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Capítulo 12 (Última Parte)

Irene:

Y si cumplí lo que le dije, compré tanto el libro que me recomendó y el libro Antología Poética de Jaime Sabines.

Espero que el gastar mi dinero no sea por gusto.

«Cerebro, ¡cállate! »

Mientras tocaba delicadamente las cubiertas de estos, también de forma discreta me dediqué a mirar a Leo.

Me era raro verle con el ceño fruncido, como si algo no estuviera bien.

—¿Necesitas que te ayude?.— Al no tener respuesta, sutilmente acaricié su mano. —Leo...

Mi corazón se desenfrena cada vez que sus mejillas se encienden de ese rojo tan lindo.

—No... ya mismo acabo...—sus ojos se detuvieron en mis nuevos libros— ¿Los compraste?

—Sí, te dije que no dudo de tus buenos gustos.

«Y si le gusta eso... le gustarán otras cosas más íntimas»

«¿Qué es lo que me pasa? O sea, no estaba pensando lo que creo que era»

Mis pensamientos se interrumpieron gracias a la voz de Leo.

Escuché cómo dio una palmada, lo que hizo que de un pequeño brinco—¡Irene!

—Dime, ¿Qué pasó?

—Ya terminé de hacer la consulta... ahora quiero que vayamos a comer helado.

—¿No crees que tu mamá esté enojada porque te escapaste?

Porque se fue como un ratoncito escapando del gato, y creo que eso no estaba bien.

—¿Y qué? sería una tortura estar en este momento con mis primos, por favor vamos.

En ese punto ya no se me ocurría qué contestarte ya que al no tener tíos era más que lógico que no sabía cómo era tener primos.

—Está bien, ahora déjame que te compre el helado que tú quieras.

Su boca se transformó en una divertida sonrisa, una sonrisa que no emana por todo lo que pasó.

Salimos de la biblioteca y el arte de Dios que es tan maravilloso nos daba de regalo un hermoso atardecer.

Sus colores anaranjados y amarillos deleitaban a nuestros ojos.

La heladería es de la marca Pingüino, un sitio acogedor, cómodo y alegre.

Una señorita se nos acercó para tomar nuestras órdenes.

Leo fue el primero en decir el sabor del helado que quería.

—De choco menta por favor,—sus ojos miraron los míos— Irene tu de que sabor vas a pedir.

—Yo quiero canela, muchas gracias.

La señorita asintió y se fue de la mesa; sin embargo, la cara de mi acompañante era un auténtico poema.

—¿Canela? Estás loca de remate... ¿Cómo puede gustarte eso?

Olvidaba que para otras personas mis gustos pueden ser un tanto inusuales... eso tuve que heredar de mi madre.

—A ti te gustan los poemas y yo no te critico, además, me tiene que gustar a mí, no al resto.

Irene 1 Leo 0.

Glotoncito, mejor te ves calladito que hablando.

Llegaron nuestros deliciosos manjares, los ojos se me desorbitaban tan solo ver esas dos bolas de color café y ese glaseado de cereza.

Leonardo fue al ataque, ahora que caía en cuenta su forma de comer era igual a la de un niño pequeño.

Tal vez tenía que ver por otro ángulo, no solo desesperarme porque reaccione y vaya a la velocidad del resto de personas.

Él solo quería ser escuchado y compartir momentos así.

Donde no se le juzgue la condición en la que se encuentra ni mucho menos le recuerden su relación pasada.

Los siguientes minutos nos dedicamos a comer y... de vez en cuando robar un poco al otro.

Ya cuando las copas quedaron vacías, uno de los dos rompió el silencio.

Si yo le contaba algo personal, quizá él sería un poco más abierto conmigo.

—Hace tres años yo quería irme a vivir en Estados Unidos...

—¿Por qué?

—Porque buscaba olvidar mi pasado, mi mamá quería que tuviera un mejor desarrollo y que mejor en un país como ese, con oportunidad de trabajo y estabilidad económica.

—¿Y qué pasó? digo ¿Por qué no te fuiste?

—Mi abuela no quiso que la abandonáramos, es que somos su única familia

Aunque de verdad creo que hay un trasfondo en todo eso, algo duro vivió que nunca se atrevió a contarlo, ni siquiera a mi mamá.

—Irene, yo, solo te digo que quiero en mi vida paz porque ya perdí a alguien muy especial.

Muy profundo sonó.

—¿Hablas de Verónica?

—No, hablo de mi abuela.

¿La perdió antes o después? ¿Cómo le pregunto?

—Mi abuelita Gaby murió hace dos años, luego de cumplir 90...— se quedó callado unos minutos—Ahora que recuerdo tu abuela y mi abuela fueron amigas ¿verdad?

—Si, ellas se conocían desde la escuela — una anécdota que me contó mi abue se me vino a la mente— Es más, una vez se escaparon con el resto de sus compañeros para irse a comer helado

Segunda vez que en la tarde se reía mi cielo...

—¡Justo como nosotros!

—Si, ellas deben estar riéndose viendo que sus nietos están juntos.

Tan pronto terminamos la conversación y nos tuvimos que esconder ya que Karen y Emilio entraban a la heladería.


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