Capítulo 17
Irene:
Al subir a mi cuarto me encontré con dos específicos objetos que hacen que recuerde a Leo.
Pues, aunque no lo quiera admitir, mi madre tiene razón en lo que me dijo.
Yo lo estaba acosando, no estaba respetando el duelo y sus sentimientos.
Me acosté y mis manos traviesas querían continuar con la lectura de los poemas de Jaime; sin embargo, mi plan era otro.
Al no tener sueño, siempre me desvelaba leyendo los libros.
Así que tomé mi agenda de lectura y un bolígrafo para anotar todas esas frases que calientan mi corazoncito.
"Y yo anduve días y días
loco y aromado y triste.
De la muerte
Enterradla."
—Hay Leo... y yo pensaba que el duelo no se sentía tan fuerte.
En sí, el primer poema que leí me pareció un tanto amor y despecho, no me llegó tanto a comparación de este.
La tristeza que sienten y lo profundo de sus letras, hasta ahorita, no tengo algo en contra.
—Porque toca sentir tristeza cuando la vida es tan bonita
Cuando eres niño, no entiendes por qué los adultos se complican, los adultos lloran en el silencio sin que nadie los mire.
Ahora que crecí, me pongo mal con cosas tan minúsculas.
Asombrada por lo que mis ojos acaban de leer, digo: —Literalmente esta frase me representa.
"Quiero apoyar mi cabeza
en tus manos, Señor.
Señor del humo, sombra,
quiero apoyar mi corazón.
Quiero llorar con mis ojos,
irme en llanto, Señor.
Débil, pequeño, frustrado,
cansado de amar, amor,
dame un golpe de aire,
tírame, corazón.
Sobre la brisa, en el alba,
cuando se despierte el sol,
derrámame como un llanto,
llórame como yo."
Cuando iba a seguir leyendo los leves toques a mi puerta me sobresaltaron.
Se supone que a estas horas mamá está dormida y mi abuelita salió con unas amigas.
—Adelante
Al no tener respuesta me paré y abrí, mi sorpresa fue el no encontrar a nadie en el otro lado.
O bueno, si encontré a alguien... pero en unas circunstancias un tanto miedosas.
Frente a mí se encontraba Verónica, sus ojos verdes estaban clavados mirando a los míos.
Llevaba un vestido blanco y sus manos sujetaba un ramo de rosas
—Irene ¿verdad?
Un suspiro se escapó de mis labios al escucharla— Tú... pero no puede ser posible esto, yo no estoy dormida.
Y de veras que no mentía.
—Vine aquí para que me escuches
—¿Que te escuche? ¡Pero si estás muerta!
—Mi cuerpo descansa eternamente, pero mi alma sufre exactamente como el poema que estás leyendo
Cerré los ojos esperando que todo esto sea producto de mi imaginación, pero al volverlos abrir seguía ella.
¡En mi cuarto!
—Está bien, ya que mencionas el poema.— me aproximo y le planto mi mirada. —Lo primero que voy a hacer es cerrar el libro y así tú vas a desaparecer.
Iba a darme la vuelta cuando ella me da un sacudón tan fuerte
Provocando que mi genio cambie.
Volvió a repetir lo que dijo al comienzo: —¡Puedes escucharme!
Se sentó al filo de mi cama, seguí el mismo movimiento.
—UFF, ¿tanto miedo produzco?—fue lo siguiente que preguntó.
Mi sinceridad salió a flote.
—Sí.
Sus ojos se abrieron como platos al escuchar mi respuesta, sus labios entreabiertos y sus ojos tristes me comenzaban a dar escalofríos.
—Cómo diría Jaime Sabines—, esta parte sí que me la había grabado—No me conmueven tus gestos melancolía, ni tu anhelar, ni tu espera, ni la herida de la que me hablas afligida.
Quedaría muy bien dedicárselo a Leo, pero ahorita lo utilicé como un insulto sutíl hacia ella.
No estaba en mis planes ayudarla ni mucho menos ser su amiga, porque por más que te esté muerta, no debe aprovecharse de la gente que la amo en esta tierra.Y si no tiene algo bueno que brindar, es mejor que descanse y desaparezca.
—Solo quería decir que tenga Leo mucho cuidado, hay un peligro que lo está asechando.
¿Peligro? ¿Será que su tratamiento se complicó?
—Puedes ser más clara.
— Lo siento ya te dije lo que debía, ahora debo marcharme.
Ella no puede estar hablando en serio, primero dice las cosas a la mitad y ahora se hace la pobre víctima.
—Qué tal que todo lo que estás diciendo son mentiras y enredos tuyos, no estás conforme con todo lo que tiene que pasar y quieres causar problemas por Dios, Verónica.
En este momento quiero que pelee y discuta conmigo.
—No me veas como una competencia Irene, ya me di cuenta de los sentimientos que tienes hacia él, también ya entendí que lo perdí. ¿Te queda claro?
—Entonces, ¡por qué insistes! ¡No puedes encargarte de arreglar tus asuntos y dejarnos en paz!
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