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O2

— ¿Sorprendido? Creí que tenías bastante experiencia con este tipo de niños.

Taho no dijo nada ante las crueles palabras de Eugene, sabiendo que no era buena señal lo que estaba ocurriendo, tomó en brazos al pequeño con recelo, tratando de planear alguna cosa.

—Eres bastante olvidadizo.

El ángel prefirió seguir en silencio, y después de acomodar el rosario, se encaminó a la salida del cuarto, dirigiéndose directamente a su estudio y se encerró ahí con el bebé, donde había una pequeña cuna al lado de su escritorio.

Aquél detalle no le agradó para nada a Eugene, quien se encaminó en su dirección, dándose cuenta de que en realidad el único lugar sin algún rosario o sal era el cuarto.

Chasqueó la lengua, yéndose del lugar con una gran irritación y buscando alguna idea en su mente para ganar lo que quería. Avys rápidamente comenzó a llorar, pero Taho en realidad estaba concentrado en otra cosa; debía encontrar la manera de erradicar aquella costumbre que tenía el bebé.

Al notar que en realidad no encontraba nada, se dio por enterado de que debía hacer una visita a alguna librería.

Aquella noche se mantuvo encerrado en lo que consideraba el lugar más seguro y sagrado del departamento entero, y era así por la cantidad de cosas e información que contenía, ahora sabía que la casa entera debía ser de esa forma, caso contrario, Eugene lograría llevarse al pequeño.

Con cierto cuidado abrió la puerta, intentando ver si acaso estaba atravesando otro truco, o si acaso el demonio seguía en la puerta de su cuarto, suspirando de alivio al ver que estaba libre.

Horas más tarde, estaba caminando mientras llevaba la carriola, donde Avys descansaba a la sombra de la sombrilla que llevaba su carriola y con el rosario encima suyo, Taho estaba tranquilo al respecto, puesto que si llegaba a molestarle al pequeño, lo tomaría en brazos y le acomodaría el rosario.

Un terreno distinto a su hogar se vuelve peligroso, al menos si no está cerca de un templo o alguna catedral, donde tendrían agua bendita y en su hogar, al menos, tenía sal, crucifijos, rosarios y como último recurso, podía rezar para pedir ayuda.

Se encaminó a la librería que suele visitar cuando se enteraba de que habían avances científicos, puesto que le atraía aquél tema.

Los humanos solían traer temas bastante interesantes cuando no estaban haciendo mal uso de las palabras del Señor o imponiendo ideas de vida que en definitiva no son aprobadas por su creador.

También le llamaba la atención cómo los humanos eran tan conscientes de los demonios, pero eran tan tontos como para hacer lo posible para atraerlos y encima, hacerles culto.

Es como si Sodoma y Gomorra hubieran expandido sus terrenos alrededor del mundo, era decepcionante.

Miró los libros, hasta que notó que Avys se había despertado.

¿La razón? Zeha.

Levantó la mirada, viendo a quien se supone que era su amigo, vestido con un elegante traje verde musgo y una socarrona sonrisa, llamando la atención lo distinto que lucía al haberse hecho un peinado tan elegante para la época.

Eso no era usual en él.

—Increíble, vengo a buscar un libro y me encuentro con que el mismísimo Taho tiene un bebé —habló el hombre con alegría y una radiante sonrisa — ¿Puedo verlo?

No dijo nada, por lo que Zeha se acercó de igual manera, causando una buena impresión en Avys.

La situación pudo haberse quedado ahí, de no ser porque Zeha se volteó con esa radiante sonrisa atrofiada al punto de volverse extraña y con sus cejas alzadas, como si buscara insistir con la mirada.

—Sé que eres un ferviente creyente. Te conocí en la iglesia de todas formas —habló, sin recibir respuesta alguna de Taho —. No lo tomes a mal, pero, ¿no crees que colocarse un rosario podría lastimarlo? Creo que deberías quitarlo.

Taho frunció el ceño ligeramente al notar la extraña actitud de su amigo, hasta que lo notó.

Con rapidez tomó al bebé en sus brazos y se alejó con cuidado de ser rápido pero no tropezar o caer. No quería lastimar a su pequeño protegido de ninguna manera.

—Oye, vamos. Dame al bebé y tú le quitas el rosario, ¡no hace falta que lo hagas todo por tu cuenta!

Zeha comenzó a avanzar hacia ellos, pero Taho se alejaba con cada paso que era dado. Y eso, estaba comenzando a colmar la paciencia ajena.

—Taho, le puedes hacer daño a ese niño con el rosario, ¡estás siendo un mal cristiano!

El hombre casi se abalanzó sobre ellos y lo mejor que pudo hacer el ángel fue empujarlo con su mano.

Zeha prácticamente voló, cayendo duro contra el suelo y entonces pudo confirmar su teoría, cuando se dio cuenta de que quien en realidad había caído al suelo era Eugene, viendo que todo rastro de Zeha había desaparecido.

El demonio había tomado la forma de un humano, más bien, de alguien a quien consideraba su amigo con tal de poder acercarse a su protegido y así poder tomarlo, intentando convencerlo de que le quite el crucifijo por cuenta propia.

— ¿Ese era tu mejor truco? —cuestionó casi en un susurro cuando Eugene se levantó con la furia pintada en su rostro, ¿cómo no? Si el ángel había arruinado uno de sus mejores trajes al haberlo lanzado al suelo sin mayores escrúpulos, y encima, le cuestionaba algo que jamás creyó oír.

El bebé miró fijo al demonio, ignorando que tenía el rosario en su pequeño cuerpo, con una expresión tan extraña en un bebé, a su vez indescifrable para el ángel.

Taho abandonó la tienda una vez tomó los libros que estaba buscando, esta vez con Avys en sus brazos y la carriola con los libros, indispuesto a alejarse un solo segundo del pequeño.

Cuando llegó a su departamento, comenzó a hacer una exhaustiva investigación respecto a Eugene y su comportamiento, ya que ahora estaba en un buen conocimiento de que la sal, los crucifijos y el rosario no iban a ser suficiente.

Necesitaba hacerse de armas para poder combatir como debía esta dura situación. No iba a permitirse fallar otra vez, no tanto por querer volver al Reino de los Cielos, sino que no va a permitirse que Avys sufra un destino tan horripilante como perder su vida y alma por una condena que no debería tener.

No podían haber espacios para los errores.

La suave brisa de la tarde veraniega, Taho caminaba sigiloso y cubierto entre la gente para luego desviarse a la primera fila de la multitud, viendo la plataforma de suelo vacío y el extraño mecanismo de la horca.

Habían descubierto a alguien cometiendo sodomía, pero, no era cualquier persona.

No sabía en qué momento se descubrió teniendo sentimientos por Viken, o cómo fue capaz de desarrollarlos, se supone que estaba hecho para cuidar de los niños y ya.

Pero pasó.

Sus ojos miraban con horror cómo es que tenían amarrado a Viken, con la cuerda de la horca rodeando su cuello y su rostro empapado en lágrimas y sangre seca, ya que lo habrían torturado para confesar quién era el otro sodomita, pero al ver que no hablaría, decidieron hacer su muerte en la plaza, para que aquél amante abominable del joven pintor también viera lo que le esperaba por haber cometido algo tan asqueroso como la sodomía.

Taho miraba con horror cómo es que estaban condenando a muerte a Viken, al ser humano con el corazón más puro que pudo haber conocido.

¿Por qué su señor no lo estaba salvando? Rezó en voz baja, pidiendo por la salvación de Viken, sabía que amar no era un pecado, Dios habría de saber que esto es falso, que Viken no estuvo con él por lujuria, era amor, un amor puro.

—Mi señor, por favor…

— ¡Nuestro Señor, el todopoderoso padre de Cristo, condena los pecados de este hombre cuyo cuerpo ha profanado el señor de las tinieblas y ha esparcido su maldad a otro hombre, trayendo el mal a estas tierras en este pecaminoso ser!

La multitud, mujeres, otros hombres e incluso los niños más grandes gritaban en aprobación del acto carente de misericordia y respeto por el prójimo, deseosos de ver el final del chico que sollozaba en voz baja, sangrando de dolor.

¿Acaso su creador había abandonado al fiel creyente suyo en el momento más crítico?

—Viken —murmuró el nombre del joven con miedo, no veía que la santa luz del señor ilumine a estos hombres que jamás estarán libres de pecado, sobre todo al querer tanto manchar sus manos con la sangre de un inocente como el castaño. Se dio cuenta de que habían muchas ovejas descarriadas, las cuales se creían dueñas de ña verdad.

— ¿Algunas últimas palabras? —el hombre detrás de Viken susurró de forma desagradable, por su puesto que nadie le tomaría importancia a la voz de un degenerado, puesto que tenían al señuelo perfecto con la cuerda en su cuello, golpes y violaciones que tanto alegaban que le gustaría sentir.

Viken sollozó y tragó saliva, notando la presencia de Taho, frente a todos, tomó aire, intentando no romper su voz cuando tuviera la oportunidad de dar unas palabras.

—Sé que Dios, nuestro Señor, tiene un lugar para mí en el reino de los cielos. Lo sé porque nuestro Señor sabe cuánto amé a ese hombre por su corazón y no por su cuerpo. Aún lo amo por su corazón y él lo sabe, ambos sabemos que amar no es un pecado. Y si voy a ser ejecutado, le pido a Dios que haga presente su justicia divina y expulse al reino de las sombras a quienes se creen seres celestiales pero solo son unos degenerados, quienes no respetan a su prójimo, ni a su señor.

Los presentes exclamaron, menos Taho, quien veía al borde del llanto el punto máximo de la maldad en el ser humano, demostrando que los bautizos, las comuniones y las confirmaciones no eran suficientes para exterminar la maldad del pecado original en el humano.

A veces pensaba que Dios los creó así, crueles y despiadados.

—Por eso te queremos muerto —murmuró el sacerdote que le preguntó a Viken por esas últimas palabras, luego se volteó hacia la multitud —. ¡Su alma está podrida por la lujuria y el pecado, este degenerado merece morir!

Los pueblerinos alzaban sus puños, exigiendo que asesinen al joven, mientras que Taho pedía piedad en silencio y por la intervención de su señor.

Sus lágrimas caían, mientras pedía que detuvieran la ejecución, implorando a su señor pero nada estaba pasando, viendo a Viken pedir en silencio por su vida, y él sin poder hacer nada porque no es un arcángel.

— ¡En el nombre del señor, dejaré que tu alma arda en la llamas del infierno, sodomita!

El sacerdote dio la orden de ejecutar al chico, haciendo que el hombre que tenía en sus manos la vida de Viken jalara de la palanca con repudio, haciendo que el suelo debajo del castaño se abriera y dejara caer al chico, suspendido en el aire por la cuerda de apresaba su cuello.

Todos celebraban mientras Taho gritaba de dolor al ver cómo Viken luchaba hasta su último segundo por su vida, intentando esperar al milagro de su salvación que jamás llegó.

Cayó sobre sus rodillas, nadie parecía notar su presencia, puesto que estaban enfocados en celebrar que acabaron con una abominación inexistente, al menos hasta que el sacerdote volvió a hablarle a la multitud.

— ¡El degenerado ha muerto, pero su amante sigue vivo, quemen las casas de los hombres que vivan solos y están solteros, los sodomitas deben morir, y si los hombres sobreviven, háganlos confesar su pecado!

El llanto de Taho cesó al oír al hombre murmurar su nombre.

《En especial, maten a ese muchacho, Taho. Estoy seguro que algo está escondiendo.》

No tuvo tiempo para seguir llorando por la muerte de Viken, debía salvar a Soule.

Corrió sin dejar que nadie viera su cabello blanco liberarse de la capucha que llevaba su capa, al menos hasta que logró alejarse de la multitud, tratando ser lo más rápido posible y salvar la integridad de Soule, a quien había dejado en la casa con su vecino, ya que él sabía que Taho y Viken eran cercanos.

Llegar a su casa fue un infierno, ya que pudo presenciar cómo su casa estaba ardiendo en llamas.

Corrió al interior de esta, aterrado de que su vecino y Soule hubieran quedado atrapados entre las llamas que ya estaban avanzadas, sintiendo el calor de las llamas y la desesperación del sofocante aire caliente que cada vez se hacía más intenso, sintiendo su corazón dejar de latir al ver que cuando llegó, su vecino no estaba, viendo a Soule llorar mientras se encontraba en los brazos de un hombre con ropa oscura pero de colores caros.

— ¡Soule!

El hombre se volteó, cruzando miradas.

— ¡Dámelo! —exclamó Taho mientras corría y para arrancar de los brazos al bebé, quien sollozaba por estar en los brazos del ángel.

Contrario a lo que esperaba, un gran empujón lo hizo caer al suelo, sin Soule en sus brazos.

—Este bebé me pertenece, su alma es mía. Es mi ofrenda.

— ¡Jamás dejaré que eso pase! —se levantó y el demonio sonrió, viéndolo acercarse de nuevo pero esta vez siendo empujado al punto de rodar cuando cayó al suelo —. ¡Dame al bebé!

—Bien, te lo daré, pero solo con una condición —El interior de Taho se sentía extraño, causando que se sintiera un doloroso vacío al ver la sonrisa del hombre —. Quiero que digas mi nombre, y te daré al niño. Pero, si fallas en saberlo, me quedaré con el bebé y algún día también me pertenecerás.

Taho se quedó callado, intentando pensar en la tensa situación, viendo al bebé dejar de extender sus manitos hacia él y quedarse quieto en los brazos del demonio, como si se estuviera acostumbrando a no estar en los brazos de Taho.

— ¿Y bien? Se te acaba el tiempo, angelito.

Su respiración se volvía pesada, luego entendió que el niño estaba sofocado en los brazos del demonio, perdiendo la vida a causa de que el aire era demasiado caliente como para ser respirado. O tal vez, como se diría, se estaba acabando el oxígeno y Soule estaba muriendo por eso.

—Eso creí.

Un aro de fuego se abrió en el suelo, envolviendo a Soule y al demonio.

—Bueno, tal vez me recuerdes cuando vuelva a ver tu cara, o tal vez tu Dios se deshaga de tu memoria para que no extrañes a este niño, pero, mi nombre lo recordarás cómo recuerdas el de tu creador, su hijo y su madre.

Taho corrió para recuperar a Soule, pero el pequeño ya había caído inconsciente como para pedir ayuda otra vez, y el demonio estaba más que satisfecho con la ofrenda a la cual había recibido, ¿quién diría que acaba de recibir al hijo de un rey como su ofrenda?

— ¡Soule!

Tocó el aureola de fuego, quemando sus manos para recuperar a Soule pero fue inútil, Eugene ya se había ido con el niño.

La casa no dio más y se desplomó encima del ángel, y cuando abrió los ojos, se encontró en el reino de su señor.

Había fallado, se habían llevado a Soule.

Habían pasado dos semanas desde ese día, y Eugene se ha encargado de hacer su misión más intensa con lo constante de sus tormentos.

Ha quitado muebles del departamento, ya que comenzaron a temblar en las noches, y una madrugada, a pesar de no poder estar de forma física, se encargó de destruir su sala con tal de hacerlo dejar solo un pequeño momento a Avys, pero, a pesar de lo incontrolable, Eugene no logró su cometido.

Actualmente su departamento parecía destruido por un huracán, solo que sin agua. Actualmente dormía en el suelo mientras mantenía la cuna en un ángulo seguro de su estudio para así evitar que sí Eugene llegara a profanar el lugar más sagrado del departamento, ni los muebles ni los objetos serán capaces de infringir daño en el pequeño.

También tomó medidas más contemporáneas, como fue dar aviso al verdadero Zeha de que tenía a Avys, y que si algo le pasaba, le pedía cuidar del pequeño por él hasta que la misión se haga presente.

Solo esperaba no fallar, sus brazos dolían por no haber soltado al pequeño para cosas que no sean cambiarlo de pañal o preparar su biberón.

Sabía que no puede seguir escondido, pero, Eugene parece haberse vuelto más errático y peligroso, salir de su estudio era un peligro inminente, y al demonio no le importaba realmente ser visto con tal de poder acercarse al bebé y esperar al momento oportuno para arrancarlo de los brazos de Taho.

Sus necesidades como humano comenzaron a jugar en contra, la sensación de cansancio y el agobio mental que ha estado provocando toda esta situación pareciera pesar como plomo sobre sus hombros.

Oh, señor, ¿tan difícil es que lo ayude un poco? No es por pereza, jamás sería por eso, pero algún día el rosario será ineficaz, así como la sal, el agua bendita y los crucifijos que ahora no tenían mayor efecto. Un poco de ayuda de su señor vendría bien.

Pero, tampoco sabía si acaso algo así como una ayuda de su señor vendría, aún recuerda cómo Viken fue tratado de la peor forma y haber muerto porque su creador no escuchó las plegarias de ninguno de los dos.

¿Acaso estaba molesto porque no estaba llevando toda su vida devota a cuidar de los niños y conoció a alguien más?

Su señor no era rencoroso, su señor es…

—Tantos pensamientos en una cabeza que se supone no debería pensar.

Se volteó, viendo a Eugene con esa socarrona sonrisa en los labios, entonces se dio cuenta de que el tiempo ya se le estaba acabando, corrió hacia su estudio otra vez con Avys en sus brazos, pero antes de que pudiera abrir la puerta, la mano de Eugene estaba estampada en la puerta, haciendo que Taho estuviera peligrosamente acorralado.

Se volteó para encarar al demonio, su cuerpo era débil pero no podía rendirse, su agarre era firme en el bebé, el cual estaba tratando de mirar a Eugene.

—Hey, calma —La sonrisa de Eugene no se borraba, el ángel tenía miedo pero no podía flaquear.

—Me pregunto si acaso sabes quién es el niño que llevas en tus brazos, más allá de que corre riesgo, no porque lo tienes tú, un ángel caído que falló a su creador. Sino que yo no soy el único que está en busca de ese mocoso.

Taho guardó silencio, no sabía quién sería ese bebé en el futuro, o de quienes provino. Eso no le importaba, porque nunca vio el fruto de su trabajo, nunca vio lo grande que fueron esos niños para la historia, no sabe si fueron hombres ricos o reyes, él solo ascendía para ya no interferir, al menos hasta que fracasó.

— ¿Nunca supiste a quiénes estás criando? —Eugene soltó una carcajada, luego miró cómo Avys se quedaba dormido —Al menos Maria sabía desde el principio que su hijo era un semidiós. ¿Tú, qué se supone que estás criando?

Taho mantuvo silencio, y recordó que tenía el único arma a su favor.

—No me interesa saberlo —contestó Taho, mientras retiraba el crucifijo en el cuello de Avys, luego lo sujetó con su mano y lo acercó al rostro de Eugene, haciendo que su sonrisa se desvaneciera —. Y tú tampoco eres infalible, no sé por qué lo ves como algo tan fácil.

Entonces el demonio alzó una ceja, luego sonrió y tocó el crucifijo, pero tuvo que soltarlo y retrocedió con dolor, viendo las quemaduras en sus brazos que había provocado el tocar el crucifijo.

Taho vio las quemaduras, y su mente le trajo el recuerdo de sus manos quemadas y ardiendo por el fuego impuro que tocó por tratar de salvar al pequeño Soule.

—Al igual que yo, tienes debilidades, no sé por qué crees que eres mejor que yo. Yo soy un ángel caído, alguien que perdió porque la humanidad me distrajo, tú eres inútil con un poco de plata y calaíta en forma de cruz.

El demonio miró lo impoluto que lucía el crucifijo, luego las manos suaves, blancas y con subtono rosadas que alguna vez se quemaron, igual que las suyas ahora.

—Tú y yo somos igual de débiles. Todo nos puede hacer perder  —fue lo que dijo el ángel antes de abrir la puerta al estudio y adentrarse en él, dejando a Eugene en el mismo lugar, en soledad y sin una sola palabra más proveniente de él.

Taho suspiró, luego revisó que todo estuviera bien con Avys, tranquilo de alguna manera en que el niño volviera a llorar, eso indicaba que Eugene se había ido otra vez, y que por el momento estaban fuera de peligro.

Volvió a colocarle el crucifijo y lo dejó en la cuna para que pudiera dormir tranquilo, Taho no estaba muy aliviado. Jamás creyó pensarlo así, pero Eugene cada día parecía encontrar una manera de hacerlo sentir inseguro y lo hiciera tomar un rumbo cada vez más protector en torno al niño. También ño hizo plantar la semilla de la curiosidad, lo hizo hacerse esa pregunta.

¿A quién estaba cuidando, quién es este niño que Dios tuvo que dejarlo en sus brazos para desviar la atención de tantos demonios y que solo Eugene se haya dado cuenta?

Tenía miedo, miedo por fallarle a Avys.

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