Leonardo:

No hizo falta que toquemos la puerta; parece que Irene me leyó el pensamiento y ya se encontraba afuera.

Irene se acercó a paso veloz hacia donde nosotros y luego avanzó a abrazarme.

Yo le apreté un poco hacia mi cuerpo y mis ojos se llenaron de lágrimas.

—Hay, leo... No sabes cuánta falta me hiciste... Yo tenía miedo pero no dejaba de pensar en ti...

Y sin esperar que acabe de hablar, mi mano la coloqué detrás de su nunca y aproximé mis labios a los suyos para besarla.

Necesita de su boca inquieta, de esos rosados labios y de poder acariciar sus mejillas dando círculo.

Me olvide de la presencia de Emilio, me olvide del viento fresco que nos acompañaba y me centre en el momento.

Estos días sin verla me generaba miedo.

Lo malo es que soy complicado de expresar lo que siento.

Poco a poco nos fuimos obligados a alejarnos debido a la carraspera de Emilio.

—Parece ser que si se han extrañado, chicos... Un consejito: no coman en presencia de los pobres.

Irene se rió ante su comentario y se acercó para abrazarlo a él también.

—Gracias a ti, Emi, sigo viva, no sabes cómo te quiero, mejor amigo.

Aquí se me hizo raro, ya que bueno, para mí Emilio era mi mejor amigo; no quería compartirlo con nadie.

Solamente con Karen.

Ambos se quedaron tan juntitos que tuve que acercarme para separarlos un poquito.

—Ya ya... Recuerdo que debes hablar con "alguien" de "algo".

Alce las cejas para que entienda a qué me refiero.

Emilio asintió y se dirigió a ambos.

—Leo tiene razón, Irene. Yo también te quiero mucho y me alegro verte bien, pero debo hacer unas cosas, prometido que mañana en clases te presto más atención, ¿sí?

Irene sonrió nuevamente y él se despidió de nosotros.

Ya estando Emilio un poco lejos, yo di el primer paso para la conversación.

—Debes contarme qué fue lo que pasó... Nunca entendí porque te quisieron secuestrar.

Y sí que iba a ser una historia bien larga.