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Capítulo veintinueve

Jefferson no pudo dormir. Había conducido por largas horas, estaba agotado, y cuando al fin logró echarse en la cama, esos pensamientos tortuosos no lo dejaron descansar. Creyó que regresar a su antiguo hogar ya no le afectaba, pero sin duda estaba equivocado. En el primer instante que entró a la casa se sintió fatigado, triste, demasiado decepcionado de sí mismo y de lo que perdió.

Trató de obligarse a dormir, pero al no conseguirlo no le quedó más remedio que levantarse de la cama improvisada en la sala de su antigua casa y se dirigió con pasos torpes hacia la cocina. Tomó su móvil del bolsillo y usó la linterna para poder orientarse en medio de la oscuridad. Tuvo que pasar sobre el resto que dormitaba en el suelo, y cuando lo hizo llegó a la cocina. Abrió el refrigerador y sacó una lata de cerveza pero la devolvió al instante.

Sabía que lo que estaba a punto de hacer estaba mal. Significaría una recaída. Un error gravísimo que le costaría todos sus años de esfuerzo para apartarse de su adicción.

Jefferson tomó aire e ignorando los fuertes latidos de su corazón y los gritos en su cabeza que le pedían que no lo hiciera, decidió tomar dos botellas de alcohol en vez de una cerveza y luego se dirigió a las escaleras.

Subió lentamente al segundo piso. Sin darse cuenta se le llenaron los ojos de lágrimas. Caminó por el pasillo hasta el cuarto que se encontraba al final, y cuando abrió la puerta se sintió peor.

Le temblaron las piernas y comenzó a sollozar. Encendió la luz y vio el cuarto de su hija. Las paredes rosas estaban intactas, pero el resto de la habitación se encontraba vacía. No había rastro de sus pertenencias. Lo único que aún seguía allí eran las fotos de la niña pegadas en la pared.

—Mi dulce nena... —dijo en voz baja, las lágrimas le entraron por la boca. Despegó de la pared una de las fotos en donde estaba su hija disfrazada de hada, a su lado estaba él con un disfraz de elefante y su esposa —ex esposa— vestía de gato. Ese fue el último halloween que celebraron juntos, un halloween especial en donde salieron a pedir dulces y luego fueron a un centro comercial a comer helado y ver una película de terror.

Se sentó en el suelo y abrió la botella. La acercó temblorosamente a su labio.

El olor a alcohol penetró en sus fosas nasales, y eso le revolvió el estómago.

—No lo hagas.

Irrumpió una voz y la reconoció al instante. Vio a Marcus Ferriman de pie, apoyando su espalda en el marco de la puerta.

—¿Qué haces despierto? —preguntó Jefferson y frunció el ceño. Se limpió las lágrimas rápidamente.

—No puedo dormir. Te vi subir con esas botellas, y ya sabía lo que tenías en mente.

Marcus se notaba nervioso. Se acercó lentamente hacia Jefferson y se sentó en el suelo quedando frente a él.

—Comprendo que quizás quieras estar solo... ¿Quieres que me marche?

Jefferson prefería estar solo, llorar sin que nadie lo supiera y ahogar sus penas con el alcohol. Pero no podía. No quería fallar de nuevo y menos en una situación así.

—Quédate —le respondió finalmente y cambió de tema —. ¿Y tus gafas?

—Las perdí cuando escapábamos de la base. Es que soy muy torpe —Marcus soltó un risita y agachó la mirada —. A veces veo borroso. Pero estoy bien.

—¿Cómo sabías lo que estaba a punto de hacer? Me refiero a... a esto —Jefferson señaló las dos botellas de alcohol.

—Tuve un padre alcohólico. La casa estaba repleta de esa sustancia. Mi madre lo reprendió pero él no lo dejaba. Te sorprenderá que te diga esto pero, mi padre escondía alcohol en mi cuarto porque mi madre nunca entraba allí —explicó Marcus en voz baja.

Jefferson levantó las cejas sorprendido. Y a la vez, agradeció profundamente no haber llegado hasta ese nivel.

—Pero entiendo por qué lo hacen. Tanto el alcohol como las drogas se vuelven como un escape. Quizás has pasado por muchos momentos difíciles, y has cargado con ese peso durante mucho tiempo.

A Jefferson se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Fue un mal padre... al igual que yo...

—No... De hecho mi padre me amaba, fue el único que me apoyó, a pesar de ser alcohólico. Nunca me pegó ni me trató mal. Mi madre era mala. Me hizo mucho daño —le corrigió Marcus con una sonrisa —. Y tú tampoco eres un mal padre. Te esforzaste demasiado para dejar ese vicio y lo lograste, lo hiciste por tu familia. Por tu hija.

—Pero ahora las perdí. Ya es muy tarde. Mi esposa se volvió a casar con un hombre mucho más adinerado y mi hija ya no me llama.

Marcus no supo qué decir. Se formó un silencio en aquel cuarto hasta el punto de ser incómodo.

Se miraron entre sí. Cada uno tenía un peso que le arrebataba la alegría. Los dos pasaron por situaciones muy difíciles y eso era notable por sus miradas desgastadas, y que solo reflejaban tristeza y dolor.

—¿Por qué dices que tu madre te trataba mal? —preguntó Jefferson y se mordió el labio. —. Entiendo que es personal.

—Bueno... Es una historia muy larga. Mi madre era religiosa al extremo, muy estricta conmigo, tenía mi vida controlada. A los diez años... encontré mis verdaderos gustos y ella me llamó pecador, me alejó de todos mis amigos creyendo que ellos eran los culpables de mi forma de ser... No tuve amigos durante el resto de mi vida, y eso me trajo muchas complicaciones.

—¿Con gustos a qué te refieres? —Jefferson tenía una idea a lo que se refería, pero aún así quería comprobarlo.

—Me gustan los hombres.

Marcus se ruborizó por completo y agachó la mirada otra vez. Jefferson se sintió incómodo, no por la confesión, sino porque no sabía qué decir para ayudarle a sentirse mejor.

—Es normal —contestó Jefferson y apretó los labios —. Digo, tenemos derecho a amar a quien sea ¿no? Sin importar si es de nuestro mismo género o no.

Marcus asintió con la cabeza y soltó una risita nerviosa.

—¿Y has tenido novio?

—En la universidad tuve uno —Marcus se rió y se limpió las lágrimas —. Nuestra relación solo duró un mes.

—¿Y ahora te gusta alguien?

Esa pregunta hizo que la sonrisa de Marcus se borrara de su rostro.

—Empezaba a sentir algo por Bob hasta que lo mataron... Ahora... solo veo a un chico, que me parece guapo.

—¿Es Joseph? —quiso saber Jefferson. Le agradaba tener aquella conversación.

—¡No! ¿Cómo se te ocurre? Es demasiado joven —Marcus alzó la voz apenado.

—¿Charlie? ¿Te gusta Charlie?

—¡No es mi tipo!

Los dos se rieron a carcajadas.

—Me gusta el rojizo. Me parece guapo —confesó Marcus y se cubrió la cara con las manos.

—Ah... ¿Te refieres a Rick?

Marcus asintió y por segunda vez, la habitación se llenó de risas.

Hablaron sobre ellos, sobre sus vidas y sobre sus trabajos. Jefferson conoció a Marcus más de lo que esperaba conocer. Fue como formar un vínculo en esos pocos minutos. Marcus le comentó acerca de su vida, de cómo había sido rechazado por su madre al enterarse de que era gay, y que por otro lado, su padre lo apoyó y su abuela paterna también. De cómo lo enviaron a un reformatorio por sus gustos inocentes, y de cómo lo pasó terrible en ese lugar. Jefferson apenas hablaba sobre sí mismo, le costaba demasiado hablar sobre sus problemas.

—¿Cómo empezaste a trabajar en el laboratorio?

—Me gané una beca en la universidad. Luego me volví reconocido, trabajé en Estados Unidos durante unos años. Y luego, Robert Williams me encontró. Me ofreció una cifra elevada de dinero y yo como tonto acepté sin dudar, fueron años oscuros. Empezaron a ocultar mi identidad, no podía salir. Firmé un consentimiento y mi vida quedó en sus manos. Años después, me trasladaron al laboratorio. No me dejaban salir. Viví allí y también me encargaba de supervisar a las especies.

—Sabes. Desde que comenzó todo esto, he tenido una idea en la cabeza ¿No has pensado que quizás esos animales son armas biológicas? —opinó Jefferson y se rascó la barbilla. Habían pasado mucho tiempo conversando, que sus penas y sus deseos de alcohol ya habían desaparecido —. La República de Sillury no la ha tenido fácil. Este país ha participado en muchas guerras y en todas ellas ha fracasado. Rusia nos la tiene montada, y Estados Unidos también. No me sorprendería que hicieran algo así.

—¿Crees que son capaces de tanto? ¿Cómo realizaron un proyecto de esa magnitud sin el consentimiento del gobierno?

—No seas tonto, Marcus. El proyecto MABS es obra del gobierno. El agente Rifftod mencionó en varias ocasiones a una organización con ese mismo nombre.

—El agente Rifftod está buscando a Robert Williams por traición... Quizás, informó a otros países acerca de la organización MABS —dijo Marcus sin certeza. Se rascó la cabeza y frunció el ceño —. Algo no cuadra aquí.

—Por eso debemos encontrarlo antes que él. Debemos hablar con Robert Williams. Están ocultando lo que está sucediendo, y están poniendo a muchas personas en peligro. Debemos informar al resto del país sobre lo que está sucediendo. Debemos hacerlo, incluso si esto implica la guerra.

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