Irene:

Minutos más tarde apareció mi abuelita con una bandeja de metal con su respectiva tapa decorada con pequeñas figuras de color dorado.

Colocó aquel objeto en la mesa y al paso siguiente quitó la tapa.

En su interior se encontraba una deliciosa lasaña de carne.

—Espero que sea del agrado de ambos, buen provecho.

Antes de que respondamos ella se dio media vuelta hacia la cocina.

—Esto sí que es una verdadera delicia, ¿no lo crees, amor?

—Estoy de acuerdo contigo, Leo, mi abuelita sí que lo preparó todo para el momento.

—Veo que tanto ella como tu mamá te quieren demasiado; siempre buscan consentirte y en especial siempre están dispuestas a ayudarte.

—Es verdad.

Ellas se emocionan más que ello al enterarse de cada cosa bonita que me pasa.

De verdad las amo y admiro; son mujeres que han demostrado ser guerreras valientes y nunca han tenido miedo de salir adelante.

Y me han enseñando que no se debe llorar por personas que no merecen tu luz.

—¿Te quedaste pensando en lo que dije?

Asentí afirmando a la pregunta de Leo.

—Tú crees que nosotros lleguemos a hacer así de buenos como nuestros padres y abuelos, porque creo que nos dejan con la vara muy alta.

—Internamente, esa es la pregunta que me hago cada noche, si podré ser una madre correcta y amorosa y que mis hijos me lleguen a querer tanto como yo le quiero a mi mamá, porque de verdad yo sin ella no sería la buena persona que soy.

—Y yo que no diría de mi mamá, estando yo incluso sin poder moverme con facilidad, siempre se ha dado los modos para ayudarme y nunca le he visto renegar.

Sentí que su mano le temblaba y se le cortaba la voz, así que le regalé una caricia.

—Muy pronto todo esto pasará y nos quedará de anécdota para contar a nuestros hijos, amor.

Leo sonrió de lado y quería esconder su mirada de mí, pero con gentileza tomé su barbilla y lo obligué a que sus lindos ojos me miren.

—Mira, esta es una noche especial para ambos, no quiero verte triste, por favor.

—Está bien, no me pondré de llorón, ya que me lo pides de una forma muy linda.

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Pasaron las 3 horas más bonitas de esta noche, entre todos nos reíamos de las ocurrencias que decía el señor Jorge junto con mi abuelita.

Mi mamá aprovechaba para contar historias de cuando era pequeña y yo me ponía cada rato roja como un tomate. Leo tomaba ventaja de la situación y me dejaba dos besitos en cada una de mis mejillas.

Literalmente, hacía que gire la cara para que él pueda tener más acceso.

Ya se estaban despidiendo de nosotras y yo le apretaba la mano a Leo cada vez fuerte.

—Cielo, debo irme, ya sabes que mañana te espero en mi casa.

—Pero mientras pasan las horas, amor, yo te voy a extrañar y no podré dormir. —le confesé a Leo tímidamente.

—Mañana, que ni bien llegues, te prometo que te llenaré de besitos por toda esa linda cara; ahora suéltame que diré que me estás secuestrando.

Abrí los ojos de par en par al escuchar lo último como lo dijo y él estalló en risas, provocando que los demás nos miren con ternura.

—Vete, ya me se quitó lo romántica.

Se levantó con ayuda de su padre y se marchó para su casa.