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Capítulo treinta y seis

Marcus estaba sentado en el sofá con las piernas cruzadas. Escuchaba la discusión que comenzaba a exasperarlo. Se mordía el pulgar como si fuese un niño pequeño y luchaba por contener sus lágrimas.

Eran muchas emociones juntas.

—¡Si tanto querías regresar a la base, entonces quédate aquí! No era necesario ponernos a todos en peligro ¿Acaso no sabes lo que nos sucederá? ¡Nos van a matar en cuanto nos encuentren! —exclamó Rick enfadado.

—¡Eres una egoísta! —añadió Joseph y se tocó la frente con preocupación.

Se encontraban en torno a la sala. Alice estaba aturdida y no paraba de llorar. Era la primera vez que Marcus la veía así.

—¡No hay tiempo para esto! ¡Debemos marcharnos de inmediato! —Jefferson alzó la voz y se cruzó de brazos.

—¿Y la llevaremos con nosotros? —se atrevió a preguntar Marcus pero se arrepintió. La mayoría lo fulminó con la mirada —. Cometió un error... No podemos dejarla aquí, no sabemos lo que le harán.

—¡¿Acaso nos importa?!

Marcus se levantó. Se dirigió hacia Alice y luego de dudarlo unos instantes la tomó de la mano. La chica levantó la mirada y se centró únicamente en él.

—Lo lamento... —murmuró con la voz temblorosa.

—No te dejaré, Alice. Eres mi amiga ¿Quieres venir con nosotros?

—Ya es muy tarde —anunció ella con tristeza —. Ya saben la ubicación. Ya están en camino. Me necesitan. Y si no me encuentran, no los dejarán en paz.

—¿Para que te necesitan? —preguntó Jefferson.

—Yo... sé donde está Julia Jones.

Los ojos, tanto de Marcus como del sargento, se abrieron de golpe.

—¿Y quién es esa tal Julia? —preguntó Rick.

De pronto, Charlie entró en la casa. Su frente estaba repleta de sudor y le costaba respirar.

—¡Ya vienen! ¡El maldito carro se quedó sin gasolina! —avisó entre gritos.

El pánico se apoderó de todos.

—¿Cómo que el auto no funciona? —Joseph abrió los ojos más de lo normal. Se encaminó hacia la salida pero un fuerte estruendo los paralizó por completo.

Los cristales de las ventanas estallaron simultáneamente. Fuertes disparos los obligaron a tirarse al suelo. A las afueras de la casa, los autos frenaban soltando un chirrido espantoso.

Marcus gateó hasta la mesa del comedor. Se escondió, aunque estaba plenamente seguro de que no estaba a salvo.

Las lágrimas le nublaron la visión. Vio al rojizo correr hasta el baño al final del pasillo. Alice se levantó y corrió hacia la cocina, gritó desesperada agitando los brazos con miedo. Luego, cayó y desapareció tras el mostrador.

Los jarrones de decoración estallaban ruidosamente al ser alcanzados por las balas. Uno de los cuadros que colgaba en la pared se desprendió bruscamente y cayó.

—¡Vayan hacia la parte trasera de la casa! —escuchó el grito del sargento. Marcus miró por doquier, pero no lo hallaba —. ¡Todos hacia el mostrador de la cocina! ¡Rápido!

Vio a Joseph y a Charlie gatear hacia la cocina. Marcus quería ir con ellos pero no podía. Su cuerpo no respondía. Sintió que un líquido mojaba los pantalones.

—Joder... —Marcus comenzó a sollozar.

—¡Ven conmigo!

Alguien lo sujetó del brazo. Corrieron hacia la cocina con la espalda encorvada. Marcus se percató que era Jefferson quien lo había sacado de debajo de la mesa.

—¿Estás bien?

—Si. No es grave —respondió el sargento y se tocó la herida que tenía en la frente.

—¡Está herida!

Llegaron hasta detrás del mostrador y se agacharon junto al resto.

—¿Quién está herida? —preguntó Jefferson en voz alta. Aunque ya era lo suficientemente obvio.

Todos se percataron de que a Alice la había alcanzado una bala. La chica posaba su mano al costado de su abdomen y no paraba de llorar.

—La traición y la estupidez tiene un precio, querida —comentó Rick agitado. 

Si tan solo Alice no los hubiera expuesto...

De repente, los disparos cesaron. La casa quedó destrozada. Las paredes agujereadas y muchos de los objetos de decoración quedaron hechos añicos. Además, Alice resultó herida y Marcus estaba demasiado aturdido como para ejercerle primeros auxilios.

Se escuchó un pitido proveniente de afuera.

—Escúcheme señor Jefferson. Sé que lo he sorprendido, considérelo como una advertencia —se escuchó la voz del agente Rifftod al otro lado. A Marcus se le erizó la piel de tan solo recordar su intimidante rostro y su sonrisa cínica —. ¡Hágalo por las buenas! Salgan todos con los brazos extendidos, y deme lo que me pertenece. Lo dejaré marchar. Pero solo entrégueme a Alice Merwin.

—Pues ya está. Entreguemos a esta perra —dijo Charlie apretando la mandíbula.

A la chica le costaba respirar. De su frente se desprendían gotas de sudor y recorrían sus mejillas.

—No podemos. El hecho de que hayan venido hasta aquí por ella es por que es importante —anunció Jefferson y suspiró.

—¿Entonces qué? ¿Vamos a arriesgar nuestra vida por esta traidora? —cuestionó el rojizo.

—¡Ella no es una traidora! Ella no quiso venir ¡Ustedes la obligaron! —respondió Marcus exaltado.

—¡No se le ocurra hacer algo precipitado, señor! —advirtió Rifftod por el megáfono y luego se escuchó su risa.

Marcus sintió como Alice, con esfuerzo, le tomaba la mano.

—Marcus...

—Mi oficina queda al final del pasillo. Escaparemos por la ventana. Al otro lado hay una colina empinada, pero no es peligrosa. Podemos huir por ahí —indicó el sargento, sin darse cuenta de que había interrumpido a Alice.

Mientras el resto hablaba sobre un plan de escape. Marcus se acercó a la chica y apretó la herida para detener el sangrado. A Alice ya no le quedaban fuerzas.

—Yo creo... Todo es-estará bien ¿vale?

La chica negó con la cabeza y sonrió.

—Ya la he cagado. Nada va a estar bien.

—Venga, tío. Que debemos actuar ya —Charlie se levantó. Se acercó rápidamente y giró todas las manecillas de la estufa para la salida del gas.

Unos fuertes golpes invadieron la casa ¡Estaban forzando la puerta!

—¡Salgan de inmediato! ¡Ahora! —gritó Jefferson. Rick y Joseph corrieron por el pasillo y desaparecieron. Al mismo tiempo, la puerta se abrió bruscamente. Los pasos resonaron y quien quiera que haya entrado, acababa de recargar su arma.

Jefferson miró a Marcus sorprendido.

—Tienes que irte Marcus. No podemos llevarla con nosotros —le dijo Charlie y aquello fue como una puñalada en el pecho.

—Mis hombres no tienen la orden de disparar ¡Solo salgan por las buenas de una maldita vez! —recibieron otro aviso.

—Llévatela Marcus. Charlie y yo nos encargaremos de esto —le ordenó Jefferson y se puso de pie extendiendo los brazos.

—¡Camine lentamente hacia mí sin bajar los brazos! —ordenó una voz grave. Jefferson obedeció. Charlie también se levantó y siguió al sargento.

—Vamos, Alice. Debemos irnos —le dijo Marcus y las lágrimas se desprendieron de sus ojos.

—No puedo...

Se escuchó un disparo. Luego, el bramido furioso de Jefferson. Al otro lado del mostrador estaba llevándose a cabo un enfrentamiento. A Marcus se le estremeció el cuerpo. Sacudió a Alice para hacerla reaccionar pero lo único que provocó fue que la chica escupiera sangre.

—Tengo algo para ti —Alice metió la mano en su bolsillo. Y por primera vez, le compartió una sonrisa sincera.

Marcus se imaginó que le daría algún lindo detalle como despedida, pero no fue así. Su compañera sacó una fotografía doblada a la mitad, la empapó de sangre sin darse cuenta y se la entregó con la mano temblorosa.

—¿Qué es...?

—¡Marcus corre! —escuchó a Jefferson gritar.

El olor a gas inundaba sus fosas nasales. No tenía tiempo.

—Encuéntrala —Alice volvió a toser. Marcus observó la fotografía. En ella se mostraba a un grupo de personas sonrientes ante la cámara. La mayoría llevaba batas blancas exceptuando a un hombre robusto que llevaba un traje elegante, al cual, sin duda reconoció. Se trataba de Robert Williams —. Marca el número desde un móvil de-desechable. Resuelve el código y manda el mensaje antes de decir cualquier cosa.

Marcus frunció el ceño sin comprender sus palabras. Giró la fotografía y vio que había números escritos en tinta negra.

—No comprendo.

—Sé que lo harás. Hazlo al revés. Eres muy inteligente —Alice le sonrió nuevamente y las lágrimas le recorrieron las mejillas. De pronto, alguien sujetó el brazo de Marcus y lo obligó a levantarse. Se lo llevó casi a rastras por el pasillo. Marcus gritó adolorido por dejar a su compañera... Antes de perderla de vista vio que gesticulaba con la boca una frase que nunca creyó que saldría de su boca; Lo siento, amigo...

Jefferson y Marcus escaparon por la ventana de la oficina. Lograron escapar antes de que una fuerte explosión acabase con la casa. Salieron disparados cuesta abajo. Cayeron por una colina empinada pero no peligrosa, ya que esta estaba cubierta de césped. Marcus se golpeó la cabeza en múltiples ocasiones, pero gracias a la ayuda de Jefferson, logró ponerse de pie y huyeron hacia el bosque, en donde se encontraron con Rick y Joseph. Los cuatro corrieron a toda prisa, alejándose del lugar.

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