Capítulo 22
Irene:
Nuestros labios se juntaron en un maravilloso compás, era dulce, cálido y lleno de amor.
Se supone que los novios sienten todas estas cosas... y de verdad quisiera que avancemos pero siempre tiene que existir obstáculos que nos detengan.
La Sra. Eugenia no reaccionó de buena manera a lo que acaba de suceder.
—¡Basta! ¡Irene y Leonardo es suficiente!
Nos separamos y con mucha brusquedad las uñas de la mamá de Leo se clavaron en mi brazo izquierdo.
—Sra. Eugenia, déjeme explicarle lo que acaba de mirar.
En la mirada que me lanzó noté mucho coraje y el tono de sus palabras era la respuesta a ello.
—¡Te dije que con mi hijo simplemente le ayudes en su recuperación! ¡No quería que te ofrezcas en bandeja de plata!
¿A qué se refería lo último que me dijo? No lo había entendido.
—Por favor, escúcheme.
—Lo siento, pero quiero que te vayas de mi casa.
En este punto de la acalorada conversación, lo que menos iba a permitir es que me alejen de ser que he comenzado a querer.
Ni mi madre ni mi abuela ni ningún ser del planeta le daría el derecho de que nos separen.
—¡Estoy sintiendo cosas bonitas por Leo! ¡Y sé que él también me corresponde!
—La única relación que quiero que tengan es simplemente amistad, entiéndelo
Ese era el gran problema, nuestras miradas y nuestros gestos no eran de dos "amigos" nuestros sentimientos se cruzaron y se fusionaron.
Leo estaba a espaldas de su madre escuchando atentamente toda la conversación.
—Disculpanos mamá por faltar el respeto a tu casa, pero, a estas alturas, ¿quieres que Irene se aleje de mí?
Sus miradas eran fijas y las expresiones de sus rostros me daban un poco de miedo.
No creo que se atreva a desafiar a su madre por mi causa, ¿verdad?
—Luego estarás llorando por las esquinas porque otra vez jugaron con tus sentimientos, hijo, mira luego calla y por último obedece.
Y sin decir más se alejó de nosotros.
Mi estómago está apretado.
Mi pobre garganta me dolía y el miedo de decirle algo crecía poco a poco.
—Acompáñame.
Como si fuera una muñeca de títere , moví mi cabeza afirmando y me dedique a seguirlo y llevarlo en mis brazos hasta su habitación.
Al estar dentro, lo acosté en su cama y yo me senté en la silla de su escritorio.
—Irene, en el primer cajón del closet hay una mochila de color negro; ahí voy a llevar un saco ligero, mi libreta y las mentas.
Me acerqué y guardé todo lo que me indicó.
—Está bien... ¿Iremos a la casa de Verónica?
—Sí, yo quiero pedirte disculpas por todo lo que te dijo mi madre.
—Tranquilo, entiendo lo que ella puede estar sintiendo, estoy bien.
Para nada me sentía bien, porque de verdad sí me quedé pensando en su reacción.
—Entonces, ¿por qué tus ojos me dicen lo contrario?
—Por primera vez me entero de que los ojos han sabido hablar.
Ambos nos carcajeamos por mi intento de ser graciosa.
—Creí que estaba ocultando mis sentimientos hacia ti, Angelito, pero no imagine que me conocieras y te dieras cuenta.
De verdad, con cada palabra que salía de su boca provocaba que todo mi sistema nervioso, cardiaco, musculoso se atrofiaran y que como consecuencia yo actué como una completa loca.
—Ya no digas esas cosas que me ponen nerviosa.
Antes de seguir la voz de su madre llamándonos para almorzar, nos interrumpe abruptamente.
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