Capítulo 23 (parte 1)
Leonardo:
La angustia que sentía en mi pecho logró calmarse al recibir aquel abrazo.
Mi pequeña Lili es la única víctima en todo este enredo.
Tristemente, cuando ella nació, los problemas tocaron la puerta de su casa.
Es triste que una criatura que vino al mundo para ser feliz tenga que sufrir.
Nos encontrábamos en el parque, ya que el día de hoy la presidenta del barrio organizó un festival juvenil y una de las mayores atracciones para los niños son las camas elásticas.
No quería dañar el momento, pero los ojos inquietos de Irene provocaban que mi boca hablase.
—Deja de mirar como loca a la gente, pueden pensar mal de ti.
—Y como no, si te llevaste a escondidas a la niña, su padre puede hacernos algo.
—De veras, Irene, que en ciertas ocasiones no te entiendo.
Rodó los ojos en respuesta, y su mirada regresó al frente.
Preferí alejarme y prestarle atención solamente a Lili.
Ella se había bajado para pedirme que le compre un churro de chocolate.
—Leito, te prometo que no pediré más dulces, pero andale, di que sí.
«Quién soy yo para negarme ante una muñequita.»
—Vamos a comprarte todos los churros que quieras.
En agradecimiento recibí un delicioso y cálido abrazo, sumando unas pequeñas cosquillas en mi barriga.
Nuestro juego favorito se encontraba al frente de mis ojos...
Desde que era un niño me ha encantado jugar a la rayuela y antes del accidente todas las tardes lo practicaba en mi cuarto.
Flashback:
—Una, dos, tres y... volviste a pisar en la línea —me dijo papá entre risas.
Era como el intento número 15 y nada que avanzaba hacia el otro lado.
—¿Cuál es la fórmula secreta?
—El practicar y ser constante, mijo, nada más.
Fruncí el ceño; debía haber algún truco, porque si es solo la práctica, debo confesar que muy pronto me voy a rendir.
De nuevo volví a seguir con mis intentos, teniendo la esperanza de avanzar un cuadrado más.
—¡Sí! ¡lo logre papá!
Sin darme cuenta había cruzado toda la rayuela sin cometer algún error.
Un nudo en mi garganta comenzaba a formarse y la nostalgia se apoderaba de mí. Los momentos lindos se reproducía en mi cabeza como si de una película antigua se tratase.
—Leito ¿estas bien? —Una preocupada Lili me miraba.
—Sí, cielo, no pasa nada —logre responder con hilo de voz. —¿Qué te parece si le decimos a Irene que juegue contigo?
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