Emilio:

—¡Para por favor!

Los demás clientes nos miraban confundidos, otros, en cambio, se reían de vernos en tal situación.

Una alegre y risueña Irene nos preguntó:—Hola chicos, ¿Cómo así están por aquí?

A lo que mi dulce Karen, luego de acomodarse el cabello, le respondió: —Vinimos a distraernos, ya que la escuela nos tiene acabados mentalmente.

En eso no se equivocaba, mis sagradas horas de la madrugada viendo películas tuvieron que interrumpirse hace 15 días para poner mi tonta alarma y alcanzar a estudiar para los exámenes.

—La pregunta aquí es: ¿Por qué se estaban escondiendo de nosotros? ¿O es acaso ya...?

—No, claro que no, nosotros vinimos por una cuestión sin relevancia —. Leonardo me interrumpe de forma abrupta.

Ahora sí que no entiendo nada.

Giró la cabeza y me encontré con los ojos amenazadores de mi novia.

Entre líneas me decía que donde siga sonsacando información, me las vería con ella más tarde.

Prefiero evitar los castigos fogosos de ella y no seguir preguntando, me acerco hasta la caja para pedir los helados.

—Lo siento, niño, pero la chica rubia ya los pagó.

Esperen, ¿Irene ya los pagó? ¿Tan rápido?

«Si así llueve que no escampe», me digo hacia mis adentros.

Los demás habían salido y conversaban a diestra y siniestra, pero la sinceridad de uno de ellos hizo que me ponga celoso.

Específicamente de Irene.

—Hay Karen, y yo, que casi me pongo celosa contigo y con Leo.

—¿Perdón?