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Capítulo veintiuno

Natalie se encontraba en un rincón cuidando a su hermanito, quien se había quedado dormido en su regazo. Aún seguían en el taller de Alfredo y tras la "cálida bienvenida" se vieron obligados a compartir, o mejor dicho, a dar todas las latas y paquetes de comida que traían.

Sus padres, Alex y Margaret, se encontraban hablando con otras personas y no parecían muy contentos. En realidad, estaban desconcertados. ¿De qué estarán hablando?

Decidió dejar la cabeza de Lucas a un lado y se levantó despacio para no despertarlo. Estaba sumamente aburrida y le fastidiaban las oraciones del señor Alfredo. Si, debía respetar que otros sí tengan un Dios en quien creer, pero ya le estresaba que el señor repitiera la misma frase una y otra vez, además, se le habían unido algunas señoras, mismas que encendieron muchísimas velas y nada de eso contribuyó a hacer el ambiente menos sofocante. De echo, hacia mucho más calor.

—¿Por cuánto tiempo nos tenemos que quedar aquí? —se preguntó. Quería ir a donde sus padres y decirles que se fueran de allí, pero debido a las circunstancias, no estaría bien ponerse caprichosa. Quería mostrar que ya era muy madura, o al menos eso es lo que creía y lo que deseaba.

Por un momento, la mirada de ella y la de un chico, que era casi de su misma edad, se cruzaron. Aquel muchacho daba la impresión de que no era alguien en quien confiar, además, acababa de inhalar un polvo blanco por la nariz y sus ojos estaban enrojecidos.

Caminó por el taller. Todo le parecía inmensamente irrelevante.

—Niñita, ven y ora con nosotros. Dios nos escuchará —Alfredo la invitó a unirse al grupito de oración con una sonrisa que dejaba a la vista sus dientes amarillentos y torcidos.

—No, gracias. Y para su saber, ya no soy una niña y de seguro Dios no tiene tantos oídos para tanta gente.

Natalie esbozó una sonrisa, pero eso no le hizo gracia al anciano, quien nuevamente agachó la mirada y siguió recitando la misma oración.

Por un momento, le pareció oír un ruido proveniente de afuera. Pero no le prestó tanta atención.

—¡Cállate anciano! —exclamó el muchacho drogadicto, con el que hace un rato había compartido miradas. Se levantó y cuando lo hizo estuvo a punto de perder el equilibrio pero se sostuvo de una mesa metálica a su lado.

—¡Deja que recemos, niñato estúpido! —bramó una de las mujeres que estaba rezando. Ojalá Dios no la hubiese escuchado.

Escuchó como su padre la llamaba y se acercó rápidamente hacia él. Tenía el ceño fruncido y no parecía muy contento.

—Te dije que cuidaras a tu hermano, no que andarás por ahí haciendo quién sabe qué cosa.

—Lo siento —se disculpó pero no sonó muy convincente.

—Sé responsable, hija. No es momento de volverse una chica desobediente —intervino su madre y la tomó de la mano. Lucas se despertó y su padre lo sostuvo.

—¡Dios no existe idiotas! ¡No existe y ya está! ¡Me tiene harto con sus "Dios te salve María llena eres de puta gracias, que Dios esté contigo...! —vociferó el chico. Llegó a zancadas hacia Alfredo pero un hombre lo detuvo y lo empujó hacia atrás obligándolo a retroceder.

La situación se tornó tensa.

Jhon, en compañía de la mujer que quizás era su hermana se acercaron rápidamente hacia ellos y permanecieron apartados del lío que se estaba armando en ese momento.

—Está drogado, se ha vuelto loco —comentó Jhon.

—Los jóvenes de hoy en día y sus mañas. Miren esos ojos tan rojos, y ese rostro tan demacrado. Parece un zombie, de esos que salen en las películas —agregó la mujer con desaprobación.

El muchacho drogadicto golpeó al hombre, y este le devolvió el puñetazo acompañado de una patada en la entrepierna. Luego empujó otra vez al joven y lo hizo chocar contra la puerta metálica.

—¿Crees que puedes conmigo?

—Basta ya, chico. Eres muy joven y no quiero hacerte daño —le dijo el hombre tratando de conciliar la calma. El resto de personas se encontraban expectantes y el señor Alfredo simplemente oraba...  ¿En serio? ¿Ora mientras el resto se pelea?

El joven buscapleitos estaba furioso, pero de repente comenzó a reírse a carcajadas.

Natalie escuchó los susurros de algunos de los presentes en aquel taller:

—¿Y ahora qué pasa con ese muchachito? ¿Por qué se ríe?

—Lo vi drogarse. Por eso actúa así.

Y lo inesperado ocurrió. Aquel joven oprimió el botón que se encontraba en la pared, mismo que abría la puerta automática.

—¡No la abras! —gritó Alfredo. Ah, con que apenas decide intervenir.

La gente, incluida ella, entró en pánico. Su corazón se aceleró y sostuvo con fuerza la mano de su madre.

El anciano corrió hacia el botón, y al mismo tiempo, el muchacho se hizo en un rincón sin parar de reír.

Pero la puerta no se podía cerrar aún, en cuanto se oprimía el botón, la puerta debía subir por completo antes de volver a cerrarla.

La luz del sol poco a poco se fue filtrando bajo la puerta, que se iba abriendo provocando un chirrido realmente fastidioso.

—Papi...papi... ¿y si los animales entran? —preguntó Lucas formando un puchero. Alex reaccionó y se posicionó al frente, con su lanza lista. Jhon repitió su acción.

Cuando la puerta estuvo abierta, hubo un silencio inquietante. Solo se percibían las respiraciones aceleradas de cada uno.

Esperaron por unos breves segundos creyendo que algo aterrador iba a aparecer justo delante de ellos, pero no fue así.

—Ciérrala ahora —exigió Alex. El anciano tocó el botón tembloroso, y la puerta se cerró.

La oscuridad llenó el reducido espacio nuevamente. Sin embargo, no terminó la pelea.

Se escuchó un golpe.

Natalie volteó a mirar y vio al muchacho en el suelo. El hombre con el que anteriormente se había peleado estaba sobre él y no paraba de propinarle puñetazos en el rostro y en el pecho.

Natalie gritó. Su padre, junto con el señor Jhon intervinieron. Se armó una pelea dentro del lugar, y muchas mujeres locas contribuyeron lanzando herramientas de toda clase. Una de ellas impactó en la cabeza de Alex.

—¡No! ¡Basta! ¡Basta! —gritó Margaret y soltó las manos de sus hijos, se echó a correr hacia su esposo. Natalie empezó a llorar pero se vio obligada a tomar a su hermanito y protegerlo. Le cubrió los ojos y miró en dirección a la pelea. Todos se reñían entre sí, y su padre estaba arrodillado junto al joven verificándole el pulso mientras su madre intentaba llegar hacia él, pero el gentío no lo permitía.

—Ven, Lucas. Debemos salir de aquí —le dijo a su hermanito y lo cargó. El niño le pesaba.

—¿A donde?

—No iremos lejos. Solo ven.

Avanzó con el niño en brazos, esquivó milagrosamente un destornillador que casi impacta en su cabeza y siguió caminando, esta vez más rápido. Le preocupaba dejar a sus padres, pero al fin y al cabo eran adultos y podrían defenderse ¿verdad?

Llegó a la puerta trasera del taller y bajó al niño. Se escuchaban gritos e insultos pero se obligó a ignorarlos. También oyó cómo sus padres los llamaban, pero ella no obedeció. Estaba totalmente aturdida y lo único que tenía en mente era salir de ahí. Y así lo hizo.

Luego de quitar el sinnúmero de objetos que bloqueaban la puerta trasera, sujetó rápidamente la frágil manito de su hermano y lo jaló hacia afuera. Cerró la puerta y el sonido que hace unos instantes la tenía conmocionada se apagó.

Tomó aire y se tiró al suelo. Sentía los rayos de sol en su cuerpo y escuchaba el cantar de algunos pájaros cercanos. Temblaba y no paraba de llorar.

—Naty, hermanita. Volvamos con nuestros padres —la insistencia del niño no la dejaba calmarse.

—¡Basta! ¡Tienes que obedecerme! No podíamos quedarnos adentro.

El niño no obedeció y sacudió su hombro, ella reaccionó empujándolo y el niño cayó de culo contra el suelo.

Por suerte no se puso a llorar.

—No... lo siento, no debí de haberte empujado —se acercó y el niño dejó que lo abrazara. Estaban asustados y no había espacio para pelearse entre sí.

En su cabeza se repetía una y otra vez el sonido de la golpiza. Nunca antes había presenciado tanta violencia. Por lo general, cuando veía películas y se encontraba con una escena de enfrentamientos, su madre siempre los obligaba a cerrar los ojos, y en ese momento, hubiera deseado que su madre no les hubiera permitido observar la pelea en vivo y en directo. Pero la entendía, su madre es humana y por obvias razones también estaba asustada y no supo qué hacer.

—Pero estamos afuera, no creo que debamos estar aquí, hermanita. Los animales vendrán y...

—No son animales, Lucas —le interrumpió ella y suspiró —. Los animales son bonitos, esas cosas no lo son. Y si no hacemos ruido no vendrán, así que solo quédate en silencio. En cuanto las cosas allí dentro se calmen, entraremos y nos quedaremos con nuestros papás.

El niño asintió y esperaron allí minutos que parecían eternos.

Lucas se levantó y Natalie se quedó en el suelo. El niño se acercó a uno de los contenedores de basura que estaban allí.

—¿Eso es una muñeca grande? —preguntó el niño señalando con el dedo índice hacia una de las bolsas, que sobresalía del resto.

—¿Qué?

—Eso. Mira. Tiene forma de muñeca.

Natalie se levantó alarmada y al acercarse se percató de lo que era.

—Lucas, ve para atrás y cierra los ojos —le ordenó.

Claramente no era una muñeca. Al abrir la bolsa se encontró con el cadáver de una chica rubia, y tenía una herida de bala en la cabeza.

Natalie gritó y en ese instante apareció su padre con varios moretones en el rostro.

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