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★2. Estrellas en la lejanía

Por varios segundos el mundo se detiene.

No quieres contestar.

No quieres enfrentar esto por teléfono.

No quieres estar solo.

No quieres arruinar la vida de John.

No quieres olvidar, ni siquiera este momento.

—Elliot, ¿estás allí? ¿Me escuchas?

—Sí, sí. Te escucho —respondes al final, los silencios no pueden durar para siempre—. ¿Cómo estás?

—Ay, qué bueno. Pensé que la señal se había ido donde no contestabas. Estoy bien, ¿tú? Sé que es tarde, pero hace nada llegué a la cabaña.

—¿Recién?

—¡Sí! Nos tocó recorrer un montón y ya sabes lo terrible que es trabajar con gente joven. Tienen una energía espantosa. Yo solo quería bajar del bus, acabar con las reuniones y descansar, pero el grupo quiso seguir turisteando. De hecho, en un rato más quieren volver a salir, ¿lo puedes creer? Quieren que los acompañe a una feria artesanal...

Sientes una punzada amarga con el tono alegre de John. ¿Envidia de su felicidad inocente? ¿De su ignorancia? Puede ser. Pero tragas todas esas emociones y te centras en él, en sus quejas mundanas del grupo de trabajo con el que está ahora.

Es más fácil dejar que John lleve la conversación. Como un pequeño refugio dentro de la tormenta y todo se reduce a dejarse arrullar por sus aventuras y su voz grave, ligeramente rasposa. John lleva más de quince años siendo freelancer, aunque los últimos cinco ha logrado encontrar cierta estabilidad como redactor o editor dentro del MINEDUC.

Ahora está trabajando en conjunto con investigadores y diversos profesionales para redactar las unidades de un libro ministerial que se usará en los colegios el siguiente año. No recuerdas la materia, pero desde que le dieron el trabajo, John ha estado feliz por la estabilidad.

En general su trabajo está detrás de un escritorio de madera feísimo y un computador que podría perfectamente estar en un museo, pero el equipo de trabajo logró ganar los fondos concursables del Fondo de Cultura 2015 y gracias a eso pudieron permitir financiar una investigación fuera de Santiago y viajar por varias zonas del país.

Es una fortuna en varias formas, piensas. Aunque a ambos les encanta viajar, las oportunidades no fueron demasiadas a lo largo de la vida. Y ver qué John puede cumplir algunos sueños aún a sus ochenta años, es un soplo de vitalidad increíble.

Te encantaría estar a su lado, cada uno haciendo sus cosas, pero deteniéndose a observar un paisaje precioso a través de la ventana mientras toman té y mate. Si todo va bien, en un par de meses podrían viajar a algún sitio bonito; tienes los ahorros suficientes para ese lujo. John lleva años diciendo lo mucho que le encantaría conocer Punta Arenas y ver a los pingüinos...

«¿Cómo voy a arruinar su felicidad?» piensas con amargura, un nudo en la garganta ante la incertidumbre que no quieres que te domine.

Es inevitable contener los miedos y la vida no sucede en dos planos a la vez. Mientras comienzas a sumergirte, no estás seguro de lo que respondes. Es como colocar un alto y hacer saltar todas tus alarmas cuando la voz de John deja de pintar paisajes para aterrizar en su realidad.

—Nunca dejo de hablar de mí, ¿no? Ya es mucho. Cuéntame de ti, mejor, ¿cómo te fue en el médico?

—Oh, sí. Um...

—¿Qué tal anda la maquinaría?

Hay dos caminos. Dos decisiones.

Tu corazón se siente como un vidrio roto en tu pecho. Cierras los ojos. Inhalas. Exhalas.

—Nada importante pasó. Me fue bien.

La garganta te arde de vergüenza y de miedo. Te relames los labios.

—Me fue bien —repites, la lengua áspera mientras finges una sonrisa. Filtras un tono alegre en tus palabras—. El médico dijo que tenía que cuidarme de las caídas, tomar los medicamentos de siempre e ir en dos meses más para un control rutinario. Nada de lo que preocuparse. Perdí la plata no más, como siempre.

Quieres creer que la mentira te sabe amarga. No sabe a nada más que falsedad; pero te convences que no es necesario preocupar a tu familia, que todo estará bien. Que va a mejorar y que la clave de todo esto es el tiempo.

Siempre se necesita más, ¿no? Uno de nuestros más grandes enemigos. Uno de los pocos que no podemos destruir.

Hay mucho que quieres hacer. Mucho que quieres decir y vivir como para destruir todo con un diagnóstico. Es demasiado pronto.

Estás haciendo lo correcto, te dices con toda la seguridad que puedes reunir. Mentir en este momento es la salida indicada.

Con John tienes demasiados planes a futuro para echarlos a perder. Tienes mucho por hacer. Mucho por vivir.

—Me alegra que todo saliera bien —dice John, su voz suena sincera—. Me estaba preocupando un poco eso de que te olvidaran a veces algunas cosas. Ya sabes, por los antecedentes de tu abuelo. Pero esto me deja mucho más tranquilo.

—No digas tonterías. El médico me dijo que estoy bien, solo los problemas típicos de la edad y la falta de vitaminas. Estoy bien. No sé me olvida nada, así que no te pases rollo, ¿ya?

—Eso es bueno. Cuando llegue en un mes más, me va a tocar ir a mí.

—¿Y al final vas a ir a la feria? —preguntas para cambiar de tema. No quieres que el nerviosismo te gane y tengas un desliz—. ¿Queda muy lejos de dónde estás? No sé qué tan grande es Porvenir...

—No lo sé, nos tocó lluvia en el día así que estoy un poco cansado. Pero los chiquillos dicen que la feria no es tan grande y que hay varios puestos de comida. También los pillé allí diciendo que no debería ser fome y que hay que sacarme a vivir la vida. No queda tan lejos de acá, unos quince o veinte minutos a pie, parece.

—Hm. ¿Y sí vas un rato?

—Solo si quieres algo. ¿Te traigo un engañito?

—Sí. Algo para escribir, ¿puedes?

—Por ti, cualquier cosa, amor mío, cosita linda de mi vida.

No alcanzas a responder, de fondo se escuchan ruidos de burla ante la cursilería y saludos dirigidos a ti. Es infrecuente que se traten con tanto "cariño" por teléfono, pero siempre que hay personas cerca, John lanza comentarios melosos porque le gusta ver las reacciones del resto.

El grupo con el que está ahora ha sido uno relativamente frecuente en su trabajo. Dos o tres veces han estado reunidos y algunos te conocen. Es una sensación agradable ser reconocido y recibir "burlas" con afecto. En otro tiempo te hubiese sonrojado, ahora solo te hace feliz.

Al final logras convencerlo de ir. Uno de los chicos del grupo te promete a gritos que si John se cansa, lo traerán a casa y qué comprarán cosas bonitas para traer de recuerdos. Se despiden sin mucha parsimonia y cuando cuelgas, el silencio cae pesado sobre ti.

Lo que acabas de hacer no está bien. Mentir nunca, pero nunca es bueno. Pero aún no estás listo. Nunca estarás listo y hoy está todo demasiado fresco como para enfrentarlo. Esta era la única opción que tenías. La mejor de entre todas las posibles.

«Necesito más tiempo» piensas, con desesperación.

★★★

Hay un antes y un después de la mentira.

Aunque sabes que la enfermedad no es inmediata, no puedes evitar reírte al ser incapaz de no recordar a cada momento lo que decía tu madre: se pilla más rápido a un mentiroso que a un ladrón.

Tienes la teoría que no es tanto la mentira en sí misma, más bien lo que implica mentir como acción, porque al decidir mentirle a John, te ves en la obligación de mentirle a todos los demás y algo que es un pequeño escape, se va convirtiendo en una carrera que no puedes ganar: porque mantener el hilo de lo que dices a todos es difícil. Y no te puedes dar el lujo de fallar.

—Por ahora ha sido fácil —murmuras—. Solo es John y mi hermano que me llamó el otro día. ¿Pero después? ¿Cómo voy a mantener el hilo en mis trabajos? ¿Con mis compañeros?

Por algunos segundos te permites visualizar la imagen. El fondo del Planetario, las oficinas de personal con los rostros de las personas que se han ido convirtiendo en algo parecido a una familia. Las visitas escolares, los estudiantes de astronomía que a veces van en búsqueda de conocimiento extra. La oficina que compartes con gente más joven y que han decorado con stickers luminosos, maquetas viejas y sueños nuevos. Todo envuelto en la noticia de tu enfermedad. En la posibilidad de que lo que tanto amas, desaparezca.

Y también en la universidad. Comparado a años anteriores ahora tu carga académica es una burla, pero sigue siendo importante en tu corazón de profesor y en tu bolsillo ¿Quién va a dar las clases? Eres el único capacitado, el único que quiere seguir intentando en una carrera que cada vez busca más salidas al exterior.

No quieres pensar en la futura pérdida de confianza. Ni en las acciones que todo esto desencadenará. A lo largo de las dos semanas después de la visita que decidiste enmarcar dentro de un control rutinario con tu geriatra, lograste mantener el control de la situación. Nada más que algún accidente bobo olvidando las llaves o mirar al vacío sintiéndose desconectado de la realidad por algunos segundos; nada que no pueda ser achacado a la vejez y a tu siempre eterna despistada memoria.

Suspiras. El mundo está sumergido en una niebla gris que sabes, nada tiene que ver con las bajas temperaturas de Santiago. Es una sensación extraña, como perder de vista el foco de las cosas sin tener la intención de hacerlo.

Aunque esté sucediendo pocas veces, es desconcertante. Es como si el mundo se pusiera en pausa por un momento. O como si las ideas se escaparan entre tus dedos.

Es frustrante, piensas, pero controlable. La mentira que creaste depende de ello.

★★★

El eco del celular retumba por todo el departamento hasta que la llamada se va al buzón por no ser atendida. Tras un par de segundos, la canción de Penélope vuelve a sonar.

Nadie atiende.

¿Dónde estás, Elliot? ¿Por qué no quieres contestar?

¿O acaso no puedes?

Penélope sigue sonando, esperando. Repitiendo su llamado.

—Qué raro —murmuras, das vuelva a la página del diario qué estás leyendo—. Radio Imagina volvió a obsesionarse con tocar Penélope, la han repetido sin parar este rato. Me gusta.

Es un lapsus.

Dicen en el pueblo que un caminante paró su reloj una tarde de primavera —canturreas el pedacito que no alcanzas a escuchar pero que te sabes de memoria, la voz ligeramente ronca y seca—. Amo esta canción, creo que la colocaré de tono de llamada para cuando me llame John.

Es un lapsus.

★★★

«John no me ha llamado» piensas con un poco de molestia. Han pasado algunos días desde su última llamada, cuando te confirmó que consiguió un engañito precioso para ti.

Te había dicho que con el grupo viajarían a una zona más rural, también, a lo mejor la señal se pierde en el interior. Es difícil de saber.

Suspiras y tomas el celular. Es una agradable versión senior, con las teclas y la pantalla más grande. Tu sobrina dijo que estaba hecha para el adulto mayor que no quería quedarse atrás en el avance de la tecnología.

Tú no entiendes mucho del tema. Julieta te intentó explicar varias veces funciones y las diferentes aplicaciones que podrías utilizar en la vida diaria o en el trabajo.; pero solo logró enseñarte a usar WhatsApp y la cámara. Ella, tras ver qué sería imposible enseñarte a usar el navegador, desistió de hacer más y tuvo la amabilidad de personalizar tonos de llamada para John, tu hermano, ella y tus jefes.

A todas las personas les dijiste lo mismo. Todo está bien y el tiempo en estos casos siempre juega a nuestro favor, la rutina provoca olvido, deshace lo que para el resto no es importante.

Y es mejor así, por ahora tienes el tiempo de planificar lo que quieres hacer.

—Debería hacer una lista —dices para ti mismo—. Para que no se me olvide. Quiero que viajemos, que aprovechemos los ahorros y reunir un poco más de dinero para disfrutar sin problemas. Quiero comprarle libros y la tablet esa que quiere para sus dibujos. Quiero proponerle...

Quieres tanto. Tanto.

—No quiero perder todo —murmuras y parpadeas con furia las lágrimas que quieren brotar sin tu permiso—. No quiero perder mi vida. No quiero perder a John.

No quieres perder el universo que te ha costado tanto sacrificio y esfuerzo construir.

El mundo transcurre inexorable mientras planeas una y otra vez lo que harás a partir de ahora. Tienes un plan fijo: apretarse el cinturón y reunir la mayor cantidad de dinero posible para poder realizar todas las cosas que quieres junto a John y tu familia. Para esto no puedes renunciar a ninguno de tus trabajos y habrá que resistir en ellos lo más posible, seguir siendo necesario en sitios que hace años deberías haber dejado.

Después, cuando nada sea sostenible, confesar.

Luego ya verás, ya llegará el momento de lidiar con las consecuencias de toda esta mentira.

Miras el techo y dejas que la tarde transcurra en calma bajo tus huesos.

—¿Cómo era esto de desbloquear el celular? —murmuras para ti. Hablar solo es una costumbre. Tomas el aparato y lo miras varios minutos en silencio—. Ah, sí, pasar el dedo por la pantalla de abajo hacia arriba, a ver...

No entiendes mucho de tecnología, la vida era mucho mejor sin teléfonos inteligentes, estás seguro. Pero la inevitabilidad del crecimiento humano y la necesidad de seguir trabajando te empujaron a estar lo más cerca posible de la actualidad. ¿Cuánto llevas con este teléfono? ¿Un año? ¿Dos? Aunque a veces pareciera que fueran muchos más.

Tienes a John de fondo de pantalla. Tus dedos arrugados titubean unos segundos encontrando el ícono verde de las llamadas. Marcas tras dos intentos.

—¿Aló? ¿John?

—¿Elliot? ¿Estás bien? ¿Por qué no me contestabas?

—¿Qué?

—Llevo llamándote mucho rato, pensé que te había pasado algo.

—No lo podía encontrar —dices apenado, la vergüenza de la mentira y de no escuchar descienden por tu cuello—. Pensé que lo había dejado en la cocina, pero no, estaba en el arrimo del pasillo.

—Me había asustado. Es raro que no contestes. ¿Seguro que estás bien?

—Sí, sí, estoy bien. ¿Para qué me llamabas?

—Ah, sí, en realidad era para hablar contigo un rato, nada importante. Hoy volvimos de los fundos. No había nada, solo pasto, montes y ovejas. Muchas ovejas y vacas. Pero la gente fue un regalo caído del cielo. Todos estos días nos hicieron un desayuno rico, con pan amasado y chicharrones y quesito de campo.

—A estas investigaciones tú vas a puro comer...

—A alimentarme del conocimiento, querrás decir. —Se ríe con fuerza, puedes imaginar su rostro sonrojado, la sonrisa tan grande que los hoyuelos se marcan en sus mejillas—. Que nos atiendan bien siempre es una coincidencia agradable. Que ahora tengamos fondos para darnos ciertos lujos es maravilloso.

—Me gustaría ir —dices con un gesto soñador. Todo se escucha tan bello, tan idílico—. Suena como sitios preciosos. Me imagino que con todo lo que aprendiste me podrías dar un buen tour.

—Podríamos venir el otro año —responde John con suavidad. Es fácil sentir la sonrisa en sus labios—. Ahora conozco muchos sitios bonitos a dónde llevarte. Cómo cuándo éramos jóvenes, ¿te acuerdas?

«¿Cómo olvidar algo así?» piensas, sonríes también, la calidez del pasado te envuelve. La magia de ser joven y sacar energías de cualquier parte para hacer y deshacer. Los viajes que hicieron siempre fueron cortos y simples; a la playa, a algún campo, lugares donde esconderse era sencillo.

—Ahora todo es más fácil, Elliot —dice John, leyendo tus pensamientos—. Podríamos venir aquí y caminar tomados de la mano sin miedo.

—Sería maravilloso.

—Acá, hasta dónde vi, no les importa mucho. En la feria del otro día vi algunas parejas.

—¿Sí?

—Sí. Los envidio.

Los envidias también. A veces es asombroso lo rápido que avanza el tiempo. Eso es bueno. Algunas noches a ti todavía te avergüenza besar a John en la mejilla, estando solos.

—¿Qué me dices? —pregunta John tras unos segundos de reflexivo silencio—. ¿Te tinca organizar algo para el otro año? Podríamos tener un viaje de aniversario.

—Sí, sí, me encantaría.

—Es una promesa, entonces.

No te quieres explicar las repentinas ganas de llorar. Prefieres también tragarte tu propia mentira y pensar que todo estará bien; que en un año más caminarás junto al hombre que amas en medio de calles nevadas, con las mejillas rojas de amor, que podrán besarse bajo la luna y que mientras él te cuenta los secretos de los volcanes, tú le contarás los misterios de las estrellas.

Es una imagen preciosa. Divina.

Te limpias las lágrimas que logran escapar con el dorso de la mano. Es lo malo de la vejez, ¿no? Llorar es mucho más fácil. Las emociones siempre parecen estar a flor de piel. El corazón te late con fuerza, como si quisiera guardar esta emoción y este momento para siempre.

—¿John?

—¿Hm?

Te relames los labios. El corazón atorado en la garganta.

—Te quiero.

—¿Nuestro pequeño plan te puso nostálgico? —dice él, se ríe con suavidad—. Ridículo, también te quiero. Te lo diré al pie de un cerro, a todo pulmón.

—No seas tonto. ¿Para qué vas a hacer eso?

—Porque antes no podía hacerlo.

Lo quieres. Lo amas. Lo adoras. Harías cualquier cosa por este hombre, estás seguro.

Esa es la única verdad a la que te aferras. La única verdad que importa. 

Engañito: En este contexto significa traer un regalo pequeño como muestra de cariño. 

Gracias a DaliaWhishaw28 por decirme que en otros países significa engañar en el mal sentido. Ups. 

El tema principal de Falla es el olvido (más que el alzheimer), ese miedo humano a perder lo que somos y atesoramos con el corazón. A perdernos a nosotras mismas y no volver a encontrarnos. Olvidar es algo difícil de digerir, hasta de entender; creo que no hay nada más desolador en este mundo que desaparecer sin que nadie se dé cuenta de ello. O sin que nadie pueda estar a nuestro lado para ayudar a evitarlo. 

Muchas de ustedes escriben o leen para recordar. O para superar. O cambiar, debatir con ustedes mismas algo que les gusta, algo que odian o que quieren aprender. Juegan con el olvido, con recordar y con otras emociones. 

Siempre he creído que las palabras nos ayudan a recordar. Nos permite recordar desde la cosa más sencilla como un chiste, un meme, una canción; hasta cosas más grandes, como un amor, una risa, un ser amado. También creo que Wattpad nos ha ayudado a crear lazos a través de historias y al menos para mí, las personas que están detrás de la pantalla son mucho más importantes que las historias mismas. Ustedes nos hablan, nos dicen que están allí, nos recuerdan cuando terminan de leer. No nos dejan desaparecer. 

No dejen desaparecer a nadie. Recuerden sus palabras. Wattpad es mucho más que una plataforma para subir historias, nos permite conocernos, nos recuerda que no estamos solas. Nadie en este mundo lo está, aún si cuesta verlo o sentirlo algunas veces. Por más difícil que parezca algo, recuerden que siempre hay un mañana que será mejor. 

Y cuídense, su salud, sus espacios, sus vidas. Nunca sabemos si este será nuestro último día y por eso tenemos que apreciar las cosas que nos gustan. A mí me gusta el amarillo, y los girasoles, y el olor del pasto después de la lluvia. Me gusta ver reír a mi mamá y que mi hermano me mande fotografías de su gata cada vez que hace algo tonto. Me gusta el té y las golosinas. 

Me gusta pensar que tenemos muchos años por delante, que nada va a desaparecer de la noche a la mañana aunque la vida es impredecible. Aunque la vida tarde o temprano se acaba, pero eso no significa que sea el final. 

 ¿A ustedes? ¿Qué les gusta? ¿Qué les trae felicidad? 

Les quiero mucho, les atesoro mucho más. 

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