Capítulo seis
Base Militar
Hora: 8:00am
Jefferson Winston era un sargento de bajo rango, especializado en el entrenamiento de los recién llegados, o también llamados novatos.
Se encargaba de aproximadamente diez muchachos que no rebasaban los veinticinco años de edad. Él era su jefe, él programaba todas sus actividades. Los entrenaba para el combate cuerpo a cuerpo, les enseñó tácticas y les mostró cómo disparar armas de toda clase. En pocas palabras, Jefferson era como el padre de esos muchachos y el respeto que se tenían era mutuo.
Ya la ruidosa alarma había sonado hacía por lo menos tres horas. La vida en aquella base resultaba rutinaria, sonaba la alarma, que en realidad era una melodía aguda muy irritante, y todos debían levantarse obligatoriamente para iniciar con sus labores. Sin embargo Jefferson, quien era un hombre fornido, alto y con una personalidad exigente, siempre se aseguraba de que sus muchachos se levantarán una hora antes que el resto. Les garantizaba un desayuno cargado de proteínas y los llevaba directamente al campo de entrenamiento, ubicado al exterior del edificio principal de la base.
—¡Todos haciendo flexiones! —les ordenó alzando la voz. Los muchachos estaban exhaustos luego de haber enfrentado los obstáculos en la pista de entrenamiento, pero aún así no se quejaron —. Flexiones con un solo brazo, el otro en la espalda —Jefferson aumentó la dificultad.
Entre todos ellos, Jefferson noto que Rick Winston era el que más sobresalía; Era un muchacho, de veinticinco, alto, musculoso, de piel blanca y cabello corto y rojizo. Parecía decidido, pero Jefferson lo conocía bien. Era muy arrogante y siempre quería impresionarlo.
Por otro lado, a Joseph le costó más seguir las indicaciones de su sargento. Se trataba de un joven que a pesar de tener veinte años, aparentaba ser un chico de dieciséis. Era moreno, de altura media y con una estructura corporal delgada. Cualquiera diría que era un debilucho. Trató de hacer flexiones con solo un brazo y al primer intento se estrelló contra el césped, y escupió enfadado la tierra que le entró por la boca.
—Tranquilo Joseph. Tomate un descanso —le dijo Jefferson y se acuclilló junto a él. Joseph permaneció acostado y miró el cielo azul sobre ellos, parecía avergonzado de su poco rendimiento, y no era capaz de mirar a sus sargento a los ojos. Jefferson se percató de cómo lo evadía con la mirada y le dio unas palmaditas en el pecho —. Pronto tu condición mejorará. Así que no te preocupes por eso. La recuperación se tarda. Incluso los más fortachones necesitan un descanso.
Todos, especialmente el sargento, conocían la historia de Joseph. Antes de decidir convertirse en militar vivía en la ladera de una montaña, con su abuela que padecía demencia. Con el poco dinero que ganaba solo lo invertía en comida que iba solo para ella. Pasaba días enteros sin comer y eso lo llevó a una desnutrición severa, lo que explicaba su delgadez. No fue hasta que un día que Jefferson iba de expedición ya que debía revisar la posible presencia de grupos armados ilegales, y casi por coincidencia, se topó con el "hogar" de Joseph y lo salvó. En ese entonces, su abuela había fallecido. Y Joseph encontró una salida a su sufrimiento. Jefferson lo internó en una clínica, y verlo ahora le complacía. Estaba delgado, si. Pero no tanto como antes, ya no se veía demacrado y ahora era un chico tranquilo, temeroso pero tranquilo y muy abierto, dispuesto a no rendirse...
La razón por la que Joseph se unió al alistamiento militar y pidió ser trasladado a esta base fue para estar cerca de Jefferson, con el cual estaba sumamente agradecido.
—Señor, disculpe pero...¿podríamos descansar? —preguntó Charlie, otro novato.
—¿Ya te cansaste, marica? —se burló Rick y el resto se rio.
—Está bien. Muchachos pueden descansar —dijo Jefferson poniéndose de pie. Todos permanecieron en el suelo aliviados pero con la respiración acelerada y con la mirada en el cielo. La luz del sol resultaba cegadora por lo que tuvieron que cerrar los ojos.
—¿Joseph cómo te sientes?
Joseph parecía incómodo ante la mirada del resto de sus compañeros. Todos se preocupaban por él.
—Me siento como un culo —respondió y eso desató las burlas —. Pero estoy más fuerte que ayer ¿no?
—Necesitan sacar músculo, muchachos ¿Creen que pueden realizar combate con cuerpos tan frágiles? —los cuestionó Jefferson, pero realmente los estaba motivando.
Cruzó los brazos sobre su pecho.
—Yo ya tengo mi chocolatina, jefe —comentó Charlie haciéndose el gracioso en referencia a su abdomen marcado.
Jefferson y el resto se rieron ante semejante comentario.
Charlie era mucho más alto que el resto, tenía músculos que lo hacían ver intimidante. Y desde su llegada a la base se rehusó a cortarse el cabello. Prefería tenerlo largo hasta más abajo de las orejas.
—¿Y eso de qué te sirve, idiota? Si no sabes defenderte estás jodido —le respondió Rick.
—¿Quieres que te muestre lo que puedo hacer? —lo provocó Charlie con una mirada desafiante.
Fue justo en ese instante en el que escucharon una alarma sumamente perturbadora. La tranquilidad de aquella mañana se esfumó. En tan solo cuestión de minutos, Jefferson y sus subordinados vieron como la escuadra de Jerome (otro sargento pero de alto mando) se movilizaba hacia las camionetas aparcadas en el estacionamiento exterior de la base.
—¿Qué ocurre? ¿Es un simulacro, verdad? —preguntó Joseph totalmente confundido, y no era el único. Se miraron entre ellos con el ceño fruncido sin entender lo que pasaba.
La alarma los aturdía.
—Nunca antes había escuchado una alarma con este tono. No la conozco —les informó Jefferson para evitar que lo llenaran con preguntas —. Permanezcan aquí, iré a ver qué sucede.
—Entendido —respondieron ellos al unísono y Jefferson decidió correr hacia el edificio principal. Se adentró por la enorme puerta de vidrio que se abría automáticamente y de repente se topó con su superior, el jefe de la base.
—Sargento Jefferson Davis no se preocupe, sé lo que viene a preguntar —le dijo el jefe como si le hubiese leído la mente. A pesar de todo el alboroto, se veía tranquilo —. Se lo explicaré más adelante. Esta base protege una instalación cercana, oculta en el bosque. Hemos recibido un llamado de emergencia y ya nos encargaremos de eso. Así que no se preocupe y vuelva con sus subordinados.
—¿De qué instalación está hablando?
—De un laboratorio, pero eso no es de su incumbencia —intervino Jerome, apenas había entrado al edificio. Saludó a su jefe formalmente y fulminó a Jefferson con la mirada.
Jerome era "el preferido" de los superiores. Era el jefe de una de las escuadras y contaba con hombres audaces y despiadados. Todos le temían, claro que Jefferson no lo hacía, se mantenía firme ante la presencia de Jerome.
—Ya estamos listos, señor. Pero hay un problema, el resto de escuadras destinadas a la seguridad de esa instalación no se encuentran disponibles. Por lo que iré solo con mis hombres. Lo mantendré informado —le comunicó Jerome. Su voz era gruesa.
—Me temo que eso no va a pasar, sargento —le respondió el jefe cruzándose de brazos —. Lleva a Jefferson contigo. No tiene que saber nada, solo estará allí como refuerzo. Permite llevar a algunos de sus muchachos.
—¿Qué? ¿Llevar a esos mocosos a una misión tan importante? —le replicó Jerome con el ceño fruncido.
—No son mocosos. Los tengo bien entrenados. Quizás no son tan fuertes como tus hombres, pero son ágiles, y las armas se les dan bien —se defendió Jefferson.
—Basta ya de todo eso. No hay tiempo que perder —el jefe bostezó, parecía no importarle tanto el asunto —. El llamado de emergencia provino de la recepción. Quizás no es tan importante y está fuera de la zona confidencial. ¡Vayan de una vez!
Jerome quiso contradecir a su jefe, pero antes de hacerlo, este ya se había marchado.
Tanto el jefe como Jerome eran unos idiotas...
—Prepararé a mis hombres —informó Jefferson con una sonrisa triunfal dibujada en su rostro. Giró sobre sus talones pero antes de poder marcharse, Jerome lo agarró fuertemente del hombro y lo hizo girar abruptamente hacia él. Los dos quedaron frente a frente. Jefferson notó los ojos furiosos del "sabueso" así era como lo apodaban "Jerome el sabueso".
—Seguirás mis órdenes, yo dirijo esta operación ¿Lo comprendes? Si alguno de tus muchachos llega a meter la pata me voy a desquitar contigo.
—¿Enserio esto es tan importante para ti? —Jefferson se desprendió del agarre y contuvo su enojo. Apretó los puños —. ¡Déjate ya de tonterías! Tú estás al mando, eso lo comprendo. Pero con mis muchachos y conmigo no te metas. No sabes de lo que son capaces.
Jefferson se largó de allí dando zancadas. Estaba furioso. Pero por más que quería reventarle la cara a ese patán debía contenerse si no quería perder su trabajo como sargento, no quería descender de puesto y había trabajado años para lograr convertirse en lo que era ahora.
Llegó de nuevo al campo de entrenamiento. Vio las colinas a lo lejos y la extensa pradera que se cernía frente a él.
—Eh... ¿Cómo estuvieron las cosas, jefe? —preguntó Charlie y se acercó. El resto lo siguió y formó un círculo alrededor de Jefferson.
Se percató de que la alarma había dejado de sonar.
—¡Apúrate que no tenemos tiempo! —escuchó el grito de Jerome a lo lejos. Este se encontraba en el parqueadero con sus hombres a bordo en la furgoneta militar.
—Vale, no creo que sea algo grave. Al parecer algunas escuadras protegían un laboratorio en... yo no sé donde. El hecho es que esas escuadras no están disponibles por lo que el jefe de la base me ha dado autorización para ir y debo llevar a alguno de ustedes —les resumió. Se encontraba impaciente.
Sus muchachos se miraron entre sí. Se notaba a simple vista que todos querían ofrecerse.
—Me temo que tendrá que elegir, jefe —sugirió Joseph y agachó la mirada.
Diez muchachos, todos ágiles pero con aspectos a mejorar. Quizás no era una situación importante, pero debía asegurarse de llevar a los muchachos correctos.
—Venga, sargento. Lléveme a mí. Le voy a ser muy útil, se lo prometo —insistió uno de ellos pero Jefferson no le prestó atención.
Todos estaban ansiosos. Desde su alistamiento al ejército no hacían nada más que entrenar. No se les otorgaban misiones, y al parecer estaban hambrientos de adrenalina.
—Rick vienes conmigo, eres fuerte, Charlie también. Los que mejor usan armas... Raúl y Carlos vienen conmigo —comenzó a mencionar sus nombres. Los conocía a todos como la palma de sus manos, conocía sus ventajas y desventajas y sus habilidades —. Solo ellos, el resto para adentro. Entren a darse una ducha y descansen hasta mi regreso. Los mencionados pónganse el uniforme ¡Rápido! Y no olviden sus armas.
Rick, Charlie, Raúl y Carlos corrieron adentrándose en el edificio para prepararse. El resto se fue a paso lento, decepcionados.
—Yo quiero ir.
Joseph aún seguía ahí. Juntaba las palmas de las manos en forma de súplica.
—Vale ¿y eso por qué?
—Soy muy inteligente, eso lo sabe. Quizás no soy tan fuerte y me cuesta manejar armas, pero soy inteligente —dijo y se señaló así mismo. Seguro de lo que decía. Pero Jefferson sabía que en ocasiones eso no resultaba del todo cierto.
Jefferson lo dudó, y aunque no estaba completamente convencido. Accedió a que Joseph los acompañara.
No estaba de más alguien que alegra al grupo.
Se subieron a la camioneta y siguieron a la furgoneta que conducía Jerome y que avanzaba mucho más adelante. El polvo de la carretera se levantaba frente a ellos y tuvieron que cerrar las ventanas para impedir que el polvo se adentrara.
—¿Y qué tipo de laboratorio es ese?
Durante el camino, sus muchachos solo hacían preguntas. Preguntas a las que Jefferson no podía responder porque simplemente desconocía todo ese asunto. Solo fue por órdenes, nada más.
—Nunca se escuchó algo sobre un laboratorio ¿saben? Eso quiere decir que es un lugar secreto ¿no? —opinó Joseph.
En el volante iba Rick quien los miraba estresado por el retrovisor. Jefferson iba de copiloto. y atrás iba el resto, algo estrechos, pero al menos se entretenían y conversaban sin tener que usar formalidades. Eso era lo bueno de estar en la escuadra de Jefferson, más que militares eran como hermanos y se tenían confianza los unos a los otros.
—De seguro no es nada. Quizás es una pérdida de tiempo —comentó Rick pero eso no bastó para detener la plática y las teorías locas.
—¡Vaya aguafiestas! —le replicó Charlie, molesto.
—Sea lo que sea que se encuentre al lugar en el que vamos... Deben tener en cuenta que es confidencial. No quiero que hablen sobre esto con alguien más de la base, ni siquiera con el resto de nuestra escuadra —les dijo Jefferson pero aquello sonó más como una orden.
Todos asintieron y el silencio invadió la camioneta. Jefferson solo observó las estepas extensas que se formaban a ambos lados de la carretera arenosa. Vio algunos conejos saltar por la pradera y las colinas altas que se veían a lo lejos. Hacía mucho que no salía de la base. Decidió abrir la ventana y permitió que todo el viento se estrellara contra su cara. Y el polvo también. Pero quería aire.
—Me echaré una siesta, me despiertan cuando lleguemos —dijo Joseph y se echó a dormir.
—No creo que tardemos tanto —afirmó Rick.
Luego de una hora que resultó eterna. Se adentraron en una carretera estrecha. Alrededor ya no había praderas ni campos abiertos, sino que todo estaba rodeado de altos árboles que escondían la luz del sol.
Se habían adentrado en el bosque. En un bosque frondoso, con hierbas crecidas y muchos matorrales.
Aquella zona era totalmente ajena. Jefferson nunca había estado por ahí.
—Todo es tan silencioso que hasta da miedo —comentó Joseph rompiendo el amargo silencio que se había generado durante el resto del viaje.
Lo cierto es que sus oídos sólo captaban el motor de los dos únicos autos que se movilizaban por esa zona, pero de resto... nada.
—¿Alguna idea de donde estamos, jefe? —le preguntó Rick y giró la cabeza encontrándose con la mirada de Jefferson, quien solo se limitó a alzar los hombros como gesto de que no sabía.
Se metieron en las profundidades de ese bosque. Tardaron una hora más dentro de la camioneta hasta que finalmente se detuvieron frente a una reja de acero que se alzaba a más de cinco metros de altura. Aquella estaba destrozada, había enormes agujeros en la parte inferior. Era como si algo la hubiese traspasado violentamente.
Además, habían autos negros y blindados estacionados allí. Pero no había nadie adentro y algunos tenían abolladuras en el techo.
Jefferson sintió una punzada en el pecho. Algo en sus adentros le gritaba "¡Algo anda mal!" y sabía que debía obedecer a esa intuición.
Joseph abrió la puerta dispuesto a bajarse.
—¿A dónde crees que vas? Cierra la puerta y espera mis indicaciones —le ordenó Jefferson malhumorado. Por alguna extraña razón, su ánimo había decaído y ahora estaba alerta.
No lograban ver muy bien lo que había al otro lado de la reja ya que la furgoneta en donde iba Jerome y sus hombres estaba aparcada frente a ellos. Vieron como las puertas se abrían y el primero en aparecer fue ese hombre alto, musculoso, calvo y de piel oscura. Ese fortachón al cual llamaban Jerome. Sus hombres fueron los siguientes en bajarse, y ya tenían sus armas preparadas.
Jerome se dirigió hacia la camioneta y golpeó la ventana del conductor.
Rick la abrió.
—Sargento Jefferson... Necesito que venga conmigo un momento. El resto quédese aquí —le dijo. Su tono de voz reflejaba preocupación.
Jefferson se bajó de inmediato pidiéndole a sus muchachos que permanecieran allí. Cuando sus botas tocaron el suelo se percató de que había pisado una sustancia verdosa. Una baba extraña que olía sumamente mal.
Caminó hacia Jerome y este lo llevó cerca de la reja. Allí, Jefferson observó un edificio enorme que aparentaba ser de tres pisos.
—Vaya... es peor de lo que pensé —comentó Jefferson.
—Vamos a averiguar qué está ocurriendo. Mis hombres y yo entraremos. Quiero que usted y sus muchachos aseguren el perímetro exterior —indicó Jerome, ocultando la incertidumbre que lo carcomía por dentro..
—Estoy de acuerdo.
Jefferson se devolvió y corrió rápidamente hacia la camioneta. Abrió la puerta del copiloto haciendo sobresaltar a los que se encontraban adentro.
—¿Qué ha pasado? ¿Viste algo, sargento? —preguntó Joseph.
—Vale. Esto es peor de lo que imaginaba. Todos cojan sus armas. Carlos y Raúl preparen los rifles. Vengan conmigo, debemos asegurar el perímetro.
Y así lo hicieron. Se bajaron de la camioneta y cruzaron la reja a pie. Observaron el recóndito laboratorio que no pintaba muy bien. La puerta de vidrio que daba acceso al interior estaba sumamente destrozada y había sangre... mucha sangre y baba.
Jerome iba con sus hombres, todos con armas apuntando a todos lados. Listos para disparar en caso de ser necesario.
—¿Y nos quedamos aquí afuera? —preguntó Carlos. Quien caminaba al lado de Jefferson y no parecía muy convencido.
—Yo me adentraré. Joseph entra conmigo. Carlos y Raúl rodean el edificio. Charlie y Rick vigilen la entrada —les ordenó. Jefferson también llevaba un arma, la resguardaba en su funda y no se atrevía a sacarla aún. No hasta que supiera qué era lo que estaba ocurriendo.
Jerome le ordenó quedarse afuera, pero Jefferson no era un hombre capaz de seguir las reglas al pie de la letra.
—Este lugar estaba muy bien escondido. Y lo que es confidencial en este país suele resultar peligroso —el comentario de Rick no fue tranquilizador en absoluto. Sus compañeros dirigieron su mirada a él totalmente desconcertados —. Vale, mejor me callo.
—Pero es verdad —aseguró Jefferson y tragó saliva.
Decidió que era momento de desenfundar su arma.
*La base militar se ubicaba en una pradera plana y de césped seco que se extendía a kilómetros, hacia las colinas lejanas. No era una instalación sumamente importante y tampoco contaba con personal suficiente. Muchos la desconocían.
Casi nadie pasaba por las carreteras de asfalto que estaban cerca. No había edificaciones ni viviendas cercanas, lo único próximo a la base era un pequeño pueblo ubicado a noventa kilómetros en automóvil*.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro