Capítulo siete
Natalie ayudó a su madre con el desayuno. Se encargó de preparar los huevos revueltos y el chocolate. Por otro lado, su madre horneaba las galletitas de avena que le encantaba a toda la familia.
—¿Le agrego leche al chocolate? —preguntó.
—Solo al de Lucas y al de tu padre. Al mío no.
Dispusieron los platos sobre la mesa. Cuatro en total. Natalie tomó los cubiertos que se encontraban en uno de los cajones de la cocina y le entregó una cuchara a cada uno.
—Esto huele delicioso, mami. ¿Son galletas? ¿Puedo agregarles nutella? —Lucas se sentó en la mesa. El aroma lo había atraído y se relamía los labios. Parecía ansioso por devorar el desayuno.
—Nada de azúcar en el desayuno, hijo —le contestó Margaret.
El niño hizo un puchero y Natalie se burló de él, quien luego la miró enojado.
—Gracias, cariño. Esto está delicioso —Alex fue el primero en saborear el desayuno con una sonrisa dibujada en el rostro.
Margaret parecía orgullosa, le sonrió y le lanzó un beso en el aire, y también le agradeció a Natalie por haberla ayudado.
El ambiente allí adentro era tranquilo. Los rayos del sol atravesaban las ventanas e iluminaban el lugar naturalmente.
El interior de la casa adoptaba un estilo rústico y sencillo. Tanto el suelo como la mayoría de los muebles estaban hechos de madera. Era una casa que a simple vista se veía pequeña, pero por dentro era muy espaciosa.
La familia Lewis vivía en el campo. No llevaban una vida muy sociable pero se sentían felices habitando en esa zona, haciéndose compañía. No había viviendas cercanas, la única casa a parte de la de ellos se encontraba cruzando el extenso cultivo de mazorcas, y para ello se debía caminar mucho. Allí vivía la anciana Lisao y su hija ya adulta que no les resultaba muy agradable por su actitud arrogante. La anciana también tenía un nieto, que vivía allí pero era militar, por lo que siempre estaba ausente.
Desde que Margaret tuvo a Natalie se mudaron alejándose de todos, construyeron su casa poco a poco y decidieron vivir allí por mucho, mucho tiempo.
—¿Escuchan eso? ¿O estoy imaginando? —Alex, su padre, rompió el silencio. Se quedó con la cuchara a medio camino de su boca y permaneció atento.
—No escucho nada, papi —le dijo Lucas ignorándolo por completo, y le dio un mordisco a una de las galletas redondas y sabrosas que había preparado su madre.
Natalie escuchó atentamente, logrando percibir una especie de gruñido, aunque casi no era perceptible.
—¿Será un mapache, no? Ya nos hemos enfrentado a muchos de esos animales, no creo que sea algo de lo que preocuparnos —supuso Margaret y tomó la mano de Alex con delicadeza. Él seguía un poco alerta, suspiró e ignoró por completo el asunto. O al menos eso parecía.
Pero a Natalie no le pareció bien... El gruñido cada vez se intensificó hasta que de repente, lo que antes era un silencio total fue reemplazado por sonidos desesperados.
Los cerdos chillaron, las vacas mujeron histéricas y las gallinas produjeron sonidos aterradores, como si alguien o algo las estuviera machucando contra el suelo. Se escuchó el crujido de la madera, como si se hubiera roto un tablón de los corrales.
Alex se levantó de golpe de la mesa provocando que su taza se volcara y derramara el poco chocolate que quedaba. Su madre y hermano menor se asustaron y la primera reacción de ellos fue esconderse bajo la mesa. En cuanto a Natalie, se quedó allí sentada totalmente desconcertada.
—¡Hay algo afuera! —informó Alex alzando la voz, aunque eso ya era muy evidente. Cogió su rifle, y Natalie vio como lo recargaba con prisa.
La adrenalina recorrió cada parte de su cuerpo. Sintió el impulso repentino de salir y ayudar a su padre. Siempre fue una chica capaz de hacer lo que se propusiera, y en esos momentos, estaba decidida a ir a averiguar qué era lo que estaba pasando, al igual que su padre.
Cuando estuvo a punto de levantarse, la mano de su madre la tomó de la rodilla y fue obligada a esconderse bajo la mesa. Allí se encontraba ella y su hermanito, los dos totalmente atemorizados.
—Debo ir con papá —le dijo Natalie haciéndose la valiente, pero su corazón palpitaba con fuerza y quería escabullirse para alejarse del peligro.
Pero su madre no le permitió moverse y la sujetó del brazo para retenerla allí.
—No seas terca, hija. No me desobedezcas esta vez. Quizás no sea nada grave pero hazme caso, quédate aquí y ayúdame con tu hermanito.
—¿Mami, eso es un monstruo? —preguntó Lucas con la mirada perdida. Se escuchó un rugido ensordecedor y Lucas se echó a llorar más fuerte.
—Ya mi bebé. Estoy contigo, no pasa nada. No es nada, no debemos preocuparnos —le dijo Margaret abrazándolo fuertemente. El niño hundió la cabeza en sus hombros y siguió llorando.
Pero a Natalie ya no la sostenía su madre y no pensaba quedarse ahí escuchando los chillidos de su hermano. Ya no tenía impedimentos para ir y saciar su curiosidad... Así que eso fue lo que hizo. Salir.
***
Alex sostuvo el rifle con firmeza. Gritó a su familia que permaneciera dentro y no saliera por ningún motivo hasta que él dijera que era seguro. En cuanto llegó al porche, apuntó con el rifle. La luz del sol lo cegó por un breve instante, pero retomó la concentración y miró atentamente el exterior.
Se asustó al ver a una de sus gallinas muertas cerca del cultivo de mazorcas.
Rodeó la casa y lo que vio, lo dejó aún más aterrado.
Sus dos cerdos estaban heridos en el corral, a uno de ellos le hacía falta una pata y se estaba desangrando. Sus vacas no estaban y el corral en el que habitaban estaba destrozado. Por la pradera se formaba un rastro de sangre que se alejaba de la casa ¿Sus vacas huyeron? ¿Dónde están?
—Venga... Esto no lo pudo haber hecho un mapache —se dijo en voz baja.
Recordó lo que había sucedido en el bosque y supo de inmediato que se trataba de la misma criatura que había presenciado allí. Misma que se robó al ciervo en un abrir y cerrar de ojos.
—¡Papá! ¡He venido a ayudar! —escuchó el grito de su hija Natalie. Se dio la vuelta y vio que se acercaba corriendo hacia él —. ¿Qué pasó?
—¡Te dije que te quedaras adentro! —le regañó.
«Mi hija es demasiado terca... Igual a mí» pensó él por un breve instante.
Natalie quedó perpleja, con la boca abierta y los ojos mostrando sorpresa. Observó aterrada como los animales yacían heridos, muertos y algunos no estaban.
—¿Pero qué ha pasado? ¿Crees que...?
—Si, eso creo. Lo más probable es que haya sido el animal que vimos esta mañana. Ningún otro podría hacer algo así —afirmó Alex con desdén. Se sentía mal, estaba furioso por lo que le hicieron a sus animales que durante todo este tiempo le había proporcionado alimento y habían sido parte de su hogar.
—¡Papi! ¡Papi! ¡Naty!
Esta vez apareció Lucas corriendo hacia ellos. Margaret lo seguía detrás corriendo para evitar que se acercara, extendía los brazos con la intención de agarrarle la pijama al pequeño y así detenerlo, pero aquel niño era mucho más ágil.
«¿Por qué estos mocosos no hacen caso?»
Demasiado tarde. El niño ya se había percatado.
Lucas gritó aterrorizado y se cayó abruptamente sobre el césped. Margaret lo tomó en brazos y se lo llevó rápidamente mientras intentaba calmar su miedo.
—Mira esa baba —Natalie señaló hacia el corral. Había algo allí, era verde y resplandecía por la luz del sol. Alex se acercó y se acuclilló. De inmediato percibió un olor nauseabundo. Un olor a vómito, o heces, o quizás de putrefacción provenía de esa baba.
Contuvo sus ganas de vomitar y tocó la baba, era pegajosa y cuando alzó el dedo aún no se despegaba.
Restregó el dedo en las hierbas, y a duras penas logró quitársela. No tenía idea de lo que era ni mucho menos comprendía porque había sido tan idiota como para tocar ese fluido.
—¡Alex! ¡Ven rápido! —gritó Margaret desde el porche.
Él y su hija corrieron hacia ella. La vieron allí en las escalas con el niño en brazos.
—¿Qué ocurre? —preguntó. Se sentía exhausto.
Margaret y Lucas señalaban el sendero que se formaba entre los cultivos de mazorcas. Y cuando Alex giró la mirada, la vio...
Una chica se acercaba corriendo a toda velocidad, al parecer era su vecina. Un animal la perseguía, con la terrible intención de devorarla hasta los huesos.
—¡Hay que ayudarla! —exclamó Natalie. El pánico se apoderó de ella, se subió al porche y se escondió tras su madre, como si se tratara de un escudo anti-animales monstruosos.
—Todos adentro ¡No salgan! —les gritó Alex y su familia obedeció. Se adentraron en la casa y cerraron la puerta rápidamente.
No pudo percibir muy bien qué clase de animal era, pero sí se fijó que tenía cuatro patas, solo que una de las traseras estaba deforme y se arrastraba, por lo que solo tres de ellas funcionaban.
Aquello fue una ventaja para su vecina, ya que la deformidad extraña de ese animal le restaba velocidad.
—¡Ayúdame! ¡Me persigue!
Alex recargó el rifle y centró su mirada. Tuvo a la criatura en la mira, pero no disparó. Estuvo perplejo por un momento al ver aquel animal. ¿Eso era una oveja? ¿Y donde estaba su lana? ¿Por qué poseía la mandíbula de un perro rabioso?
No era nada comparado a algo que hubiese visto antes.
Poseía una mandíbula grande, con dientes torcidos pero igualmente afilados. No poseía pelaje por lo que su piel grisácea era lo único a la vista. También se le notaban algunas de las venas, que estaban hinchadas, como si en algún momento fueran a explotar.
La criatura se abalanzó sobre la chica emitiendo un balido que no sonaba como una oveja sino más bien como un monstruo. La oveja... o mejor dicho, aquel monstruo hizo caer a la chica sobre la tierra. Fue en ese momento en el que Alex disparó.
El disparo sobresaltó al animal pero no lo hizo huir. Alex había errado el tiro por lo que volvió a disparar. Y esta vez acertó. La bala impactó en el cuello.
La criatura caminó lentamente hacia él dejando de lado a su anterior presa. Los ojos furiosos lo examinaban, y de la comisura de su mandíbula se desprendía baba. La herida de su cuello ya comenzaba a sangrar y aquel fluido negro caía en el césped.
—¡Dispara, Alex! ¡Dispara! ¡Muchas veces! —le exigió la chica mientras se levantaba temblorosa del suelo.
Alex disparó una, dos y tres veces. Fue difícil pero logró mantener al animal inmóvil en el suelo.
La chica se tiró sobre el césped y lloró. Sus sollozos eran desgarradores, su ropa estaba completamente manchada de sangre y otras sustancias irreconocibles.
En cuanto al animal, tenía agujeros en el estómago y cuello y de esas heridas brotaba una sustancia negra e igual de asquerosa.
—¿Qué ha pasado? ¿Qué es eso? —Alex exigió respuestas, pero su vecina estaba sumamente desconcertada y no parecía en condiciones de responderle.
—Mi amam...mi mamá... se la devoró —tartamudeó y sus sollozos se alargaron.
Alex se volteó sobre sus talones. Su esposa e hijos lo observan desde la ventana de la sala.
El miedo se apoderaba de cada uno de ellos.
Por precaución, decidió aplastar el cráneo del animal con una roca gigante. Los ojos se le salieron de las cuencas y parte de sus sesos se esparcieron en la pradera.
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