abrace su cintura y vi como ella se puso sonrojada. Para molestarla un poco más le di un leve pellizco en su vientre.
—Que mi madre piense lo que quiera, igual yo no dejaré que te bajes.
— Leo... no empieces
Sin embargo, no me detuve y continué haciendole cosquillas.
Irene me regaló dos sonrisas y después sostuvo mis manos deteniéndome.
—Y sí vamos a visitar la tumba de Verónica este fin de semana.
Frunci el ceño ante aquello porque se me hizo muy extraño que lo proponga. Ya tiempo atrás a Irene no le gustaba la idea de visitar a Verónica.
— ¿Puedo saber porque se te ocurrió esa idea?
—Porque... al no estar su madre y su pequeña hermana, creo que nadie le visita, aunque estoy segura de que Lili le recuerda.
Esa familia sí que quedó incompleta y no creo que se arreglen fácilmente. Si tiene razón mi novia con lo que dice, creo que soy la única persona que podría arreglar el lugar donde descansa el primer amor de mi vida.
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La noche llegó y junto con ello la deliciosa cena que prepararon mis padres.
Los 4 estábamos comiendo en silencio. Espero que al estar mis padres tan callados no signifique problemas.
Mamá dejó de comer de repente y miró, ¿avergonzada? A Irene
—Irene... delante de mi hijo quiero pedirte perdón por aquella vez que te trate mal.
Me quedé helado y sin saber cómo reaccionar porque mi mamá nunca era de las personas que cuando cometía un error le gustaba aceptar y peor pedir disculpas...
Y lo que acaba de decir fue sorpresivo.
—No se preocupe, Sra Eugenia. Yo no guardo rencor con nadie y mucho menos con usted. Pierda cuidado.
Las manos de mi madre y las de Irene se juntaron y se sonrieron de forma agradable.
Papá se rió y comentó acerca de la reconciliación de Irene y mi mamá.
—Bien hecho, esposa, me alegra saber que entre ustedes las cosas irán de viento en popa.
Ambas sonrieron y yo me sentí tranquilo y no lo niego; mi corazón se estaba desbordando de felicidad.
Las cosas se estaban poniendo a mi favor.
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