O1
—Has fallado, hijo mío. Tu castigo es ser desterrado y convivir con el mundo humano.
Los ojos de Taho se abrieron de par en par cuando el suelo debajo de sus pies se agrieta y cayó. Su piel estaba sudada y su respiración era errática.
Suspiró cuando se dio cuenta que estaba en la cama, sólo fue un mal recuerdo de su cabeza.
Llevaba décadas así, e incluso había desarrollado unas técnicas para dormir y no ver esos recuerdos en su cabeza, pero más que un mal sueño, parecía un llamado.
Se levantó y revisó la hora del reloj, eran las 3:33 am.
Muchos humanos temían por despertar a esa hora por lo que "significaba". La supuesta hora del demonio, en realidad se trataba de la hora en la que Jesús subía al monte para rezar.
Y para él, es un llamado.
Se volteó para salir del cuarto e ir por un vaso de agua, pero en lugar de eso encontró a un chico con un bulto no tan pequeño, ambos tenían telas blancas cubriendo sus cuerpos y al menos al bulto, la manta no le dejaba ver qué era.
La mirada vacía pero no triste del chico le hizo saber que era un ángel, pero su falta de alas le dio a entender que era un ángel mensajero.
¿Qué hacía un ser así ahí?
—Taho, ahora hay un chance de que vuelvas al Reino de los Cielos —una voz serena y melódica como la suya, pero a su vez energética. Esa era la voz de quien fue su compañero en una de sus tantas vidas.
No sabía que alguien como Viken se terminaría convirtiendo en un ángel mensajero. Cuando lo conoció era un amigable humano, apasionado por los colores y curioso por el descubrimiento que hacía día a día.
Los ojos vacíos en el joven ángel de cabellos oscuros eran un arma que no pudo repeler, no cuando los vio antes con gran brillo y llenos de alegría. Llenos de amor.
Dios sabe todo, y tenía la certeza de que por eso encomendó el mensaje con un ángel mensajero como Viken.
—Si cumples esta misión con éxito, vas a poder ascender al Reino de los Cielos y recuperar tus alas. Pronto dejarás de ser un ángel caído.
Taho frunció el ceño, había algo más.
—Pero si fracasas, serás encerrado en el Infierno por el resto de la eternidad.
— ¿Qué es lo que solicita nuestro Señor? —preguntó Taho, pero en esos momentos la ventana de su cuarto se abrió y dejó entrar una fuerte brisa, la cual impactó en su cuerpo y en las mantas que envolvían el bulto.
Se volteó rápidamente en clara confusión, esa confusión se volvió tensión cuando vio a un ser que había sido fácil de detectar por su experiencia.
《Un demonio.》
—Muy bien Viken, déjate de tonterías y dile la verdad —habló Eugene con claro enojo, sus ojos echaban chispas incluso.
Taho se volteó a Viken, quien parecía inmutarse ante la presencia de Eugene.
—Dámelo —ordenó el demonio —Es mío.
Eugene chasqueó los dedos, haciendo que las mantas cayeran de los brazos de Viken, dejando ver finalmente a un bebé.
— ¿Pero qué...? —Taho no tuvo tiempo para pensar, no entendía la situación, pero si Dios y Viken estaban protegiendo a ese bebé entonces le tocaba hacer lo mismo. Había sido creado para eso.
Tomó con fuerza el brazo del demonio para impedir que se siguiera acercando al ángel y al bebé, arrugado el fino traje y con ello, aumentando la ira de Eugene.
Fue entonces que forzó al demonio a mirarlo con desafío.
— ¿Y tú qué? —escupió el demonio con disgusto.
—Eugene, es un demonio adorado por muchas de las sectas actuales. Como ofrenda le entregan la vida de los niños —Taho no quitó su mirada del oscuro ser.
—Así es, y la vida de ese mocoso me pertenece ahora, dámelo —ordenó nuevamente, pero el ángel se mantuvo en su lugar.
—Tu misión es cuidar de este niño, como el arcángel que una vez fuiste, Taho.
Eugene comenzó a reír ante el mensaje de Viken y ¿oh? Sintió ira.
Si bien era el mensaje, tal vez no se expectaba que Eugene apareciera para reclamar su ofrenda, y se estaba enojando porque ahora el oscuro ser sabía que era un ángel caído, lo cual hería su orgullo. a su vez quería saber por qué ese niño era tan importante para los dos bandos.
Sentir o pensar no era algo que podría hacer volviendo al Reino de los Cielos, pero no iba a extrañar esa voz en su cabeza de todas formas. Le decía cosas extrañas.
Como sea, debía dejar sus pensamientos de lado y deshacerse de Eugene. Lo soltó y lo empujó con fuerza, al punto de hacerle perder el equilibrio y caer por la misma ventana que entró, finalmente la habitación quedó en silencio.
—Avys —Taho se volteó de nuevo a Viken, y este le dejó al bebé en sus brazos —Ese es su nombre.
Taho miró al pequeño, lucía sereno cuando estaba dormido, y aparentemente tenía el sueño pesado. En ningún momento lo escuchó quejarse o despertarse a pesar de todo el alboroto.
—Si Eugene vuelve a atacar... —Viken se agachó y buscó entre las mantas que tiró el demonio, encontrando un rosario. Este era distinto a los que vió a lo largo de todo el mundo; parecía hecho de plata y calaíta.
Según el libro sobre piedras y minerales que leyó hace algún tiempo, la calaíta sirvió por mucho tiempo como amuleto de protección y buena suerte, al igual que el cuarzo y la amatista.
Taho tenía suficiente conocimiento sobre el mundo humano, seguramente por eso le confiaron a ese pequeño.
Aún cuando había fracasado como un guardián.
Viken colocó el rosario sobre el bebé, en un punto estratégico de su diminuto cuerpo para impedir que el rosario se cayera.
—Debes cuidarlo hasta que comience su misión, luego de ese tiempo será libre del ser impuro que lo persigue.
—Cumpliré el mandato te Dios—aceptó Taho, sin dejar de mirar al pequeño Avys.
Cuando Viken se desvaneció, una segunda ráfaga inundó el cuarto, con la diferencia de que no era pesada, sino que ligera y cálida.
Taho tenía los días contados en este mundo terrenal, al fin podría redimirse y ascender a donde pertenecía.
Sólo debía mantener a ese pequeño lejos de Eugene y en un buen estado de salud, luego de eso todo estaría bien. Ya había lidiado con demonios, todos igual o más incompetentes que Eugene.
Según él, sería pan comido.
Eugene no volvió en él resto de la noche, sin embargo no pudo conciliar el sueño en el resto de la noche por ese pequeño.
Digamos que no dejó de llorar una vez que Viken se fue, pensó en que la presencia del ángel lo mantuvo en calma y por eso no despertó antes.
Y cuando finalmente el niño se durmió, la alarma del reloj se encendió.
Presionó el botón para apagarla y miró por la ventana unos segundos, pensando en si de verdad Eugene podría aparecer de nuevo. Tampoco quería descubrir cómo o tener la guardia baja.
Suspiró y acomodó el rosario en el cuerpo del bebé, de una manera en la que no fuera incómodo ni sea fácil de quitar por cualquiera.
Se levantó de la cama e hizo unos pequeños estiramientos, tratando de mantenerse despierto. Debía comenzar a preparar las cosas y adaptar su morada al pequeño, era obvio que lo tendría en un largo tiempo, y lo mínimo que podía hacer era tenerle un espacio propio.
A diferencia de otros ángeles guardianes, Taho estaba hecho para cuidar en específico a niños huérfanos, lo que implica estar ahí con ellos, y una vez empezara el rumbo de su protegido o protegida, ascendía a su verdadero hogar y esperaba con calma a que se le asignara cuidar de otro infante.
No recordaba muy bien a todos los niños, en los tiempos que fue creado el ser humano estaba comenzando con la construcción de la torre de babel y ahora estaban recogiendo los escombros de las torres gemelas.
En tiempos como aquel se le podía considerar un hogar temporal o tutor legal, no entendía el gusto de poner etiquetas a ese tipo de cosas, de todas formas los niños luego se olvidaban de él una vez ascendía, como si ellos nunca lo hubieran visto.
Cuando cayó del cielo, aquello lo lastimó.
No sólo perdió sus alas por un error, si no que también le tocó ver a tantos niños desamparados que tal vez pudo haber cuidado, por mucho tiempo tuvo que soportar las consecuencias de sus actos, entre ellas el ver cómo el ser humano no respetaba a su propia descendencia.
Cuando el mundo comenzó a buscar gente que se especialice en ciertas cosas, decidió estar cerca de los niños con diversas cosas.
Fue maestro de primaria, luego se convirtió en un reservado enfermero donde cuidó de bebés recién nacidos y poco antes de la llegada de Avys, estaba comenzando a buscar ofertas como niñero.
Recorrió el mundo para hacer cumplir aquella misión, la cual fue motivo de su creación, pero no era lo suficiente para considerarlo una verdadera encomienda del Señor.
No era nada a comparación de su labor real, que es estar ahí todo el tiempo, pero si algo podía hacer por sus propios medios era eso.
No sabía qué tan importante podía ser Avys para el mundo, pero para Taho era el pase que lo dejaría volver a su hogar, y sólo debía esperar a que el bebé se hiciera niño.
Y esta vez, se juró por su Señor que no caería en tentación, por el bien del pequeño Avys.
Taho miraba al pequeño Soule jugar, atento a que no le pasara nada al dulce niño de dos años.
El ángel tuvo al pequeño desde hace ya dos años, no pasó muchos meses en su hogar antes de tener que bajar al mundo humano y recoger en sus brazos al pequeño.
El Imperio japonés había invadido la península Coreana, y si bien no tenía idea de lo importante que era, el adorable Soule le fue encomendado para ser cuidado.
No sabía si era porque iba a ser sacrificado a un terrible demonio, o si era por lo de la invasión, pero esta vez recibió indicaciones explícitas de jamás dejarlo solo ni sin desatender.
Por muy ridículo que suene, Taho siempre tenía un ojo encima del niño, y también dormía con él en la misma cama. Todo con tal de prevenir que estuviera en soledad.
— ¡Hola bebé! —Taho se exaltó al ver a un hombre acercarse al niño y de inmediato tomó a Soule en brazos, a la defensiva por la repentina presencia del humano —Oh, lo siento ¿es tu hijo?
El joven sonrió, y parecía que le daba la apariencia de un oso bebé, sus facciones eran finas, poco comunes para los hombres de aquella época.
—Soy... Su cuidador —El chico rápidamente frunció el ceño lleno de confusión, formando una tierna mueca con sus labios.
Así como las facciones del joven eran inusuales, también lo era que un hombre joven y aparentemente soltero estuviera cuidando de un niño sin padres.
—Oh, ya veo —el joven volvió a sonreír y le extendió la mano al ángel —Me llamo Viken, soy pintor —Taho miró la mano del chico y Soule se removió un poco en sus brazos, el pequeño parecía algo incómodo.
—Me llamo Taho —Viken acentuó su sonrisa, mientras Taho correspondía y estrecharon sus manos.
Taho en esos momentos conoció a un gran amigo y compañero, en muchas de sus misiones había sido un ángel centrado en su trabajo. Únicamente teniendo al niño como su compañero y tal vez uno que otro animalito para apaciguar la espera, más nunca convivió con otro ser humano.
—Así que, Taho —Viken rió un poquito ante su manera de referirse al ángel — ¿Quién es tu tierno protegido?
Taho examinó de pies a cabeza el aura de Viken, y más allá de recordarle a la cálida luz del sol o a la fragancia que emanaban los frondosos bosques, no encontró ninguna pizca de ser una persona poseída.
— ¿Él? Es Soule —el pequeño soltó algunos balbuceos y movió las figuras de madera que con esfuerzo Taho talló para él.
—Ow~ —Soule se dejó acariciar por Viken, al mismo tiempo relajó la postura de Taho, ya que incluso el bebé estaba tranquilo con la presencia del joven de cabellos oscuros.
—Veo que le agradas —comentó Taho al ver como Soule comenzaba a reír con las cosas que Viken le hacía.
El ángel consideró que el joven lucía tierno y carismático, como un rayito de sol.
Ese rato lo pasaron bien entre ellos tres, más el sol se estaba comenzando a esconder y era el momento de retornar a sus casas.
Viken le indicó que se vieran nuevamente al día siguiente en el mismo lugar. Según él se quedó encantado con el pequeño y quería jugar con él un rato.
Taho no sabía de lo profundo que estaba metiendo la pata en esos momentos, porque cuando le dijo que sí, cometió su error garrafal en aquella misión.
Aquel oscuro ser que buscaba arrebatarle la vida a su protegido, había encontrado la bomba perfecta para ganarle y sólo necesitaba esperar al momento perfecto para dejarla explotar.
Porque Taho, el ángel guardián de Soule, comenzó a convivir con un humano, y es una cosa que para nada estaba permitida.
Había encontrado las mañas de Avys al cabo de unos días, por lo que ya tenía una rutina y métodos para evitar que el niño se sintiera incómodo con el rosario puesto en él.
Pero se sentía tenso, Eugene estaba observando muy seguido en las noches, y temía que esperara a que el pequeño se removiera para atacar. Ya no recuerda bien si durmió la noche anterior.
Tal vez no sería tanto su miedo si no fuera por la sensación de ya haber vivido eso con alguien y de manera tenebrosa, sabía dónde se escondía Eugene.
Todas las noches se escondía en la sombra de los muebles largos, porque sabe perfectamente que Taho se mantenía despierto, ambos esperando la señal para que estalle el campo naval.
De verdad que Taho quería saber todo, quería saber cual era la importancia de Avys como para ver su sueño perturbado cada noche por aquellas orbes intensas como los zafiros que estaban fijas en el bebé.
Quería saber de quién fue hijo, o de quien lo será, porque no hay otra manera que un demonio que recibe vidas casi a diario se vea tan interesado en una sola alma. No es un comportamiento común en un demonio.
— ¿Sabes que aún siendo un ángel, puedo saber lo que piensas? —la voz de Eugene intervino en sus oídos, y Taho lo miró con esos ojos oscuros y vacíos, inmutado ante la prepotencia del demonio.
—Sí, y es porque no cuento con el poder para mantenerte lejos de mis pensamientos. Y porque un ángel normal no necesita pensar.
Dios los hizo para servir, no para cuestionarlo, un gran ejemplo era Lucifer. Quien, curioso y envidioso inició una rebelión y ante su terrible actuar fue terminó desterrado.
—Sé que quieres saber, pero yo no quiero que sepas el porqué —Taho se levantó de la cama, yendo hacia el gran closet, donde en la sombra se escondía Eugene.
—Si el Señor no quiere que sepa, entonces nunca lo sabré —respondió mientras sacaba un abrigo del mueble, y Eugene hizo una mueca, porque la cabeza del ángel emitía las mismas palabras.
—Pero sigues teniendo curiosidad, como Lucy.
Taho suspiró mientras se acomodaba el abrigo, para luego volver al lado de Avys y acariciar su bonito cabello, apenas notable.
—Incluso si tengo curiosidad, no lo sabré, y eso es algo que no se puede discutir.
— ¿Al igual que tu amistad con los humanos? —Avys se removió y el ángel frunció el ceño —Ya sabes, esos chicos... ¿Zeha, Dogeon? Y sus esposas, creo que no son muy aceptadas tus relaciones por tu Señor.
Taho no podía mentir, pero sí guardar silencio.
—Tal vez, pero no creo que sea necesario mantener una relación con ellos ahora que tengo a Avys entre mis brazos —Miró directamente al punto donde se encontraba Eugene, como si lo mirara a los ojos, confundido.
¿Qué hacía hablándole? Suspiró sonoramente y negó con la cabeza, acabando con la conversación en ese momento.
— ¿Oh? ¿Eso es todo? —Eugene hizo una mueca, no logró hipnotizar al ángel con la charla.
Taho sólo respondió las preguntas y obedeció a seguir una conversación, más si él no lo hace, hubiera sido una noche completamente aburrida. Porque el ángel era capaz de estar callado por días.
Aunque bueno, en realidad puede estarlo por años.
Aquello le gustaba, si lograba exprimir lo suficiente podría hacer que sacara el rosario del niño. Y tal vez darle una buena acogida al misterioso ángel.
Sólo necesitaba un poco de tiempo, y haría que explotara una bomba, se llevaría a ese niño y a Taho consigo.
Para desgracia del ángel, Eugene cada noche quería más, y ahora lo quería a él.
¿Cómo sería tener un ángel como Taho entre sus garras? ¿Será que puede meterse entre sus piernas? ¿Qué tanto puede divertirse con un ángel caído?
Aquellas preguntas se llenaron dentro la cabeza del demonio, y no iba a dejarlas sin responder.
Noches más tarde, dejó de pasearse por el cuarto de Taho, pero las noches de sueño parecieron irse para siempre.
Avys comenzó a llorar desde que se ponía el sol hasta que volvía a amanecer, como si algo estuviera molestando.
Pensó que podrían ser los dientes, pero era muy improbable por lo joven que era el bebé, no pasaba de los cuatro meses y estaba preocupado.
Lo llevó al hospital, y los médicos le indicaron que no era nada de salud y que tal vez sólo estaba algo caprichoso.
Aterrado ante la idea de que Eugene le hubiera hecho algo, decidió revisarlo por su cuenta.
Pero no había nada.
El ángel ya no sabía qué pensar, qué hacer hasta que el demonio se hizo presente una noche más.
— ¿Tu mocosito sigue llorando?
Taho se quedó en silencio, podía sentir la sonrisa en el rostro del demonio, porque Avys no estaba llorando, estaba dormido como si nada.
— ¿Qué le hiciste?
—Si tu Dios quiere que lo sepas, lo sabrás.
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