Capítulo 26
Irene:
(Horas antes de que desaparezca)
Ambos decidimos asistir al festival con la pequeña Lili. Al salir de los juegos, grupos de amigos se reían, parejas románticas demostraban afecto y muchos padres les acompañaban a sus hijos.
No obstante, no podía esconder mi temor a que el padre de Lili nos encuentre con ella; sé bien que no es una persona confiable.
Y de eso se dio cuenta Leo.
—Deja de mirar como loca a la gente, pueden pensar mal de ti.
—Y como no, si te llevaste a escondidas a la niña, su padre puede hacernos algo.
—De veras, Irene, que en ciertas ocasiones no te entiendo.
¿Acaso no era consciente del problema en el que nos encontramos ahora?
Ante su respuesta, cerré mis ojos y opté por mirar hacia el frente, evitando así el contacto visual con él.
«Así que, por nuestra cuenta, disfrutemos del lugar». Pensé hacia mis adentros.
Como me sobraba un poco de dinero, me dieron ganas de comprarme un algodón de azúcar. Alrededor del vendedor no había tantas personas; eso era una ventaja, ya que no tendría que esperar mucho.
Al sentir que una mano se posaba en mi hombro, pegué un brinco; al girarme, pude ver que era Victoria.
— Hola, ¿estás sola?
—Hola, oye, ¿siempre apareces en los lugares menos inesperados?, ¿verdad?
Se carcajeó con lo que le dije; busqué alrededor de la gente la cara de Emilio o Karen, pero no los encontré.
Eso me llama mucho la atención; ellos nunca se quedan en casa los fines de semana.
—¿Eres amiga de Leonardo Sarmiento? —preguntó un tanto curiosa.
—Sí, ¿porque? Necesitas decirle algo.
—No, es simple curiosidad. Pensaba que él no dejaría que una extraña compartiera con él sus cosas más personales.
«No compartirá sus cosas más personales»
Lo último que dijo me resonaba en mi cabeza.
—Si me disculpas tengo que irme; me puede estar buscando.
Su mano derecha apretaba la muñeca de la mía. Me moví para que me soltara, más ella no me hizo caso; simplemente comenzó a jalarme hacia un callejón.
—¡Sueltame loca! ¡A dónde me llevas! ¡Auxilio!
La gente que escuchó mis gritos se hicieron oídos sordos y prefirieron acelerar su caminar.
—Si por mí fuera no lo haría, espero que algún momento me sepas perdonar, Irene.
Lo último que vi fueron unas ventanas; de ahí sentí que me empujó y luego se volvió mi vista de color negro.
* * * *
La voz de dos señoras provocó que me despertara.
Estaba acostada en un sofá de tres plazas. No niego que estaba bien cómodo.
—Qué bueno que despiertas, niña, pensamos que algo te pasó... —gentilmente retiró uno de mis cabellos y lo colocó detrás de la oreja—. Mi nombre es Estela.
—Porque estoy aquí, que piensan hacerme.
Todo esto era absurdo; ni siquiera sé por qué Victoria actuó de esa forma, y la amabilidad de la Sra Estela me daba miedo.
—Nosotros te salvamos de lo que te querían hacer, niña, creeme, impedimos que el hombre que buscaba hacerte daño te quiera secuestrar.
Iba a responder cuando vi que de la nada otra mujer escuchaba la conversación.
Me senté y con el cojín que estaba detrás de mi cabeza lo coloqué como escudo para tener distancia entre ellas.
—Deje de escuchar y respóndanme alguna de ustedes que hago aquí y a qué se refieren con que me iban a secuestrar.
Quería una explicación y, como sea, exigiría que digan algo.
—Entonces ponte cómoda porque la historia que te vamos a contar es bien larga.
Flashback:
Era la tarde de exámenes; tenía que calificar los trabajos de los estudiantes de 5to curso.
Una de mis mejores estudiantes era Leire; a esta chica se le hacía fácil mi materia, aunque ella decía que yo era la única profesora con la que se sentía bien.
Por otro lado estaba Omar Tamariz, un chico problemático; nunca respetaba las reglas y se iba contra todos, incluyendo sus padres.
Se le llamaba la atención; no demostraba algún cambio positivo; por último, la rectora me había dicho que estaba a nada de perder el año.
Yo soy madre; no podía permitir tal consecuencia.
Así que como último recurso era Leire, al principio me dijo que no podría ayudarlo. Tuve que suplicarle con el objetivo de que piense en el prójimo.
Ella siempre ha tenido un corazón tan generoso y puro que no dudó en ayudarme.
No contaba con que ese simple hecho le provocaría una verdadera pesadilla. Omar no se había enamorado; estaba completamente obsesionado con mi pobre alumna.
Ni un solo día le dejaba respirar. Los padres de cada uno se enfrentaron y como consecuencia ambos salieron del colegio.
—Años más adelante supe por boca del mismo Omar que se volvieron a encontrar, y ya maduros decidieron darse una oportunidad en el amor —tomó una bocanada de aire para continuar.—Y otra vez volvieron los problemas a tal punto de que ambos desaparezcan.
En ese momento el aire se me corto y por tal impresión a toda esa historia me quedé inconsciente.
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