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Capítulo veinticinco

Alex estaba tras el volante. Conducía con calma por la carretera de tierra que según Lucía Rodriguez, llevaba directamente a la instalación militar.

Sus hijos y esposa, junto con la hermana de Jhon, se encontraban en los asientos traseros. Por otro lado, Jhon estaba sentado en el asiento de copiloto y no dejaba de mirar nervioso hacia todos lados.

Unos minutos atrás, habían logrado llegar a la gasolinera sin tener que toparse con esas espantosas criaturas. Tomaron el auto de Jhon y este le pidió a Alex que tomara el volante, ya que no se encontraba estable emocionalmente como para conducir el auto teniendo en cuenta que iban niños a bordo.

—Debemos estar tranquilos. Todo esto va a pasar, las autoridades ya se habrán enterado de todo esto y ya estarán tomando medidas —comentó Lucía rompiendo el silencio.

—¡Pero no están haciendo nada! Es obvio que ya saben lo que ocurren, pero no han venido al pueblo a socorrernos y lo peor de todo es que nos han cortado la comunicación ¡Y hasta el internet! —exclamó Jhon aún más nervioso. Se giró abruptamente mirando a su hermana a los ojos.

—¡Eres un pendejo! Los niños están mucho más tranquilos que tú. De seguro ya te measte en los pantalones.

Los dos hermanos, ya adultos por cierto, comenzaron a discutir.

—No sirve de nada que perdamos la calma. Ya hemos logrado salir del pueblo y ahora vamos en busca de ayuda. Pase lo que pase debemos hacer lo posible para mantenernos a salvo —intervino Alex, quien ya comenzaba a desesperarle el ambiente.

Su esposa e hijo menor se habían quedado dormidos. Por otro lado, Natalie observaba por la ventana. Se encontraba pensativa.

—Naty ¿estás bien?

—Sí papá. No te preocupes —respondió ella fríamente. Alex no se conformó con su respuesta, pero no quería hostigarla. Vio el cadáver de una chica, luego presenció la terrible disputa en el taller de Alfredo y sin mencionar que al igual que el resto, vio a esos monstruos devorar a muchas personas. Son demasiadas cosas terribles para una chica de tan solo dieciséis años.

—He vivido la mayor parte de mi vida en Bernon —comenzó a decir Lucía llamando la atención de todos —, y debo admitir que a parte de todo esto, han pasado cosas extrañas. Un día, fue hace poco, vi autos negros como los que usa la gente del gobierno. Se dirigían hacia el bosque, y jamás los vi regresar. Hay muchos rumores sobre que hay una instalación sumamente secreta en medio del bosque, y muchos hombres, en su mayoría leñadores, han dicho que se han encontrado con una cerca eléctrica que limita una zona muy protegida.

—Sí. Esas cosas salieron de un laboratorio. De seguro el gobierno quiso aniquilarnos de una forma despiadada y sin mancharse las manos de sangre. Claro ¡Como un estorbo! Somos pobres. Este país deja a un lado a los necesitados.

—Ya no hablen de eso frente a los niños —dijo Margaret somnolienta. Se acababa de despertar.

—Pero yo ya no soy una niña, mamá —reprochó Natalie.

—Pero Lucas sí lo es. Y sigue muy asustado.

Fue justo en ese momento que Alex observó cómo desde la lejanía se acercaba una minivan zigzagueando por la estrecha carretera. Aquel automóvil estaba perdiendo el control.

—De seguro anda borracho —comentó Jhon, quien también se había percatado de la minivan.

Alex no podía frenar, tampoco podía orillar el auto. No tenía otra opción que seguir conduciendo e intentar esquivar a la minivan para evitar accidentes.

—Alex, cariño... No creo que se detengan —le dijo su esposa. Ella había despertado ya al pequeño y todos en el interior miraban asustados al auto que se avecinaba a toda prisa.

Alex mantuvo la calma. A pocos metros de impactar contra el otro auto giró a la derecha bruscamente, y el otro automóvil se fue a la izquierda. Alex mantuvo el control del auto, pero al parecer la minivan se topó con un bache y de forma inoportuna se salió de la carretera y se estrelló contra las vallas de madera que separaban el camino con la extensa pradera que se formaba al otro lado.

Alex frenó en seco. Miró por la ventana y vio que la puerta del conductor de la minivan se abría bruscamente.

—Quédense aquí adentro, iré a ver que sucede —indicó Alex y se bajó del auto.

—Yo iré contigo —contestó Jhon y también se bajó.

Los dos fueron a inspeccionar. Al estar cerca, vieron que un muchacho alto y de cabello rojizo salía del asiento de conductor. Para su sorpresa, este llevaba un pantalón militar y una camisa negra. Aquel muchacho no se percató de la presencia de Alex ni de Jhon, solo abrió la puerta trasera de la minivan y de inmediato un hombre fornido se bajó sosteniendo a una chica de piel morena y que traía puesta una bata blanca, como la que usan los médicos.

—¡Suéltame! —gritaba la chica y daba patadas en el aire. Ella forcejeaba para liberarse del agarre.

—No te haré daño.

Alex se quedó perplejo al reconocer a aquel hombre ¿Acaso era...?

Del auto se bajaron otros dos muchachos. Uno de ellos igual de alto que el rojizo, tenía el pelo crespo hasta las orejas y no parecía de buen humor, el otro, era mucho más joven, de baja estatura, y moreno. Se acercaron a Jefferson. Sí, ese mismo Jefferson que fue su compañero de escuadra durante sus días como militar.

A pesar de que ese no era el momento, una alegría repentina invadió el cuerpo de Alex y en vez de hacer notar su presencia solo formó una cálida sonrisa en su rostro.

—¡Suelten a la chica! —exigió Jhon corriendo directamente hacia la minivan, con la intención de socorrer a la mujer.

Otro hombre salió del auto. Parecía tener más de treinta años, era demasiado bajo y delgado. En cuanto sus pies tocaron el suelo vomitó.

Fue en ese instante en el que Jefferson Davis se giró sobre sus talones y soltó a la chica. Sus ojos marrones se encontraron directamente con los de Alex y se quedaron ahí sin saber qué decir. Alex se rascó la barbilla, se sentía incómodo pero a la vez muy feliz ¿Por dónde debería empezar? ¿Estrecharle la mano?

—Tu...eh... ¿Alex Lewis?

—Claro, soy yo —respondió y estalló en risas.

Jefferson y él se acercaron a toda prisa, se dieron un abrazo y los dos rieron más fuerte.

—¡Joder! ¡Cuántos años han pasado desde la última vez que te vi! —exclamó Jefferson súper contento, aún no se lo podía creer. Cuando terminaron de abrazarse, Alex notó que Jefferson estaba a punto de llorar. El resto los miraban confundidos, incluso la chica, que hace unos momentos pretendía huir se quedó en el suelo y dejó de batallar.

—¿Lo conoce, sargento? —preguntó el pelicrespo con duda. Mantiene el ceño fruncido y no aparta la mirada de Alex.

—Si. Es un viejo amigo. Me salvó la vida —la sonrisa de Jefferson se borró de inmediato al presenciar unos autos negros acercarse por la carretera. Eran más de diez autos y todos iban a gran velocidad. Dirigió su mirada a Alex, parecía asustado —. Nos hemos reencontrado en un momento muy inoportuno. Lamento no poder darte explicaciones, pero mis hombres y yo debemos irnos ya.

—¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué está sucediendo? —Alex se puso alerta. La alegría momentánea se esfumó al notar la desesperación en el rostro de su amigo.

—En otra ocasión te lo diré todo. Asegúrate de permanecer escondido y protegerte. Hazme caso. Unos animales se han salido de un laboratorio y todos corren peligro. No puedo entrar en detalles, pero ve al campamento auxiliar, tú sabes donde queda. Allí les darán refugio y comida, estarás a salvo. En cuanto pueda me pondré en contacto contigo, pero ahora no. No puedo.

Alex se abstiene de hacer más preguntas. Sabe que es una situación de vida o muerte, y deduce que los autos que se aproximan podrían suponer algún riesgo para su amigo. Corre hacia el auto de Jhon y saca a toda su familia, Lucía también salió del auto.

—¿Qué pasa, papi? —le preguntó su hijo.

Alex regresó ya con todos y se posiciona frente a Jefferson.

—Toma ese auto. No sé qué sucede. Pero por lo que veo estás huyendo. Así que tómalo.

Jefferson le agradeció. Ordenó al resto que se subieran. Los muchachos que parecían ser sus subordinados arrastraron a la mujer hacia el auto de Jhon.

Jefferson miró a sus hijos y saludó a Margaret. Tomó al hombre de ojos azules que había acabado de vomitar y lo subió al auto.

—Hermosa familia, Alex. Qué orgullo —dijo Jefferson. Se subió al auto y retomó su huida.

Un momento después. Alex y el resto se orillaron apartándose de la carretera. Muchos autos, todos negros, pasaron a toda velocidad por su lado. Sólo uno de ellos se detuvo y el militar que conducía bajo la ventanilla.

—¿Han visto los que estaban en la minivan? ¿A dónde se fueron? —los interrogó aquel hombre de piel oscura, con un semblante sumamente serio. Vestía un traje militar y estaba acompañado de otro hombre con un traje elegante.

—Esos hombres... —comenzó a explicar Jhon pero Alex lo detuvo.

—Nos amenazaron. Se llevaron nuestro auto. No sabemos a donde iban —mintió con total calma. No sabía lo que hizo Jefferson, pero confiaba en él...

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