Capítulo 37
Leonardo:
Desperte temprano, exactamente, 5 y 30 de la mañana, ya que no se me hacía fácil conciliar el sueño...
La razón era muy sencilla: hoy volvía al colegio.
Anoche mientras estuve en mi cita con Irene, el director Raúl Salvador fue a mi casa a hablar con mamá. Primero preguntó cómo me encontraba de salud y cómo me encontraba emocionalmente.
A lo que ella simplemente dijo que todo estaba en "orden".
—Mamá, de verdad se te hizo fácil decir que todo está ¿en orden?
—Oyeme, Leonardo Patricio; tampoco iba a ser grosera con él, si es que crees que debía contestar de forma negativa.
—¡Pero tampoco debias pintar una realidad que no existe! ¡Aun no estoy de pie caminando!
Que rabia maldita sea
Cuando todo va bien y no hay problemas, siempre tiene que pasar algo.
Papá, quien no había participado, intentó acercarse para hablar conmigo. Le hizo señas a mamá para que nos dejara solos.
Estando ya ella fuera de la habitación, accedi a hablar.
—No se vale, papá, aún no me siento listo.
—Te haces ideas y te apuesto 20 dólares que todo lo que te imaginas no sea de dar.
—Claro, para ti también es fácil decirlo porque no sientes lo que yo siento.
Ha sido muy incómodo dormir estas noches; aún ha sido vergonzoso que mi mamá me bañe, ya que no tengo fuerza en mis piernas.
He tenido envidia al ver a otros caminar o correr en libertad y yo no poder hacerlo.
Pero no, la culpa es de Leonardo, que está siendo impaciente y no entiende que su cuerpo reacciona de forma lenta.
—Puedes quedarte unas dos horas y luego te vamos a buscar, pero es necesario, hijo, que estés con gente de tu edad y no te sientas solo y te amargues en estas 4 paredes.
—¿Y si se rien de mí al verme o... lo peor de todo les llegó a causar lástima?
—Pues deja que piensen lo que quieran, al final ellos tarde o temprano tendrán que acostumbrarse a no verte siempre perfecto, porque el único perfecto es Dios.
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7 De la mañana
A través de la ventana del auto, divise cómo mis compañeros subían al aula; note a mis mejores amigos y a mi novia Irene entre la fila de chicos.
Me puse nervioso al ver al director subir junto con ellos.
Mamá se quitó el cinturón y a través del retrovisor me miró seria y dijo:
—Tenemos que ya salir, hijo; el conserje nos ayudará a subirte.
—Espera un minuto, mamá.
«Vamos, necesito que el cielo se nuble y llueva o que me duela el estómago.»
Esperé ansioso que ocurra alguno de esos dos acontecimientos y nada.
Me vi rendido cuando mis padres salieron del auto para ayudarme a bajar.
☀ ☀ ☀ ☀ ☀
Solo una puerta me separaba de mi pasado, de aquella aula donde guardé muchos recuerdos lindos antes del accidente.
Donde he compartido risas y lágrimas de pura felicidad.
«Vamos, solo te sentaras ahí dentro y no abrirás la boca para nada». Pense internamente.
El director nos indicó que pasaramos; tuve que bajar la mirada porque no iba a soportar a los otros.
Me colocaron en mi lugar y mis padres se pusieron al lado de mi profesor José Luis Carrillo.
Antes de retirarse, el director dio unas últimas palabras.
—Quiero que le den una cálida bienvenida al estudiante Sarmiento, que le brinden la ayuda necesaria en lo que requiera y usted, profesor Carrillo, encarguese en tomarle pruebas de nivelación para saber que debe reforzar a Leonardo en conocimientos.
Mi tutor asintió y, dando por terminado, el rector salió del aula.
Las palabras de mi profesor me hicieron derramar lágrimas de mucha ternura.
—Bienvenido Leo a tu segundo hogar... niño, ya nos hacías falta.
El resto de mis compañeros se acercaron y me dieron un abrazo grupal.
La voz se me cortó y acepté aquel bonito gesto por parte de todos.
Mis papás me miraban con alegría y sonreían al ver ese calido recibimiento.
—Srs. Sarmiento, por favor, pueden retirarse; nosotros cuidaremos de Leonardo.
Mis padres se despidieron de mi profesor y de mis compañeros; al final se acercaron a mí y me dieron un calido beso en la mejilla.
Estando ellos fuera, me preparo para el resto del día y las aventuras que me traigan.
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